En estos tiempos de ansiedad de espíritu, urge
fortalecer el cuerpo que ha de mantenerlo. En las ciudades, sobre todo, donde
el aire es pesado y miasmático; el trabajo, excesivo; el placer, violento; y
las causas de fatiga grandes, se necesita asegurar a los órganos del cuerpo,
que todas esas causas empobrecen y lastiman, habitación holgada en un sistema
muscular bien desenvuelto, nivelar el ejercicio de todas las facultades para
que no ponga en riesgo la vida el ejercicio excesivo de una sola, y templar con
un sistema saludable de circulación de la sangre, y con la distribución de la
fuerza en el empleo de todos los órganos del cuerpo, el peligro de que toda
ella se acumule, con el mucho pensar, en el cerebro, y con el mucho sentir en
el corazón, y den la muerte. A los niños, sobre todo, es preciso robustecer el
cuerpo a medida que se les robustece el espiritu. Hoy las pasiones se
despiertan temprano, los deseos nacen desde que se echan los ojos sobre la
tierra, y saben todos tanto que es fuerza aprender pronto mucho, por arte de
maravilla, para no quedar oscurecido en la pasmosa concurrencia, y revuelto en
el polvo en el magnifico certamen. Estas consecuencias de la vida moderna hacen
urgente ese esparcimiento de la fuerza, aglomerada en llama en el cerebro desde
los primeros años de la vida, y la preparación oportuna y previa del edificio
que ha de sustentar tal pesadumbre del cuerpo que ha de ser teatro de tales
batallas del espíritu.
En esta misma plana publicamos hoy grabados
diversos de un gimnasio doméstico, que ha de ser mirado, más que como artículo
de comercio, como una buena obra. Y en la Habana, en casa de los agentes de “La
Agencia Americana”, señores Amat y Laguardia, puede verse.
No tiene término la enumeración de sus
bondades. Es útil, y es artístico, que es otra manera de ser útil. Hay en el
ser humano deseos vehementes de gracia y armonía, y así como se lastima y queda
herido de no verlas realizadas, así se alegra y queda fuerte, cada vez que las
halla. El color del aparato es blanco y agradable a los ojos. El aparato es
esbelto, y a la par que sirve, adorna. Con ser un gimnasio completo, cabe en un
cuarto pequeño, entre los demás juguetes de los niños; o en una vara de pared,
o en un recodo del jardín, o en un rincón del patio. Lo tiene todo: hasta
trapecio para hacer locuras. El trapecio, aunque no sea el más útil de los
ejercicios, es una sabiduría del gimnasio: porque el hombre no se interesa en
lo que no le parece brillante, y le ofrece peligro. Pero aquí el trapecio no
ofrece riesgo mayor, porque está a una vara de tierra. Lo tiene todo: barras
paralelas que se quitan y se ponen, y sirven para anchar bien el pecho, y
desenvolver los músculos de los brazos y los hombros: barras paralelas y
perpendiculares, que fortalecen brazos, pecho y muslos; barra horizontal que
ayuda a la elasticidad de la cintura y poder del brazo; todos los múltiples
ejercicio de las poleas, que son tan varios y tan beneficiosos, porque desde
los pies al cuello, no hay parte del cuerpo que no saque provecho de ellos, y
que en este aparato benefician mejor que en otro alguno, porque las pesas de
las poleas, que pueden usarse además como pesas separadas, no caen súbitamente,
sacudiendo el brazo fatigado que se esfuerza por retenerlas, y arrastrando el
cuerpo detrás de ellas, con lo cual el ejercicio cansa pronto, sino que
descienden suavemente por un plano inclinado, dejando así en reposo el brazo en
la segunda parte de cada movimiento y permitiendo por lo tanto que éste se
renueve con más descanso, utilidad y placer, mayor número de veces. Las correas
de las poleas pueden, sin complicación alguna, alargarse o acortarse, y están
dispuestas de manera, que con ayuda de ellas sentado en el piso del aparato en
una cómoda banqueta que corre sobre ruedas bien seguras, y los pies puestos en
pedales fijos, se hacen todos los hermosos y sanos ejercicios que pueden
hacerse con los remos, los cuales, a más de dar gracia notable al cuerpo, y de
invitar a ir por mares y ríos a gozar aire puro, tienen la ventaja de no dejar
músculo alguno en inacción, y de desarrollarlos todos a la vez. Con las mismas
poleas, sujeto por las manos de la barra horizontal, que remata por arriba el
aparato, y sentado en otra barra paralela a ésta, sostenida entre las dos
perpendiculares, pueden hacerse todos los movimientos que requiere el
velocípedo. Si se padece de curvatura de la espina, el gimnasio doméstico tiene
una tabla flexible que se ajusta encorvándola hacia afuera, entre el tope y el
piso del aparato, y sobre ella se acuesta regaladamente el enfermo, que hace
allí sin ningún esfuerzo su saludable ejercicio de poleas. Para poner la sangre
en buena circulación, el piso del gimnasio está hecho de tablillas movibles
saltando ligeramente sobre las cuales, se siente a poco el provecho del
ejercicio. Para desenvolver los hombros, dar poder de impulsión al brazo, y ponerse
en actitud de defenderse de algún ataque brusco de puños ajenos, el aparato
tiene un saco pequeño que se cuelga de la barra horizontal, y donde el puño
cobra fuerzas dando golpe tras golpe. Como las muñecas necesitan desenvolverse,
el aparato tiene un rodillo enlazado con las pesas, dedicado exclusivamente al
desarrollo de las muñecas. En suma, no hay ejercicio corporal, ya de los suaves
que llaman calisténicos, ya de los más recios que se enseñan como gala en los
gimnasios, que merced a este excelente y airoso aparato de Gifford, no pueda
hacerse sin incomodidad alguna en la propia casa. Para nuestras mujeres
pudorosas, a quienes simpáticas razones vedan la asistencia a los gimnasios
públicos, y que necesitan, sin embargo, tan grandemente de estos ejercicios, el
Gimnasio Doméstico es de inapreciable ventaja: sin exponerse a ojos extraños, y
en su propia habitación, pueden ejercitarse diariamente en todos los
movimientos saludables que aumentarán la fortaleza de sus músculos y la armonía
y gracia de sus formas.
La tisis siega en flor nuestros jardines:
¡cuántas menos flores nos arrebataría la tisis, que viene muchas veces de que
el pulmón que busca desarrollo no cabe en el pecho apretado y endeble, si se
hicieran un hábito en nuestras niñas y entre nuestros jóvenes, los ejercicios
gimnásticos! Esta necesidad es especial en nuestras tierras, donde la
preocupación por una parte, y la santidad de las mujeres por la otra, las
retrae de las calles y paseos que al cabo ayudan a fortalecer el cuerpo, y las
confinan a la casa, donde el cuerpo más robusto se torna a poco pesado y
enfermizo.
Para los niños, el aparato de Gifford es un
deleite, porque no sólo pueden remar y andar como en velocípedo, sino jugar a
lo que en Cuba llaman cachumbambé, y en otras partes “sube y baja”, merced a
una tabla en cuyos extremos se sientan los dos niños, la cual descansa sobre
una barra baja sujeta por las perpendiculares. Y no es éste el único juego del
aparato: también tiene el Gimnasio Doméstico un columpio, que se cuelga de la barra
alta, y lleva a los ángeles juguetones hasta donde ellos quieren ir siempre que
juegan, aunque hagan temblar y llorar a los que los ven ¡hasta el cielo!
¿Qué más? Hasta para caballete de cuadros
sirve el aparato: se quitan de él poleas y rodillos, y queda como atril
sencillo y garboso en que no descansaría mal un cuadro de Melero en la Habana,
de discípulo de don Felipe Gutiérrez, en Colombia; de Ocaranza, Rebull, Parra o
Pina, en México.
Y todo eso que va dicho cabe en una cáscara de
nuez. En un espacio de dos varas de largo y tres cuartos de vara de ancho,
puede alzarse esa pequeña fábrica mágica, que es en verdad fábrica de vida, y
reúne todos los aparatos y permite todos los ejercicios para cuya práctica han
sido hasta ahora necesarios vastos patios o grandes salones. Este gimnasio ni
es caro, porque su baratura pasma; ni engañoso, porque sus maderas son tan
recias como finas; ni necesita maestros, porque enseña solo; ni es peligroso,
porque está todo en él a flor de tierra.
No hay escuela que no desee tener un gimnasio;
pero aun los colegios ricos vacilan ante los gastos que acarrea su
establecimiento, y la dificultad de hallar maestro oportuno, y los costos de
mantenerlo. Ahora, con quince pesos que cuesta el aparato sencillo para fijar a
la pared; o con treinta y cinco pesos que cuesta el aparato completo, que cabe
bien en medio de una habitación pequeña, no hay escuela que no pueda hacerse de
un gimnasio. En los colegios mayores, de diez a veinte aparatos bastarían, con
más bello aspecto de la sala, mucha mayor ventaja y riesgos y precios mucho
menores, a reemplazar al más complicado y costoso de los gimnasios.
Por eso dijimos que el Gimnasio Doméstico es
una buena acción. Es preciso dar casa de buenos cimientos y recias paredes al
alma atormentada, o en peligro constante de tormenta. Bien se sabe lo que dijo
el latino: “Ha de tenerse alma robusta en cuerpo robusto”. (“Mens sana in
corpore sano”).
He aquí lo que acaba de escribir en The North
American Review el profesor Hall, que es pensador norteamericano prominente:
“Tengo a la higiene por necesidad capital en
la educación de los niños. Y lo que primero les enseñaría acaso, y con más
ardor, sería el desarrollo de sus músculos. Pocos conocen la relación
estrechísima que existe entre la debilidad física y la maldad moral, cuán
imposible es la saludable energía de la voluntad sin que la sostengan los
fuertes músculos que son sus naturales órganos, y cuánto dependen de un buen
desarrollo muscular cualidades tan preciosas como la abnegación, el dominio de sí
propio, y la serenidad en las desgracias”.
La América, Nueva York, marzo de 1883. Obras Completas, t. 8, p. 389-392.
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