Lino Novás Calvo
"A
Latinoamérica le ha faltado el prejuicio, o, más exactamente, el orgullo racial
que activa el instinto de conservación
de la raza, y que tan bien ha caracterizado y protegido a los ciudadanos de los
Estados Unidos."
Esto
dice, más o menos, A. H. Shannon, autor del libro "The Racial Integrity of
the American Negro", en el número 815 de "Contemporary Review".
Y ésta es la verdad. Desde el primer momento de la colonización, se hizo luz
esta diferencia fundamental. La mujer española desempeñó escaso papel en la
fundación y desarrollo de las colonias americanas. A los primeros
establecimientos ingleses de América, Jamestown y Plymouth, acudieron pronto
mujeres, que crearon hogares y velaron con celo, a veces feroz, por la integridad
del blanco. En cambio, las colonias españolas parecen formadas todas por héroes
de Pío Baroja, todos hombres y ninguna mujer.
El resultado neto es hoy una
mayoría absoluta de mestizaje en toda la América hispana, salvo Argentina,
Uruguay y, acaso, Chile. Yo no digo que sea un vicio ni una virtud; digo que es
un hecho y un problema acaso insolubole. Además, en los países donde el
mestizaje es mulatería, mezcla
negro-blanca, un conflicto patente. Conflicto cerrado, al cual sólo cabe negar
ciegamente o admitir con valor como parte inherente de aquellas sociedades.
Todas
las obras —que son varias— dedicadas a este asunto proponen salidas de orden
espiritual, político o pedagógico, pero admitiendo siempre como inseparables
las distintas razas que conviven en el mismo territorio.
Esto
era antes de que la lucha de clases se planteara franca y violentamente; que
las corrientes racistas proponen ahora soluciones más tajantes.
Tenemos,
en primer lugar, las consignas lanzadas desde Moscú; pero en Cuba estas
consignas han dado por resultado, junto con otros factores, lo que nunca había
ocurrido antes: que algunos negros interpretaron mal sus principios, y se
lanzaron al asalto de blancas, dando lugar a que se planteara con rasgos netos
la lucha de razas.
De
este choque ha surgido una sociedad secreta, calcada sobre el K. K. K. norteamericano,
y llamada el Ku Klux Klan Kubano. Tal sociedad ha publicado hace poco un
manifiesto en "Diario de la Marina", y dice: "Esta organización sólo
pretende que cada una de las razas que existen en Cuba —y sólo deben existir
dos (la blanca y la negra)— exista con aislamiento de la otra dentro de lo que la proximidad física permita buenamente..." "La mezcla racial debilita los pueblos"... "Hay un lema que evidencia terminantemente los propósitos: por la pureza de las razas."
Esto es racismo puro si se le quita lo que tiene de facismo. Pero el K. K. K. K. aclara que no
va contra los negros, que condena
por igual cualquier acto de violencia de los blancos contra ellos —en lo cual se
diferencia fundamentalmente de la
organización angloamericana—.
"Queremos tanto que el negro respete a la
blanca como que el blanco respete a la
negra", único remedio, añaden, de evitar
el mestizaje. A esto contesta un escritor negro, Gustavo G. Urrutia, con una pregunta: ¿Qué ha de hacerse con los mulatos que, en sus
varios grados, forman la gran mayoría del pueblo cubano?
He
aquí la cuestión. Hay que distinguir entre la mezcla inicial y la difusión subsiguiente.
La mezcla inicial ha de disminuir por fuerza de las circunstancias económicas,
y no de ninguna sociedad secreta: disminuirá al disminuir la inmigración. La
mayoría de los mulatos procede originariamente de inmigrantes con negras. El
inmigrante español pobre muy rara vez puede casarse con la cubana blanca ni quiere
con la española inmigrante —problema muy interesante que algún día trataré de
aclarar—. En consecuencia, se arrima a la negra. Es posible que este cruce
inicial se paralice; en algunas partes de la isla está ya paralizado especialmente
en la provincia de Oriente, por causas de separación de economías. Pero la
sangre negra, asimilada más o menos por el blanco en los grados sucesivos,
quedará en las venas que la tienen, salvo que se descubra algún medio químico
para separarla y sustituirla.
El
tema es múltiple. El negro considera al mulato como su superior, y le cede el
primer lugar en todo; el mulato desprecia al negro tanto o más que es
despreciado por el blanco. El negro no tiene interés en conservar, por hoy, su
integridad racial. Es el blanco quien, herido por las alas que le
han dado las ideas revolucionarias, quiere hacer retroceder al negro. Ya sé que
este blanco es el burgués medio, que el obrero tiene menos orgullo racial. Sin
embargo, no he conocido allí una sola unión de blanca con negro, ni aun en la
clase trabajadora. Es más: estando yo en una colonia azucarera, en la provincia
de Camagüey, pasaron por allí unos agitadores sociales. Una noche se celebró un
"guateque" en el bohío de un carretero, y acudieron negros y blancos.
Al comenzar el baile, uno de los agitadores, negro, fue a sacar una blanca, y
ella se negó. El padre aprobó su conducta. Se entabló un debate, y los
agitadores tuvieron que salir a lo que daban sus pies, pues los guajiros les
siguieron con sus machetes en alto.
El prejuicio existe. Desde la
independencia, el negro disfrutó —y abusó— plenamente de sus derechos políticos;
libros, oradores y periódicos halagaron a los negros e invocaron al "Titán
de Bronce", Maceo, el más bravo soldado de aquella guerra; los políticos
de profesión utilizaron sin escrúpulos la masa negra y sobornable para la
edificación de su casa blanca. Sin embargo, el negro quedó limitado por dos barreras: la economía y la familia blanca. En ninguna de las dos tuvo cabida. Para la
primera no ha mostrado nunca aptitudes: el ahorro, las matemáticas, la
especulación, la perseverancia no son su fuerte. Y aunque lo fueran, le faltaría
capital para competir con el ya establecido. El ejemplo del "orgullo racial"
norteamericano se contagió un poco a la burguesía cubana. No existen aquí leyes
que prohíban los cruces matrimoniales, como ocurre en todos los estados del sur
de Estados Unidos; pero lo cierto es que tales cruces apenas existen. En
consecuencia, vemos una enorme cantidad de mulatos ilegítimos, población
flotante y en equilibrio que ahora, con la depresión económica, alarma a los defensores de la integridad racial; porque nadie sabe hasta dónde se extiende la sangre negra en disminución
gradual. El negro y el blanco son dos campos bien definidos, y sobre ellos se
puede fundamentar cálculos, pero no ocurre lo mismo con el negroide y el
blancoide.
Pero
hay otra cosa más importante, y es la miseria de la población negra. Este es el
factor que la hizo materia dúctil para los políticos, los políticos machadistas
en especial, y que ahora sirve de apoyo a los líderes sociales. En
este sentido, lo que hoy se debate en Cuba es una cuestión de clases más que
de razas. El negro lucha porque es
el más pobre, porque forma la inmensa mayoría del ínfimo proletariado cubano;
en esta lucha le ayudan muchos blancos. Pero a la vez su bajo nivel cultural le
permite adoptar en algunos casos, una actitud de revancha que irrita y
subleva a muchos blancos, en especial cuando se ha echado a rodar el dato —no
sé hasta qué punto sea cierto— de que Machado se apoyaba principalmente en la
población negra. Así, la clase media cubana tendrá triple motivo para alzarse
frente al negro, que para ella representa: a), el instrumento del dictador
caído; b), el instrumento de los líderes comunistas, y c), la raza creciente
que amenaza con absorber la blanca.
De
la ineducación del negro y de su pobreza no tiene la culpa él. La religión y la
Iglesia apenas han influido sobre él sino para inculcarle una superstición más;
son muy contados los negros que salen con un título de la universidad. Hay
varios círculos cubanos y extranjeros donde no pueden entrar negros. En ningún
baile o reunión de carácter familiar tienen cabida. Hasta de algunos
hoteles son excluidos, pues que su presencia excluye de hecho la de los turistas
yanquis. En realidad, sólo en el cementerio y en las declamaciones democráticas
ha sido el negro igual al blanco.
Pero
ahora se tiende, no sólo a que sea igual, sino a que sea aparte. Y con esto la
lucha queda planteada abiertamente, como en los Estados Unidos. Spengler y su
nueva teoría —los blancos contra todos los demás— quedan justificados aquí. Los
tres motivos enumerados bastan y sobran para que los blancos, hoy a la
defensiva, se pongan a la ofensiva en cualquier caso dado. El destino del
negro en América es trágico, y hace que lo sea a la vez el
de los blancos que viven en el mismo territorio. No hay nada que hacerle. Hoy
se le combate por negro, por proletario, por revolucionario o por
indisciplinado; y aunque varios de estos factores desaparecieran, su presencia frente
al blanco será siempre una amenaza, especialmente en países tropicales. Este
conflicto piensan algunos que habrá de solucionarse dando a los negros territorio
aparte; en Cuba se les ha propuesto la provincia de Oriente, donde más abundan.
El K. K. K. K., en cambio, no habla de separación de territorio, sino de
separación de razas dentro del mismo campo. Lo cual es admitir como inevitable
la continuidad de la lucha.
"Documentos sociales. Otro choque de razas", Luz,
Madrid, diciembre 8 de 1933, p. 8. Fotografía: 1899.
No hay comentarios:
Publicar un comentario