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domingo, 8 de diciembre de 2019

Seboruco, precursor de nuestro vanguardismo


 Joaquín V. Cataneo *

 Cuando oigo hablar de versos de vanguardia, o leo algunas de sus sibilinas y abracadabrantes estrofas, cuyos autores se pavonean, en los días que corremos, como innovadores del verso, tengo que reprimir el impulso de gritar, a todos los vientos, que ya esas “genialidades”, las conocíamos hace varios años los matanceros, por boca de SEBORUCO en su Oda al Pulpo, el trichimicrobiado-cosmogónico-igneo-aéreo fecundo-favonio, el estrambótico soneto y otras maravillas.
  Antonio Sánchez Alemán, de la raza blanca, a quien la zumba popular, designó con el remoquete de “Seboruco”, fue, indiscutiblemente, genio del vanguardismo.
 Y, aunque nuestros avancistas, queden cariacontecidos, ante la evidencia de que alguien se les adelantó en arremeter contra los ''manidos'' cánones del ritmo, la métrica y el sentido común, vamos a reproducir aquí algunas de las ''genialidades'', con las cuales amenizó él la melancólica vida de la ciudad de los poetas.
 Nuestro hombre.fue, durante algunos años, regente en las imprentas yumurinas, saturándose del ambiente lirico que mantenían las prensas matanceras. Su cerebro, hiperestesiado por la obligada lectura de tantas rimas, sufrió una crisis de premonición avancista, .para honra y prez de la ciudad del tremebundo nombre. Y, una catarata brotó de su boca, en forma amenazadora de versos desopilantes.
 Se asegura, por los biógrafos de Nietzsche, que el inquietante autor de Más allá del bien y del mal, siendo teniente de Ulanos, fue coceado en la cabeza por un caballo de su escuadrón, en los días de la guerra Franco-Prusiana, de 1870-71; y que después de este percance, se desarrolló en el la facundia filosófica, que le ha colocado entre los más ilustres y discutidos pensadores modernos. De acuerdo con esta tesis, cualquier hiperbólico, ante el caso “Seboruco”, sostendría que su testa fue pateada por todo un regimiento, en desbocado galope; acontecimiento feliz que permitió a la Atenas de Cuba el glorioso privilegio de ser; no ya cuna de los míseros poetas de “retaguardia”, llamados Milanés, Byrne, Teurbe Tolón, Agustín Acosta, Cabrisas y cien más, sino madre amantísima, también, del que hay que calificar de explorador, descubierta, escucha, del “auténtico” vanguardismo criollo.
 Noches inolvidables de bohemia, bajo la serena bóveda, donde los astros hacían guiños regocijados, contemplando aquel Areópago de los Chocolates, en el cual, según Agustín Acosta, se decían tantos disparates y donde no habían muerto Museta y Mimí! Y, en el que, pese a su suculenta denominación, después del chocolate con el que fue inaugurado, sólo podía ofrecerse, la mayor parte de las veces, a los contertulios, en el local social, unas tasas de un líquido que Carlos Prats se permitía llamar café, por proceder de unas borras rehervidas hasta la extenuación.
 Íbamos a la Plaza de la Libertad, dispuestos para la tertulia noctámbula, tomando asiento en la hilera de sillas, frente al Palacio, donde se albergan los gobiernos del Municipio y la Provincia, los oficiantes asiduos, miembros del Areópago, es decir poetas, periodistas y escritores, a los que se agregaban los numerosos amigos y admiradores de la bohemia literaria. 
 Todo aquel sector del parque era tomado, no revolucionariamente, pues los concurrentes éramos muy temerosos, sino de Dios, pues nos las echábamos de ateos, sí, del Loco Dios, un terrible Juez Correccional que padecía Matanzas, implacable señor que hizo morir a un semanario humorístico llamado “Stegomya Faciata”, al imponerle al Director una multa que obligó a disponer de todos los fondos de la Administración, para salvarlo de la cárcel.
  Reunidos en número suficiente, comenzaba el jaleo, que se prolongaba hasta las horas de la madrugada. Y tan pronto como uno de los areopagistas· disparaba sus versitos, se abría la espita; y versos propios y extraños diluviaban, declamados de voz en cuello, ante los paseantes que se iban deteniendo para escucharnos, y de la propia Policía, que en vez de actuar en contra nuestra por desorden público, se agregaba al coro y dictaminaba también sobre las estrofas de Rubén Darío, Amado Nervo, Chocano, Prats, Cabrisas o Acosta. Y en aquellos modernos Jardines de Academus, entre bromas y cuchufletas, se hacían comentarios sobre si lo mejor de Nietzsche era Así hablaba · Sarathustra o si Los Césares de la Decadencia, el último panfleto de Vargas Vila, era el verdadero parque zoológico para documentarse sobre la fauna de nuestros providenciales Hispano-americanos.
  ¡Bravos tiempos aquellos, de chalina negra al cuello, estómago ligero y bolsillos ante los. cuales la campana de una máquina neumática se hubiese declarado en derrota, cuando alardeábamos de ser unos perversos peligrosos, porque en algún soneto cantábamos las “divinas embriagueces del opio y otros “paraísos artificiales”, que solo conocíamos por Baudelaire!
  Al filo de la media noche, un clamoreo se elevaba del cenáculo, que a tales horas era integrado por bohemios empedernidos. Los admiradores profanos se habían retirado ya, honestamente, al abrigo de sus hogares, y los iniciados trabajábamos libremente. ¿Qué motivaba semejante algarabía de Aquelarre?
 Sencillamente la llegada del Epónimo Seboruco, que a esa hora rondaba los cafés circunvecinos, en los cuales le daban, todas las noches, los “recortes” de los sándwiches de la venta del día.
 Envuelto en su eterno levitón negro y lleno de manchas grasientas; rechoncho, de cara frailuna y picada de viruelas, aparecía la madre de aguas del vanguardismo; sonriendo satisfecho por la clamorosa ovación y saludándonos con el título de colegas.
 Por lo regular, venía relamiendo los restos de un merengue, que esparruzara en su rostro algún chusco malévolo, y que él rescataba, filosóficamente, llevándoselo con los dedos a su bocaza voraz.
 ¡Seboruco! ¡Seboruco! -gritaba el alegre corrillo, haciendo hueco para situar en el centro al héroe de la noche-. Recítanos la Oda al Pulpo, el trichimicrobiado-cosmogónico-ígneo-aéreo-fecundo-favonio-fulmina Naturaleza. Y la gritería retumbaba en el silencio de la Ciudad Dormida, como una irreverente insolencia.
 La mónada del vanguardismo se resistía, para avivar nuestro deseo, y al fin, declaraba que si le dábamos dos centavos cada uno de nosotros, estaba dispuesto a complacernos. Ante esta pretensión, el auditorio vibraba indignado.
 -¿Cómo? -gritaba Justo Betancourt, coreado por Juan Castelló, Cabrisas y Carlos Prats- a tanto descendió la poesía, que tú, rapsoda vil, te atreves a cotizarla a tan bajo precio en la plaza pública?
 En el fondo de esta indignación latía la tragedia, pues la mayoría de los areopagitas no teníamos un kilo, y la petición de Seboruco era un insulto a nuestra inopia. En definitiva, se pasaba balance y se reunían algunos centavos, que nunca representaban la contribución de todos, pues la mayor parte de las veces pagábamos, con nuestra palabra, de hacer efectiva la cuestación en la próxima tertulia. Seboruco nos abría crédito, gentilmente, y pasado ese escollo, comenzaba el recital.
 Seboruco declamaba:
  ¡Estúpido animal! ¿Por qué naciste?
  Sal de la cueva:
 ¿No ves que el toro embiste?
Estos tres renglones era todo lo que el calificaba de Oda al pulpo. Después seguía desarrollando la película y nos disparaba:
   Cuatro ruedas tiene un coche,
   con mucha melancolía.
   El sol alumbra de día,
   La luna alumbra de noche.
Y aquello de:
     Sale el sol por el Oriente:
     Malanga, yuca y boniato.
     Los sin narices, son ñatos,
     y el tiburón come gente.
Cerrando triunfalmente el recital, con su formidable:
     Fulmina naturaleza
     sus fulgores diamantinos.
     De Febo, por los caminos,
      la luz a brillar empieza.
      Todo se oye con firmeza:
      Las gallinas: ¡cloc, cloc, cloc!
      Los pollitos: ¡pío, pío!
      Los gallos: ¡la Libertad!
      Y muere cristo en la cruz,
      por salvar la humanidad.
Un día apareció en el diario La Nueva Aurora, de la propiedad y dirección de Corpus Iraeta, la genialidad seboruquina, titulada:
     
     ESTRAMBOTE SONETO
     (a Joaquín Cataneo Concreto)
  
     ¡Joaquín Cataneo! De Bemba oriundo (1)
     De Celso Cuellar alguacilísimo.
     Orador, voz de flautín profundo.
     ¡No seas tan majadero!
     Tu hermano, el vate imán
     Antonio Sánchez Alemán.

 El escándalo que tal seborucazo produjo, fue de órdago. Y, las bromas de amigos y camaradas me hicieron perder los estribos, sobre todo, al saber que Seboruco había producido este catastrófico engendro, a instancias de un grupo de correligionarios, que bufoneaban en torno al doctor Rafael Iturralde, Gobernador entonces de Matanzas.
 El ser Corpus del Areópago, a juicio mío, le vedaba prestarse a complacer a mis rivales  en aspiraciones electivas, facilitando las páginas de su diario para mortificarme. Con tal motivo, arremetí contra él, desde las columnas de El Jején, en un artículo “Tu quoque Corpus”, lleno de hieles vindicativas, que motivó una réplica en La Nueva Aurora, que nos hizo perder la amistad. A todas estas, Iturralde se desmorecía de risa, al enterarse de mi indignación, que grité en todos los tonos, por los pasillos del Gobierno Provincial, diciendo pestes de los bufones que entretenían los ocios del Gobernador, con las miras de obtener su apoyo en las designaciones de candidatos a Representantes. Al cabo, él mismo propició las paces entre Corpus y yo.
 Pocos días después de estos sonados acontecimientos, cruzaba yo por Matanzas, procedente de la Habana, en la comitiva del doctor Alfredo Zayas, rumbo a Oriente, en calidad de orador, para la formidable campaña presidencial Zayas-Mendieta del año 1916.
 Entre los que concurrieron a saludar a los viajeros, algunos, con la intención de una víbora, le dio un ejemplar de La Nueva Aurora al doctor Zayas para que éste leyese los versitos que me traían endemoniado. A mi costa se rio bastante en el transcurso del viaje: y el doctor Zayas, haciendo gala de su erudita memoria, nos recitó varias composiciones de vates aseborucados, pero declaró, que el autor del "Estrambote Soneto" era genial en el disparate.
 Seboruco, a fuer de trovador, era galante con las damas, aunque la voz publica afirmaba, que a su mujer propia le propinaba de vez en cuando unas palizas de “avance”, que temblaba el Parnaso. Y por las tardes solía vérsele, al pie de las ventanas, donde irradiaban los rostros de las sin par niñas matanceras, a quienes sofocaba la risa que les producían las improvisaciones del “Trichimicrobiado” rapsoda.
  Ya hace algunos años que este explorador de los mares del verso ignoto fue a dar cuenta al Olimpo, de sus hazañas poéticas en este mundo.
  Sus composiciones, que muchos recitan en la Atenas de Cuba, entre regocijadas chirigotas, servirán un día de texto en las academias vanguardistas, para que los alumnos sepan lo que es canela fina. Entonces, se hará plena justicia al inmortal autor de "Fulmina Naturaleza", que duerme su ultimo sueño en el romántico cementerio matancero, inmune ya al merengazo nefando de un pícaro nocherniego.
 Y los profesores exaltarán, merecidamente, la figura del que supo ser Precursor iluminado, desbrozando el Camino de la poesía nueva ante un grupo retardatario de míseros poetas matanceros, mientras se comía los restos de un merengue, esparruzado en su rostro.
 Y engendraba la tragedia, exigiendo, para ilustrarlos, en los secretos de la métrica futurista, una cuestación de dos kilos "per-cápita", mientras, en la serena bóveda, los astros de la media noche reían socarronamente, y en el impresionante silencio, Matanzas era interrumpida en su sueño por la irreverente algarabía de un Areópago Bohemio, jacarandoso y erudito, que había adoptado, · como máxima filosófica, la de Nihil Admirari.

 La Habana, Marzo 1934.
 
 Bohemia, 1 de abril, 1934, pp. 8, 62 y 63.

 * Poeta y periodista matancero. Natural de Jovellanos. Miembro de la tertulia El Areópago Bohemio, que integrara a los principales escritores e intelectuales de Matanzas en las décadas de 1910 y 1920. Fue director propietario de la revista yumurina El Fanal. Se trasladó a La Habana en 1929 y colaboró en diferentes publicaciones: Diario de la Marina, El País, Bohemia, entre otras.  

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