José Lezama Lima
Ya sabemos el camino del profesor
solitario. Va desde el benedictino en su torre de Sicilia hasta el maestro de
Berlitz. Decididos unos en llegar a profesor solitario y otros a la ataraxia
estoica de otra clase de soledad. Este profesor de Berlitz muere
silenciosamente después de haber vivido en olor de buen escándalo: unos
comparándole con Dante, otros considerándolo como una “curiosidad”. Sus
mezclas, la complicación de sus preferencias: desde el intento y la manera de
los isabelinos hasta la física de lenguaje encarnada en el fonógrafo de la
Berlitz. Durante mucho tiempo, para aumentar sus peligros los lectores del cuantiosos
Ulises reclamaban la escena del burdel, los monólogos, abandonando la polémica
sobreel Hamleten la Dublín Library, o la bellísima página sobre el
color y lo vital: “The varius colours significant of various negrees of
vitality, yellow, crimson, vermilion, cinnabar.” Un tipo especial de lector
se obstinaba en crear un Joyce especial, viéndolo hermano mayor del
surrealismo, revestido de la muralla del conocimiento de todas las lenguas
románicas, griego y latín, babélico, imposible, babilónico, rabelesiano,
continuador de simbolistas menores. Hoy vamos viendo que aquella obra se hizo
como se hacen todas las obras: la lucha adolescente entre el sexo y el dogma,
el ritmo de la voz y cierta heterodoxia superficial que va en busca de una
ortodoxia central. Un nuevo tipo de lector reclamará enseguida para Joyce la
delicia y la seguridad de sus fuentes. Los Ejercicios provocando
furias, rectificaciones, leído como manual de retórica y como coro de
disciplinantes. Enseñando a escribir: “de manera que una sola palabra se diga
entre un anhelito y otro, y mientras durare el tiempo de un anhelito a otro”.
Saliendo también de los Ejercicios la obstinación en una
palabra, la evocación de los tres binarios de hombre. Y es el
ángel –no su alabanza-, sino como cuchilla. Postrimerías, juicios e infierno y
el azufre desprendido por el rey de los orgullosos, temas de la adolescencia
jesuítica de Joyce. Si Stuart Gilbert ha señalado en el Ulises la
parodia de las aventuras de Odisea, igualmente podemos señalar la reminiscencia
de la teología jesuítica en sus temas más utilizados. Asmodeo: ex querubín,
dirigiendo el tema de la carne: burdel, parto, excrecencias; Mamón: los
numerosos judíos que aparecen en su obra; Belzebuth: la magia, la cábala, la
furia por penetrar y animar el mundo exterior, la parodia que hace la jerarquía
infernal de la celestial. Todo eso derivado también de los Ejercicios:
“y los cielos, sol, luna, estrellas y elementos, frutos, aves, peces y
animales, y la tierra, como no se ha abierto para sorberme criando nuevos
infiernos para siempre penar en ellos”.
Marzo, 1941
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