Paulo Leminski
Se ruega a los internos
interesarse por el hallazgo. Propio del alimento corporal es, que al alimentar,
se vaya el sabor de la boca pero los frutos de esta tierra son caju, maracujá y
ananás, no pasan por la glotis, carcomen la úvula y se atascan en la gargántula.
De saporibus et de coloribus en mi imaginación… Las cosas ruedan, se
transforman sin salirse del lugar: el peso, riguroso con los otros,
complaciente con los suyos, a sí mismo permitiéndose liviandades de todos los
quilates. ¡El pesadísimo pedazo calcó toda su pesada tara y tarea en el peaje
de un no sólo más leve que el aire, sino más que eso, ligerísimo oro! Ningún
lugar contiene el peso de todo, físico, mecánico, porque ninguna variedad se
podría introducir allí: continuo desgaste hasta el colapso que desemproaría el
orbe vaya a saber dónde. Ese lugar existe, nada más puedo adelantar sobre lo
que me lleva la delantera en gravidez. Está tan pesado que no puedo levantarlo,
que se vuelva más liviano, liviano, más, que yo voy pudiendo. Calor y mosquitos
me rumian el pensamiento. La mierda del piso que filtra la flor de los perfumes
en el aire, fragancia flagrante. Mi pensar se pudre entre mamones, cajas de
azúcar y flores de ipé, cambios rapidísimos, absurdos instantáneos, lapsos
relapsos, trepidaciones relámpago monstruo, más próximo a su excelencia
recientísima, tan reciente que es casi presente y, siempre no siéndolo, irá más
allá, porque va con más ímpetu, pupilos en la niña de los ojos de su ministro.
La cabeza duerme en un teorema comiendo ananá, me despierto con la boca llena
de hormigas. Cuando el asombro ya es principio de eternidad, receta una hierba,
- recita y resucita un fantasma atormentando la duración que se le debe. El
pensamiento se extravía en la órbita de esa canícula cancelada por un cáncer.
¡Aquí la sustancia humana nada pensante, pesando vaya a saber qué de prensil!
Allá en la torre Marcgravf, Goethuisen, Usselincx, Barleus, Post, Grauswinkel,
Japikse, Rovlox, Eckhout (1) coleccionan y correlacionan las vitrinas de
cristal con los bichos y flores de este mundo. ¿Pero no advierten que deberían
poner a Brasil entero en un alfiler bajo el vidrio? Puedo equivocarme, lo que
nadie puede es equivocarse por mí. Se reúne el Consejo Secreto de Mauritius:
conspiran negros, avanzan quilombolas, atacan los gés, invierten brasílicos,
cae el precio del azúcar, o ¿qué? ¿La Ge? ¿La Equis? No. Discuten especies y
especímenes de la flora y fauna, modismos de decir, posiciones de los astros.
Dos pesos entran por un ojo: cero absoluto e inmaculada concepción – dos
medidas salen por el otro: moto continuo y destino. La base para las medidas
será, en lo que respecta a las ponderaciones, la ceniza que resulta de la quema
de tres gajos principales del árbol bungue – que se encuentra en Ceilán cada
muerte de obispo,- recogidos el día del trigésimo aniversario de la
precipitación de su semilla. En cuanto al criterio principal, esperemos
definirlo en los inescrutables designios de una asamblea de sabios en
permanente inminencia de hacerlo. En lo que se refiere a la extensión, tomen
como unidad la distancia que separa a los involucrados en la santísima
trinidad. El tiempo será dividido por las pausas entre el latido en el corazón
y el ataque de un arquero persa de veintiocho años, veterano de todas las batallas
por venir, tomado de sorpresa por una mano en la masa que nunca faltó al
encuentro con su imprevisto, cayendo en peso sobre su pelo, invariablemente
dotada de la velocidad que tiene para ir, de la segunda ventana del palacio de
Mauricio hasta la corola del tulipán de tres lunas, la primera pluma que cae de
la cola del ave cualcatua, que algunos sin embargo sostienen no pasar de
leyenda impiadosa de las islas Macarias, motivo de burla en todos los
archipiélagos circunvecinos. Una parasanga (2) son tres mil palmos, cada palmo
– veinte dedos, cada dedo – seis uñas, cada una – una pestaña en pie ante una
artimaña, cada cilio – dos pelos de cilicio, cada silencio – un utensilio: una
porquería. Para más detalles, la portería. Discute y argumenta Bizancio,
¡enemigo en puerta! ¿Cuántos ángeles en la punta de una aguja? ¿Quién le puso
luz al culo de la luciérnaga? ¿Cuántos insectos en una cacerola? ¿Cuántas
flechas en tu cuerpo? Están comentando en los circunpiélagos; flatos en todo el
curso del flujo. El recurso es volver corriendo, la charla retorna y se atrasa,
¡mis condescendencias a título de condolencias! La velocidad de la lógica
sobrepasa el límite del lenguaje, atrás del lenguaje, ¿delante de qué? Todo
tiene que ser igual que el eco… ¡sólo falta ecualizar! Puedo ser útil si me veo
claro pero entiendo y al entender me hago entendedor de medias corcheas y
colmenas llenas. Quien da que hablar, ¿no da para hacerle lo mismo? En un
primer afloje, se algebriza de arriba abajo. A continuación triunfa disconforme.
Árboles acuáticos, viveros soleados, una mínima aura, cosas fluidas y de poca
duración, números y leyes de los días. Yace en peligro el destino del clan. Tal
como soy, persistiendo así, en piedra está. Del tal que lo hizo, en otra parte
adelante audiendos. Sucede conforme el adrede. Insista siempre. Se preserva delo
real en una turris eburnea: lo real viene ahí, lo real está por llegar, ¡he
allí el advento! Vrijburg se defiende, defiéndanse, vrijburgueses, el cerco
aprieta, acierta cerca, ¡alerta, alarde, alarma, atalaya! Todo tiro es susto,
todo humo – espanto, todo cuidado – poco caso. Viene en los negros de los
quilombos, en las naves de los carcamanes, en la cara de estos bichos:
basiliscos brasílicos queman la caña, entre las llamas pasando pendones.
Cairás, torre de Vrijburg, en gran ruina. Paseo entre cobras y escorpiones mi
talón de Aquino, caminar de Aquiles. Y esa torre de Babel del orgullo de
Marcgravf y Spix, piedra sobre piedra no quedará, el pasto crecerá sobre la
piedra y la piedra a la espera de las tinieblas se pudre y pasa a hiedra la
piedra que era… La confusión de las lenguas no deja margen para que el río de
dudas bañe de oro y verde las esperanzas de los planes de todos nosotros: las
tablas de los eclipses de Marcgravf no se ponen de acuerdo con las de
Grauswinkel; Japikse piensa que es mono ése que Rovlox considera fruto de los
coitos malditos de los toupinambaoults y los tamanduás; Grauswinkel, perito en
las mañas de los cuerpos celestes, en las manchas del sol y otras rarezas
uránicas, es un lunático; ¡Spix, cabeza de selva, donde una aiurupara está
posada en cada embuayembo, una aiurucururca, un aiurucurau, una aiurucatinga,
un tuim, una tuipara, una tuitirica, una arara, una araracá, una araracán, una
araracanga, una araraúna, en cada gajo del catálogo de caapomonga, caetimay,
taioia, ibabiraba, ibiraobi! ¿Vivero? ¡Todo eso está muerto! Por ellos, los
árboles ya nacían con el nombre en latín en la cáscara, los animales con el
nombre en la frente dentro de la moda que la bestia del apocalipsis lanzó como
un diezmo periódico por diadema, cada hombre ya nacía escrito con el epitafio
en el pecho, los frutos brotarían con el recetario de sus propiedades, virtudes
y contraindicaciones. Este es el emético, éste el diurético, éste el
antiséptico, laxante, dispéptico, astringente, esto es letal… Abaris cantó el
viaje de Apolo al país de los hiperbóreos, el dios contemplándolo con el
ejercicio del vaticinio y la flecha en la que volaba. El reloj de sol aquí es
cera derritiéndose, negándose al honor de marcar las horas, el estiércol del
perezoso nos entierra en la arena movediza… Hasta aquí, Marcgravf; pero ego
contra: Grauswinkel, Rovlov, Spix, vuestro reino no es de este mundo, vuestra
patria no es Germania ni Bavaria. ¡Tu reino es el reino animal, rey – el león;
tu reino es el reino vegetal, reina, - la rosa; tu reino es el reino mineral,
rey, - el oro! Se derrumba la torre con su corona de sextantes y astrolabios
hasta el último burgo de casas. Era para seguir pero a nadie le hizo hacer lo
que dice. De la multitud de pueblos un largo gemido se levanta 328 confirmando
lo que decían del sueño del rey – sus jefes. Por aquí no pasó, si cae del suelo
no pasa. ¡Con cuántas tablas se hacen las canoas atlánticas! Si su acaso se
casara con la doña en vano, la irreflexión echaba raíces remontando a la más
alta antigüedad como autóctona pero las lenguas ondas tirapiedras repartieron
ejemplos y mantuvieron las tablas idénticas. ¿Esto es un logro? Mayor relámpago
del astro en el zodíaco de Antyczewsky… Encárelo con naturalidad. La naturaleza
no deja errar al genio de la lluvia, moja a grandes y pequeños, secos y
mojados, moja lo exacto y lo impreciso y, si duda mucho, hasta este punto.
Ahorita mismo, una meadita. En un universo impreciso, es necesario ser
inexacto, decir siempre casi antes de lo dicho: “casi murió” para “entiérralo
hoy”; “casi llueve” para “après moi, le déluge”; “casi todo” para decir que
entró entero. Miríadas de soles persiguen a torbellinos de heliotropos entrando
dentro de los cruces de las cosas: respiro en esa luz un aire detenido, respiro
y habiendo respirado en la rueda de ese giro, paso y reparo. ¿Cuando nos
retiremos, el cáncer de Brasilia engullirá todo o acaso el núcleo de orden de
la geometría de estas jaulas prevalecerá aquí? Troya caerá, cayó Vrijburg. Lo
real lleno de caries allí llega. Nunca se vio cosa igual: ningún fraude lo
frustra. Nada obsta el proyecto de la primera materia, ninguna carrera lo traba
ni tiene barrera que lo cargue. La vida de aquí se vuelve vía. Los monstruos
adulteran las vías con el poder de raspajes. Los bichos se burlan de los
sabios: montan una pieza más perfecta que el laboratorio de la torre de cuyas
efemérides es la réplica en efigie. Todo lo que el mono tiene que hacer es
legitimar los duplicados: la retentiva de un papagayo graba todos los
recorridos de un tatu que examina raíces en las convexidades de la tierra, la
lengua del tamanduá absorbe hormigas que observan atentas todas las fases de la
operación. La cobra escudriña la lente de las lupas. ¿Para qué pensar en esto?
¡Y tan luego esa arquitectura que no se justifica! La penumbra de la pereza
pesa pedregullo en los platillos de la balanza de mi entendimiento, dormir con
el ruido del azúcar hinchando los tallos de las cañas, despertar con los
cascabeleos sostenidos de la cobra. Destellos de antorchas entre las frutas que
explotan cachos de insecto y hernia. Cada marca cada vez más cerca del umbral
del alumbramiento de mi infarto, el peso impulsa el caso del óbice. La araña
lleva de aquí para allá el tiempo que me llevó conseguir el tenor de semejantes
teoremas. Doy por perdido aquel instante, piedra preciosa en el tesoro de las
cronologías. De fumar la boca se llena de tierra y la cabeza de una agua
quieta. Ninguna sombra de duda se retrata en el punto en blanco de mi mirabilis
fundamentum que no sea indicio de la irrupción de nuevas realidades. ¿Qué
signos abrieron las cortinas que separaban mis métodos de las tentaciones de
los dioses de estos parajes? Para probarlos, en esa piedra de toque, mi
pensamiento de choque golpea en esa piedra – y el eco es ecuación, mismidad y
repetición. Refleja, devuelve y confiere: Carnaza de Narciso. ¿Sabe lo que
pensé? Sé. ¿Va a intentar lo que yo no consigo? Sigo. ¿Garantizo y no niego?
Eco. Como queda patente, no se puede ya confiar ni en este subproducto de las
ausencias. Las ninfas que siguen se obtienen a través del mismo proceso. El
verdor cuela miembros desnudos no sé a quién los atribuya. ¿Pareja desgarrada
de reses gés? ¿Yerro en los horrores de la torre? Nada se compara hasta aquí a
estas luces de los cuerpos a los rostros concurrentes en colorear con armonías
del estar la compostura del ir. Juntos nadie sería el par más primo que jamás
hubo sino los próximos dos cada vez más justo, los cuerpos dando los puntos,
mantelando y desmantelando líneas en el nudo impecable de los abrazos más
complejos. Destiló la luz, perdió la ristra. Ya manducan de sacar pedazos del
fruto del leño, Adán y Eva, primos patres nostros, deshaciendo la entera unidad
del jardín que sólo en fluir consistía. Envejecen a simple vista llorando, la
lengua escupesangre purgando el amargor de la manzana. Capté el desvío del rayo
antes del diluvio – yo, Brasilia y todo, ¿qué fue eso? Un móvil de madera
bamboleante parece que sacuden. ¿Tirogolpe de angola? ¿Nave que flagra? ¿Casa
en brasa? Sacudón en los cimientos, ¿obra de un resbalón de pensamientos?
Desintegraron el todo, todo está sujeto a tal sentencia: Desfálquennos la
cohesión del flujo del ser, el núcleo libera y nivela los corpúsculos del mal.
El tupinamboults morfa otro invitado más y le recuerda qué manjar es y, en
escabeche, toda araruta tiene su día menguante; serpientes menos sus
pertenencias, el conjunto por el total, ¿conquiénde vosotros repartiría? A los
que digan, compartan, ¡anatemas en las antenas! ¡Maldición y fuego eterno a los
sustraidores! Cuando hasta el filtro se empuerca, ¿quién lo desinmunda? Qué
bautismo fue ese que no se derraman suficientes aguas para lavar mi sífilis.
Siento en mí las fuerzas y formas de este mundo, me crecen cuernos en los ojos,
el pelo se multiplica, garras ganan la punta de los dedos, dientes me llenan la
boca, tengo asomos de fiera, renato fui. ¡Si papá me viera ahora, si mamá
mirara hacia acá! Al rey de los animales le conviene ver qué animal sea. Lleno
las condiciones: pleiteo. Exijo en las presentes los homenajes que los
circunstantes deben a su centro de atenciones. Quiero la palabra. Hoogh
moogh-Heeren (3), la solicito. Faltando quien quiera o, salvadas las
susceptibilidades, sepa hacer de ella objeto de los usos de su razón, que le
tome el hilo que tengo un asunto que tratar con ella, y lo que pretendo no os
merece menos respeto. Muchos no y otrosí después, reivindico para mi persona el
regimiento de esta república de alimañas, representado por una corona de
dientes de tatu, un cetro de cuerno buscado vivo o muerto en cada cabeza de
burro y manto de buches de tucán. Quia nominor Denominante primero y único, en
pleno decreto de una serie de diez con tantos adendos en medio cuantos fueren
acrescendos. Feria de bichos. ¡Pregón! ¡Se vende un tamanduá! bicho útil en los
días inútiles que corren: lengua ferina, bandera en la cola y terror de
hormigas. Quien lleva un bicho gana un camastro. Compró un tamanduá, recibe un
tamanduísta para explicarle el funcionamiento. Cuando cierra la boca así, se
está refiriendo a mí. Compró el perezoso, puede llevarme que estoy entregado a
las ostras hasta la raíz, en dependencia de una materia prensil en la
perpendicular de la diagonal, a la vista de los monstruos hasta la nariz. En
fin ¿qué digo sino hipótesis desprovistas de toda credibilidad? ¿Alguien está
pensando en mi entendimiento o ya creé bicho en la memoria? Yo sé ¿no sabe?
Pero las cosas me fueron adversas, como se desprende de esta lista de precios
trazada de prisa sobre este mapa ensangrentado. Para entender la fábula, bondad
de examinar el mapa anatómico de una hueva. ¿O es de alguna carne, alguna res
que comí? El ser es eso espeso definitivo. Precario. ¿O una hierba, el clima de
la región y un zoo pueden más que sus reflejos en el espejo inmortal de mi
alma? ¿La salvaré? Lo de Ausonio “quod vitae sectabor iter” me preguntaron los
verdes años. Y ahora entre toupinamboults, ¿con cuánto me quedo? ¿Con qué cara
tendré que quedarme? A menudo la tierra pulsa un corazón; ¿o será el mío? ¿De
quién será este escalofrío que no cesa? ¿Qué piensan los índices sobre todo
esto? ¿El indio piensa? ¿El gé es como uno? De aquí hace diez años, Artyczewsky
me lo dirá. Me ocurre usted ¿piensa todavía?... ¿Y si no pensara más? Con todos
aquellos tatuajes, ¿piensa todavía? ¿Un hombre escrito piensa? Este
pensamiento, por ejemplo, recuso, refuto, repelo, desheredo, rasuro, desisto.
Indios comen gente. Pensamiento aquí, es susto. Estos conceptos– yo los quiero
perpetuar, perpetuos en mi memoria – estos sucesos. Demasías. Este mundo. Este
mato. Me apuntaron con flechas del depósito de Zenón. Comen gente, ¿cómo será?
Nos sepultan nombre y corazón – un cuerpo, y me vienen súbitamente ganas de devorar a Artyczewsky. ¿Llegaré a tiempo para
tener sus pensamientos? Sentiré sus males, sufriré sus dolores, ¿qué hago con
sus saberes y haceres? Estos conceptos – yo los quiero despreciar. Artyczewsky
no tendrá noticias de ellos, no se piensa ya en eso. ¿El indio piensa? El indio
come a quien piensa – eso sí. El indio chupándome, pensará estos mis pensares,
pesará con todo este mi peso, instantáneo detenido momento, comiendo sin
comentario. Un indio se lleva al pecho la pierna mirando cara a cara, ojo a ojo
nuestra cabeza calaverada. Yo vi con estos ojos de tierra comestibles y este
discernimiento que el Señor de todos los raciocinios ha de recoger entre los
círculos de los justos. En Górdio, hablan por nosotros. En Perigórdio, oyen los
latidos de mi miocardio. ¿Este nudo? Aunque responsable, soy sólo un curioso. A
qué época atribuir nuestros tiempos, en qué eras incluirlos, cuánto de nosotros
por horas, la edad omitió. En un escozor de arrepentimiento, lo que iba a ser
ya era. Lo acompaña y le da una mordida. Cumplió con su deber de ser devorado.
¿O los hechos se suceden por otras series de senderos? ¡Ah, qué mal pienso!
¡Elefantiasis de mi cógito! … Basuyne des oorloghs ¡!!! Una humareda sube a los
aires. Leviatán se levanta. ¿Queman campos? ¿O es la guerra? ¡Toupinamboults ad
portas! ¿Artycxewsky enfrenta a los basiliscos brasílicos de Parinambouc? Los
urubus comedores con el ojo puesto se enfrentan al sol y se exceden en las
pupilas. La humareda asume los dolores del parto con las formas de un hongo –
incendio de un chiverío y el humo me envuelve… ¡El mundo se vuelve oro, se
precipita el metal de los incas en el verde de estas plantas, sólo que este oro
mata un pájaro socó con una trompada de sol! ¡Si non es la flecha de Zenón, la
que hace que va pero no, no sé a quién acometa ese germen a errar como un
cometa! Tira el anzuelo Aquiles para pescar pereza. Flecha no puede tener
ningún sinon. El zumbido me da olvido en el oído con un ronquido de azúcar
subiendo por el tallo de las cañas.
Fragmento de Catatau
Traducción: Amalia Sato
Notas
(1) Sabios y artistas que vinieron
con Nassau. La Torre era una mezcla de museo y observatorio astronómico desde
donde Macgravf acompañó el primer eclipse solar visto en Brasil.
(2) Medida persa, equivalente a 5.250 metros.
(3) “Mis Altos Señores” en batavo
arcaico.
Tomado de Leminskiana, antologia variada de Paulo Leminski, pp. 326-32.
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