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martes, 22 de octubre de 2024

Automatismos, procesos

 

  La célebre tesis del psiquíatra Clerambault parece que está bien fundada: el delirio, con su carácter global sistemático, es secundario con respecto a fenómenos de automatismo parcelarios y locales. En efecto, el delirio califica al registro que recoge el proceso de producción de las máquinas deseantes; y aunque tenga síntesis y afecciones propias, como podemos verlo en la paranoia e incluso en las formas paranoides de la esquizofrenia, no constituye una esfera autónoma y es secundario con respecto al funcionamiento y a los fallos de las máquinas deseantes. No obstante, Clerambault utilizaba el término "automatismo (mental)" tan sólo para designar fenómenos atemáticos de eco, de sonorización, de explosión, de sinsentido, en los que veía el efecto mecánico de infecciones o intoxicaciones. A su vez, explicaba una buena parte del delirio como un efecto del automatismo; en cuanto a la otra parte, «personal», era de naturaleza reactiva y remitía al “carácter”, cuyas manifestaciones, por otra parte, podían preceder al automatismo (por ejemplo, el carácter paranoico). De este modo, Clerambault no veía en el automatismo más que un mecanismo neurológico en el sentido más general de la palabra, y no un proceso de producción económica que ponía en acción máquinas deseantes; y en cuanto a la historia, se contentaba con invocar el carácter innato o adquirido. Clerambault es el Feuerbach de la psiquiatría, en el mismo sentido en que Marx dice: “En la medida en que Feuerbach es materialista, la historia no se encuentra en él, y en la medida que considera la historia, no es materialista.” Una psiquiatría verdaderamente materialista se define, por el contrario, por una doble operación: introducir el deseo en el mecanismo, introducir la producción en el deseo.

 No existe una diferencia profunda entre el falso materialismo y las formas típicas del idealismo. La teoría de la esquizofrenia está señalada por tres conceptos que constituyen su fórmula trinitaria: la disociación (Kraepelin), el autismo (Bleuler), el espacio-tiempo o el ser en el mundo (Binswanger). El primero es un concepto explicativo que pretende indicar el trastorno específico o el déficit primario. El segundo es un concepto comprensivo que indica la especificidad del efecto: al propio delirio o la ruptura, “el desapego a la realidad acompañado por una predominancia relativa o absoluta de la vida interior”. El tercero es un concepto expresivo que descubre o redescubre al hombre delirante en su mundo específico. Los tres conceptos tienen en común el relacionar el problema de la esquizofrenia con el yo, a través de “la imagen del cuerpo” (último avatar del alma, en el que se confunden las exigencias del espiritualismo y del positivismo). Pero, el yo es como el papá-mamá, ya hace tiempo que el esquizo no cree en él. Está más allá, está detrás, debajo, en otro lugar, pero no en esos problemas. Sin embargo, allí donde esté, existen problemas, sufrimientos insuperables, pobrezas insoportables, mas ¿por qué queremos llevarlo al lugar de donde ha salido, y queremos colocarlo en esos problemas que ya no son los suyos? ¿por qué queremos burlarnos de su verdad a la que creemos haber rendido suficiente homenaje al concederle un saludo ideal? Tal vez se diga que el esquizo no puede decir yo, y que es preciso devolverle esta función sagrada de enunciación. Ante lo cual dice resumiendo: se me vuelve a enmarranar. “Ya no diré yo, nunca más lo diré, es demasiado estúpido. Pondré en su lugar, cada vez que lo oiga, a la tercera persona, si pienso en ello. Quizás esto les di vierta, sin embargo, no cambiará nada.” Y si vuelve a decir yo, esto tampoco cambiará nada. Completamente ajeno a estos problemas, por completo más allá. Incluso Freud no escapa a este limitado punto de vista del yo. Y lo que se lo impedía era su propia fórmula trinitaria -la edípica, la neurótica: papá-mamá-yo. Será preciso que nos preguntemos si el imperialismo analítico del complejo de Edipo no condujo a Freud a recobrar, y a garantizar con su autoridad, el fastidioso concepto de autismo aplicado a la esquizofrenia. Pues, en una palabra, a Freud no le gustan los esquizofrénicos, no le gusta su resistencia a la edipización, más bien tiene tendencia a tratarlos como tontos: toman las palabras por cosas, dice, son apáticos, narcisistas, están separados de lo real, son incapaces de transferencia, se parecen a filósofos, “indeseable semejanza”. A menudo se ha preguntado sobre la manera de concebir analíticamente la relación entre las pulsiones y los síntomas, entre el símbolo y lo simbolizado. ¿Es una relación causal, o de comprensión, o de expresión? La cuestión se plantea demasiado teóricamente. Pues, de hecho, desde que nos introducimos en Edipo, desde que se nos mide con Edipo, ya se ha desarrollado el juego y se ha suprimido la única relación auténtica: la de producción. El gran descubrimiento del psicoanálisis fue el de la producción deseante, de las producciones del inconsciente. Sin embargo, con Edipo, este descubrimiento fue encubierto rápidamente por un nuevo idealismo: el inconsciente como fábrica fue sustituido por un teatro antiguo; las unidades de producción del inconsciente fueron sustituidas por la representación; el inconsciente productivo fue sustituido por un inconsciente que tan sólo podía expresarse (el mito, la tragedia, el sueño...).

  Cada vez que se remite el problema del esquizofrénico al yo, sólo podemos “probar” una esencia o especificidad supuestas del esquizo, sea con amor y piedad, sea para escupirla con desagrado. Una vez como yo disocia do, otra como yo escindido, otra, la más coqueta, como yo que no había cesado de ser, que estaba allí específicamente, pero en su mundo, y que se deja recobrar por un psiquiatra maligno, un super-observador comprensivo, en suma, un fenomenólogo. También ahí recordamos la advertencia de Marx: no adivinamos por el gusto del trigo quien lo ha cultivado, no adivinamos en el producto el régimen y las relaciones de producción. El producto aparece específico, inenarrablemente específico, cuando se le relaciona con formas ideales de causa, comprensión o expresión; pero no aparece específico si se le relaciona con el proceso de producción real del que depende. El esquizofrénico aparece tanto más específico y personificado desde que se detiene el proceso, o desde que se le convierte en un fin, o desde que se le hace jugar en el vacío hasta el infinito, de manera que provoque esta “horrible extremidad en la que el alma y el cuerpo acaban por perecer” (el Autista). El famoso estado terminal de Kraepelin... Por el contrario, desde que se asigna el proceso material de producción, la especificidad del producto tiende a desvanecerse, al mismo tiempo que aparece la posibilidad de otra “realización”. Antes que la afección del esquizofrénico artificializado, personificado en el autismo, la esquizofrenia es el proceso de la producción del deseo y de las máquinas deseantes. Por tanto, la cuestión importante es: ¿cómo pasamos de uno a otro? ¿es inevitable este paso? Sobre este punto, al igual que sobre otros, Jaspers proporcionó las indicaciones más valiosas, ya que su idealismo era singularmente atípico. Oponiendo el concepto de proceso a los de reacción o desarrollo de la personalidad, piensa el proceso como ruptura, intrusión, alejado de una relación ficticia con el yo para sustituirla por una relación con lo “demoníaco” en la naturaleza. Tan sólo le faltaba concebir el proceso como realidad material económica, como proceso de producción en la identidad Naturaleza = Industria, Naturaleza = Historia.


 Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Paidós, ed. 1985, pp. 29-32.

 

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