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lunes, 24 de octubre de 2011

Archipiélago






 Ricardo Alberto Pérez


 El movimiento de la palabra ARCHIPIÉLAGO es apacible como el de los remeros en el canal. Apacible y erecto, trazando un surco delicado en el agua (dejando una cicatriz, una huella, triángulos de cera y azufre sobre un número memorable de frentes). La palabra se contrae tal si el tiempo de la historia fuera a someterla a una reducción irremediable, a un deshielo de pulcritud. Un cadáver resultado de la tensión de la cuerda, siempre va a ser distinto de uno resultado de la tensión del W-forzado, este último deposita en la tierra una serie de impurezas fatales, de libaciones provenientes de la torpeza.

 La tierra que es el teatro natural de los muertos preserva sitios de negrura más acentuados para esas ocasiones, para esas colonias frutos de plurales complejos de Edipo.

 Abro un paréntesis en forma de sueño para pensar un relato de John Barth donde Edipo comprime sus labios contra el desenfado del acetato, cierro el paréntesis y comprimo la cabeza de Barth contra una hilera de cabezas eslavas (hidrocefalia de la traslación escritural).

 ¿Cómo seguir el movimiento circular de lo que abruma sin hacer la zozobra del razonamiento ascendente de los ojos? Esta es la interrogante, el rayón negro del escolar que puede frustrar la galantería de la garza, su vocación de restar aridez al paisaje. La garza es el elemento estructural capaz de escindir el territorio e interés y otorgarle a cada zona rasgos legítimos que independicen sus espesuras, sobre la garza escribí un texto en versos, que después Sánchez Mejías transcribiera a la prosa. Entonces mi madre no había muerto aún, y yo vinculaba el virtual deterioro de su mente con el ruido histórico del tractor. Ahora la garza tiene un sitio más cívico, una zona más exterior del ovillo donde su cuerpo resiste el destino flotante. Su cuerpo lo violento, hago una especie de nudo, de recirculación astuta, de los significados para que la garza blanca pueda mirar con el ojo infinitamente negro, mirar e inscribir agua tras agua cierto saber naciente de la llaga, de un círculo de tiza, que se cierra, caucasiano, con la dosis asignada.


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