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martes, 22 de septiembre de 2020

El gusto del día, epístola a un amigo mío

 


 

Manuel de Zequeira y Arango

 

Aquí, Celio, se mira como un crimen,

o a lo menos se tiene por locura

la risueña pintura del Parnaso.

Otras son las pasiones que se imprimen

entre la juventud y edad madura:

la cosecha abundante

y el valor de los frutos de la tierra,

este es todo el asunto interesante

de que se habla en tertulias y corrillos.

A uno importa la paz, a otro la guerra,

cual encomia sus cerdos y novillos.

Allá siente las lluvias un avaro,

cual procura vendimia más barata,

cual inquiere las máquinas de ingenio,

y cual piensa vender un fruto caro.

 

Otro puesto en la cátedra relata

la crecida tarea

que su intrépido genio

le produjo, hostigando en el trabajo

la humanidad cautiva:

aquel quiere también que se le crea

que jamás usurpó bienes ajenos,

y afirma que la deuda que contrajo

no ha sido por el lujo originada:

otro anhela tener para su hacienda

un mayoral activo que lo entienda:

cual dice que perdió, dando clamores,

el cilindro mejor de sus tambores:

A otro avariento enfada

que la tierra no aborte de su seno

abundantes tributos.

—¿Cómo va de cosechas?

(Mileto ha preguntado)

—No va mal (dice Porcio), ya tengo hechas

cuarenta mil arrobas. ¿Y tus frutos?

¿Qué tal? ¿Habrán llegado

al número de arrobas que te digo?

 

Aquí tienes, amigo,

una imperfecta copia

del gusto que domina y las pasiones

que despiertan más bien el apetito.

De Amaltea la llena cornucopia

siempre impresa está en sus corazones

por todo lo demás, se les da un pito.

Nada hay por más que sobre

en sus despensas abundantemente

para alivio del pobre:

ni escuchan el lamento

de la viuda doliente

ni al desnudo socorren, ni al hambriento.

 

Asi, Celio, ¿qué importa a estos Señores

que Villegas escuche en un tomillo

quejarse un pajarillo?

¿Ni qué importa que cante Garcilaso

bucólicos amores?

¿Ni qué el divino Tasso

de Godofredo cante el ardor fiero?

En vano cantó Homero

con la trompa imperial al noble Aquiles

y también cantó en vano

la heroica tropa al Capitán Troyano:

y Anacreón divino

con sus metros sutiles

llenando copas de sabroso vino

y ciñendo de pámpano el cabello

en vano canta a su Batilo bello.

Esta música en ellos da letargo

y el más dulce epigrama será largo.

No hay imagen bizarra

que despierte en sus yertos corazones

aquel placer sensible

de que es un alma tierna susceptible:

sélo el canto fatal de la cigarra

que anuncia felices estaciones

y cosechas crecidas

halaga el corazón de tantos Midas.

Mira Celio, si tengo suficiente

motivo de quejarme

viviendo, como digo, tristemente;

mira si me desvelo

para hallar en tu ausencia algún consuelo.

Así escribo mis penas, y te pido

procures aliviarme

sin echarme en olvido:

escríbeme despacio

invocando de Apolo algún conjuro

para tantos sectarios de Epicuro

y tan pocos discípulos de Horacio.

 

  El Criticón de La Habana, Núm. 7, 27 de noviembre de 1804. Recogido parcialmente por Bachiller y Morales en Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción publica en la isla de Cuba (1859), reproducido por Antonio López Prieto en Parnaso Cubano. Colección de poesía (introducción, pp. 42-43), 1881. Atribuido más tarde a Manuel de Zequeira y Arango. 


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