Gustavo López
Si nos ajustamos al rigorismo científico que
demandan los progresos de la medicina mental, reduciremos más todavía el campo de
frecuencia de estos tan singulares trastornos. El infante, en efecto, no puede ser
loco en el sentido estricto de la frase. Si la fisiología no puede convenir
para él, en la existencia efectiva de la razón, no podrá ser posible que la pierda.
Por esto se verá, que es viciosa tolerancia, eso de consentir las frases, niños
locos, o locura de la infancia que a menudo oímos; porque la voz locura,
no es por cierto expresión genérica que cobija todos los modus morbosos del
cerebro humano; sino que ella, teniendo hoy un sentido más restringido y mejor
precisado, significa concreta y específicamente pérdida de la razón.
Este atributo superior del
hombre, esta enseña tan soberana, que de manera tan alta inscribe nuestro
nombre en la escala de la organización, es precisamente, la que no se tienen
hasta una época más posterior, hasta una edad más avanzada de la vida, en que
se hacen más serios los progresos del desenvolvimiento funcional del cerebro.
Este, el trabajo más soberbio, más sublime, más singular y misterioso de lo
creado, es el que tal vez por su delicadeza y complicación misma, resulta el
más tardo en evolucionar, el más parsimonioso en adquirir toda la plenitud de su
potencialidad (…).
Lo incompleto del desarrollo
cerebral del niño, ya lo hemos dicho, trae por derivado natural y preciso, esta
condición excepcional de hechos que dejamos señalada. En épocas acordes con los
avances del desarrollo, el cerebro, será capaz de ir consintiendo la presentación
de estados morbosos especiales, formas incompletas o frustradas, o tan solo
expresiones sindrómicas. Esta es la conclusión exigida por la armónica
correlación que guardan la anatomía y la fisiología cerebrales (…).
No es posible, de ningún modo, convenir en el clarear de la razón sino
hasta los 12, 14 años, o después. Solo entonces puede asegurarse que el cerebro
entra en el periodo formal de su desarrollo funcional. Por eso, en los primeros
años, no puede ser posible encontrar desorden serio radicante en los centros
nerviosos superiores. Por eso, en estas ocasiones, no es dado al clínico
observar, sino ciertos vicios de conformación, ciertos defectos de desarrollo,
cuadros determinados de la degeneración mental, disgenesis cerebrales, etc.,
que escapan sí, común y corrientemente, a la generalidad; pero que bien
percibidos son por el experto, el cual puede positivamente precisar el ciclo de
su desarrollo o complemento, o el lugar que en la nosografía de la especialidad
le corresponde. Como dice muy bien Luys, “la inmensa mayoría de las veces,
estas perturbaciones, dependen de ciertos vicios orgánicos del aparato
cerebral, y se presentan bajo la forma de debilidad intelectual con excitación
y llegando hasta el idiotismo”.
La epilepsia y la corea, tampoco
son en manera alguna, sobre todo la última frecuentes en la primera infancia.
Estas dolencias, tan laceradoras del corazón de los padres, como probatorias de
la paciencia de los médicos -la primera mucho más-, suelen ordinariamente
precisarse más allá de los seis años, un poco cercano a la adolescencia, en
cuya ocasión, todo también puede definirse mejor. El histerismo, obedeciendo
sin duda, a las leyes que presiden su génesis, llega más tarde todavía, cuando
las facultades imaginativas pueden prodigarle la savia precisa a su existencia.
Este proteo, de patogenia tantos años desdeñosamente oculta a la más
perseverante labor, y cuya precisión y esclarecimiento es de estos modernísimos
tiempos en que tan señaladamente ha sabido destacarse la figura de Pierre
Janet, es dolencia, puede decirse, perfectamente propia de la edad media de la vida.
Aunque consideremos nosotros al
idiotismo, a la imbecilidad y a los débiles de inteligencia -hebefrénicos de Kahlbaum
y Hecker-, como comprendidos dentro del extenso campo de la degeneración
mental; y a pesar de que ya en conjunto hemos hecho cita de ello, parécenos
propio dejar aquí constancia de la verdadera fortuna que tiene la humanidad, al
poder señalar la no abundante frecuencia, con que se observan estos tres
estados últimamente mencionados. Ya sigamos los preciosos estudios de Bourneville,
Jules Voisin, Séglas, Bricon, etc., sobre el idiotismo; ya tengamos o no, el
criterio de Gilber Ballet y Paul Sollier, sobre la naturaleza de la imbecilidad;
o ya en punto a la debilidad mental definitiva, consideremos con Mairet, que es
un trastorno independiente de la degeneración, es lo cierto, que la especie
humana, no está muy castigada con estas monstruosidades. La raza negra, ya
pura, o mestiza, ofrece en Cuba, un contingente notablemente mayor, de las
citadas anomalías.
Las encefalopatías infantiles, si
bien de sobra se sepa que no pueden positivamente comprenderse dentro de las
perturbaciones psicopáticas, bien deben merecer que las cite al final de la enumeración
que venimos haciendo, tan solo en atención, a que cualquiera que sea la naturaleza
de las lesiones que produzcan estos estados sindrómicos, rara vez, dejan de presentar
alteraciones más o menos profundas de la inteligencia. Estos trastornos
psíquicos tienen por característica el depender de una detención del desarrollo
intelectual. Bourneville nos ha enseñado bien, las relaciones que guardan estas
mencionadas encefalopatías con el idiotismo.
¿Y cuáles son, tócanos preguntar
ahora, las causas productoras do los disturbios encefálicos que se observan en
los primeros años de la vida?
Vuestra ilustración habrá ya
señalado, seguramente, a la herencia, como la más saturada de eficacia
en esas oportunidades. Realmente, ella absorbe una gran parte del capítulo de
la etiología, en lo que a la infancia se refiere. No hay obra alguna donde no
se haga constar el importante papel desempeñada por este factor. Ya lo
reconocía así Ludovicus Mercatus, médico español de la antigüedad, que escribió
un libro -quizás el primero- sobre las enfermedades hereditarias. Después de él,
Scipión Pinel, Esquirol, Elite, Guislain, Baillarger, Griessiuger, Parchappe,
Webster, Briere de Boismon, Falret, Yoisin, Fobille, Magnus-Huss, Fleumning,
Demeaux, Tissot, Morel, Mareé, Tardieu, Legrand du Saulle, Cotard, Christian,
Bourneville, Luys, Régis, Ball, Charcot, Dagonet, Raymond, Joffroy y mil más
que pudieran citarse, han convenido en la causal herencia. Trelat dice
expresivamente "ella es una causa primordial, la causa de las causas".
Pero a pesar de la notable fuerza de estas autoridades, nosotros nos atrevemos a exponer, que en todo ello, hay mucho de exageración. Exageración que alcanza al campo especialista, algunas veces, por sugestiones de familiares y, sobre todo, de profesores que no tratan los afectos cerebrales. Y exageración que llega a tener inacabables horizontes fuera del campo de los expertos. En este punto, para que la discusión crítica tenga valor, es necesario, parece imprescindible, que nos pongamos de acuerdo sobre la precisa significación y la extensión que debemos dar a la palabra herencia. En términos generales, yo no entiendo que existan más que dos clases de herencia: la una, la directa, y la otra colateral. La 1ra discutida negativamente por unos pocos, y la 2da por unos más. De cualquier modo que sea la influencia hereditaria, en campo de patología mental, nosotros no opinamos se ofrecen más que dos variedades: la homologa y la disímil, heteróloga, o neuro-patológica. La variedad primera es aquella que determina la misma perturbación, u otra análoga, que precisamente esté dentro del canon nosográfico de la enfermedad originaria. Por ejemplo, un loco engendra otro; un paralítico general tiene un hijo lipemaniaco; un perseguidor es padre de un neurasténico. La variedad disímil, es la que puede ser proporcionada por afecciones las más diversas, pero con tal que el campo de su asiento esté circunscripto al sistema nervioso. Ya es una esclerosis, ya la parálisis agitante, el reblandecimiento cerebral, la corea, la neurastenia, la histeria, la epilepsia, la miopatía progresiva, el mixedema, etc., etc., afecciones todas que tan pronto, unas como otras, pueden ser las originarias de formas diferentes de psicosis, de enfermedades convulsivas, de estados degenerativos los más diversos, de disgenesis cerebrales o de modalidades nerviosas las más variadas, etc. Ninguna ley preside estas transformaciones neuro-morbosas. La anarquía electiva es aquí la soberana. En ocasiones, ciertos fronterizos, algunos degenerados del rango superior, resultan los progenitores de seres que pueden estar situados en los últimos grados de las monstruosidades cerebrales.
Estos, pues, son los límites,
dentro de los cuales se realiza todo lo que a herencia pertenezca. De este
elemento etiológico, hay por tanto, que descartar, resultados que no le
pertenecen; hay que restarle sumas que no le son propias.
Ciertos estados tóxicos, ciertas
intoxicaciones crónicas, determinadas impregnaciones de agentes medicinales que
el organismo habitualmente puede sufrir, como las del opio, del plomo, etc., es
incuestionable que traen aparejadas especiales alteraciones, modificaciones
sui-géneris en la constitución de los progenitores. Pero estas alteraciones,
necesariamente habrán de ser en el sentido la morbosidad, y, por tanto,
no puede ser extraño, que a una aptitud enfermiza del procreador, responda un
nuevo ser, no absolutamente encajado en los perfiles mismos que la fisiología
preceptúa. Ciertos afectos de la nutrición, variadas dolencias auto-tóxicas,
ejercitan sobre el organismo, una acción perfectamente idéntica. Algunos
estados diatésicos, determinada entidad constitucional de orden infeccioso,
como la sífilis, por ejemplo, también hacen inapto al organismo para la procreación.
Condiciones relacionadas con una naturaleza gastada, desequilibrada en su
resistencia por virtud de la crápula, del desorden, o por los avances naturales
que trae consigo la edad, o por motivo de una enfermedad cualquiera que so
padezca, así como también por ciertos lazos consanguíneos, la gestación gemelar
o múltiple, etc., son del mismo modo, circunstancias bien relacionadas con una
descendencia familiarizada con la patología. Todavía aun, pueden citarse la acción
de disgustos serios, de intensas emociones en el curso de un embarazo o en la oportunidad
del acto fecundante, el estado de embriaguez o tan siquiera de convalecencia de
uno de los padres, o de los dos, en el momento do la cópula, una enfermedad
tenida en el curso de la gestación, alguna acción traumática, o una dolencia
sobrevenida al feto mismo, causas y motivos innegables son, para resentir y
conmover un tanto al organismo mejor preparado, facilitando así desvíos
ulteriores de evolución y de desarrollo a los nuevos seres. Y así, prestándose
atributos eficaces de decadencia a los que se abren a la vida, cual muy bien lo
expresa Fournier en su trabajo “Influencia distrófica del heredo-sifilítico”, así
repetimos, se obtienen enfermedades de todo orden; se suceden aptitudes
morbosas de todas clases, y se determinan múltiples alteraciones o anomalías de
constitución y de conformación.
Pero esto no es herencia, en
el recto sentido de la frase, ni tal cual razonablemente debe entenderse. Que
no porque ignoremos la íntima naturaleza determinadora de las relaciones que
resulten entre los estados anómalos, o las afecciones de los ascendentes, y las
morbosidades, las anomalías, o los disturbios neuro-cerebrales de los
engendradores, vamos a sentirnos satisfechos con una palabra que manejamos
mucho, que el vulgo repite mucho más, pero que, a mi juicio, oculta solo un
análisis que la ciencia de curar todavía no ha podido hacer.
Es particular, que la ignorancia de
ciertas cosas nos mantenga en una especie de quietismo, que impide avancemos en
la investigación de asuntos más o menos estrechamente relacionados con aquel
que permanece en la obscuridad. Porque aún nos falte mucho que progresar en
medicina mental, no quiere ello decir que renunciemos a la explicación, o al
esclarecimiento de ciertas relaciones clínicas, posteriormente mejor
presentadas a la observación. El hecho de que esas condiciones anteriores nos
hagan aceptar como buenas, cosas que se formularon en tiempo en que estábamos
mucho más atrasados, no trae por corolario obligado, el que nos despojemos del
deseo de procurar precisiones, por ejemplo, en el capítulo de la etiología. Ni de
dejar de llamar nuestra atención los hechos que ocurren, y que parece solo se
valoran en campo especialista: pues al hijo de un alcoholista que sufre
estrabismo, o es un ejemplar de albinismo, que muere de eclampsia o de meningitis,
nadie precisa aquellas sus alteraciones como hereditarias. Asimismo, que al
lipemaniaco, cuya madre sucumbió de eclampsia, al iniciarse el parto mismo en
que naciera, nadie le diagnostique de hereditario; ni al hijo de un sexagenario
que resulte perseguido u obseso, le llamen heredada a su anomalía mental.
Estos hechos, pues, no parecen
naturalmente armonizarse, ni sumarse a esos ambiguos señalamientos atribuidos a
la herencia; y rompen, desde luego, la uniformidad y extensión, que para ese
factor se hace señalar y pregonar.
No habrá, pues, de cabernos duda, que a la herencia se le ha hecho llegar a puntos, donde ella ciertamente no puede alcanzar. Su influencia etiológica, hay que convenir, se ha llevado a las cumbres más altas de la exageración. No tan solo se ha agrandado el radio de su poder, por virtud de las esbozadas razones, sí que también, ha recibido aumento por habérsela considerado como recurso fácil, como la última ratio disculpadora, del abandono más absoluto, que por desgracia se viene haciendo de los preceptos que aquí habrá de ocuparnos. (…)
Estos seres, colocados en medios inapropiados,
abandonados a ellos mismos, sin estar influenciados por las determinaciones
higiénicas que fundamentan este pobre trabajo, sin rodeárseles de una educación
previsora, y apropiada, no será difícil verlos delirar, caer después bien
pronto en etapas de cronicidad, y perder, por tanto, la sociedad, un miembro
que hubiera podido serle útil. Si estos sujetos se hubiesen colocado en atmósferas
apropiadas, guiados por preceptos que la práctica aconseja y tiene sancionados,
es casi seguro, que no llegarían a delirar, a ser prisioneros de las
psicopatías, u ser una carga enojosa del medio en que viven. ¿Es, pues, justo,
que culpas, que debe cargarse a la cuenta de la despreocupación, del abandono,
o de la ignorancia, se acumulen uno y otro día, al capítulo de la herencia?
Los motivos de otro orden, que a
más de la herencia, el abandono de la higiene, o la desatención de los medios
educativos, se citan como determinadores de las afecciones cerebrales en la infancia,
son positivamente excepcionales. Apenas, en buena investigación, se ha podido
hacer eficaz, el poder de su influencia. Otros, no merecen ni discutirse. El de
la masturbación, por ejemplo, que tanto se cita para ejercer su poderío, allá
alboreándose la adolescencia, es, y puede perfectamente ser puesto en tela de juicio.
Primero, porque la función genésica está todavía en faz evolutiva, no tiene aún
la resonancia orgánica que se le concede; y segundo, porque cuando se ofrece a la
observación clínica, ella, lejos de ser causa, es solo un síntoma. Las más de las
veces representa su existencia una anomalía de desarrollo cerebral, o una mala
conformación. La masturbación, en las oportunidades que me ocupan, no llega a
ser fomentada, porque no produce un placer real, sino ella, tan solo determina
una especie de orgasmo, a que responde el organismo, solo porque es presa de un
bajo nivel en sus atributos más superiores, y de una alta nota (le desarrollo de
potencias pertinentes a la animalidad.
En consecuencia, ahora, con los motivos causales, precedentemente condensados, es nuestro primer deber pedir se les prodigue la más preferente meditación. A los dignos miembros de esta Corporación, a la Sociedad en general, a las instituciones, a los Gobiernos mismos, entrego cuestión de tanta monta. Él puede, en sus beneficios, contribuir en mucho, al porvenir de los pueblos al engrandecimiento, la virilidad de una nación entera, la mejora de la raza, la saludable resistencia de la humanidad.
Los tiempos modernos, por virtud de causas y concausas bien variadas,
traen un contingente cada vez mayor de dolencias de la clase que nos ocupan.
Las estadísticas de todos los países, y los alienistas de todas partes, están
unánimes en este concepto de proporción que tanto los preocupa. Por ello nos
juzgamos en el deber de dar la voz de alarma; por ello nos decidimos a escribir
esta memoria; por ello nos creemos en la obligación de alzar nuestra voz, sobre
todo, en este recinto tan adecuado para prestarle una autoridad que ella bien
necesita, y tan a propósito para prodigarle una resonancia de ha menester para
brindar los bienes prácticos que persigue.
Es imposible pensar en serio en la disminución de la locura; es
dificilísimo y muy poco hacedero, el pretender detener el aumento de las
morbosidades psicopáticas, sino sabemos, primero que nada, volver nuestras
miradas a los padres, a las personas adultas, que son las que, mediante
inapropiados e impensados lazos matrimoniales, contribuyen tanto y tanto a la propagación
de la especie en prole morbosa e imperfecta. La locura, enfermedad especial, de
singular importancia individual y social; que tanto puede contribuir a dañar a la
sociedad, escogiendo como víctima a sus mismos miembros, como dañando en su más
alto atributo a seres cuyo concurso y saber puede serle muy útil; bien
precisamente exige que en el capítulo de su higiene general, dediquemos preferente
lugar al asunto relativo a los matrimonios. Sí, porque no puede considerarse
justo, tiene que estimarse ante la ciencia como un delito social, el hecho
harto frecuente de fomentar la propagación de la especie mediante el enlace de individuos,
privados de una constitución mental sana y estable. Urge en nuestros días, una
menor despreocupación en los asuntos relacionados con las uniones
matrimoniales.
"Cuando se considera la descuidada manera, en
que las personas, cualesquiera que sean los defectos de su constitución mental
y corporal, llegan a casarse con frecuencia, sin apreciar su responsabilidad por
las miserias que vinculan sobre aquellos que han de ser herederos de sus
flaquezas, sin atender en efecto, a nada, sino a su propia satisfacción actual,
se ve uno arrastrado a pensar, o que el hombre no es el animal sobresaliente
por su razón y moralidad que pretende ser, o que hay en él un instinto que es
más profundo que su propio conocimiento”. Esto, que expresado fue por notable
profesor, en 1874, dice muy bien en favor de nuestra tesis, y en disfavor de una
atención de que el hombre no debe nunca despojarse, para considerar las
consecuencias de su matrimonio. El hombre que continúe casándose y entregándose
su heno reflexivo al matrimonio; el joven que olvidado de la seriedad del
asunto, de la meditación que exige, entrégase ligeramente a la excitación
arrobadora que los habituales detalles de estos actos traen consigo; el que
subyugado por tórpido halago, no sabe sino dar rienda suelta a avariento
sensualismo; el que no deja que la reflexión penetre en los serios problemas
que le competen, y tal vez, la majestad de ciertos asuntos, para que no le atormenten,
los deja abandonados a "un plan universal que todo lo protejo", como dice
Monsley, ese, no sólo cae en lamentable e imperdonable error, sino que
escritura para sí, un castigo bien legítimo, cuyas torturas son mucho más
grandes que toda su despreocupación. Este castigo, que ostentará su descendencia,
es la degeneración patológica de la inteligencia, semilla frondosamente
germinatriz, a través de las generaciones que le suceden. Una primera
generación, podrá ofrecer, condicionales neuropáticas, aptitudes pasionales y
violentas, ciertas lagunas morales, etc.; una segunda, podrá avanzar un tanto
más en campo morboso; una tercera descendencia aparecerá evidenciando ya afecciones
idiopáticas del cerebro, o la epilepsia, los ictus apopléticos, las anomalías
instintivas, etc., y en fin, una cuarta generación, podrá ser el triste timbre
representador de los grados diversos de la imbecilidad, de la mudez, de la sordo-mudez,
el idiotismo, y tantas otras variedades de las anomalías cerebrales. Así, las
generaciones sucediéndose, siquiera no con la aparente regularidad aquí
expuesta, habrán seguramente, de disminuir el valor intrínseco de la sociedad;
llevarán a ésta a una segura bancarrota, y en el trayecto, en tanto, la dañan y
la molestan despiadadamente.
Consideraciones son éstas, que
imponen un trabajo serio de represión y de regeneración. Bien sé, a pesar de esto,
que vi vimos en una sociedad heterogénea, donde esta labor se dificulta
considerablemente. Bien sé, que esta es, y habrá de ser; una eterna cuestión,
continuamente acompañada del desdén de los demás y del descuido de todos. Pero
no importa; que quien tiene el deber de hablar, debe saber alzar su voz hasta
que se le oiga. Y aunque no se lo quiera oír, debe continuar cumplimentando su
cometido; que alguna vez habrá, y algún día llegará, en que se impondrán los
preceptos serenos de la ciencia, y se consigan los beneficios que intenta
prodigar este trabajo.
Una y otra vez habrá necesidad de pregonar estas cosas; que señalar el mal y el modo de evitarlo; y día llegará, seguramente, en que los hombres no desdeñen ni rechacen nuestras advertencias; que consigo traen una labor de mucha ciencia y muchos años. La sociedad, por otra parte, adelantará, progresará a su vez, y entonces se le adaptarán mejor los preceptos que el arte de curar tiene establecidos. No pretenderá jamás la medicina que los hombres no sigan amando, que al amar no deseen casarse, que al casarse no anhelen tener descendencia. Pero nada de esto obliga a que los predispuestos a la locura, a que los ostentadores de marcados atributos de la degeneración mental, realicen aproximaciones y enlaces, los unos con los otros (...).
Con convicción profunda entiendo,
que el nuevo ser obedece muy principalmente al medio en que se encuentra, a las
condiciones que le rodean. Soy de los que fía mucho a una educación
perseverante y apropiada; y tengo la firmísima creencia de que la dirección es la
que puede hacer buenos o malos a los niños. El inmortal Spencer nos da la razón.
Con esto, dicho queda que no pensamos con Labruyére y Lombroso, que entienden
son los niños, naturalmente perversos, mentirosos, irritables, ladrones,
crueles, rebeldes, apasionados, etc.
Cuando ocurren estas cosas, es
solamente cuando la morbosidad se hace constar. Bien sé de sobra, que todas las
criaturas no son dóciles, no evidencian desde temprano la bondad de caracteres o
de sentimientos; pero precisamente a eses aprovechará mucho una conveniente
educación; precisamente esos, recibirán los más grandes beneficios de la previsora
y mancomunada acción de la ciencia y do la pedagogía. Que ya para Platón, no
pasaban desapercibidas estas cosas, cuando dijo, que “el malvado debía su
maldad a su organización y a su educación”.
Las santas enseñanzas de un hogar
puro y honrado; las sugestiones que reciben con el ejemplo y la práctica de lo
bueno; las solicitaciones a que está sujeto con la ejercitación de las
virtudes, con el ordenado aprovechamiento del trabajo; las imitaciones a que 1c
llevan la bondad, la moderación, la templanza, la labor esmerada de una
educación experta, le hacen, incuestionablemente, ser el niño obediente, dócil
y sin perversidad de hoy, y en el mañana, el hombre pundonoroso, honrado, etc.,
.que la sociedad necesita para su alzamiento y su prestigio. Cuando el niño
está colocado en otra atmósfera que las que acabamos de citar; cuando los
factores del desorden, de la crápula, latrocinio, etc., le rodean por todas
partes; entonces este tierno ser, se rinde a ellos, y va a sumarse entre el
montón de los calificados por estos dos grandes hombres que hemos citado. Pero
esto, entiéndase bien, no es por cualidad innata, sino porque, miembro tiernísimo
del complejo social, el niño no tiene, no puede tener, en su organización
misma, elementos bastantes a resistir el empuje de las solicitaciones múltiples
de que es objeto. Tributemos aquí un caluroso aplauso, a esa obra tan hermosa y
superior, que realiza en nuestra Maternidad, un hombre distinguido, el Sr. D.
Cornelio Coppinger. ¿Y cuándo anatematizaremos bastante ese antro estimulador y
fabricador de perversidad y morbosidad juvenil, que soporta la Habana, con el
título beatico de Asilo de San José? (...).
¡Cuánto hay que hacer todavía en
materia de educación! Establecer los principios de la higiene mental educadora,
sobre las sólidas bases de una acción verdaderamente científica, es obra
meritísima, sí, pero superior a nuestras fuerzas y no del momento presente. Los
buenos ejemplos, el hábito de las costumbres morigeradas, la ausencia de ciertos
espectáculos, y el atender mucho las relaciones amistosas de los infantes,
deben merecer recomendación especial por nuestra parte. Deben ser muy vigiladas
las reuniones de los niños; y no consentirse, con los que le lleven apreciable
diferencia de edad. Este hecho, cuántas veces es el que despierta y anticipa la
vida genital de las criaturas, dejando maltrecha su natural inocencia, rasgando
su pudor, y abriendo puertas a determinadas perversiones. También nuestras
niñeras, al abandonar a los niños en poder de los criados, realiza o completa la
acción anteriormente señalada.
"Higiene general de la locura" (fragmento), Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, T-XXXII, 1896, pp. 316-55.
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