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miércoles, 18 de noviembre de 2020

Consecuencias del juego de los chinos


  Olallo Díaz González


 Mucha es la afición que se nota en toda la Isla a esta clase de juego, con el que los hijos del celeste imperio hacen su Agosto. Los periódicos, rato es el día que no traen algún suelto referente al asunto, predicando en desierto, porque el pueblo sigue lo mismo. Personas hay que no teniendo más que estrictamente lo necesario para sus alimentos, no les pesa el quedarse sin ellos por jugar aquello que soñaron.

 Componen el juego treinta y siete figuras, piezas o animales, como el Lector quiera llamarlas, divididas por cuadrillas en la siguiente forma:

 Cinco guapos, — Lombriz; Cochino; Luna; Tigre; Buey.

 Cuatro mujeres, — Paloma; Piedra fina; Lanchao; Mariposa.

 Cuatro muchachos, — Taypen; Rana; Perro chiquito; Mono.

 Cuatro curas, — Padre cura; Fuma opio; Santa Mujer; Gato amarillo.

 Cuatro caballeros, — Pescado blanco; Muerto; Caracol; Pavo real.

 Siete cabrillas, — Perro grande; Caballo; Elefante. Lancha; Ratón; Gato boca; Avispa.

 Cinco limosneros, — Majá, Araña o Pato; Chivo; Venado; Camarón.

 Cuatro peones, — Pescado pozo; Gallo; Águila: Jicotea.

 El dueño del juego tiene sus dependientes que le llaman "apuntadores." Estos, por ejemplo, en la Habana, se sitúan en diferentes barrios donde ya son conocidos. Media hora antes de dar a conocer al púbico lo que salió, llevan una lista detallada al dueño de lo que tiene apuntado cada figura y la cantidad que les pertenece. Este revisa las listas minuciosamente y de las treinta y siete figuras la que no tenga nada, o si todas tienen, la que menos le haga desembolsar, es la que dice que está premiada; paga a sus dependientes y estos van a dar la noticia al  pueblo que impaciente los espera. 

 —Qué salió? ¿Qué salió?

 —"Camarón".

 Aquí es lo bueno, todos hablan a un tiempo; unos dan patadas furiosos en el suelo, reniegan de su suerte y se tiran de los cabellos, otros le dicen al chino que hubo trampa y quieren entrarle a mogicones, armando barullo tal que no hay Dios que los comprenda.

 Nada hay en esto ni en lo que voy a relatar de exageración; no haré más que copiar al pie de la letra las escenas que con bastante frecuencia he presenciada.

 Alejo, marido de Conchita, gana dos pesos diarios de peón de albañil y no malgasta ni jun centavo; por las mañanas al ir para su trabajo, deja en su casa un peso para el almuerzo y la comida. Conchita regateándole a la negra carnicera, al bodeguero y al verdulero, siempre economiza su realito con que jugar a los chinos. A Alejo no le dan más que una hora para almorzar y trabaja un poco lejos de donde vive, por lo cual, Conchita le tiene la mesa preparada para que cuando llegue pueda hacerlo a la carrera. Una mañana no encontró Alejo la mesa puesta como de costumbre.  

 — ¿Cómo fue, Conchita, te quedaste dormida?

 — No.

 — Pues dame el almuerzo que se hase tarde.

 — Todavía no está.

 — Ya son las nueve y media.

 — Qué sean las dose… Me dolía mucho la cabesa y no me dio la gana de cosinar.

 — Y que almuerso yo?

 — Por un día que dejes de almorsar no vas a morirte.

 — Pero quiero haserlo diariamente, pá eso trabajo. Conque ¿dónde está?: …¡Vamos!

 — No sé

  —No sabes? Pues dame el peso que te deje esta mañana, iré a la fonda.

  —Y yo?

 — Come gambusinas! Venga el peso.

 — Lo perdí.

 — Y por qué no me lo dijistes al prensipio?... Dónde se te perdió?

 — De la sala a la cosina.

  —Quién ha estado aquí?

 — Nadie. 

 Alejo registró la casa sin encontrar el peso; frenético cogió un palo y agarrando a Conchita por un brazo le preguntó:

 — Dónde está el peso?

 — Ya te dije que se me perdió.

 — Y cómo no lo encuentro en ninguna parte? Conchita, o me dises la verdad o te doy una palisa.

 — Me juras no haserme nada?

 — Dime la verdad.

 — Pero tú me juras?

 —Sí.

 — Bota el palo.

 —Ya ¿Qué hisiste con el peso?

 —Voy a desirte la verdad, Alejito; fue que anoche soñé con la "lombriz" y como hase muchos días que no sale, le apunté el peso y lo perdí.

 — Y yo no te he dicho que no juegue a los chinos?

 — Y si hubiera ganado?

 — Ni de una manera ni de otra quiero que juegues, y el día que vuelvas a jugar me voy de tu lado.

 — Desde ahora si quieres puedes largarte. ¿Acaso necesito de ti? Soy muy joven todavía y no me faltan gallitos que me quieran, mucho más desentes y de mejor posisión.

 — Cállate, Conchita

 — No me da la regaladísima gana!

 — Mira, que te meto la mano.

 — Porque soy mujer. ¿A qué no le das a un hombre como tú, manfriso?

 — Conchita!

 — Sí, Manfriso! manfriso! ¿Cómo no te kisiste guapo con Cantúa?

 La contestación que le dio Alejo fue una bofetada. Ella con un jarro de lata lleno de agua, que fue lo que más a mano halló, le mojó de pies a cabeza. — ¡Al momento te largas!

 Conchita hizo un lío con su ropa y fue para casa de su madre, y Alejo sin haber almorzado tuvo que volver a su trabajo. Desde aquel día se separaron.

 La rifa asiática será muy buena; pero te aconsejo, Lector, que no la juegues. A cuántas personas que teniendo un modo de vivir si no con lujo al menos con decencia, ha sumergido en la miseria! Muchas son y en el cuadro siguiente te convencerás de lo que digo. Andrés y Sofía hacía seis años que estaban casados y nunca les había faltado nada; ganaban lo necesario para los gastos de su casa, él con un puesto de frutas que tenía y ella con las costuras. Vino el juego de los chinos; Andrés sin ocuparse del puesto de frutas que muchas veces dejaba abandonado, ni de las lágrimas de su esposa que veía la ruina de su casa, ningún día dejaba de jugar.

 — Andrés ¿por qué juegas a los chinos?

 — Porque me gusta.

 — Pero nunca ganas.

 — Cuando yo les coja la manganilla verás si me desquito.

 — Mientras tanto vas perdiendo lo que trenes.

 — Ya lo recuperaré.

 Vana esperanza! El puesto iba decayendo y Andrés se vio sin crédito y sin dinero con que surtirlo.

 — Mira que nos arruinamos, Andrés.

 — No lo creas, Sofía, ya voy cogiéndoles el juego y pienso vender el puesto a uno que me da siete pesos por él; yo te juro que con ese dinero tanto he de ganar, que volveremos a ser dichosos.

 — Susederá como siempre que juegas.

 — No seas testaruda, Sofía; el juego de los chinos es muy legal y aunque me maten seguiré jugando a él. Hoy mismo vendo el puesto.

 Así lo hizo; pero el dinero fue a parar a manos de los chinos. Andrés no escarmentó con eso y quiso dar el último golpe.

 — Sofía dame tus prendas.

 — Para qué?

 — Para empeñarlas.

 — De ninguna manera. Esas las quiero para el día que no tengan mis hijitos que comer.

 — Y son tuyas acaso? ...Tú te la pones; pero son muy mías porque me han costado mi dinero.

 — No te las doy.

 — Si, corasonsito de melón, verás cómo triplico la cantidad.

 — No, no y no.

 — Me las llevaré a la fuerza.

 Andrés fue a abrir el escaparate; Sofía se adelantó y quitó la llave de la cerradura.

 — Dame la llave

 — Me tienes que matar para quitármelas

 — La llave!

 — Que no te la doy!

 — Abriré sin ella.

 Salió a la calle y volviendo con un martillo y un punzón, se dirigió al escaparate.

 — Andrés ¿será posible?

 — Y poderoso! Dame, que voy a saltar la cerradura.

 — No es necesario, toma la llave.

 Andrés soltó las herramientas y abrió el escaparate contentísimo.

 — Aquí están las prendas! Un par de pulseras, tres sortijas, un alfiler de pecho, el anillo con que nos casamos y un par de aretes. A la casa de empeño me voy.

  Andrés empeñó las prendas y apuntó las cuatro mujeres para el juego de las ocho, tuvo poca suerte, fue premiado el “perro grande”. Las jugó a las diez, le tocó a la “luna." Siguió con las mismas figuras para el juego de las dos doblando la cantidad, tampoco acertó: la "rana" se llevó el dinero. Desesperado dejó las mujeres, y apuntó al “tigre", entonces salió ''piedra fina”, una de las figuras pertenecientes a la cuadrilla de las mujeres.

 — Qué salado soy! —decía, —jugué las cuatro mujeres a las ocho, a las diez y a las dos y no salió ninguna, las dejé en el juego de las cinco y sale “piedra fina," ¡mal rayo me parta!

 


 (…) Sofía tenía razón con el puesto de frutas nunca le debieron un centavo a nadie y desde que Andrés lo vendió no tenían más que trampas y disgustos. ¿Estás convencido, Lector? Ahora te referiré las escenas que diariamente pasan con los apuntadores. Casi todos tienen alquilado un cuarto en una ciudadela. Desde las seis de la mañana empiezan a llegar los inocentes que van a dejarles su dinero. Allí se ven hombres de levita y en mangas de camisa, criados que quitan una parte de la cantidad que les han dado para la plaza, muchachos, en fin, muchas personas de ambos sexos, edades y colores.

 — Medio de "anguila"!

 — Apúnteme un rial al mono!

 — Las siete cabrillas, medio a cada una!

 — Hola, Dorotea!

 — Qué hay, chinita? (Estas son dos criadas; una es lavandera y la otra cocinera.)

 — Cuánto juegas hoy?

 — Medio peso ná más, hija! Estoy en una casa que son muy sicateros, no pude coger más póique no me dan más que dase ríales fueites pá la plasa.

 — Yo juego tres ríales que le robé a mi marío al "gato amarillo,'' póique una negrita que vino anoche a casa no hasía más que cantar ¡Amarillo, suénamelo pintón!

 — Pues yo voy a jugar dos riales fueites al "ratón" porque hoy cuando me levanté había uno grandísimo en la ratonera, y otros dos ríales fueites al "gato de boca," poique cuando lo saqué pá fuera el gato lo trancó.

 — Apúntale aunque sea un mediesito a la "jicotea."

 — Esa no sale hoy, salió ayer.

 — Por eso te lo digo, los chinos son muy jubilaos y la pueden repetil.

 — Bueno Apunta, Enrique, dos riales al "ratón," dos al "gato de boca" y uno a la "jicotea."

 — Tu, mulata bunito, yo tiene mucho dinelo pa ti.

 — Safa, chino, que tu fumas opio!

 —Yo no fuma opio. Yo fuma sigalo, tabaco, esí tá bueno.

 — Siá! —dijo la mulata pegándole un rabazo al hijo de Cantón.

 Poco después vi llegar a un joven que creí conocer, no me engañé, era Balujita.

 — Qué hay de tu vida, Pantaleón?

 — Ya lo ves, Balujita ¿Qué vienes a buscar aquí?

 — A jugar.

 — Tu también juegas a los chinos?

 — Y gano todos los días.

 — Cómo?

 — Porque juego muchos animales y poco dinero y además porque cojo al vuelo las adivinanzas. ¿Quieres verlo? Ven... Chino, dime la adivinansa.

 — Uno casa cerrao, esi hombre tá dentro y sale mucho humo.

 Balujita se puso a pensar… “Uno casa cerrao.... sale mucho huma... Ya sé lo que es, Pantaleón; “fuma opio," apuntale tres pesos.

 — Yo no juego.

 — Cuando te digo que vas a ganar! Haste cargo que yo desde que salí de escribiente estoy viviendo a costillas de los chinos, y ya les he cogido tan bien el juego que raro es el día que no gano cuatro o cinco pesos. .

 — Entonces no trabajarás.  

 — Que trabajen los bueyes que tienen el cuero duro!

 — Dichoso tú.

 — Todo es acostumbrarse, chico; no hago ni un pimiento y la viejita aquella que tú sabes me mantiene y yo soy el jefe de la casa. A ver, chino, dos reales al "fuma opio," medio al “pavo real," medio al "gallo," medio a "Lanchao" y un real a "taypen." Falta medio para cinco reales. Apúntalo al "buey".  

 ¿Quieres jugar en vaca conmigo, Pantaleón?

 — Ya te he dicho que no juego a eso y me extraña mucho que un joven como tú, se ocupe tanto del juego de tos chinos. ¿Qué dirán de ti?

 — Sin cuidado me tiene lo que digan! Por un oído me entra y por otro me sale.

 — Y está bien eso?

 — Chico ¿de cuándo acá? Mira que yo no tengo quien me gobierne.

— Por eso lo haces.  

— Ande yo caliente y ríase la gente.

— Más valía que buscases trabajo y no anduvieras de vago.

— Vas a seguir?

—Viviendo a expensa de esa pobre que

— Adiós, Pantaleón! —dijo bruscamente volviéndome las espaldas.

— Que te vaya bien.

 Media hora faltaba para que el apuntador se llevara la lista, cuando llegó recatándose una mujer.

 — Enrique, tres reales al "elefante."

 — Pela poquito. .

 — Anda pronto, mira que tengo que venir a escondidas de mi marido que es muy seloso.

 — Namá?

 — Luego te pagaré.

 — Yo no fía

 — Toma esa sortija hasta que te pague. ¡Qué desconfiado eres! Yo estoy segura que sale “elefante" porque soñé con él.

 Llegó un negrito.

 — Medio de "majá"! Medio de “raton" y medio de “lombriz” pa la niñita!

 — Tu ama juega? —le pregunté.

 —Ella sí; pero me dise que no se lo diga a naiden; ese rialimedio se lo pidió a mi amo pá cascarilla.

 Al salir la mujer se encontró en la puerta con el marido que la venía siguiendo.

 — Qué hases aquí?

 — Yo? ... Nada. Que vine a ver a una amiga.

 — Una amiga, eh? Al chino Enrique es al que tú viniste a ver, lo sé todo.

 — Qué es lo que sabes?

 — El negosio que se traen Vds ¿Qué papelito es ese?

 — Ninguno.

 — Déjamelo ver,

 — No.

 — Mira que aquí mismo delante de la gente, te pego.

 — Toma, toma.

 — Está escrito en chino para que yo no lo comprenda!

 — Si es el "elefante."

 — Yo elefante! Ven conmigo, que te voy a haser comer el papelito delante de él.

 — Sí, es el “elefante" que juego para las ocho, y como no tenía dinero le dejé empeñada la sortija que tú me diste.

 — Se la habrás dado en prueba de amor. Vamos- allá.

 Ella antes que él hablase dijo: —Enrique, dame la sortija que te empeñé.

 — Tres reales pacá.

 — Pero tú crees que yo soy bobo y no comprendo que ya te conchuchaste con él? …Macao, dame la sortija pronto si no quieres que te abolle un ojo.

 — Papelito pacá.

 — Tómalo.

 El chino entonces devolvió la sortija y el hombre empujando a la mujer hasta la puerta, salieron de la ciudadela. Una vez en la calle, uno de los que habían presenciado la cuestión le grito: — ¡Remolacha! — ¡La vieja!— le contestó este apresurando el paso.

 Ya era hora de ir a entregar las listas y eV apuntador se las llevó. Poco a poco llegaban los jugadores preguntando:

 — Qué salió? ¿Qué salió?

 El chino se entretuvo por el camino y llegó tarde con la lista, el dueño del juego no se la admitió. Cuando esto sucede, los apuntadores tienen que pagar de su bolsillo las papeletas premiadas, había salido la “jicotea.” Parece que no le agradaba mucho esto al chino y cuando regresó a la ciudadela dijo: —No hay juego, papelito paca yo devuelve dinelo:

 —Qué desgrasia! —decían unos.

 — Trampa! ¡Trampa! —gritaban otros.

 Dio la casualidad que las primeras papeletas que le devolvieron fueron las de la “jicotea,” y viendo que ya no tenía que pagar premio ninguno, para quedarse con el dinero de las otras figuras que nada les tocó, volvió a salir, hizo que había ido a la casa de juego y dijo cuando regresó: —Ya jugá. Sale “jicotea."

 Aquí fue Troya, los que habían jugado la "jicotea" reclamaban su dinero.

 — Yo jugué tres ríales, ¡Tramposo!

 — Yo una peseta. ¡Ladrón!

 — Papelito paca yo lo paga pronto.

 Una mulata se encaró con él. — A ver si me pagas tres ríales que jugué a la "jicotea," ladrón!

 — Papelito…

 Tú no me devolviste mi dinero? Mis tres ríales me lo pagas, son nueve pesos.

 — Yo no paga ná, sin papelito.

 — Eso tienes tú de ladrón y sinbelgüensa, ¡Permita Dios que te dé el cólera de tu tierra o que te apuñaleen en una esquina! Tú me vas a pagar, esto no puede quedarse así, voy a buscar a mi querío.

 Llegaron otras personas que maldijeron a su gusto al apuntador, entre ellas, Balujita. — ¿Qué salió?

 — "Jicotea."

 — Jicotea! ¡Qué tramposos son Vds! ¿Por dónde echa humo la jicotea? No vuelvo a jugar más nunca.

 Como al cuarto de hora volvió la mulata con su amigo, este era uno de los cheches de Jesús María.

 — Chino ¿poiqué tú no le pagas lo que sale a las mujeres?

 — Yo no tiene que ve ná contigo.

 — No tienes que ver? Pues ahora me vas a dar el dinero de a hombre.

 — Papelito

 — Vamos, señores, —dije yo, —se concluyó.

 — No hay novedá, niñito! se concluyó. Yo respeito a los hombres; pero ese Macao me la tiene que pagar aunque se meta debajo de la tierra.

  No sé si se la cobraría, lo cierto es que el chino sigue apuntando sin novedad, y que todos los días estoy presenciando escenas iguales a las que acabo de referir.


  Costumbres populares. Escenas copiadas del natural, La Habana, Librería La Principal, 1881, p. 49-59. 


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