Samuel Hazard
Sin embargo, para mí, el local más interesante fue ése donde se llenan los cigarrillos, ocupación que realizan los chinos. Cada trabajador posee una pequeña mesa para sí mismo, en la que hace cuenta y empaqueta los cigarrillos; y son asombrosas la facilidad y la destreza que llegan a adquirir luego de una larga práctica en el manejo y en el conteo de estas pequeñas piezas de papel.
Me fijé en los movimientos de uno cuyo negocio era empaquetar mazos de 25 cigarrillos, y hacía esto aparentemente sin necesidad de contarlos; y no obstante, con un movimiento de sus dedos él sabría decir si había uno o dos de más o de menos, con precisión sorprendente, simplemente por el sentido del tacto. El capataz me informó que raramente se equivocaban. Es una vista curiosa ver a estos asiáticos, metidos en sus overoles azules, algunos con la cabeza completamente afeitada, algunos con una cola toda trenzada, mientras otros, que no eran muy cuidadosos, permitían a sus cabellos crecer hasta parecer una gran brocha negra.
Todos estaban, no obstante, escrupulosamente arreglados y limpios en sus personas e indumentarias, lo cual exigen las reglas del establecimiento que se mantenga. El dormitorio donde duermen es un modelo de cuidado y buen orden. Cada hombre tiene su propio catre, con frazadas y almohadas limpias, y se les exige mantener todo en la habitación de la manera más arreglada posible. Alrededor de la habitación pueden verse muchos artículos curiosos de la vida y costumbres chinas: instrumentos musicales de diferentes tipos, pizarras de juego (muy usadas por ellos), etc.
A todos los trabajadores se les exige usar un mismo sombrero con el nombre de la fábrica en su banda, y, en efecto, todo el establecimiento está regido por un grado de precisión militar bastante notable. Para los chinos, quienes son trabajadores contratados que pertenecen a sus dueños, hay un sistema de castigo en forma de multas, siendo la más severa aquélla que se les impone a los fumadores de opio, los cuales tienen que pagar, por cada ofensa, la gran suma de diecisiete dólares; y por jugar, se les confisca todo su capital, siendo éste invertido en la compra de tickets de lotería, generalmente para el beneficio de los chinos.
Cuba a pluma y lápiz (1871), pp. 149-150.
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