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miércoles, 2 de noviembre de 2011

Ojeada histórica, geográfica y estadística






 por Alcide D´Orbigny y Jean-Baptiste Eyriés



 Cuba es una de las primeras islas que vio Colón después de Guanahani. Descubierta a 27 de octubre de 1492 por este grande hombre, fue conquistada por Velázquez algún tiempo después y degeneró en una colonia española cuya capital era en un principio Baracoa y después Santiago de Cuba. Por este mismo tiempo se edificó la ciudad de la Habana, que a mediados del siglo XVI fue rodeada de fortificaciones después de haber sido devastada y reducida a cenizas por un corsario francés.
 La historia de Cuba ofrece desde aquella época muy corto y reducido interés. La mudanza de algunos gobernadores, un insignificante comercio de cabotaje con las Antillas y algunas permutas más importantes con la metrópoli; tales son los hechos más sobresalientes de sus anales hasta el momento en que se desarrollaron sus relaciones abrazando todo el continente americano.
 El territorio de la isla de Cuba es muy llano hasta cosa de la mitad de su extensión y está cubierto de formaciones secundarias y terciarias al través de las cuales se abren paso algunas rocas de granito y queiss, de syenito y de eufodito. Las montañas del interior del país, cuya geognosia no está bien deslindada, son notables por las situaciones pintorescas e imponentes que presentan a cada momento. Levántase por un lado, a corta distancia de Trinidad, el monte Potrillo encumbrándose hasta la altura de siete mil pies; mas allá se despeña, de lo alto de las cimas de la Sierra de Gloria, el río Furnicu que va cayendo hacia el mar por cascadas sucesivas de ciento a trescientos pies; a otro lado, en la vertiente de la montaña de San Juan de Letrán, se columbran por entre un cortinaje de cocos, un estanque circular formado por las aguas del Guarabo, y junto a él, una cueva cuyas paredes interiores están revestidas de estalactitas brillantes y caprichosas, concreciones multiformes, en donde parece que se ha filtrado la misma roca formando columnas, conos, o pirámides inclinadas; y por último, sobre todo aquel montuoso conjunto descuella la Sierra Maestra, cordillera principal de aquel sistema, que es una sucesión de picachos graníticos, escabrosos y pelados por entre cuyos anchurosos boquerones se descubre el negro verdor de sus sombríos valles.
 Del centro de esas montañas salen muchos torrentes anchurosos, aunque de corta extensión, enjutos en verano, pero impetuosos en la estación de las lluvias. Los más notables son el Río-Cauto, navegable hasta un trecho de veinte leguas; el Ay, o Río de los Negros que nace en la caverna del Sumidero; los riachuelos de Jaruco y de Santa-Cruz en los cuales se embarca la mayor parte del azúcar destinado a Europa.
  A pesar de su pobreza en corrientes caudalosas, la isla de Cuba es fecunda y rica en todo género de producciones. Se crían en ella el mammea (habichuelas de las Antillas), cinco especies de palmeras, el coiba de espeso follaje, el elegante jobo y la cecropia peltata. El palo tinte y las maderas de construcción cubren las vertientes de las cordilleras; allí se presentan festoneados de verdura y de plantas parásitas el alcayoiba, el cedro, el ébano, y el ácana: una corteza añosa se reviste con el lozano verdor de un potbos; el dólico gigantesco se extiende sobre las raíces descarnadas del jagüey, y a veces, entre las hendeduras de un tronco resquebrajado del tiempo, abre su cáliz la hermosa flor del pitcairnia. En el llano, la liliácea pita crece inmóvil a orillas de un cañaveral de ondulosa superficie; y al lado del boniato, de la yuca nutritiva, o del harinoso nama, se extienden los tablos del maní colorado. Animadas aquellas campiñas con tantas riquezas vegetales, no pueden carecer de pobladores armoniosos y matizados. En efecto los pajarillos gorjean posados en las cañas de azúcar que oscilan y zumban al dulce soplo de la brisa; en los sotos, entre las copas de los árboles, revolotean el cardenal moñudo, y el azulejo cuyo color es tan delicado, y hasta en las playas del mar no faltan el ibis rojo y el pelícano de color de rosa (alcatraz). Mil mariposas ostentan allí sus alas de azul y oro cual volantes iris hasta llegada la noche en que se disipan delante del cocuyo o elater que se desprende como un farolillo de entre el verde obscuro de los bosques o se eleva hacia el cielo como un meteoro luminoso.
 Entre muchas otras divisiones que se han establecido en esta isla, la verdadera y la única que se puede recibir para la geografía moderna, es la que formó últimamente el gobernador general Vives. Según ella, se divide la isla en tres distritos, occidental, central y oriental, que se subdividen en secciones o partidos. El capitán general tiene su residencia en la Habana, cabeza del distrito occidental; los otros dos obedecen a un brigadier general.
La Habana es la más importante de todas las ciudades de Cuba; el aspecto que presenta, mirada de frente, es a la vez portentoso y agradable. Su cintura de fuertes, su fondeadero poblado de lunarejos, las agujas de sus campanarios, los rojizos tejados de las casas, las palmeras penachudas de los jardines, todo parece anunciar un cúmulo de maravillas tan grandiosas, cuanto desconocidas; pero este encanto se debilita al penetrar en la ciudad, bien que sin destruirse del todo. Uno se habitúa poco a poco al olor sofocante del tasajo (carne en cecina), a la suciedad de las calles, y a la apariencia muchas veces miserable de las habitaciones. Tiene esta ciudad un muelle, almacenes de depósito, un movimiento comercial que muchas de las nuestras pudieran envidiar; alamedas , paseos deliciosos a los que toda la sociedad elegante sale a respirar las brisas de la tarde; teatros frecuentados; edificios suntuosos y muy bien construidos, como la aduana, la casa de correos, el palacio del gobernador, la fábrica en que se elaboran esos cigarros tan decantados; viviendas fastuosas, y entre otras la del conde de Fernandina, cuyo coste no baja de seis millones de reales. Se citen además muchas instituciones útiles, muchos establecimientos científicos y literarios, cursos especiales para los diversos ramos del saber humano, un museo, una biblioteca, un jardín botánico y varias escuelas lancasterianas.
 La población de la Habana en el último empadronamiento ascendía a 112 000 habitantes, incluidos 23 000 esclavos. El número de los carruajes entre particulares y de alquiler ascendía a 2 700: el término medio anual de sus importaciones era de doce millones de duros; el de sus aportaciones llegaba a nueve millones. En la propia época (1827), el movimiento del puerto daba por resultado una entrada de 1 053 buques cuyo arqueo era de 170 000 toneladas, y una salida de 916 buques, de cabida 140 700 toneladas. De entonces acá, todas estas sumas habrán debido subir mucho más todavía.
 Después de la Habana, siguiendo el orden de la categoría mercantil, la ciudad de más importancia es Matanzas: la etimología de ese nombre se atribuye a una grande mortandad de negros que tuvo lugar en unas cuevas que hay en sus inmediaciones. Situada Matanzas en la costa de la isla, a veinte y dos leguas de la Habana, forma el centro de un gran tráfico de azúcar, y esto hace que siendo insignificante sesenta años atrás, cuente ahora una población de 22 000 almas, una manufactura de tabaco muy acreditada, paseos públicos de naranjos y limoneros, hermosas casas, almacenes de depósito y algunas iglesias muy bien construidas. Las dos únicas ciudades que puedan citarse después de la Habana y de Matanzas, son Puerto Príncipe y Santiago de Cuba. La primera es miserable y malsana, a pesar de sus 49 000 almas; y la otra, que es la antigua capital y aun en la actualidad la metrópoli religiosa de la isla, ve reducida su población a 27 000 habitantes.
 Si en vista de estos detalles de localidades, damos una ojeada en globo sobre el total, fácilmente reconoceremos que de todas las Antillas la isla de Cuba es la sola que se halla en estado de progresión y de ascendiente prosperidad; y sin embargo ese nuevo auge tan rápido y tan brillante apenas data del año 1763. Antes de esta fecha no tenía más que 40 000 habitantes, y en 1827 contaba hasta 704 487, divididos de esta suerte: blancos, 311 051; mulatos libres, 57 514; negros libres, 48 980; mulatos y negros esclavos, 286 942: así pues, la isla de Cuba cuenta 261 habitantes por cada legua cuadrada, y la población libre está en proporción de la esclava como 145 a 1.
 Las causas de este aumento son muchas y diversas. No sabremos decir cuál sería el estado de la isla al poner el pie en ella Cristóbal Colón, pero parece un hecho incontestable que al cabo de medio siglo ya no quedaba vestigio alguno de las razas indígenas. Desde el año 1523 la corte de Madrid autorizó la introducción de operarios negros que formaron el primer núcleo de la población esclava; estas importaciones de hombres y la llegada de nuevos colonos poblaron nuevamente la isla de Cuba, pero de una manera lenta y que solo fue verificándose con el progreso de los años. La toma de la Jamaica por los Ingleses en 1655 llevó a Cuba nuevos emigrados españoles: la cesión de la Florida de resultas de la paz de 1763, la de Santo Domingo en 1795, y la de Nueva Orleans en 1803; la emancipación gradual, la revuelta de las colonias españolas en el continente americano, todo contribuyó a formar de esta isla el último asilo de los criollos expulsados, hacinando en ella un prodigioso número de familias europeas, convertidas ya en americanas por razón de su dilatada permanencia en aquellas suaves latitudes. Si a todas esas causas políticas se agregan las muchas proporciones comerciales, las franquicias bien entendidas y otorgadas con sazón; el libre tráfico de esclavos, el considerable incremento del cultivo de azúcar, se hará más concebible esa prosperidad reciente y casi repentina.
 En los primeros días de la conquista, los españoles no pidieron a Cuba más que oro, y cuando vieron que ya estaba agotado, la abandonaron para ir a buscarle a Méjico y al Perú. Vióse empero más adelante que no era el oro la verdadera riqueza de aquel suelo: se transportaron nuestros ganados, naturalizaron en él nuestros cereales, y el año 1580 se empezó a ensayar el plantío del tabaco y del azúcar, aunque con excesiva desconfianza: hoy día esos artículos son la base de su agricultura y de su comercio, minas fecundas e inagotables, más ricas que las del Perú.
 He ahí pues los principales arbitrios de la isla de Cuba; el azúcar, el tabaco y el café. La cultura de la caña de azúcar data de la catástrofe de Santo Domingo, la cual fue causa que fueran a refugiarse a aquel territorio un gran número de colonos franceses. Desde entonces la mejora en las operaciones, el empleo de la pelleja o residuo de la caña como combustible, la construcción más perfeccionada de los hornos, el adelanto en los aparatos y el mayor conocimiento de los terrenos, han contribuido de por junto a mejorar y aumentar productos de un género tan precioso. En 1760 se exportaban en la Habana 13 000 cajas de azúcar, y en 1827 se enviaban al extranjero 367 000 cajas, producto de mil ingenios. El aumento deberá haber continuado desde la última fecha.
 La propagación del cultivo del café data igualmente de las emigraciones de Santo Domingo. A principios del siglo pasado este arbusto aun no era conocido en las Antillas, cuando Declieu, nombrado teniente de rey en la Martinica en el año de 1723, llevó allá una planta de las que S. M. holandesa había regalado a Luis XIV. Habiendo faltado el agua durante la travesía, Declieu se vio precisado a regar el arbusto con una parte de su ración; de este modo pudo salvarlo, lo plantó en su jardín y distribuyó renuevos y enjertos a los principales propietarios. De la Martinica se extendió el café a todas las Antillas; en el año 1800 se contaban en Cuba 80 cafetos, en 1826 llegaban a 2.067. Quizás en el día debiera rebajarse algún tanto ese número.
 El cultivo del tabaco, por el contrario, habría sido susceptible de nuevos progresos y de nuevos descubrimientos, si el monopolio no hubiese por mucho tiempo opuesto un dique a su completo desarrollo. Este monopolio, si bien abolido en 1817, ha sido reemplazado por unos derechos exorbitantes que no determinan resultados menos funestos; y así es que agravado el comercio de tabaco con semejantes impuestos, se halla casi circunscrito entre los defraudadores, con notable menoscabo de la jurisdicción fiscal y de la tasa estadística.
 Fácilmente se deja concebir que en medio de esta progresión agrícola y comercial, la isla de Cuba habrá visto subir paulatinamente y en una proporción análoga la suma de sus rentas. De aquí se colige como mientras las demás posesiones coloniales son onerosas a sus respectivas metrópolis, se administra y gobierna Cuba por sí misma, y aun se halla en estado de pagar a la España por diversos títulos un presupuesto de sesenta millones sobre sus rentas. El total de ellas se elevaba en 1827 a 179 560 000 de reales, y la Habana sola producía más de la mitad: con el excedente mantiene Cuba un estado militar respetable, da sueldo a doce mil hombres de tropas y a un personal de marina distribuido entre catorce embarcaciones de guerra; ensancha y mejora sus fortificaciones, sus caminos, canteras, máquinas hidráulicas, y se paga la policía y la administración.
 A 26 de mayo de 1826 salí de la Habana en la pequeña goleta que debía conducirme a Haití; en el acto de partir hubo todo lo de tales casos, abrazos, lágrimas y promesas de volvernos a ver. El cariño de mi familia habanera se manifestaba en cuantos objetos me rodeaban; su solicitud me había atestado de baúles y de cajas llenas de chismes para mi uso, junto con una magnífica cartera en que había letras de cambio y buenas cartas de recomendación, que no pude menos de aceptar, porque hubiera sido un desaire para mis parientes el rehusarlas.



  Capítulo II de Viaje pintoresco a las dos Américas, África y Asia, publicado en francés bajo la dirección de M.M. Alcide D´Orbigny y J. B. Eyriés, Tomo I, Barcelona, Imprenta y librería de Juan Oliveres, 1842, pp. 1-10.

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