El mal confitero
Es Toledo ciudad eclesiástica.
Para sola una noche del año,
Sus vides domésticas
Dan un vino claro.
Un vinillo que el gusto arrebola
Del epónimo mazapán,
Y que predispone muy plácidamente
Para recibir hasta el alma del aroma Canonical
De las uvas negras en aguardiente.
Y es que la Iglesia
Consiente la gula:
Para cada antojo hay una licencia;
Para cada confite, una bula.
Y cándida azúcar chorrea
Por el transparente de la Catedral;
Y en sus brazos arrulla la Virgen
Al pequeño dios comestible,
Rosado y salmón;
Y ¡oh, que famosas tajadas de Alcázar
Si, como es granito, fuera turrón!
Y es que la Iglesia consciente la gula;
Y monja sé yo que toda es azúcar.
Y que tiene vicioso al cielo
De la miel hilada al pelo,
Y sabe hacer unos letuarios de nueces,
Y otros de zanahorias raheces,
Y el diacitrón, codonate y roseta,
Y la cominada de Alejandría,
Y otras cosas tantas que no acabaría.
¿Pero aquel confitero que había,
que en azúcar y almendra y canela
los santos misterios hacía?
La Pentecostés y la Trinidad,
Y el Corpus y la Ascensión,
Y un Jesús casi de verdad
Con una almendrita en el corazón.
Pero tiene sus reglas el arte,
Y a cada figura, su parte.
Y también había un Luzbel
Con una cara ácida y larga,
Y le ponía en el corazón
Una insólita almendra amarga.
¡Terror de las madres: muerte solapada
en las golosinas!
¡Sazón a mansalva,
con el cardenillo de las cocinas!
Bien se yo que tiene sus reglas el arte,
Y a cada figura le toca su parte.
Mas ¿garapiñar almendras amargas,
así sean las del corazón?
Caridades escusadas,
A fe mía, son.
¿Disfrazar un Luzbel con maña,
que se lo confunda con un Salvador?
Caridades excusadas,
A fe mía, son.
¡Oh, buen hacedor!
Hay arte mejor:
No me vendas rencor en almíbar,
Si he de hallar acíbar
En el corazón.
La Pipa del Cantábrico
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