Pedro Marqués de Armas
En julio de 1927 apareció en el Diario de la Marina "Canto a Lindbergh", poema de Vicente Huidobro inspirado en la conmovedora proeza del piloto norteamericano Charles A. Lindbergh, quien volara por primera vez desde Nueva York hasta París. Con nadie podía identificarse mejor Huidobro, que con aquel otro explorador de alturas que venía a confirmar una vocación aérea cuya precedencia podía patentar. Nada más huidobriano, que el cumplimiento de ese sueño que fusiona el motor de la ciencia y el de la poesía.
En una de las primeras crónicas
sobre aquel acontecimiento, “De Nueva York a París a golpe de ala”, Miguel
Ángel Asturias –testigo del espectacular descenso–, anunciaba que por fin los
rayos luminosos que alumbraban la ruta de los héroes en la poesía épica se
hacían realidad. Pero ya los futuristas, Marinetti mediante y poseídos de
aereomanía, habían decretado la muerte de Homero y en cualquier caso exigían un
nuevo poeta capaz de volar tan alto y largo como volaría Lindbergh una
década más tarde.
Huidobro recorría los estudios de
la Metro Goldwyn Mayer cuando el aeroplano despegó en Nueva York, exactamente
el 20 de mayo de 1927 a las siete y cincuenta y dos minutos hora
norteamericana. El primer vuelo transatlántico duraría treinta y seis horas,
aterrizando Lindbergh en el aeródromo parisino de Le Bourget a las diez de la
noche del día siguiente. Cerca de 150.000 almas esperaron la llegada del
Espíritu de San Luis, y millones no pegaron ojo en todo el mundo aguardando el
desenlace.
El poeta fue solo uno entre los
insomnes. O tal vez durmió esa noche a pierna suelta, y su insomnio aconteció
otra noche, mientras escribía de un tirón su exaltado poema. Lo escribe,
además, en inglés, imbuido por sus éxitos en Nueva York y sus proyectos para
Hollywood. De modo que la versión publicada en La Habana no fue la primera.
Pero ocurre, y aquí viene lo interesante, que todas las biografías del chileno
señalan al poema como inédito hasta 1988. Ese año el estudioso René de Costa,
que lo rescata de su papelería, lo daba a conocer en un monográfico que la
publicación madrileña Poesía: revista ilustrada de información poética le
dedicaba.
En Outside Stories,
así como en el prólogo a la edición norteamericana de Altazor, que
él mismo anota y traduce, Eliot Weinberger recuerda que, conmovido por la
proeza del joven aviador, Huidobro llegó a anunciar que donaría su premio al
mejor guion de la League for Better Pictures –unos diez mil dólares que acababa
de ganar– para la construcción de un monumento a Lindbergh. Y asegura de paso
que el proyecto no prosperó, escribiendo Huidobro aquel largo poema en inglés
que permanecería inédito durante décadas. Desde luego, lo más probable es que
poema y anuncio –es decir, inspiración y publicidad– hayan eclosionado juntos.
(De acuerdo con la cronología de
la Fundación Vicente Huidobro: “Su estadía en New York, coincide con la llegada
de Lindbergh a Boston, después de cruzar el Atlántico, y compone un canto épico
en homenaje al aviador”. Lindbergh arribó a Boston el 22 de julio, un día antes
de que Huidobro recibiera el premio cinematográfico, por lo que no nos
equivocamos en lo dicho. Ocurre que solo una semana más tarde –el 31 de julio–
el poema aparece en La Habana.)
Supongo que el dossier de
René de Costa contenga referencias más objetivas
sobre “Canto a Lindbergh”, es decir, sobre la versión inicial en inglés, su
traducción al castellano, o los motivos de su largo olvido. Al margen de
ello, todo indica que su aparición en Diario de la Marina no
ha sido registrada… Y es por eso que resulta tanto más
curiosa su publicación en Cuba, en tan escaso tiempo, bajo la firma de “Vicente
García Huidobro”, y precedido de una breve nota que da cuenta del envío pero
que no arroja una sola pista más: “De las manos ilustres de D. Gonzalo de
Aróstegui hemos recibido la presente composición del notable poeta y crítico
chileno Vicente García Huidobro. Agradecemos a tan distinguido amigo el gentil
envío, en nombre de nuestros lectores”.
Fundador de la Sociedad Cubana de
Pediatría, ya entonces frisando los setenta años, Gonzalo Aróstegui del
Castillo había vivido largos años en Nueva York y Brasil. Su presencia en
revistas culturales (y no solo médicas) cubanas, era aún bastante activa. Poeta
ocasional, fue amigo de Julián del Casal en su juventud. Llegó a presidir la
Asociación de Escritores y Artistas Americanos y, entre otras gestiones,
cooperó en la edición de las Obras Completas de José Martí.
Traducía además de varias lenguas.
Zenobia Camprubí lo recuerda en
sus Diarios como un anciano inquieto y gracioso, a la antigua,
que hablaba de España con cierta relamería, como si hubiera pasado allí media
existencia. Mientras Gastón Baquero lo rememora, en un nostálgico ensayo,
“leyendo un poema de Aurelia Castillo de González en el salón de Dulce María
Loynaz”. La cercanía con Baquero, también en la vejez del pediatra, tal vez
venga de sus mutuas relaciones con Pepín Rivero, pues Aróstegui colaboró con
alguna frecuencia en el Diario de la Marina.
En fin, muchos datos, pero total
ignorancia en cuanto a sus vínculos con Huidobro, si es que existieron. La
pregunta, en cualquier caso, es cómo llegó a sus manos el poema. No queda, por
tanto, más que especular sobre tres posibilidades: Que Aróstegui haya
coincidido con Huidobro en Nueva York, y este le entregara una versión en
castellano para los lectores cubanos. Que lo haya tomado de alguna otra
publicación en español. O que lo hubiera traducido… El primer caso es probable,
y por lo mismo, digno de investigarse. El segundo menos, ya que no existe
rastro, la más mínima referencia. El tercero... Sería una traducción tan
perfecta que solo podría obedecer a un trance espiritual. “Como una
serpentina lanzada de Nueva York a París atraviesas el cielo del Atlántico”, o
“Cuando el aire sintió el cantar de tu hélice y el peso de tu motor alado”, son
versos tan huidobrianos que solo Huidobro pudo conseguirlos en inglés, y solo
él, perfeccionarlos en español.
Al menos así nos lo parece.
Incluso (sólo hemos podido compararlas parcialmente) las versiones difieren no
poco entre ellas: la "habanera" más inacabada pero también de
más vuelo, esto es, menos trabajada a posteriori.
El caso, pues, sigue abierto.
Como apuntara Weinberger, las expectativas de los futuristas sobre un poeta
capaz de cantar la nueva épica aérea estaban por cumplirse. Por fin había
nacido una estrella tan rutilante como las de Hollywood. Huidobro/Lindbergh era
su encarnación. Acaso "Song for Lindbergh” devino de inmediato eso: un
borrador de Altazor.
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