Paulo Leminski
Los antiguos abrían bueyes para
ver futuro en estructura de tripa: ejércitos en fuga, granizo, ríos en crecida,
gente sangrando, espadas fuera de vaina, cosechas, ciudades incendiadas. Más
reciente, separé en pedazos para que me admitieran en los círculos más
allegados a las intimidades de la vida. Ciencia es eso, llegó allí, paró:
navajas fueron precisas. Ya disequé mucho: la lámina cortó donde la cabeza
debía entender, dividí en menudos para darme por satisfecho. Advierto que no
hay bicho que yo entienda. Mayor el ojo, más denso queda, el tamanduá se
tamanduíza con toda la fuerza: queriendo captar su verdad en un parpadear y en
un cambiar de lente, aprehenderlo de entrada. Tal vez, empero, no vale la pena.
Ninguno vale un cuadrado, un círculo, un cero. ¿Y a mí qué me interesa? De aquí
a lo infinitamente grande o a lo infinitamente pequeño, la distancia es la
misma, tanto da, poco me importuna. Allí canta la máquina-pájaro, allí pasta la
máquina-anta: allí caga la máquina-bicho. No soy máquina, no soy bicho, soy
René Descartes, por la gracia de Dios. Al enterarme deso, estaré entero. Fui yo
quien hizo ese mato: salgan de él, puentes, fuentes y mejoras, periplos bugres
y poblados batavos. ¡Yo expendo Pensamientos y yo extiendo la Extensión!
Pretendo la Extensión pura, sin la escoria de vuestros corazones, sin el
menstruo desos monstruos, sin las heces desos rezos, sin la brutalidad desas
tesis, sin las bostas desas bestias. ¡Abajo las metamorfosis desos bichos, —
camaleones robando color a la piedra! Polvos en seco: ¿en el huevo quién dio
antes en el otro, un ala en la línea del gajo o un salto en busca de agasajo?
No saben qué hacer de sí, insectos pegan la forma de la hoja; mimesis. ¿Y la
forma? ¡Cosas de la vida! ¡Venid a mí, geometrías, figuras perfectas, — Platón,
abre el corral de arquetipos y prototipos; Formas geométricas, embestid con
vuestras aristas únicas, ángulos imposibles, hilos 25 invisibles a simple
vista, contra lo bestial destas bestias, sus mentones barbudos, cuerpos
contorsionados, picos embarazosos de explicar, cuernos confundidos por
mutaciones, ojos en rodaja de cebolla! ¡Venid círculos contra tamanduás,
cuadrados por tucanes, losanges verso tatús, bienvenidos! ¡Mi ingenio contra
esos ingenios! ¡La sed que sume hiede que hambrea! Me falta realidad. Allá
cabalga la pereza que más se me parece, más no puede la arcilla humana. Apenas
alguien que sabe decir no. Desde verdes años, tentáronme el eclipse y la
economía de los esquemas. Eximio de los más hábiles en los manejos de
ausencias, busqué apoyo en los últimos reductos del cero. Fue la época en que
más prestigié el silencio, el ayuno y el no. La geometría. Casi no pensar.
Cuadrado es casi nada. Un círculo prácticamente falta, trazar una línea orilla
el ocio: pensar un problema de geometría es desviar de un vuelo sin dar un nulo
pío. Cuando geómetra, ser si a lo que hay de más nada. ¿Quién soy yo para
cambiarlo? Esa araña geometrifica sus caprichos en la Idea desa tela: enmaraña
la máquina de líneas y está esperando que le caiga a ciegas un bicho dentro:
ahí trabaja, ahí cena, ahí huelga. Camina en el aire, susténtase a éter, obra
de nada: no vacila, no duda, no yerra. Organiza el vacío avante, palpa, papa y
palpita, resplandeciente en la nada donde se engasta y agárrase por la alhaja
en que pena, desierto de rectas donde la geometría no corre riesgos pero se
caga. Esta desolación del verde en este desierto lleno se está prevaliendo de
mis hechos de armas y pensamientos. ¿Sabe con quién está hablando? Cultivé mi
ser, me hice poco a poco: me constituí. Letras me nutrieron desde la infancia,
mamé en los compendios y me abrevé de las nociones de las naciones. Compulsé
índices y consulté episodios. Desaté el nudo de las actas, manipulé manuales e
investigué tomos. Ojo nocturno y diurno, recorrí las letras en caminos: tropecé
en las vírgulas, caí en el abismo de las reticencias, yací en las cárceles de
los paréntesis, roté la muela de las mayúsculas, adelgacé el incordio de las
interrogaciones, el florete de las exclamaciones me traspasó henchí de callos
la mano hidalga doblando páginas. En descifrar enigmas fui Edipo; enrollar
cogitaciones, Sísifo; en multiplicar hojas por el aire, otoño. Frecuenté
guerras y aduares; asiduo en el atrio de las basílicas, crucé mares, pisé el
palo de los navíos, el mármol de los palacetes y la cabeza de las cobras. Estoy
con Parménides, fluyo con Heráclito, 26 trasciendo con Platón, gozo con
Epicuro, me privo estoicamente, dudo con Pirro y creo en Tertuliano, porque es
más absurdo. Linterna en mano, toqué a la puerta de los volúmenes mendigándoles
el sentido. Y en la noche oscura de las bibliotecas iluminábame el cielo la luz
de los asteriscos. Maté uno a uno los bichos de la biblia. Me dixit magister
quod ipsi magistri dixerunt: Thyphus dégli Odassi, Whilem Van der Overthuisen,
Bassano di Alione, Ercole Bolognetti, Constantin Huyghens, Bernardino Baldi,
Cosmas Indicopleustes, Robert Grosseteste et ceteri. Estoy en latín como esos
bichos en la casa de fieras, golpeo la cabeza en las paredes, camino de muro a
muro sumando millas. Diviso. Me senté a la mesa de los notables, distinguí la
compañía de varones insignes, eso tal yo mismo nato y hecho. Un hombre hecho de
armas y pensamientos. Mis virtudes, alibís, inmunidades y potencias: la
náutica, la cinegética, la haliéutica, la poliorcética, la patrística, la
didascalia, el pancracio, la exégesis, la heurística, la ascesis, la óptica, la
cábala, la bucólica, la casuística, la propedéutica, fábulas, apoteosis,
partenogénesis, exorcismos, soliloquios, panaceas, metempsicosis, jeroglíficos,
palimpsestos, incunables, laberintos, bestiarios y fenómenos. Ceremonias me
curvaron ante reyes y damas. La piedra de los templos me hirió la rodilla
derecha. Horas mías en el oro de relojes perfectos. Me incliné sobre libros a
ver pasar ríos de palabras. Todas las ramas del saber humano me ahorcaron,
sebastián flechado por las dudas de los autores. Navegué con éxito entre la
higiene y el bautismo, entre el catecismo y el escepticismo, la idolatría y la
iconoclastia, el eclecticismo y el fanatismo, el pelagianismo y el quietismo,
entre el heroísmo y el egoísmo, entre la apatía y el nerviosismo, y salí
incólume hacia el sol naciente de la doctrina boa, entre el borde y el abismo.
Mal emergido de los juegos pendientes en que consume puericia sus días, me di
al florete, los ejercicios de la espada me absorbían entero. Maestros sorbí
expertos en el arte. Mi pensamiento elaboraba láminas día y noche, posturas y
maniobras, desgarrado en una selva de estoques, florete segando las flores del
aire. Habité los diversos aposentos de las moradas del palacio de la espada. El
primer florete que te cae a la mano exhibe el peso de todas las confusiones, el
peso de un huevo, estertores de bicho y una lógica que cinco dedos adivinan. En
los florilegios de posturas de las primeras prácticas, Vuestra Merced es bueno.
La espada se da, su mano florece naturalmente en florete, la primavera flor de
piel. Todavía de repente el florete vuelve y te muerde la mano. No hay más
acierto; Vuesamerced no se halla más en aquel laberinto de posiciones, tajos,
estocadas, altibajos, puntos y formas. Pásase adonde lo menos que acontece es
el darse media vuelta y lanzar de sí el florete: ábrese un precipicio entre la
mano y la espada. Ahora conviene firmeza. Muchos desandan, pocos perseveran.
Vencido este lance, la práctica verdadera comienza. Es la segunda morada del
palacio: muchos trabajos, poca consolación. Ahí el florete ya es instrumento.
Largo dura. Un día, lejos de la espada, la mano se contorsiona en su entender y
agarra la primera punta del filo, la Lógica. Vuesamerced ya es de casa, acceso
a la cuarta morada. La conversación con el estilete es sin reservas. Lo propio
desta morada es el menguado pensar: una geometría, lo mínimo de discurso. Tiene
la mano la espada como a un huevo, los dedos tan flojos que no quiebren y tan
firmes que no caiga. De que el mismo destino contempla vuesamerced y la espada
— tú te enteras: entero está ahora. Aquí se multiplican corredores, quod vital
sectabor iter? En lo concerniente a mi persona, escogí errado: llegué a pensar
que yo era espada y desvariar en no precisarla. Las luces del entendimiento
brujuleaban. No estaba lejos la medicina de mis males. Compuse el papel de
esgrima en que metí a palabrería lo resultante de mi industria pasada. El texto
escrito, no más me entendí en aquella artimaña. En edad de milicia puse
entonces mi espada al servicio de príncipes, — estos gemelos y los Heeren XIX
de la Compañía de las Indias. Largué los floretes para tomar la pluma, y
porfían discretos si la flor o la pluma nos autorizan más a las eternidades de
la memoria. Hoy, ya no florecen en mi mano. Metí números al cuerpo y era
esgrima, números a las cosas y era ciencia, números al verbo y era poesía.
Ancoré la cabeza llena de humareda en el mar deste mundo de humos donde moriré
de tanto mirar. ¿Juzgar duele? Arapongas golpeen hierros en el calor, en el
presente, ya no hay más guerra, que así mal llamo a esas prestaciones de
mercenarios cuya bravura se compra a diez tostones y diez tostones vale. Ni a
esa copia cada vez mayor de gente que venciendo combates más por el número que
por el denuedo o altos cometidos — llamaré guerrero. ¿Ese concurso todo de
bombardas por ventura no borró las líneas de los blasones, insignias y divisas,
en un báratro de estrépitos donde se enmarañan 28 personas, cualidades y
estados? Huelgo en recordar un caso digno de porvenir que conviene la pluma y
la tinta arrebátenlo de los azares de la memoria para la carta, sitio más
seguro. Buen combate combatí en Hungría, yendo a los tumultos de la sucesión
del Palatinado. Un cuerpo de hidalgos, todos del mayor mérito y nacimiento,
topó con nosotros en el abrir de la planicie magiar. De nuestra parte, CCCXIII,
todo a favor. Mediríamos armas, estipulando el uso tan sólo de blancas.
Primores de proezas se hicieron ahí. Mucho tengo escrito desde entonces, y si
por mucha pluma se virase pájaro hace ya mucho habría volado mi mano derecha.
Las letras de lo escrito marchitando las flores vivas del pensar, el alfabeto
lapida los estertores de las aristas de los sentidos: el arte gráfico
cristaliza el manuscrito en arquitectura de signos, pensamiento en superficie
mensurable, raciocinio ponderable, así muriendo en gradas, desde los
esplendores agónicos del pensar vivo hasta las obras completas. Máquinas vi increíbles:
el espejo ustator, la eolipila de Athanasius Kircher. La luz de cirios y
candelas que un cono capta a incidir en un círculo de vidrio con dibujos a la
manera del zodíaco, el haz de luz desenrollando la imagen por sobre una pared
blanca: Padre Athanasius acciona la rueda para dar vida al movimiento, almas
agitan brazos frenéticos entre las llamas del infierno o los electos giran en
torno del Padre, — linterna mágica a colar sombras en la caverna platónica.
¿Qué decir del artefacto de aquel tal de Pascal, cuya sola mención es maravilla
y pasmo de las gentes? A pedido de la Academia de Ciencias, sometí y sometí el
laberinto de piezas y morrallas que digitadas calculan, a todos los rigores del
escrutinio: le experimenté la eficacia todo un día y no se engañó una sola vez.
¡Bizarros tiempos estos en que una fábrica poco mayor que cajita de música hace
el oficio del entendimiento humano! El reloj de Lanfranco Fontana está entre
los dédalos máximos que los intelectos desa era, quimerizando, pudieran arquitectar:
no contento con mostrar y sonar las horas, acusa el movimiento de los planetas
y adivina eclipses. Lidié con la obstinación de la aguja magnética contra el
Norte, persiguiendo un meridiano. Otras callo para no alarmar el mundo de las
varias que temo un día nos cerquen. Máquina considerado este cuerpo, Leonardo
aquel ingenio tan agudo cuanto artífice sutilísimo ¿no compuso un automáta
semoviente a manera de humano? El día vendrá en que pongan altares a un
dios-máquina, — Dios, la máquina de una sola pieza. Estas bestias hacen
cualquier cosa de las máquinas de que hablo: ¿cuál la finalidad destas
arquitecturas tortuosas? ¿Provocarme pasmo, maravilla o risa? Perdido busca la
persona perdida años atrás, ¿ser-tan-as? ¿Cómo era incluso el nombre de aquel río
de quien decían horrores de la amnesia que daba a la hora señalada, bebida su
agua? No juegues… ¿Incluso? ¡Qué bien, mamá, mira, estoy huérfano! Quien
desaparece no enmohece. Atrás, dejo un ser perfecto en el desafío de la cara
desos bichos: repto. No interpresto mis monstruos por ningún oro deste mundo:
los coloco en una letargia analgésica raramente interrumpida por accesos de
furia asesina. Se manifrustran desde las columnas de Hércules a las colinas de
Miércoles, ¡sólo buscar bien en los ortos de los espiridiones! Aquí no hay
medios de repugnancia.
Traducción de Reynaldo
Jiménez
Catatau. Una
novela-idea, Buenos Aires, Descierto, 2014.
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