Pedro Marqués de Armas
El 23 de junio de 1856 un comisario de la policía informaba al Coronel del Cuerpo de Regla que
con
motivo del enterramiento del asiático Yok que se suicidó en el día de ayer,
según parte del celador del Barrio del Cementerio, el Sr. Párroco de este
pueblo me ha manifestado que según lo dispuesto el Exmo e Yllmo Sor Obispo
Diocesano en circular del 26 de julio del año pasado no le es posible dar
sepultura eclesiástica a los chinos asiáticos negros y cualesquiera otras
gentes infieles si no han recibido el bautismo.
En este concepto y comoquiera que se hallan, en este distrito, considerable número de chinos de los últimos importados que están en aquel caso y que no hay un sitio determinado para su enterramiento, lo pongo en el superior conocimiento de us. para que si lo tiene a bien se sirva consultar a la superioridad.
Un elevado número de
colonos asiáticos trabajaba en los almacenes de Regla o en las labores del
ferrocarril. Y la cuestión se complica no tanto a consecuencia del alto
porcentaje que se suicida sin haber sido bautizado, como de una mortandad
global que mantiene despavorida a las autoridades. Como señala Pedro Cosme en Los chinos en Regla, de acuerdo con un
cuestionario de la policía al que respondieron los diversos distritos de La
Habana, en 1858 ningún culí había recibido
el sacramento del bautismo, a excepción de los domésticos.
El cementerio de la Iglesia de la Virgen del Regla, fundado en 1687, jamás había admitido a no cristianos; los chinos, desde su llegada en 1847, eran por lo general enterrados en un terreno habilitado para ellos en la Ensenada de Guasabacoa; pero, ni mucho menos, la cuestión podía resolverse dado lo exiguo de los muladares y la falta de regulaciones sanitarias. Más adelante, los enterramientos comienzan a realizarse en la Loma de los Cocos, cerca del llamado “hospitalito de chinos”, cuyos alrededores se utilizaron por lo menos hasta 1867 cuando, finalmente, se les comienza a dar sepultura en la Necrópolis Municipal.
Lo mismo ocurre hacia la década siguiente en Santiago de Cuba, como se aprecia de esta transcripción de Emilio Bacardí y Moreau: “El alférez real presenta una moción preguntando dónde deben enterrarse los asiáticos, porque al fallecimiento de uno de ellos se presentan frecuentes y graves conflictos para la sepelición de los cadáveres, porque no sabiéndose si son cristianos, la Autoridad Eclesiástica se niega a darles sepultura en sagrado.”
Todavía en 1872 estaba prohibido sepultar a los chinos en cementerios públicos. El cementerio de Espada, situado en la Calzada de San Lázaro, estaba a punto de ser clausurado; y no lejos de mismo, en la parte trasera de un solar ubicado en el Callejón del Carnero, eran enterrados los colonos asiáticos de la ciudad, antes de que contasen con su propio cementerio.
Según Pérez de la Riva, en la antigua necrópolis de Espada, “la roca caliza afloraba a pocas pulgadas del suelo y los cadáveres
quedaban apenas cubiertos de tierra, por lo que los perros los desenterraban
para devorarlos”. Y durante las obras de desmantelamiento y traslado, “los
restos de aquellos que carecían de recurso para pagar el traslado al nuevo
cementerio fueron dispersados. Apenas quedó un lienzo de la pared del fondo,
precisamente la que daba al Callejón del Carnero donde se tiraban los cadáveres
de los culíes”.
En 1883, tras nueve años de concluida la
trata amarilla, el Cónsul de China tuvo que exigir la construcción de un
cementerio especial.
Para los colonos asiáticos, ser enterrados de aquel modo infamante constituía una tragedia. La pulsión de regreso minuciosamente atesorada en su imaginario de muerte se veía trastocada. Si adelantaban su muerte por medio del suicidio, no significa que renuncien a un regreso que, de alguna manera, incluso en estos casos, estaba codificado en función de unas exequias a posteriori en el país natal.
Lo mismo el inmigrante libre de San Francisco que el más infeliz de los contratados, recuerda Pérez de la Riva, ahorraba “unos centavos cada día durante años para pagarse un entierro decente en China”.
El historiador cubano relata que de San francisco zarpó, en 1856, un buque trasportando 300 cadáveres convenientemente acondicionados y que un periódico local escribió con humor macabro: “California no tiene rival en el comercio de chinos, tiene verdaderamente el monopolio, los importa vivos, en bruto, y los reexporta manufacturados, muertos”.
En China, contaba José Antonio Saco, hasta los más pobres solían hacer sacrificios para comprarse el sarcófago y había hijos que hasta se empeñaban para poder comprarlo y ofrecerlo a sus padres como homenaje de piedad filial. Pero en Cuba, insiste Pérez de la Riva, “el culí estaba lejos de pagarse tan triste satisfacción y no dispuso siquiera de un mezquino lugar en los cementerios”.
Considerado infiel, gentil, o bárbaro, apenas se intentó su adoctrinamiento pese a las continuas relaciones que se establecieron entre la frecuencia de los suicidios y la falta de aptitudes morales. Un informe de Antonio Bachiller y Morales probaba lo anterior. Típica empresa capitalista, no se invirtió un centavo en labores religiosas, tanto más en haciendas rurales y en pleno divorcio entre la iglesia y la plantación. Enterrados, como los esclavos africanos, en el cementerio común del ingenio, faltaría precisar si se hacían distinciones entre unos y otros.
Cosme Baños cita una extensa lista tomada del Libro de enterramientos de chinos del Archivo Parroquial del santuario de Regla (1867 a 1881), en la que se consigna la causa de la muerte y, en algunos casos, se registran suicidios. Tal registro era, en cierto modo, un control de acceso al reposo en sagrado. Menciona el autor dos casos ocurridos en 1856, ambos por ahorcamiento, uno en la calle Mamey, camino que conducía al cementerio municipal y donde se dice que se suicidaban a montones.
En 2012 un grupo de arqueólogos descubrió un cementerio chino olvidado: el que se improvisó en el Lazareto de Mariel durante la trata de asiáticos. Allí realizaban las cuarentenas y se calcula que cientos de ellos fueron enterrados en el mismo. No será, seguramente, el único cementerio olvidado.
"Exclusiones post mortem. Esclavitud, suicidio y derecho de sepultura" (2015).
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