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martes, 1 de septiembre de 2020

Entre La Habana y New Hampshire. Materiales de un crimen




   Pedro Marqués de Armas 


 Gracias a una amiga que trabajaba en el Archivo Nacional, pude acceder, mientras investigaba sobre el suicidio en los esclavos a finales de los años noventa, a un “fondo privado” que nada tenía que ver con mi investigación. Era un área de manuscritos que, bajo la clasificación Literatura de Aficionados, incluía cuadernos de poesía, cuentos, novelas, memorias diversas y hasta epistolarios.
 Pasé más de una tarde revisando parte de aquel material, sobre todo libretas de poesía, no sin cierta creciente decepción. Mi expectativa de dar con un poeta genial o de talento se había venido abajo cuando descubrí, bajo el título Penas y Furias, un breve poemario que no me disgustó en lo absoluto, y que, curiosamente, venía acompañado (grapado) de una carpeta. Mi sorpresa fue mayor al advertir que la carpeta contenía un atestado policial referido a un tal "O. Turtós, acusado de secuestro”.
 Antes de acabar mi investigación (todavía en curso) sobre el suicidio, copié a mano algunos de aquellos poemas, pero no cartas, a las que apenas eché un vistazo.
 Con el paso del tiempo aquel nombre, O. Turtós, recurría a menudo a la superficie de mi mente, como si tocara a una puerta.
 Y tocó.
 Hace apenas dos años, mientras Dolores Labarcena investigaba para un relato que pretendía -o pretende- hacer sobre un caso famoso de la crónica roja cubana (más por lo esperpéntico del affaire que por el crimen mismo) dio con el referido nombre: “O. Turtós-culpable”. Un farmacéutico implicado en el secuestro de una anciana norteamericana en una Clínica Veterinaria de La Habana…
 No perdí tiempo y le escribí a mi vieja amiga del Archivo Nacional no sin morirme de vergüenza, ya no solo por la índole del pedido, sino porque en todos estos años no le había mandado ni un “hola”. Además, a riesgo de que hubiera abandonado el país, como tantos.
 Pero no, mi amiga seguía allí, y solo me pidió algo de paciencia, pues se encontraba de vacaciones.
 Meses más tarde teníamos una copia del expediente. Eso había sido en principio: poemas y cartas como indicios de una instrucción policial que, tras ser desclasificada, pasó al fondo Literatura de Aficionados.
 En un periodo de intensa y no menos turbadora indagación hemos descubierto, mediante esas cartas, toda una serie de entresijos ligados a la vida de O. Turtós en Cuba, su pasión por la irrefrenable M. Gispert -escritora hoy olvidada- y, por si fuera poco, a mi propia familia, ya que Turtós era primo del padre de mi primo, como éste, de nombre Joaquín.
 No cuento más. Ni el desenlace del proceso criminal. Ni el de la relación entre el poeta farmacéutico y la escritora Gispert. Ni sus años en París, antes de tomar la fatídica decisión de emigrar a América.
 Por ahora, vaya esta muestra del epistolario. 



Gispert & Turtós


                                       
                    La Habana, 12 de julio de 1948


 Querida Gispert:  

 Después de una semana en esta ciudad por fin puedo sentarme y darte mis primeras impresiones. Hasta ahora todo ha sido vértigo. Aunque el mar se mantuvo en calma durante los veintiún días que duró la travesía, pues salvo a la salida de El Havre, no hubo la menor marejada y todo trascurrió en la más absoluta serenidad, los mareos no me abandonaron. Así que no dejaste de dar vueltas en mi cabeza. Te juro que todo el viaje estuviste en mi pensamiento, si eso es lo que quieres saber, aunque de manera bamboleante. Suma al vértigo lo agitado de esta ciudad que no he dejado de recorrer de un barrio a otro, a pie o en tranvía, junto al primo Joaquín.  

 La Habana es una ciudad que recuerda a Barcelona. Al menos tuve esa impresión al recorrer el Paseo del Prado que, como nuestras Ramblas, se abre también al mar pero de modo aún más esplendoroso por la reciedumbre de la luz. Quizás, también, porque no ves ninguna estatua de Colón, sino la modesta escultura de un poeta fusilado por los españoles. Hay librerías, cafés, tiendas y boticas (no pocas), y tal parece que estás en L’Eixample… Para no hablarte de los encofrados de caoba. Visité un banco de la calle O’Reilly (sí, es importante que ponga a resguardo los ahorros, si bien sin ningún interés por ahora), y al entrar al majestuoso ascensor, sentí ese olor que hemos respirado desde la más remota infancia. No, no tenía conciencia de que era el olor de los bosques de Cuba, el olor de la madera cubana… En esta misma calle, una de las más concurridas de la parte antigua, hay una panadería llamada La Catalana, que es de las más refinadas. Joaquín se zampó unas cocas de LLavaneras, yo me consolé con el pan. Nada que ver con las baguettes parisinas. El “pan de flauta”, como lo nombran aquí, desprende el mismo olor y es de la misma frescura de los panes recién horneados del Paseo San Juan de nuestra infancia. Sí, querida, el mismo olor en muchas cosas, salvo en el interior de algunas casas, demasiado penetradas por el salitre y el sudor, dos “químicas” que alternan con especias de todo tipo, muchas de las cuales resultan inéditas a mi sentido del olfato.   
  
 En cuanto a Joaquín, ya te iré contando. Me arregló un alquiler barato (no podría ser de otro modo) en La Milagrosa, un hostal de la calle T. Rey que no está del todo mal… Este sábado cenaremos en familia, así que por fin conoceré a Eloína y Joaquinito. Y espero el lunes que Joaquín me presente al Dr. Sánchez, el amigo suyo que es procurador del Dr. Sarrá.
  
 Quizás se abran los cielos más rápido de lo que piensas y pueda colocarme como farmacéutico. Entonces esta separación no será tan larga. Perdona que no me extienda, vuelven los mareos.  

 Gispert, querida, habitas mi pensamiento.  
 No te olvides de mí, 

 O. Turtós 

                      ***  

                     
                New Hampshire, 1 de agosto de 1948


 Querido Turtós:

 ¡Qué gozo recibir tu carta! ¿Cómo te encuentras? ¿Sigues con mareos? ¿Te alimentas bien? Como ves, son todas interrogantes que me mantienen en vilo. De tu alevosa experiencia marítima ya me participó Calvet, ese gran amigo en común tan aficionado a los telegramas. Por lo que veo te vas aclimatando, pillín. Qué remedio, ¿no?  

 Te cuento que en New Hampshire hay poco calor y poco color. Un lugar anodino. La población es una mezcolanza del viejo continente: franceses, irlandeses y, sobre todo, alemanes. Y ya sabes lo que se comenta en los círculos literarios de nuestro suelo patrio sobre los alemanes, por supuesto, excluyendo a Goethe y a Hölderlin, son amazacotados, carecen de improvisación. Pero razón llevabas, mi querido Turtós, que en todas partes cuecen habas. Hay alemanes verdaderamente vivarachos, talentosos. Y espero no viertas tus sospechas, de antemano infundadas, sobre Ferdinand. Ferdinand me ayudó en un momento crucial de mi vida. ¿Acaso podíamos abandonar juntos París? Imposible. Con lo que ganabas como farmacéutico, y yo, sin profesión alguna, no iríamos ni siquiera a vivir a los Alpes. ¡Válgame Dios!

 ¿Conoces el The Christian Science Monitor? Es un periódico de New Hampshire, de renombre, acreditado en todos los círculos científicos, e incluso de gran difusión fuera de los Estados Unidos. Su ideología es no hacer daño a nadie, sino ensalzar a toda la humanidad. Y eso hace Ferdinand, escribir artículos sobre la Ciencia Cristiana. En la India. Los mayores lectores residen en Oriente. ¿No te parece un misterio, algo que escapa de nuestra rancia educación católica y Occidental?

 Cambiando el tema, por aquí hizo escala el autor de Birmania, domicilio en la tierra. Un hombre demasiado egocéntrico, a mi parecer. Ferdinand lo trató como a un rey. ¿Yo? De sobra conoces mis impotencias y aciertos, a aprender se va a Salamanca. Hablando de Salamanca, ¿recuerdas nuestro viaje a esa ardorosa ciudad, querido Turtós? Qué cosa, soy capaz, incluso en medio de este suelo al que no logro fijar los pies ni mis pensamientos, hacer acopio de nuestras alegrías de antaño, nuestros paseos furtivos. Espero hagas lo mismo cuando respondas. Hazme feliz, Turtós. ¡Hazme Feliz! Estoy desprovista de afectos, de mimos, de caricias. Y espero, por el bien incluso de Ferdinand, que nada en este mundo entorpezca los planes de reunirnos en la más mínima brevedad. ¡¿Pan de flauta?! Sí que son musicales esos isleños. Yendo al grano, ¿conseguiste trabajo? Cuéntame del encuentro familiar. ¿Es merecida la fama de los almacenes El Encanto, el clima, la vida nocturna? No deseo agobiarte con un tropel de demandas. Ya sé lo reservado que eres, lo parco en cuestiones esenciales. Pero por piedad, por los años que llevamos juntos, ahórrame las incertidumbres. Bien sabes mi devoción por ti.

 Turtós, una última cosa, y escúchame bien, haz caso omiso a las habladurías de las cuales estoy sumamente informada, táchalas. Ferdinand es el medio, no el fin. Y termino esta misiva de la que espero pronta respuesta con una frase de Mary Baker Eddy, la fundadora de la Ciencia Cristiana y el periódico donde pro pane lucrando Ferdinand expone sus opiniones a veces con tino y otras con una displicencia bastante alemana para mi gusto mediterráneo: “Si el cristianismo no es científico, y la ciencia no es Dios, entonces no hay ley invariable, y la verdad se convierte en un accidente”.

 Queriéndote desde la distancia.
 Tuya,

 M. Gispert


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