Jorge
Mañach
Hace poco José A. Fernández de Castro regresó
de México. Fue a conocerlo, a conquistarlo, a vincular con nosotros el Anáhuac
bravo. También Hernández de Córdova y Grijalva y Cortés, si mi memoria no
falla, salieron antaño de Cuba con ese propósito. Y como ellos, pero de otra
suerte que ellos, Fernández de Castro ha vuelto vencedor, trayendo consigo un
huacal de anécdotas enchiladas, una facilidad extraordinaria para pronunciar la
toponimia azteca (¡oh, esas tremendas x de comienzos, esos laberintos de
consonantes a los que se entra por una t y se sale, si se sale, por una s!,
unos cuantos sarapes opulentos y una pequeña biblioteca de libros mexicanos.
Entre
estos libros, uno de “Ensayos”, por Salvador Novo, que me tentó fuertemente.
Novo, según vagas noticias que nos traen los diplomáticos y los excursionistas,
es uno de los más brillantes escritores jóvenes de México. Pero sus obras,
claro está, no llegan a nuestras librerías. El único escritor mexicano
ampliamente admirado aquí es Juan de Dios Peza. Nos lo han dado a conocer todas
las niñas recitadoras de todas las veladas. Los demás –Gutiérrez Nájera, Díaz
Mirón, Alfonso Reyes-, apenas tienen, en la muchedumbre, más que un prestigio fonético.
Sin dudas por todo esto, Fernández de Castro me ha puesto como condición, para
prestarme el libro de Novo, la de que había que recoger en una glosa las
impresiones de una lectura. Vengo, pues, dispuesto a consignar el pago.
Pero,
¿a qué conduce hablarles a los lectores de un libro que no podrán leer nunca, a
menos que hagan un viaje a México? Puede ser, sin embargo, que algún día fluyan
hacia esa tierra hermana las corrientes de veraneo, y para entonces recomiendo
de corazón a los lectores que busquen los ensayos de Salvador Novo. Porque
nadie en nuestra américa, les enseñará, como él, la importancia de todas las
cosas, hasta de las más cotidianas, hasta de las más humildes. Está afiliado a
la secta internacional de curiosos a la que ha dado deliciosas normas, desde
Inglaterra, el eupéptico Mrs. Chesterton. Al modo como este derrocha ingenio,
filosofía, cultura, y buen humor para explicarnos el misterio de un tirador de
puerta o la trascendencia de yacer en cama con la mirada en las vigas. Salvador
Novo descubre con erudición y agudeza la razón de ser de mil cosas que solo
estimamos triviales porque están tan metidas en nuestro vivir. Pone entonces su
rica cultura al servicio, no de las grandes tesis aburridas, sino de las
pequeñas averiguaciones gratas a la sensibilidad. Y encuentra que desde la miga
de pan hasta el modo de hacerse la barba son fenómenos dignos de estudio y
capaces de alterar la mecánica celeste. Esa curiosidad implacable,
desmenuzadora a punto de humorismo, es tal vez el carácter más típicamente
moderno de ese escritor novísimo, porque lo que más se advierte en las letras
de nuestro tiempo es el desdén de las apariencias y el naufragio de los grandes
temas. La literatura ha progresado en cierto modo como la medicina: del bulto,
hacia lo minúsculo y lo invisible. Y el trato con lo pequeño le da a todo
hombre inteligente ese sentido jocoso de la vida que campea en las páginas de
Salvador Novo.
"Glosas.
Un ensayista mexicano", El País, 5 de octubre 1926, p. 3.
Agradezco al crítico e investigador Carlos Espinosa Domínguez el envío de esta excelente y casi desconocida reseña de Mañach sobre Salvador Novo.
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