En mi sueño hay sólo tres personajes: dos conocidos y otro desconocido, pero no por mí. Se trata de José Hernández, más conocido como Pepe el Loco. Uno de los personajes es Alejo Carpentier, el otro es Lezama Lima. Pepe el Loco quería ser escritor pero más quería ser un suicida. No logró una cosa, pero sí la otra, y murió aplastado por un autobús delante del cual se arrojó una madrugada.
El primero en aparecer fue Alejo Carpentier, que llegó, se sentó y no dijo nada. Del interior del apartamento (que tenía al fondo la disposición de mi viejo estudio, al que se abrían ahora unas ventanas francesas) vi venir a Lezama Lima, que me dijo sin otro saludo: "Tu estudio es perfecto para jugar al billar". Seguramente se refería a que mi escritorio estaba cubierto por un cubremesa de fieltro color vino, pues no había otra característica que se pareciera a una mesa de billar. No le expliqué nada a Lezama, que vino a sentarse junto a Carpentier sin siquiera saludarlo. Lezama parecía preocupado solamente porque su enorme puro se mantuviera encendido. No había ninguna conversación entre nosotros. De pronto la sala se convirtió en una terraza con un balcón viejo que recordaba el antiguo balcón de Zulueta 408. Nadie parecía asombrarse de la transformación. En un momento apareció junto a la terraza un automóvil descapotable y pude ver bien claro al chofer. Llevaba el pelo casi cortado al rape, pero de un rubio deslumbrante. No tuve tiempo de asombrarme porque acababa de reconocer al chofer: era Pepe el Loco, que se sonreía de una manera atroz. Parecía conocer un secreto que yo ignoraba; cuando sacó una enorme pistola, el sueño se volvió, como ocurría a menudo, un melodrama violento. "Es Pepe el Loco", dije, pero a nadie asombraba esta conversión y la pistola se hacía más grande. Parecía que solamente yo la veía y ahora supe qué hacía Pepe el Loco: había sido enviado para matar a Lezama, a quien le dije que tuviera cuidado con la ventana por la que emergía la pistola. Pero Lezama seguía fumando: imperturbable fumando su enorme puro. Fue entonces que Pepe el Loco se despreocupó del manejo del auto para comprobar los efectos de sus disparos... que no hirieron a Lezama, sino que acababan de matar a Carpentier, que caía de su silla sin siquiera quejarse: había muerto encerrado en su silencio.
Tomado de El País, 28/05/2005.
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