Carlos Pellicer
En la geografía poética de Tablada las ideas
han regresado a su punto de partida: el poeta vino del Oriente y acaba de
retornar a él. Ganges y Pagodas, el Buda fastidiado de la misma flor; China y su
inacabable lista de novedades centenarias, los poetas japoneses, Nao nostálgicas
y el México asiático. Después pagó su tributo a París y Yanquilandia le
absolvió más tarde. Últimamente otros viajes y ahora, espiritualmente ha
tornado al sagrado Himalaya.
Recordemos al poeta: Yo lo recuerdo en
Colombia, en la dulce y amada Colombia. La gran altura de Bogotá lo obligó a
refugiarse en un hermoso rincón de los Andes, a mil metros de altura. Yo hacía
en Bogotá un "sutil" bachillerato y con frecuencia recibí
invitaciones del poeta para ir a visitarle. Un día me envió unos preciosos
"hai kai" escritos en grandes hojas vegetales y unas sentencias de
muerte contra cierta bailarina que había escandalizado a México con sus falsos
escándalos. Una de las veces que tuve el placer de visitar al poeta en el Hotel
de la Esperanza, había terminado ya su admirable libro "Un día…" Me
hizo el honor de leérmelo y gocé como pocas veces del encanto de las cosas más
bellas y sencillas.
Decía por ejemplo:
Tierno saúz
casi oro, casi ámbar,
casi luz...
Y otro:
Pavo real, largo fulgor,
por el gallinero demócrata
pasas como una procesión.
Y otro:
El jardín está lleno de hojas secas. Nunca vi tantas hojas en sus árboles verdes, en primavera.
Y este otro:
Por nada los ganzos
tocan alarma
con sus trompetas de barro.
Algunas veces subía a Bogotá. En una de esas ocasiones se le ocurrió guisar un prodigioso platillo oriental para una cena diplomática en la Legación de México. El poeta acababa de ser nombrado por esos días Encargado de Negocios en Caracas. La cena fue magnífica. El platillo fue alabado en varios idiomas, pero ocasionó a su autor una indigestión de primera. Solamente él se enfermó. Así, por sus propias manos. Otra vez, en uno de esos breves días que se pasaba en Bogotá, íbamos por la calle Real atropellados por un ventarrón loco. Pasaron dos lindas mujeres cerca de nosotros y vimos una barbaridad de cosas. Tablada improvisó así:
Mujeres que vais por a calle
con el viento por delante,
el viento es un dibujante
que no perdona detalle.
Artista suntuoso y exquisito, cultivó siempre la forma como sabio orífice. Sus mejores ejemplos son el poema Onix que Lugones tanto alabó. Hoy el poeta canta en los más claros y sencillos tonos, y como el viajero que rindió raros placeres y halló después en su quinta natal las emociones más puras y hondas, así este poeta admirable que ha sido siempre generoso abanderado vuelve al vaso de agua de la pura belleza, reflexivo y sencillo como la noche en el campo. Vuelve a su Oriente. Pero no es ya el Oriente decorativo y sensual de la Torre de porcelana y del puente de jade. Es el bosque teosófico, la alta emoción de las orillas misteriosas, el pensamiento de la sacra esperanza.
Carteles, vol. VIII, núm. 16, 19 de abril de 1925, p. 22. Apareció en La Habana antes que en México: El Universal Ilustrado, 28 de mayo de 1925, pp. 55-56. Luego, Vuelta, núm. 123, febrero de 1987, pp. 68-69.
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