Enrique Serpa
Los pajizos penachos
de las cañas,
que tiemblan, por las
ráfagas besados,
fingen, a los reflejos
argentados
de la luna, quiméricas
arañas.
Viene de la quietud de
las montañas
un tumulto de vientos
perfumados;
y tiene la nostalgia
de los prados
un silencio de
sílfides hurañas.
La luna sus plateadas
radiaciones
esconde tras espesos
nubarrones,
cual su seno entre
ropa, las doncellas.
Mas, fulgura de pronto
en el tapete
célico, y cada caña es
un machete
que remata su punta
con estrellas.
1925
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