Pedro
Marqués de Armas
Fue
uno de los más importantes alienistas cubanos del siglo XIX. Tiende un puente
entre la gestión de José Joaquín Muñoz, alumno y traductor de Jules Baillarger
y primer director de Mazorra, y la de Gustavo López, de una proyección moderna
o prevencionista anclada en el degeneracionismo. Si Muñoz fracasa en introducir
la reforma esquiroliana, y abandona la dirección del manicomio para regresar a
París; y López sucumbe ante la administración colonial y deja el asilo para
instalarse en la práctica hospitalaria con la república, Tomás Plasencia -a
quien puede calificarse de tercera figura de la psiquiatría finisecular- opta,
en cambio, por una reforma pausada y un tipo de gerencia más ensoñada que
agónica. Como no pudo llevar adelante más que una pequeña parte de sus planes emprende
un largo viaje que tiene tanto de ilustración como de turismo, una tournée
psiquiátrica con escasos antecedentes en América Latina.
Tomás
Agustín Plasencia y Lizaso nació Limonar, Matanzas, el 28 de agosto de 1839.
Como tantos médicos cubanos era un perfecto hijo del azúcar, un producto de la
hacienda para el que los colegios de la isla no eran sino el preámbulo de unos
estudios en París. Su hermano Ignacio, que completó su formación en el Hôtel-Dieu
y en varios hospitales londinenses, fue un connotado obstetra y cirujano. Tomás
comenzó la carrera en 1858 y obtuvo en 1865 el título de Licenciado en
Medicina. Un año más tarde, se graduó de doctor por la
Universidad de La Habana con una disertación sobre el oftalmoscopio que publica
bajo el título El oftalmoscopio es el único medio que la ciencia posee para
establecer el diagnóstico de las lesiones de la retina y de la papila del
nervio óptico. En su labor sobresalen varios campos: la medicina legal, la
toxicología y la higiene, pero fue en el terreno de las enfermedades
mentales donde centró sus preocupaciones, ocupándose de la historia de la
locura, la estadística asilar, la crítica a las tesis hereditarias a partir de
un notable conocimiento de medio social, sin que esto excluya una visión a la
postre degeneracionista; la clasificación y los métodos diagnósticos y, como ya
insinué, el interés por lo que se hacía en otros países, todavía en un sentido
filantrópico, incipientemente socialista.
Mazorra
Tomás Plasencia fue designado Director Facultativo de la
Casa General de Enajenados el 28 de julio de 1868, y permaneció al frente de la
misma hasta su renuncia el 1 de mayo de 1873. En este sentido, la suya es la
gerencia más duradera durante la colonia. Había sustituido al Dr. José
Espárrago y Cuellar, de nefasto cometido y que más tarde enloquece y muere en el
propio manicomio. Una vez en posesión de su cargo, su principal propósito fue el de
mejorar las condiciones higiénicas y controlar la epidemia de cólera que se
había desatado justo un mes antes, con una mortalidad altísima que alcanzó a no
pocos trabajadores del asilo. En solo veinte días se reportaron 186 casos, 133
de los cuales fallecieron. Entre las víctimas estaba el boticario, el
escribiente del director y uno de los médico internos. Semanas más tarde,
Plasencia informaría que la epidemia finalmente había sido controlada.
Durante su gestión en Mazorra, Plasencia incorporó un
departamento de fotografía, una biblioteca, un teatro (con orquesta y actores
enfermos, lo que como vemos no fue invento de la Revolución), el sistema de
duchas y una sala de autopsias. Realizó además el primer estudio médico
estadístico del establecimiento en colaboración con el médico interno Enrique
V. Valenzuela. A ello se suman sus intentos de fomentar diversos oficios, y el
diseño de un programa de agricultura para enfermos crónicos que se concretó
hacia 1870 en la variante de colonia agrícola.
Como suele ocurrir, debió enfrentar la oposición del
administrador del establecimiento, en el clásico conflicto entre la dirección
médica y la administrativa, ésta con más apoyo del gobierno. Al menos
hasta 1870 salió airoso en medio de una crisis presupuestaria y de las
denuncias por parte del ecónomo, que finalmente renunció. En tanto presidente
de la Junta de Gobierno de la Casa General de Enajenados, Francisco José A.
Calderón y Kessel apoyó siempre la permanencia de Plasencia en su plaza de
director, aun cuando ésta debía sacarse a concurso u oposición. Contó
Plasencia, además, con un equipo médico de nivel, encabezado por Vicente Benito
Valdés, que se había graduado con una tesis sobre la locura parcial o
transitoria.
Sin embargo, las pugnas por el poder entre médicos y
administradores cobraron de nuevo fuerza y Plasencia se vio abocado a
renunciar. Fue sustituido por Dr. José Idelfonso Cabrera, quien terminó
batiéndose a tiros en el pórtico del manicomio con el administrador Gregorio
Gajo, que le propinó par de balazos en una pierna.
La fotografía
En 1871 Tomás Plasencia presentó en la Academia de
Ciencias -y publicó en los Anales de aquella institución- su ponencia “La
fotografía y la enajenación mental”. De acuerdo con la misma, se proponía
aplicar la fotografía al estudio de la patología mental, que a su juicio era
“donde menos parece que se pudiera recoger alguna utilidad, porque las
enfermedades carecen de ese fondo de reflexión para el rayo luminoso”. No obstante
eso, el nuevo avance técnico iba a permitir -y permitía ya de hecho- “aprovechar
los rasgos fisiognómicos por los cuales se traduce o expresa la afección
mental: así es que recoge inmediatamente el cuadro nosográfico más acabado, ya
para conservarlo, ya para compararlo después que haya habido alguna evolución.”
En otras palabras, la fotografía venía en apoyo de la nosología, como un método
pretendidamente infalible, que podía fijar tanto unos rasgos como los cambios
de estos a lo largo de una serie evolutiva. En ocasiones su auxilio
sería determinante, superior incluso a la observación clínica. De ahí que
añada: “por un retrato puede obtenerse un diagnóstico muchas veces y hacerse una consulta a distancia en casos
dudosos.”
En consecuencia, propuso la creación de un archivo
fotográfico en sustitución de los retratos dibujados que hasta entonces se
empleaban y que, a su juicio, no siempre captaban “los rasgos fundamentales del
caso clínico examinado”.
En Cuba, el uso de la fotografía con fines “científicos”
-léase de identificación y control, de generación de saber, etc.- se remonta a mediados de la década de 1860,
cuando el médico y antropólogo francés Henry Dumont, que atendiera a numerosas
dotaciones de esclavos en las regiones de Cárdenas y Colón, así como a
emancipados en los barracones de Vento, entre otros grupos, se sirve de ella para su estudio comparativo entre las diferentes etnias, como para
considerar el influjo de la “civilización” sobre las costumbres y la
“perfectibilidad de las razas”.
Más o menos por la misma época, la fotografía comienza a
ser empleada por la policía como recurso de reconocimiento de delincuentes y maleantes, es decir, a modo de “fichaje” y para la captura en caso de determinados
delitos. A comienzos de la década del ochenta es explotada por el Necrocomio de
La Habana, donde se retrata a la totalidad de los cadáveres; en hospitales para
el estudio de enfermedades, con particular inclinación a aquellas padecidas por
negros y mujeres, sobre todo deformidades y otras “monstruosidades”. Y ya en la
década de 1890 su uso se extiende en el presidio con la introducción del
sistema de Bertillon.
Por tanto, su empleo en Mazorra a partir de 1873 constituye
uno de los más remotos que se conocen en Cuba. Se sabe de la existencia de
tales fotografías por diversas alusiones, pero se desconoce si sobreviven
todavía en algún archivo. Felipe F. Rodríguez, por ejemplo, asegura que en su
exposición ante la Academia, Plasencia presentó “retratos de semblantes”, mostrando
casos de degeneración según la forma y tamaño del cráneo, las expresiones
faciales y otros rasgos físicos.
Estadísticas
En 1872 publicó en Madrid -en uno de sus tantos viajes- Estado del movimiento ocurrido en el Asilo
General de Enajenados desde el año de su fundación en 1828 hasta finales de
diciembre de 1871. Iniciador de la aplicación de la estadística al campo de
la patología mental tanto dentro como fuera del manicomio, era todavía Director
Facultativo de Mazorra cuando emprendió este trabajo, iniciado previamente por
el médico interno Enrique V. Valenzuela. El trabajo recoge datos de los dos
manicomios existentes en La Habana en dicho período: el Asilo de San Dionisio
(1828-1855) y el nuevo asilo o Casa General de Dementes creado a continuación,
lo que demuestra que se llevaron y conservaron los registros a lo largo del
siglo XIX.
Algunos datos, entre los más antiguos, indican que la
entrada de hombres a San Dionisio en 1828, año en que se inauguró, fue de 60 enfermos
mentales. La distribución masculina por nacionalidades en ambas
instituciones era mayor entre habaneros (338), seguida de africanos y gallegos
(87 en cada grupo), asturianos (69), canarios (59) y asiáticos (44), lo que habla
a favor de un mayor índice entre inmigrantes. Plasencia se ocupó de hacer notar
que "En las razas hay que tener presente que, aunque el número de blancos
es mayor, la africana, más los libres que los esclavos, es la que rinde el
mayor porcentaje".
En profesiones predominan labradores, militares y
tabaqueros, aunque mayormente se ignora el oficio. En cuanto a edades, prevalecían
los jóvenes de raza blanca. Entre las mujeres, registradas a partir de 1857,
predominaban las naturales de La Habana y de Canarias; eran principalmente
lavanderas, costureras y cocineras; prevalecían las solteras; jóvenes; y las pertenecientes
a la raza negra.
Los años de mayor mortalidad en San Dionisio fueron 1833,
1847 y 1850, y en Mazorra 1866 y 1868. Se produjeron entre la apertura de San
Dionisio y la fecha de este informe 3130 ingresos (2446 hombres y 684 mujeres),
1710 de los cuales fallecieron estando internados. En 1871 la población de
enfermos en Mazorra era de 474 (258 hombres y 176 mujeres), cifra muy por encima
de la capacidad del asilo. De estos, 54 eran considerados criminales.
Siguiendo esta línea de investigación, en 1873 publica en
los Anales de la Academia de Ciencias “Estadística de los enajenados de
la Isla de Cuba”, trabajo que deriva del anterior. Tampoco ofrece aquí una distribución
nosográfica de los pacientes, sino que se limita a dar cuenta del movimiento
hospitalario, haciendo constar variables como el sexo, la edad, la raza y el empleo.
En cambio, añade ciertas consideraciones sobre las causas más frecuentes de
locura en la isla, entre las que señala el rigor del clima sobre los
trabajadores, el uso del tabaco, así como el llevar un estilo de vida célibe. En
este sentido escribe: "En las profesiones se observa que las que demandan
el ejercicio al sol, como la de labradores, carpinteros, jornaleros, albañiles,
corren parejas con otras de distintas circunstancias, tales como la del
tabaquero y la del militar en tiempo de paz. En las primeras se comprende que
la activa influencia de nuestro sol provoque un estímulo al encéfalo, y que se
alteren las facultades; pero en los tabaqueros se explicará por la acción del
tabaco que se elabora o porque sean víctimas de otras causas como consecuencia
de esa profesión. Todo el mundo comprende la acción nociva del tabaco,
especialmente del que se elabora, que esparce un polvillo que el que lo respira
por primera vez sufre cefalalgia, vértigos y aun vómitos, y que imprime a la
larga en los habituados cierto sello que denuncia la profesión. ¿Este
envenenamiento lento será la causa de la locura en los tabaqueros? ¿Y en los
militares que se hallan en cuartel, esto es, en época de paz, qué puede
predisponerlos a la enajenación?". Y añade: "La vida celibataria
parece más predispuesta a la locura que la de casado.”
Antonio Mestre elogiará este trabajo, aunque lamentándose
de que no haya mostrado una distribución según enfermedades. Felipe F. Rodríguez,
por su parte, le reprocha que no tuviera en cuenta los antecedentes hereditarios
y que no aporte datos al respecto. Plasencia concluyó ofreciendo a los
académicos algunos ejemplares del cuadro estadístico presentado -el Estado
del movimiento..., que poco meses antes había hecho imprimir en
Madrid por mediación de Calderón y Kessel.
Sobresale, pues, por una proyección social de la medicina
mental que recibe el influjo de figuras como Brierre de Boismont y Pierre-Égiste
Lisle, sin que se adviertan apenas especulaciones de orden clínico. Ello se
expresa en otro trabajo suyo, su estudio sobre el suicidio en La Habana, que
publica en 1886 y que responde a cierta “mirada sociológica” que lo ancla
dentro de la crítica a los efectos de la civilización, a la vez que como parte de
los estudios poblacionales y de mortalidad, esto es, como expresión de los resortes
biopolíticos.
Debate psiquiátrico
El 22 de enero de 1871, Plasencia presentó bajo el título
“De la monomanía”, su discurso de egreso a la Academia de Ciencias Médicas,
Físicas y Naturales de La Habana. Siguiendo las ideas más modernas de Jules
Falret y de Bénédict Augustin Morel, llega a negar la existencia de la entidad descrita
por Esquirol, entonces clásica pero cada vez más cuestionada en Francia y que en
Cuba sin embargo era asumida -no por los tribunales pero sí por los médicos- al
pie de la letra. De acuerdo con Plasencia, que una vez más apela a las
estadísticas y a su experiencia práctica, de 350 enajenados observados por él
durante dos años en Mazorra, ninguno era verdaderamente monomaníaco, pues por
lo general se advertía “al lado del delirio parcial otras lesiones que no
suelen ser estudiadas”.
Su oponente, el Dr. Martínez Sánchez, reconoció la escasa
tendencia de los tribunales a aceptar dicha entidad, pero aclarando que en
torno a la cuestión existían diversas opiniones en la psiquiatría francesa. Las
consideraciones de Plasencia eran claras y terminantes, pero con ello se
saltaba a su pesar el cada vez más estrecho ligamen entre entre instintos,
perversión, locura y criminalidad, como el sustrato hereditario cada vez más
esgrimido en tanto explicación etiológica. A comienzos de la década de 1870 el
degeneracionismo se imponía en Francia y a Cuba llegaban ya sus señales.
Ejemplo de lo anterior es el debate que se suscita alrededor de Agustín Acosta
y Cárdenas, el asesino del Conde de San Fernando, declarado “loco” y que rebasaba
por mucho la cuestión diagnóstica. Casi todas las consideraciones sobre el caso
se establecen ya desde una perspectiva etiológica -no clínica- que vincula el instinto
y la herencia y que apunta, de cara a la sociedad, más que a la responsabilidad del sujeto a su peligrosidad. En adelante, lo prevaleciente será la noción de
individuo peligroso, y Acosta y Cárdenas de algún modo la inaugura en la isla.
El posicionamiento de Plasencia será inicialmente
contrario, como lo demuestran sus críticas a la doctrina de Morel. A una
ponencia que Emilio Núñez de Villavicencio publicó en los Anales de la
Academia en abril de 1876 bajo el título “De la locura hereditaria”,
respondió calificando la tesis de Morel de “lata e insostenible”. En su
experiencia, no había encontrado ningún carácter específico en la locura
hereditaria, mientras que la mayoría de las enfermedades mentales se producían
por el abuso de bebidas alcohólicas y de otras noxas ambientales, “no estando
siempre el alienado bajo la fatal ley de la herencia”. En cambio, Núñez
afirmaba que “en el estado actual de la ciencia la creación del grupo de las
locuras hereditarias está perfectamente legitimada”.
En su contestación, además de de disentir de la herencia
como causa preferente de la locura, y por tanto, de la degeneración como su
inevitable consecuencia, Plasencia expresó que a la medicina legal no le interesaba
saber si un acto se debía o no a la herencia, sino si era de carácter
voluntario o involuntario. En este sentido, se movía aún dentro de un esquema
clásico, premoreliano, en franco retroceso. Años más tarde se mostrará, aunque
siempre desde una posición más práctica que teórica, proclive a aceptar las
nuevas nociones que trajo el degeneracionismo. Así, al ser interrogado en 1883
sobre la evolución del asesino del Conde, que entonces llevaba ocho años de
encierro en Mazorra, responde a la Audiencia en estos términos: que recordaba el
diagnóstico de “locura impulsiva” emitido sobre Agustín Acosta y Cárdenas que
motivó su secuestro desde 1875, y a quien una junta de profesores declaró por
unanimidad en 1882 “que estaba en el completo y normal goce de sus facultades
intelectuales y afectivas”, pero siempre que se consignara también que, por sus
antecedentes hereditarios, estaba igualmente expuesto a contraer una “mentopatia” si las circunstancias que le rodean fuesen favorables al
desarrollo de la afección.
En fin, tras una observación de siete años había sido
declarado sano, pero “no ha podido sanar sin embargo -añade ahora Plasencia- de su
diátesis vesánica”. Y concluye, escudándose: “Los mismos profesores que aseveran lo
primero, temen con razón que el ataque se reproduzca”. Plasencia reconocía en
Acosta y Cárdenas unos antecedentes, como que había estado “sufriendo de
enajenación mental” desde 1863. Este sustrato podía retornar en cualquier caso,
y una cosa era la ausencia de locura actual, y otra el que la porte en su
constitución y que a modo de “acceso imprevisible” pueda presentarse cuando
menos se espera.
De gira por los establecimientos
En 1879, Plasencia realizó una extensa gira por hospitales
y manicomios de Norteamérica, cuya experiencia fue publicando sobre la marcha en
la Crónica Médico Quirúrgica y recogió años más tarde en forma de
libro bajo el título Manicomios de los Estados Unidos y Europa. Estudios
sobre la situación y mejoras introducidas en los principales manicomios de
ambos continentes (Imprenta Militar de la Viuda de Soler y Cía, La Habana).
Se trata de una curiosa obra escrita en forma de cartas
que el ex director de Mazorra dirige a su amigo José Güell
y Renté, entonces radicado en Madrid, y que son fruto de esa tournée realizada
entre junio y diciembre de 1789 por diversos asilos e instituciones de
asistencia social de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Bélgica, Alemania,
Austria, Suiza, Baviera, Venecia, Florencia y el Vaticano, entre otros. Un
“viaje científico” que recuerda a los realizados por Ramón de la Sagra, y el
propio Güell, quienes recorrieran también hospicios y manicomios; pero de muy
pocos antecedentes dentro de la psiquiatría como tal, y en particular, en
América Latina.
La obra incluye descripciones de las ciudades recorridas
y, a modo de anexos, numerosos reglamentos y traducciones de diversos textos
sobre los principios que regían el funcionamiento y administración de algunos
de los manicomios visitados.
Excursión ilustrada como proyección nacional; utopía
progresista que asimila un importante espacio de ascendencia anglo; collage
informativo. Plasencia visitó el asilo de Bloomingdale en Nueva York y el
Hospital de Locos de Boston de los cuales transcribe sus reglamentos; el
Manicomio de Filadelfia, donde reseña la obra de su director el Dr. Kirkbride “Hospital for the insane”; el Mount
Hope Retreat de Baltimore; el asilo de Utica el Pensilvania, así como
manicomios de Montreal y Quebec en Canadá.
En Inglaterra asiste al Hospital de San Tomás; al San
Lucas donde traduce “Algunos principios que han de seguirse en la construcción
de los asilos públicos para alienados” del Dr. Arlidge (que inserta en
totalidad); al Manicomio de Banstead, y al más antiguo de todos, el Bethlem Hospital
donde W. Rhys Willians aplicaba el non restraint, sistema que Plasencia
elogia. Finalmente visita en Middlesex el asilo de Colney Hatch.
En París es recibido por Auguste Voisin, Jules Falret, Benjamin
Ball, Parrot, Dujardin y Galewsky. En la Salpétriére sigue un curso de Voisin y
asiste a algunas lecciones de Charcot sobre letargia y catalepsia; en Bicêtre comparte
con Falret y Bourneville; en Charenton describe la estatua de Esquirol; y en el
asilo de Santa Ana comparte con Magnan de quien elogia sus trabajos sobre
alcoholismo y epilepsia, y la reciente incorporación del non restraint,
a la vez que éste lo presenta a la Sociedad Médico Psicológica. Por último
visita la Facultad de Enfermedades Nerviosas y Mentales donde participa en las
clases que imparte Ball.
Plasencia visitó también la Colonia de Gheel en Bélgica,
elogiando los criterios del Dr. Bulckens que negaba el contagio de la locura a
los vecinos sanos, reconocimiento que ya se venía valorando entre los
psiquiatras franceses, antes siempre reticentes, este modelo de asistencia.
Aunque esta obra se publica con el pie “Habana. Imp.
Militar. 1880”, solo fue concluida a la muerte de José Güell y Renté en 1884,
apareciendo en realidad en 1887. Plasencia incluye una extensa bibliografía
sobre manicomios, citando el trabajo de su compatriota José Joaquín Muñoz -Breve
exposición de las principales reglas que generalmente se siguen hoy en la
construcción y organización de los asilos destinados al tratamiento de los locos
(1866)- y otros más recientes: P. Lenoir
(1869), Achille Foville (1870) y Jules Aragon (1875).
Plasencia aboga por cambiar el término demencia por
alienación mental, tal como lo hicieran Baillarger y Marcé. Proyecto
antiespañol, critica el asilo de Montevideo -donde no estuvo pero del cual se
documentó- por su “arquitectura militar”, y de paso el de La Habana, “de
semejante estirpe” y donde, “contrariado por una jefatura extraña a la ciencia,
Muñoz hubo de dejar el puesto”. Incluye además abundante información sobre asilos
de Bruselas, Zurich, Viena, Baviera y Berlín. A los que suma no pocos datos de
hospicios de Venecia, Florencia y el Vaticano.
Los suicidios
En 1886 publicó en los Anales y en forma de
folleto sus Notas relativas al suicidio en la circunscripción de la Habana.
Se trata del primer estudio social y epidemiológico -si puede usarse este
término- aplicado a la patología mental en Cuba. En realidad, se inscribe en el
creciente interés estadístico -de fondo biopolítico- que prendió en Europa
desde Guerry y Quetelet hasta Morselli y
Durkheim, y una de cuya vertientes partió no de los demógrafos, sino de
psiquiatras con una visión más colectiva (o pública) que individual, como fueron
los casos de Falret y Boismont. Plasencia parte, sobre todo, de este último,
calificando su estudio de “médico legal e higiénico sociológico”.
Lo curioso es que no partía de los registros de
mortalidad, fueran sanitarios o judiciales (existían pero eran precarios), sino
que toma como fuente primaria a varios periódicos de la época, realizando su
conteo a partir de las crónicas de suceso publicadas entre mediados de 1878 y
1885. Pudiera parecer un punto de partida errático, pero no lo sería menos de
haber apelado a las estadísticas oficiales. No solo recoge datos ausentes en
estas, sino que sus cómputos vienen a coincidir con los del Necrocomio, lo que
evidencia la conexión que ya existía entre los juzgados de instrucción, la Morgue
y la prensa. Esta última aporta elementos propios, como casos concretos, cartas
de despedidas y referencias a lugares, que hacen del estudio de Plasencia un
documento en cualquier caso válido por su carácter en ocasiones testimonial.
El estudio revelaba comoquiera una serie de hallazgos hoy
absolutamente contrastables, entre los que pueden citarse los siguientes: La
Habana era ya una de las ciudades más suicidarias del mundo; el patrón de
suicidio esclavo urbano -hasta entonces predominante- era ya desplazado por el de
jóvenes blancos y en buena medida inmigrantes que se daban un pistoletazo; y, por
último, el estilo de vida citadino asociado al desarraigo y a una vida
altamente competitiva -a fin de cuentas Cuba fue una sociedad comercial y un país
de aventuras- con muy bajos niveles de confianza se imponía
anunciando lo que ocurriría en toda la isla al siglo siguiente.
Para Plasencia -que no contaba como nosotros con la
ventaja de conocer lo que sucedería- estas cuestiones resultaban
sorprendentemente claras. Menciona el aumento del
suicidio en varias naciones europeas y considera que en Cuba, después del fin
de la guerra de 1868, se estaba produciendo un incremento, estableciendo una
tasa aproximada de 19.5 suicidios por 100 000 habitantes en La Habana. Se
detiene a señalar la procedencia de los suicidas –una parte notable españoles y
asiáticos- expresando que debe dársele importancia “por las alteraciones que
impone el solo hecho de cambiar de localidad, hasta producir la nostalgia,
afección que induce al suicidio”. Destaca igualmente el alto porcentaje de
solteros, una variable más tarde central en el estudio de Durkheim. Y establece
que en Cuba se da mayor uso del arma de fuego que en varias localidades de
Paris y Berlín, regularidad que se mantendrá por los menos hasta los años
cincuenta sobre el suicidio reportado en todas las naciones.
Plasencia consideraba la relación entre métodos y grupos raciales,
según la cual, además del pistoletazo en hombres blancos, sobresalía el
envenenamiento en mujeres blancas, el ahorcamiento en negros y el opio en
asiáticos. No había surgido todavía el fenómeno del suicidio por fuego en
negras y mestizas -que no aparece hasta 1900- pero sí los envenenamientos en
estas últimas (algo que se insinúa en sus estadísticas pero que no entra a
comentar), fenómeno principalmente urbano sobre cuya base, en parte, se producirá
luego -se trata del mismo entorno e iguales condiciones sociales y de género-
la expansión de las quemaduras.
Entre las principales causas del aumento del suicidio apuntaba a la
enajenación mental y el alcoholismo, así como a las enfermedades en general,
pero señalando una serie de factores no médicos como los “malos negocios”, el
“amor” y el “aburrimiento de la vida”. Observa entre los suicidas un mayor
número de empleados y comerciantes, con lo que anticipa otros de los rasgos del
suicidio en las principales ciudades cubanas hasta la década de 1930. En fin,
en sus términos, apunta: “Creo que debe colocarse en primer lugar el estado
financiero del país, despertándose una sed de lucro capaz de neutralizar el
estado incierto de las fortunas, cuyas oscilaciones y vaivenes son frecuentes
en la actualidad, y por ello muchos, empeñándose en empresas descabelladas,
terminan de una forma desastrosa; y así se explica que sea muy crecido el
número (de suicidas) entre los que se dedican al comercio”.
Más adelante, relaciona el estado de la libre empresa con el creciente
uso del alcohol: “Recuérdese que este pueblo, antes mesurado en el uso de las
bebidas, hoy toma de lo demasiado; a nadie se oculta esa perniciosa
influencia: baste decir que del extranjero se preguntó si aquí se compraba la
ginebra para bañarse la gente: tal era la demanda del predilecto licor, sin
contar los vinos de todas clases, y el coñac de distintas marcas”. No hay que
ir muy lejos para advertir la crítica al comercio y, sobre todo, a los comerciantes
españoles, toda una línea discursiva nacionalista que comparte con médicos y
publicistas como Vicente de la Guardia y Raimundo Cabrera, y que tiene como telón
de fondo la divulgación de las tesis de Magnan sobre la heredointoxicación
alcohólica y su influencia en la “degeneración de los pueblos”.
A ello se suman otras consideraciones de orden moral, muy a tono con
el momento: “Otra causa es el aumento de vicios contra el pudor, a tal grado,
que la relajación de costumbres es tan escandalosa como reprochable. En mi
apoyo vienen algunos casos en las casas de meretrices, en que después del
asesinato viene el suicidio del matador”. No acusa en cambio a la prensa como
elemento propagador del suicidio, lo que era ya una constante discursiva. En
resumen, lo más notable de su estudio consiste en que los tres factores citados
-empresas económicas descabelladas, alcoholismo y prostitución- apuntan a
elementos de caos que escapan a las redes de control al tiempo que remiten a
una época anterior mitificada en la que tales cuestiones no existirían: una
sociedad más estratificada, con un crecimiento centrado en la esclavitud y no en el libre intercambio, sin los flagelos de la inmigración y la prostitución
urbana. De ahí que a su juicio la prevención del fenómeno vaya en esta
dirección: “Si se atendiese más y mejor a los que ofrecieren manifestaciones de
enajenación mental; si esta sociedad contase con cierta seguridad para librar
la existencia en general; si la animase, como en otros tiempos, la esperanza de
hacer fortuna, se reducirían a muy estrechos límites los suicidios… Si se
hiciese menos uso de las bebidas alcohólicas, si hubiese más templanza en las
pasiones todas”.
Síntesis académica
Las gestiones de Plasencia son mucho más extensas y abarcadoras, pero
repito, se entretejieron siempre entre la higiene pública y la medicina legal,
centrándose en la alienación mental y el método estadístico, que en su caso
procede del impacto que sobre su pensamiento tuvieron figuras como Adolphe Quetelet
y Alexandre-Jacques-François
Brierre de Boismont. Otro estudio
estadístico suyo se titula "Defunciones ocasionadas por el rayo en la Isla
de Cuba". También escribió una estadística nosológica de
Mazorra, así como el informe “Modificaciones en la dirección y administración
de la Casa General de Enajenados”, ambos de difícil consulta. De interés
resulta su estudio de un caso de hermafroditismo: “Informe
acerca del sexo a que pertenece un individuo” (1892) y su ponencia “El petróleo
ante la higiene” (1889), inspirada en un incendio ocurrido en Cuba 62 al
explotar -en una carpintería- una lata de petróleo que causó la muerte de seis
operarios.
El 24 de abril de 1870 fue electo Miembro Numerario de la
Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, donde
interviene como perito legal en numerosos casos de presuntos alienados. Integró
diversas comisiones, entre ellas la de Patología Médica e Higiene Pública. Entre
1875 y 1877, y más tarde entre 1883 y 1884, ocupó la Cátedra de Medicina Legal
y Toxicología de la Universidad de La Habana. Aunque por breve tiempo, fue el primer profesor de la Cátedra de Enfermedades de la Infancia, creada en 1887. Culmina su carrera como profesor auxiliar de la Facultad de Medicina.
Además, fue miembro del Consejo de
Redacción de la Crónica Médico Quirúrgica, donde colaboró habitualmente. Asistió al Primer Congreso
Médico Regional de la Isla de Cuba, celebrado en enero de 1890. Se desempeñó como médico de visitas de la Quinta del Rey, en la época en que devino
clínica psiquiátrica. Y por muchos años integró la directiva de la sociedad de recreo La Caridad del Cerro. A su muerte, La Habana Elegante publicó su fotograbado. La extraña fotografía que encabeza esta entrada,
realizada hacia 1875 en la célebre galería de Samuel A. Cohner, perteneció a la colección de Conrado W. Massaguer y fue reproducida en
la sección “Retratos de Ayer” (1931) de la revista Social. Plasencia falleció
en La Habana, en su residencia de Empedrado 39, el 13 de abril de 1894.