Heberto Padilla
Hace algún tiempo
como un muchacho enfurecido frente a sus manos atareadas
en poner trampas
para que
nadie se acercara,
nadie sino el más hondo,
nadie sino el que tiene
un
corazón en el pico del aura,
me detuve en la puerta de su casa
para gritar que no
para
advertirle
que la refriega contra usted ya había comenzado.
Usted observaba todo,
imagino que no dejaba usted de fumar grandes cigarros,
que continuaba usted escribiendo
entre
los grandes humos.
¿Y qué pude hacer yo,
si en
su casa de vidrios de colores
hasta el cielo de Cuba lo apoyaba?
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