Escapar de una prisión —aun cuando a esa prisión
se le llame "Patria" —es siempre un triunfo. Triunfo que no significa
precisamente alegría: pero sí sosiego, posibilidad, esperanza. Para los escritores
cubanos recién llegados al exilio, este nacimiento o renacimiento tiene las
ventajas, el consuelo, de no tener lugar en un páramo absolutamente extraño;
sino en un sitio en parte enaltecido por el esfuerzo de un pueblo en destierro,
y por el amparo oral y espiritual de sus más valiosos artistas.
Entre esos artistas que nos instan y estimulan,
Lydia Cabrera, Carlos Montenegro y Enrique Labrador Ruiz se destacan como
ejemplos magníficos. Imposible enumerar brevemente lo que ellos significan para
nuestra literatura: baste afirmar que por ellos —por artistas como ellos— Cuba aún
existe.
Ardua, desmesurada, terca y heroica tarea esa
de recuperar, sostener y engrandecer lo que ya es solo memoria y sueño: es
decir, ruina y polvo.
Con Lydia Cabrera nos llega la voz del monte,
el ritmo de la Isla, los mitos que la engrandecen y sostienen: la magia con que
todo un pueblo marginado y esclavizado se ha sabido mantener (flotar), imponer siempre.
Tocada por una dimensión trascendente. Lydia Cabrera
encarna el espíritu renacentista en nuestras letras: la curiosidad incesante.
Su obra abarca desde el estudio de las piedras preciosas y los metales hasta el
de las estrellas, desde la voz de los negros viejos hasta las cosmogonías
continentales.
Como verdadera diosa instalada en el mismo
centro de la creación, sus flechas parten hacia todos los sitios, descubriendo
y rescatando los contornos más secretos (más valiosos) de nuestro mundo. Ella
abarca el ensayo y el poema, la antropología y el cuento, la religión y el
escepticismo.
Símbolo de una sabiduría que rogamos jamás se
extinga: la de enfrentar la vida —la gente, las calamidades, el horror y la
belleza— con la ironía del filósofo, la pasión del amante y la inteligencia del
alma. Ella exhala esa extraña grandeza que solo es atributo de los grandes, sencillez,
ausencia de resentimiento, renovación incesante.
Su obra —y por lo tanto su vida— es un monumento
a nuestros dioses tutelares, la ceiba, la palma, la noche y el monte, la música,
el refrán y la leyenda. Tradición, mito, pasado y magia reconstruidos piedra a
piedra, palabra a palabra, con los ojos insomnes de quien recorre un itinerario
no por imposible menos glorioso. Pueblos completos recuperados, ciudades otra
vez fundadas, diablos, dioses y duendes resucitados: potencias que se instalan
en todo su esplendor. Todo ello gracias a la voluntad y el talento de una sola
mujer que lleva en sí misma el recuerdo torrencial del poema, el encantamiento
de un pueblo entero.
Gracias a Lydia Cabrera el tambor y el monte,
el Cristo que agoniza y el chivo decapitado, la jicotea y la noche estrellada
confluyen y la noche estrellada confluyen y se unifican, dándonos la dimensión
secreta y totalizadora de su isla.
Necesidad de libertad, Kosmos-Editorial S.
A., 1986, pp. 140-41. Originalmente y con mínimas variaciones “Diosa instalada
en el centro del poema”, Noticias de Arte (Número especial Homenaje a
Lydia Cabrera), N.Y., mayo de 1982, p 15; y, En torno a Lydia Cabrera,
Ed. Isabel Castellanos y Josefina Inclán, Miami, Ediciones Universal, 1987, 27–28.
Estimado redactor y propietario de este valioso blog , hace muchos años soy lectora del mismo.
ResponderEliminarAdmiro tu dedicación y gran voluntad.
Ya no vengo como antes , pero nunca lo olvido . En el he encontrado maravillas de la historia literaria de Cuba.
Felicidades y buena suerte.
Me alegra este comentario. Que sigas encontrando cosas buenas. Buena suerte también!
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