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sábado, 13 de marzo de 2021

En el centenario de Darío

 


  Carlos Pellicer 


 Creo que este Encuentro tiene la importancia de un recuerdo necesario, ya que los poetas más jóvenes a veces parecen o desconocer a Darío o despreciarlo o depreciarlo. Yo creo que el modernismo inició un nacionalismo superior en toda América, y también un continentalismo que antes no habíamos tenido. El nacionalismo aparece cuando todavía algunos de los mayores poetas del movimiento eran jóvenes. El caso típico es el caso de Lugones. Después de Los crepúsculos del jardín, casi toda su obra es de inspiración argentina. En Darío encontramos la gran voz continental; probablemente si en la oda “A Roosevelt ” no se hablara de Netzahualcoyotl o de Cuauhtemoc, los iberoamericanos —me refiero a la mayoría— no sabrían nada de estos tipos geniales del mundo prehispánico de México.

 El Canto a la Argentina y sus homenajes a España, le dan a Darío un sitio único en la poesía castellana, porque son testimonio apasionado de amor hacia hermanos de un lado y otro del mar.

 El afrancesamiento del autor de Prosas profanas cada día me parece más relativo. Su parte decorativa, que en el poema “Divagación” es más aparente que real, a través del tema del amor femenino, nos entrega una vez más a un poeta de aliento universal. Este extraordinario poema no ha sido completamente entendido a causa del esplendor que del uso de la palabra hizo este príncipe –entendiendo esta palabra como principal–, este príncipe del idioma.

 Los malhablantes de Rubén Darío o desconocen no sólo al poeta, sino al hombre de América que en gran medida fue él. Poemas importantísimos y casi completamente olvidados como el dedicado a Colón, en el que retrata de forma de tan terrible la situación casi permanente de los gobiernos criminales de nuestra pobre América, y en el que las cosas se dicen, qué maravilla, con tanta crudeza como belleza.

 La oda "A Roosevelt”, otro testimonio de su conciencia continental y de su protesta contra el ahora decadente imperialismo norteamericano (creo que Vietnam está diciendo las primeras últimas palabras); el prodigioso poema con que se inicia la serie de “Los cisnes” en Cantos de vida y esperanza, poema que tal vez no tiene par en toda la lírica del mundo, y en el que se nos recuerda que si ya no hay gente valiente “tantos millones de hombres, hablaremos inglés”… Ojalá que este centenario, pienso yo, sirva fundamentalmente para conocer en toda su importancia la obra de aliento humano que tal vez muy pocos jueces y menos lectores han apreciado como verdaderamente merece.

 No creo exagerar si afirmo que el modernismo es el punto inicial de toda una liberación literaria entre nosotros, en todos sus aspectos. Y si hoy en términos generales la narrativa en nuestros países está, indudablemente, por encima de la poética y esa narrativa tiene ya importancia internacional –además, esto no lo digo en forma peyorativa, pero es mucho más fácil traducir un cuento o una novela que un poema–, por lo que significa como testimonio de libertad de expresión en todos los ámbitos, esta libertad de expresión es necesariamente –creo yo– una consecuencia de la voz liberadora de Rubén Darío.

  Está en Darío también la voz cristiana y muy honda. No podría yo entender sus sinfonías sin ese instrumento. El trópico es pagano con cierto desnivelado cristianismo informal, pero que nubla los ojos. Para mí, cristiano, las cristiandades de Rubén Darío me conmueven por sinceras. Como se ve, Darío fue y será siempre voz de América. Para mí, la más alta de Nuestra América –como lo aprendimos a decir en Martí–, y el encuentro con tan gran poeta, su encuentro total no podía ser en la Nicaragua donde el asesinato de Sandino es la negra condecoración que los delfines heredaron –esos que son los detentadores del poder político en la ahora tan desdichada Nicaragua.

 Es aquí, sin duda alguna, en Cuba, ejemplo para todos nuestros pueblos, donde la gente ha comenzado ya a vivir de otro modo, dentro de la práctica inicial del socialismo, donde escuchamos –aquí sí– todo el aliento y toda la fuerza de la voz de Rubén Darío, en toda su plenitud humana, positiva —sí, aquí en Cuba–, y elevadamente humana; y no solamente para oírla, sino –creo yo hoy y lo creeré siempre– para tenerla en cuenta en todo momento.

 Leído el 18 de enero de 1967.

 

 Encuentro con Rubén Darío, Casa de las Américas, 1967, pp. 15-17.


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