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viernes, 7 de marzo de 2025

Higiene general de la locura (fragmento)



  Gustavo López


 Si nos ajustamos al rigorismo científico que demandan los progresos de la medicina mental, reduciremos más todavía el campo de frecuencia de estos tan singulares trastornos. El infante, en efecto, no puede ser loco en el sentido estricto de la frase. Si la fisiología no puede convenir para él, en la existencia efectiva de la razón, no podrá ser posible que la pierda. Por esto se verá, que es viciosa tolerancia, eso de consentir las frases, niños locos, o locura de la infancia que a menudo oímos; porque la voz locura, no es por cierto expresión genérica que cobija todos los modus morbosos del cerebro humano; sino que ella, teniendo hoy un sentido más restringido y mejor precisado, significa concreta y específicamente pérdida de la razón.

 Este atributo superior del hombre, esta enseña tan soberana, que de manera tan alta inscribe nuestro nombre en la escala de la organización, es precisamente, la que no se tienen hasta una época más posterior, hasta una edad más avanzada de la vida, en que se hacen más serios los progresos del desenvolvimiento funcional del cerebro. Este, el trabajo más soberbio, más sublime, más singular y misterioso de lo creado, es el que tal vez por su delicadeza y complicación misma, resulta el más tardo en evolucionar, el más parsimonioso en adquirir toda la plenitud de su potencialidad (…).

 Lo incompleto del desarrollo cerebral del niño, ya lo hemos dicho, trae por derivado natural y preciso, esta condición excepcional de hechos que dejamos señalada. En épocas acordes con los avances del desarrollo, el cerebro, será capaz de ir consintiendo la presentación de estados morbosos especiales, formas incompletas o frustradas, o tan solo expresiones sindrómicas. Esta es la conclusión exigida por la armónica correlación que guardan la anatomía y la fisiología cerebrales (…).

 No es posible, de ningún modo, convenir en el clarear de la razón sino hasta los 12, 14 años, o después. Solo entonces puede asegurarse que el cerebro entra en el periodo formal de su desarrollo funcional. Por eso, en los primeros años, no puede ser posible encontrar desorden serio radicante en los centros nerviosos superiores. Por eso, en estas ocasiones, no es dado al clínico observar, sino ciertos vicios de conformación, ciertos defectos de desarrollo, cuadros determinados de la degeneración mental, disgenesis cerebrales, etc., que escapan sí, común y corrientemente, a la generalidad; pero que bien percibidos son por el experto, el cual puede positivamente precisar el ciclo de su desarrollo o complemento, o el lugar que en la nosografía de la especialidad le corresponde. Como dice muy bien Luys, “la inmensa mayoría de las veces, estas perturbaciones, dependen de ciertos vicios orgánicos del aparato cerebral, y se presentan bajo la forma de debilidad intelectual con excitación y llegando hasta el idiotismo”.

 La epilepsia y la corea, tampoco son en manera alguna, sobre todo la última frecuentes en la primera infancia. Estas dolencias, tan laceradoras del corazón de los padres, como probatorias de la paciencia de los médicos -la primera mucho más-, suelen ordinariamente precisarse más allá de los seis años, un poco cercano a la adolescencia, en cuya ocasión, todo también puede definirse mejor. El histerismo, obedeciendo sin duda, a las leyes que presiden su génesis, llega más tarde todavía, cuando las facultades imaginativas pueden prodigarle la savia precisa a su existencia. Este proteo, de patogenia tantos años desdeñosamente oculta a la más perseverante labor, y cuya precisión y esclarecimiento es de estos modernísimos tiempos en que tan señaladamente ha sabido destacarse la figura de Pierre Janet, es dolencia, puede decirse, perfectamente propia de la edad media de la vida.

 Aunque consideremos nosotros al idiotismo, a la imbecilidad y a los débiles de inteligencia -hebefrénicos de Kahlbaum y Hecker-, como comprendidos dentro del extenso campo de la degeneración mental; y a pesar de que ya en conjunto hemos hecho cita de ello, parécenos propio dejar aquí constancia de la verdadera fortuna que tiene la humanidad, al poder señalar la no abundante frecuencia, con que se observan estos tres estados últimamente mencionados. Ya sigamos los preciosos estudios de Bourneville, Jules Voisin, Séglas, Bricon, etc., sobre el idiotismo; ya tengamos o no, el criterio de Gilber Ballet y Paul Sollier, sobre la naturaleza de la imbecilidad; o ya en punto a la debilidad mental definitiva, consideremos con Mairet, que es un trastorno independiente de la degeneración, es lo cierto, que la especie humana, no está muy castigada con estas monstruosidades. La raza negra, ya pura, o mestiza, ofrece en Cuba, un contingente notablemente mayor, de las citadas anomalías.

 Las encefalopatías infantiles, si bien de sobra se sepa que no pueden positivamente comprenderse dentro de las perturbaciones psicopáticas, bien deben merecer que las cite al final de la enumeración que venimos haciendo, tan solo en atención, a que cualquiera que sea la naturaleza de las lesiones que produzcan estos estados sindrómicos, rara vez, dejan de presentar alteraciones más o menos profundas de la inteligencia. Estos trastornos psíquicos tienen por característica el depender de una detención del desarrollo intelectual. Bourneville nos ha enseñado bien, las relaciones que guardan estas mencionadas encefalopatías con el idiotismo.

 ¿Y cuáles son, tócanos preguntar ahora, las causas productoras do los disturbios encefálicos que se observan en los primeros años de la vida?

  Vuestra ilustración habrá ya señalado, seguramente, a la herencia, como la más saturada de eficacia en esas oportunidades. Realmente, ella absorbe una gran parte del capítulo de la etiología, en lo que a la infancia se refiere. No hay obra alguna donde no se haga constar el importante papel desempeñada por este factor. Ya lo reconocía así Ludovicus Mercatus, médico español de la antigüedad, que escribió un libro -quizás el primero- sobre las enfermedades hereditarias. Después de él, Scipión Pinel, Esquirol, Elite, Guislain, Baillarger, Griessiuger, Parchappe, Webster, Briere de Boismon, Falret, Yoisin, Fobille, Magnus-Huss, Fleumning, Demeaux, Tissot, Morel, Mareé, Tardieu, Legrand du Saulle, Cotard, Christian, Bourneville, Luys, Régis, Ball, Charcot, Dagonet, Raymond, Joffroy y mil más que pudieran citarse, han convenido en la causal herencia. Trelat dice expresivamente "ella es una causa primordial, la causa de las causas".

 Pero a pesar de la notable fuerza de estas autoridades, nosotros nos atrevemos a exponer, que en todo ello, hay mucho de exageración. Exageración que alcanza al campo especialista, algunas veces, por sugestiones de familiares y, sobre todo, de profesores que no tratan los afectos cerebrales. Y exageración que llega a tener inacabables horizontes fuera del campo de los expertos. En este punto, para que la discusión crítica tenga valor, es necesario, parece imprescindible, que nos pongamos de acuerdo sobre la precisa significación y la extensión que debemos dar a la palabra herencia. En términos generales, yo no entiendo que existan más que dos clases de herencia: la una, la directa, y la otra colateral. La 1ra discutida negativamente por unos pocos, y la 2da por unos más. De cualquier modo que sea la influencia hereditaria, en campo de patología mental, nosotros no opinamos se ofrecen más que dos variedades: la homologa y la disímil, heteróloga, o neuro-patológica. La variedad primera es aquella que determina la misma perturbación, u otra análoga, que precisamente esté dentro del canon nosográfico de la enfermedad originaria. Por ejemplo, un loco engendra otro; un paralítico general tiene un hijo lipemaniaco; un perseguidor es padre de un neurasténico. La variedad disímil, es la que puede ser proporcionada por afecciones las más diversas, pero con tal que el campo de su asiento esté circunscripto al sistema nervioso. Ya es una esclerosis, ya la parálisis agitante, el reblandecimiento cerebral, la corea, la neurastenia, la histeria, la epilepsia, la miopatía progresiva, el mixedema, etc., etc., afecciones todas que tan pronto, unas como otras, pueden ser las originarias de formas diferentes de psicosis, de enfermedades convulsivas, de estados degenerativos los más diversos, de disgenesis cerebrales o de modalidades nerviosas las más variadas, etc. Ninguna ley preside estas transformaciones neuro-morbosas. La anarquía electiva es aquí la soberana. En ocasiones, ciertos fronterizos, algunos degenerados del rango superior, resultan los progenitores de seres que pueden estar situados en los últimos grados de las monstruosidades cerebrales.

 Estos, pues, son los límites, dentro de los cuales se realiza todo lo que a herencia pertenezca. De este elemento etiológico, hay por tanto, que descartar, resultados que no le pertenecen; hay que restarle sumas que no le son propias.

 Ciertos estados tóxicos, ciertas intoxicaciones crónicas, determinadas impregnaciones de agentes medicinales que el organismo habitualmente puede sufrir, como las del opio, del plomo, etc., es incuestionable que traen aparejadas especiales alteraciones, modificaciones sui-géneris en la constitución de los progenitores. Pero estas alteraciones, necesariamente habrán de ser en el sentido la morbosidad, y, por tanto, no puede ser extraño, que a una aptitud enfermiza del procreador, responda un nuevo ser, no absolutamente encajado en los perfiles mismos que la fisiología preceptúa. Ciertos afectos de la nutrición, variadas dolencias auto-tóxicas, ejercitan sobre el organismo, una acción perfectamente idéntica. Algunos estados diatésicos, determinada entidad constitucional de orden infeccioso, como la sífilis, por ejemplo, también hacen inapto al organismo para la procreación. Condiciones relacionadas con una naturaleza gastada, desequilibrada en su resistencia por virtud de la crápula, del desorden, o por los avances naturales que trae consigo la edad, o por motivo de una enfermedad cualquiera que so padezca, así como también por ciertos lazos consanguíneos, la gestación gemelar o múltiple, etc., son del mismo modo, circunstancias bien relacionadas con una descendencia familiarizada con la patología. Todavía aun, pueden citarse la acción de disgustos serios, de intensas emociones en el curso de un embarazo o en la oportunidad del acto fecundante, el estado de embriaguez o tan siquiera de convalecencia de uno de los padres, o de los dos, en el momento do la cópula, una enfermedad tenida en el curso de la gestación, alguna acción traumática, o una dolencia sobrevenida al feto mismo, causas y motivos innegables son, para resentir y conmover un tanto al organismo mejor preparado, facilitando así desvíos ulteriores de evolución y de desarrollo a los nuevos seres. Y así, prestándose atributos eficaces de decadencia a los que se abren a la vida, cual muy bien lo expresa Fournier en su trabajo “Influencia distrófica del heredo-sifilítico”, así repetimos, se obtienen enfermedades de todo orden; se suceden aptitudes morbosas de todas clases, y se determinan múltiples alteraciones o anomalías de constitución y de conformación.

 Pero esto no es herencia, en el recto sentido de la frase, ni tal cual razonablemente debe entenderse. Que no porque ignoremos la íntima naturaleza determinadora de las relaciones que resulten entre los estados anómalos, o las afecciones de los ascendentes, y las morbosidades, las anomalías, o los disturbios neuro-cerebrales de los engendradores, vamos a sentirnos satisfechos con una palabra que manejamos mucho, que el vulgo repite mucho más, pero que, a mi juicio, oculta solo un análisis que la ciencia de curar todavía no ha podido hacer.

 Es particular, que la ignorancia de ciertas cosas nos mantenga en una especie de quietismo, que impide avancemos en la investigación de asuntos más o menos estrechamente relacionados con aquel que permanece en la obscuridad. Porque aún nos falte mucho que progresar en medicina mental, no quiere ello decir que renunciemos a la explicación, o al esclarecimiento de ciertas relaciones clínicas, posteriormente mejor presentadas a la observación. El hecho de que esas condiciones anteriores nos hagan aceptar como buenas, cosas que se formularon en tiempo en que estábamos mucho más atrasados, no trae por corolario obligado, el que nos despojemos del deseo de procurar precisiones, por ejemplo, en el capítulo de la etiología. Ni de dejar de llamar nuestra atención los hechos que ocurren, y que parece solo se valoran en campo especialista: pues al hijo de un alcoholista que sufre estrabismo, o es un ejemplar de albinismo, que muere de eclampsia o de meningitis, nadie precisa aquellas sus alteraciones como hereditarias. Asimismo, que al lipemaniaco, cuya madre sucumbió de eclampsia, al iniciarse el parto mismo en que naciera, nadie le diagnostique de hereditario; ni al hijo de un sexagenario que resulte perseguido u obseso, le llamen heredada a su anomalía mental.

 Estos hechos, pues, no parecen naturalmente armonizarse, ni sumarse a esos ambiguos señalamientos atribuidos a la herencia; y rompen, desde luego, la uniformidad y extensión, que para ese factor se hace señalar y pregonar.

 No habrá, pues, de cabernos duda, que a la herencia se le ha hecho llegar a puntos, donde ella ciertamente no puede alcanzar. Su influencia etiológica, hay que convenir, se ha llevado a las cumbres más altas de la exageración. No tan solo se ha agrandado el radio de su poder, por virtud de las esbozadas razones, sí que también, ha recibido aumento por habérsela considerado como recurso fácil, como la última ratio disculpadora, del abandono más absoluto, que por desgracia se viene haciendo de los preceptos que aquí habrá de ocuparnos. (…) 

 Estos seres, colocados en medios inapropiados, abandonados a ellos mismos, sin estar influenciados por las determinaciones higiénicas que fundamentan este pobre trabajo, sin rodeárseles de una educación previsora, y apropiada, no será difícil verlos delirar, caer después bien pronto en etapas de cronicidad, y perder, por tanto, la sociedad, un miembro que hubiera podido serle útil. Si estos sujetos se hubiesen colocado en atmósferas apropiadas, guiados por preceptos que la práctica aconseja y tiene sancionados, es casi seguro, que no llegarían a delirar, a ser prisioneros de las psicopatías, u ser una carga enojosa del medio en que viven. ¿Es, pues, justo, que culpas, que debe cargarse a la cuenta de la despreocupación, del abandono, o de la ignorancia, se acumulen uno y otro día, al capítulo de la herencia?

 Los motivos de otro orden, que a más de la herencia, el abandono de la higiene, o la desatención de los medios educativos, se citan como determinadores de las afecciones cerebrales en la infancia, son positivamente excepcionales. Apenas, en buena investigación, se ha podido hacer eficaz, el poder de su influencia. Otros, no merecen ni discutirse. El de la masturbación, por ejemplo, que tanto se cita para ejercer su poderío, allá alboreándose la adolescencia, es, y puede perfectamente ser puesto en tela de juicio. Primero, porque la función genésica está todavía en faz evolutiva, no tiene aún la resonancia orgánica que se le concede; y segundo, porque cuando se ofrece a la observación clínica, ella, lejos de ser causa, es solo un síntoma. Las más de las veces representa su existencia una anomalía de desarrollo cerebral, o una mala conformación. La masturbación, en las oportunidades que me ocupan, no llega a ser fomentada, porque no produce un placer real, sino ella, tan solo determina una especie de orgasmo, a que responde el organismo, solo porque es presa de un bajo nivel en sus atributos más superiores, y de una alta nota (le desarrollo de potencias pertinentes a la animalidad.

 En consecuencia, ahora, con los motivos causales, precedentemente condensados, es nuestro primer deber pedir se les prodigue la más preferente meditación. A los dignos miembros de esta Corporación, a la Sociedad en general, a las instituciones, a los Gobiernos mismos, entrego cuestión de tanta monta. Él puede, en sus beneficios, contribuir en mucho, al porvenir de los pueblos al engrandecimiento, la virilidad de una nación entera, la mejora de la raza, la saludable resistencia de la humanidad.

 Los tiempos modernos, por virtud de causas y concausas bien variadas, traen un contingente cada vez mayor de dolencias de la clase que nos ocupan. Las estadísticas de todos los países, y los alienistas de todas partes, están unánimes en este concepto de proporción que tanto los preocupa. Por ello nos juzgamos en el deber de dar la voz de alarma; por ello nos decidimos a escribir esta memoria; por ello nos creemos en la obligación de alzar nuestra voz, sobre todo, en este recinto tan adecuado para prestarle una autoridad que ella bien necesita, y tan a propósito para prodigarle una resonancia de ha menester para brindar los bienes prácticos que persigue.

 Es imposible pensar en serio en la disminución de la locura; es dificilísimo y muy poco hacedero, el pretender detener el aumento de las morbosidades psicopáticas, sino sabemos, primero que nada, volver nuestras miradas a los padres, a las personas adultas, que son las que, mediante inapropiados e impensados lazos matrimoniales, contribuyen tanto y tanto a la propagación de la especie en prole morbosa e imperfecta. La locura, enfermedad especial, de singular importancia individual y social; que tanto puede contribuir a dañar a la sociedad, escogiendo como víctima a sus mismos miembros, como dañando en su más alto atributo a seres cuyo concurso y saber puede serle muy útil; bien precisamente exige que en el capítulo de su higiene general, dediquemos preferente lugar al asunto relativo a los matrimonios. Sí, porque no puede considerarse justo, tiene que estimarse ante la ciencia como un delito social, el hecho harto frecuente de fomentar la propagación de la especie mediante el enlace de individuos, privados de una constitución mental sana y estable. Urge en nuestros días, una menor despreocupación en los asuntos relacionados con las uniones matrimoniales.

 "Cuando se considera la descuidada manera, en que las personas, cualesquiera que sean los defectos de su constitución mental y corporal, llegan a casarse con frecuencia, sin apreciar su responsabilidad por las miserias que vinculan sobre aquellos que han de ser herederos de sus flaquezas, sin atender en efecto, a nada, sino a su propia satisfacción actual, se ve uno arrastrado a pensar, o que el hombre no es el animal sobresaliente por su razón y moralidad que pretende ser, o que hay en él un instinto que es más profundo que su propio conocimiento”. Esto, que expresado fue por notable profesor, en 1874, dice muy bien en favor de nuestra tesis, y en disfavor de una atención de que el hombre no debe nunca despojarse, para considerar las consecuencias de su matrimonio. El hombre que continúe casándose y entregándose su heno reflexivo al matrimonio; el joven que olvidado de la seriedad del asunto, de la meditación que exige, entrégase ligeramente a la excitación arrobadora que los habituales detalles de estos actos traen consigo; el que subyugado por tórpido halago, no sabe sino dar rienda suelta a avariento sensualismo; el que no deja que la reflexión penetre en los serios problemas que le competen, y tal vez, la majestad de ciertos asuntos, para que no le atormenten, los deja abandonados a "un plan universal que todo lo protejo", como dice Monsley, ese, no sólo cae en lamentable e imperdonable error, sino que escritura para sí, un castigo bien legítimo, cuyas torturas son mucho más grandes que toda su despreocupación. Este castigo, que ostentará su descendencia, es la degeneración patológica de la inteligencia, semilla frondosamente germinatriz, a través de las generaciones que le suceden. Una primera generación, podrá ofrecer, condicionales neuropáticas, aptitudes pasionales y violentas, ciertas lagunas morales, etc.; una segunda, podrá avanzar un tanto más en campo morboso; una tercera descendencia aparecerá evidenciando ya afecciones idiopáticas del cerebro, o la epilepsia, los ictus apopléticos, las anomalías instintivas, etc., y en fin, una cuarta generación, podrá ser el triste timbre representador de los grados diversos de la imbecilidad, de la mudez, de la sordo-mudez, el idiotismo, y tantas otras variedades de las anomalías cerebrales. Así, las generaciones sucediéndose, siquiera no con la aparente regularidad aquí expuesta, habrán seguramente, de disminuir el valor intrínseco de la sociedad; llevarán a ésta a una segura bancarrota, y en el trayecto, en tanto, la dañan y la molestan despiadadamente.

 Consideraciones son éstas, que imponen un trabajo serio de represión y de regeneración. Bien sé, a pesar de esto, que vi vimos en una sociedad heterogénea, donde esta labor se dificulta considerablemente. Bien sé, que esta es, y habrá de ser; una eterna cuestión, continuamente acompañada del desdén de los demás y del descuido de todos. Pero no importa; que quien tiene el deber de hablar, debe saber alzar su voz hasta que se le oiga. Y aunque no se lo quiera oír, debe continuar cumplimentando su cometido; que alguna vez habrá, y algún día llegará, en que se impondrán los preceptos serenos de la ciencia, y se consigan los beneficios que intenta prodigar este trabajo.

 Una y otra vez habrá necesidad de pregonar estas cosas; que señalar el mal y el modo de evitarlo; y día llegará, seguramente, en que los hombres no desdeñen ni rechacen nuestras advertencias; que consigo traen una labor de mucha ciencia y muchos años. La sociedad, por otra parte, adelantará, progresará a su vez, y entonces se le adaptarán mejor los preceptos que el arte de curar tiene establecidos. No pretenderá jamás la medicina que los hombres no sigan amando, que al amar no deseen casarse, que al casarse no anhelen tener descendencia. Pero nada de esto obliga a que los predispuestos a la locura, a que los ostentadores de marcados atributos de la degeneración mental, realicen aproximaciones y enlaces, los unos con los otros (...).

 Con convicción profunda entiendo, que el nuevo ser obedece muy principalmente al medio en que se encuentra, a las condiciones que le rodean. Soy de los que fía mucho a una educación perseverante y apropiada; y tengo la firmísima creencia de que la dirección es la que puede hacer buenos o malos a los niños. El inmortal Spencer nos da la razón. Con esto, dicho queda que no pensamos con Labruyére y Lombroso, que entienden son los niños, naturalmente perversos, mentirosos, irritables, ladrones, crueles, rebeldes, apasionados, etc.

 Cuando ocurren estas cosas, es solamente cuando la morbosidad se hace constar. Bien sé de sobra, que todas las criaturas no son dóciles, no evidencian desde temprano la bondad de caracteres o de sentimientos; pero precisamente a eses aprovechará mucho una conveniente educación; precisamente esos, recibirán los más grandes beneficios de la previsora y mancomunada acción de la ciencia y do la pedagogía. Que ya para Platón, no pasaban desapercibidas estas cosas, cuando dijo, que “el malvado debía su maldad a su organización y a su educación”.

 Las santas enseñanzas de un hogar puro y honrado; las sugestiones que reciben con el ejemplo y la práctica de lo bueno; las solicitaciones a que está sujeto con la ejercitación de las virtudes, con el ordenado aprovechamiento del trabajo; las imitaciones a que 1c llevan la bondad, la moderación, la templanza, la labor esmerada de una educación experta, le hacen, incuestionablemente, ser el niño obediente, dócil y sin perversidad de hoy, y en el mañana, el hombre pundonoroso, honrado, etc., .que la sociedad necesita para su alzamiento y su prestigio. Cuando el niño está colocado en otra atmósfera que las que acabamos de citar; cuando los factores del desorden, de la crápula, latrocinio, etc., le rodean por todas partes; entonces este tierno ser, se rinde a ellos, y va a sumarse entre el montón de los calificados por estos dos grandes hombres que hemos citado. Pero esto, entiéndase bien, no es por cualidad innata, sino porque, miembro tiernísimo del complejo social, el niño no tiene, no puede tener, en su organización misma, elementos bastantes a resistir el empuje de las solicitaciones múltiples de que es objeto. Tributemos aquí un caluroso aplauso, a esa obra tan hermosa y superior, que realiza en nuestra Maternidad, un hombre distinguido, el Sr. D. Cornelio Coppinger. ¿Y cuándo anatematizaremos bastante ese antro estimulador y fabricador de perversidad y morbosidad juvenil, que soporta la Habana, con el título beatico de Asilo de San José? (...).

 ¡Cuánto hay que hacer todavía en materia de educación! Establecer los principios de la higiene mental educadora, sobre las sólidas bases de una acción verdaderamente científica, es obra meritísima, sí, pero superior a nuestras fuerzas y no del momento presente. Los buenos ejemplos, el hábito de las costumbres morigeradas, la ausencia de ciertos espectáculos, y el atender mucho las relaciones amistosas de los infantes, deben merecer recomendación especial por nuestra parte. Deben ser muy vigiladas las reuniones de los niños; y no consentirse, con los que le lleven apreciable diferencia de edad. Este hecho, cuántas veces es el que despierta y anticipa la vida genital de las criaturas, dejando maltrecha su natural inocencia, rasgando su pudor, y abriendo puertas a determinadas perversiones. También nuestras niñeras, al abandonar a los niños en poder de los criados, realiza o completa la acción anteriormente señalada.


 "Higiene general de la locura" (fragmento), Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, T-XXXII, 1896, pp. 316-55.


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