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miércoles, 27 de julio de 2011

Bombero de esta Isla sin ventura





 En la época actual, que desgraciadamente domina el descreimiento y la indiferencia, cuando no el egoísmo más desesperante, en que el hermoso tipo de esos filántropos, de que tantas leyendas deliciosas y conmovedoras han llegado hasta nosotros, va desapareciendo de la propia manera que se han ausentado de la superficie de nuestro planeta especies enteras por el trabajo constante de la evolución, que las había condenado a morir; el sentimiento público ya sólo sale de los estrechos límites en que se encuentra encerrado, cuando alguna causa, no prevista produce que las pasiones se agiten con violencia, haciéndolo todo el corazón sin dar tiempo a que nuestro espíritu medite fríamente. Entonces vuelven a renacer aquellos legendarios tipos que han sido el encanto y la admiración de nuestros padres. Tipo de redentor dignificado por todas las grandezas del cristianismo en la encarnación del Dios hecho hombre, en el Jesús que murió en afrentosa cruz, entre ladrones, por amor a sus semejantes.
 Difícil es romper con las tradiciones. El que vive en un medio los primeros años de su vida, necesita igual tiempo, si no el doble, para adquirir opuestas ideas y contrarios sentimientos a los que adquiriera en los juveniles años de su existencia. Esta causa nos hace pensar que son disculpables los actos que realizamos sin que guarden una completa armonía con cuanto hacemos en el presente, porque es el pasado que vuelve por sus antiguos derechos, al que obedecemos porque recordamos que fuimos sus esclavos de ayer.
 La humanidad protesta hoy contra lo que ayer era su ideal, y mañana protestará de nuevo contra lo que hoy constituye su más pura y legítima aspiración (…)
 Del tipo que nosotros sentimos profundo respeto y cariñosa simpatía, tenemos ejemplos en este país, tanto más hermoso cuanto más infortunado, en ese hombre apenas conocido por sus conciudadanos, sin grandes ni pomposos honores, sin paga del Estado, ni del Municipio, sin privilegios ni inmunidades, arrastrando, tal vez, una vida azarosa de trabajos y privaciones.
 Ese tipo es el del bombero en esta Isla, que nada le impide al primer toque de alarma, abandonar su lecho o su trabajo, su hogar y su familia, para correr impulsado por sus sentimientos filantrópicos a salvar la vida y la hacienda ajena, llegando en la realización de su ideal hasta el sacrificio de la propia vida.
 Tanta abnegación es digna de grandeza inmortal. Esta abnegación traspasa los límites de todo encomio, cuando observamos, en muchos casos, que las vidas y las haciendas que exigen tan grandes sacrificios a sus salvadores, pertenecen a los que los expolian, a la clase de los elegidos, a los que al siguiente día ridiculizan las manifestaciones de generosidad de aquellas almas nobles y grandes.
 El hombre de sentimientos humanitarios desprecia con supremo desdén las ingratitudes de sus semejantes; sólo escucha la voz de su conciencia que le grita las evangélicas palabras de: ama a tu prójimo como a ti mismo. Esas palabras constituyen su deber, que cumplen a despecho de todas las contrariedades e inconsecuencias.
 Tal es el bombero de esta Isla sin ventura.

 R. Mora: 17 de mayo de 1890, La Habana, 1890. 

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