Blanca Berasategui
Como un extraño voyeur
del mundo, parapetado tras sus gafitas y una gran pipa, Guillermo Cabrera
Infante pasea estos días por España su ingenio, su humor y su ironía con el
último de sus libros bajo el brazo, todo un juego de amor y de palabras, “La
Habana para un infante difunto”, o, siguiendo el juego de sus paranomasias,
Cabrera Infante para una Habana difunta. En cualquier caso, La Habana está
perdida definitivamente para este escritor exiliado que ha cambiado la isla
tropical (“no volvería allí nada más que en mis pesadillas”) por la húmeda,
fría, apagada y, sin embargo, apasionante Londres (“soy un escritor inglés que escribe
en español”) en la que se siente como en su casa. Allí ha escrito Cabrera
Infante esta extensa novela-libro de memorias, este “museo de mujeres”,
rebosante de humor, de evocaciones al pasado y de erotismo, y deslumbrante,
sobre todo, por su mágica y deliciosa prosa.
La conversación con Cabrera Infante es también un puro juego
de palabras, todo un doble sentido en la cuerda floja de la sutileza y la
parodia. De ahí que no resulte sorprendente que "La Habana para un Infante
Difunto” esté escrito por alguien que más que escritor se considera comediante
a quien el miedo escénico no le ha permitido hacer carrera encima de las
tablas.
Con todo, en esta
novela prima la evocación de las calles habaneras de los años cuarenta y
cincuenta. Una ciudad ya perdida pero, por supuesto, no más perdida para
Cabrera Infante que la de “Tres tristes tigres”, su novela hasta ahora más
célebre, y la del libro en el que ahora está trabajando, “Cuerpos divinos”,
llamados así porque son de mujer, no por una razón celestial.
-Lo de mi libro no es
exactamente nostalgia, es decir, toda literatura está hecha de nostalgia, pero
está hecha, sobre todo, de memoria, porque esta es la gran traductora de los
recuerdos, una especie de intérprete, a veces genial y a veces equivocada. Además,
la nostalgia es un término ahora peyorativo y se ha convertido en algo como una
marca comercial y no es eso a lo que me refiero. Sí, en cambio, a la nostalgia
como la punta del recuerdo. Por eso, “La Habana para un infante difunto” es la
reconstrucción de una ciudad perdida a través de la memoria y, por otro lado,
la busca de la mujer perdida o por encontrar. El resultado es... agridulce. El narrador
–único en el libro- es cruel con las mujeres, se va haciendo correoso
precisamente por esa búsqueda del amor perfecto en la que sufre tantos
fracasos. Y la crueldad va aumentado con la que él considera su primer amor.
Toda la obra de
Cabrera Infante es autobiográfica, hasta esa colección de artículos y ensayos
titulada “O”. Pero aquí parece estar más él que en otros libros anteriores. “Hay
coincidencias buscadas –dice el autor- y el narrador a veces se puede confundir
conmigo. Pero, naturalmente, todas esas mujeres no responden a las mujeres de
la llamada vida real y el final no puede ser autobiográfico”.
Lo que sí responde a
la realidad es que “La Habana para un infante difunto” ha sido escrito por ese
espíritu de libertad que encontró el escritor en la España de hace tres años y
que le dio pie para comenzar el libro: Porque yo pienso en español y lo que
escribo tiene que dirigirse al público español, no cubano, ni tan siquiera
hispanoamericano. Claro que, como tardé tres años en escribirlo, aun trabajando
todos los días, se me adelantaron algunos autores. Ocurre que todas las
censuras, las de derecha y las de izquierda, son, en último término, censuras
sexuales y en Cuba, por ejemplo, es tremenda; por eso allí nunca se leerá mi
libro. En cambio, aquí hay una libertad casi escandalosa y se me ha permitido
decir cosas que, seguro, no las permitirán en varios países sudamericanos.
Cuenta Guillermo
Cabrera Infante que comenzó a hacer literatura como un simple juego; que el
juego se convirtió pronto en vicio; después en neurosis, y, finalmente, en
profesión. Así, hasta estos momentos en que su literatura es una combinación
perfecta entre juego, vició y profesión neurótica. Pero en realidad, el juego
primero de Cabrera Infante se inició después de leer retazos sueltos de un
libro execrable, según el escritor, de un autor al que se le concedió nada
menos que el premio Nobel.
-Tanto el libro como
su autor –no diré su nombre- eran tan celebrados que decidí hacer una parodia
seria del escritor, porque me pareció que era tan fácil lo que hacía que caí en
la trampa de emularlo. Sin embargo, según pasan los años, me resulta más difícil
escribir. El oficio es mentira; hay como una especie de resistencia de la
escritura que aumenta cada vez como las ondas sónicas. Y solo cuando se rompe
esa frontera surge un acontecimiento literario, un gran escritor.
A Guillermo Cabrera
Infante no le duelen prendas al afirmar, por ejemplo, que Alejo Carpentier,
cubano como él, es un escritor francés que escribe en español sobre tópicos
sudamericanos, que la literatura española actual le interesa más bien poco y
que el manoseado “boom” no ha tenido una importante consecuencia literaria.
-Creo que no tengo
nada que ver con Carpentier. Escritores cubanos son también Lezama Lima y
Virgilio Piñera, que acaba de morir, y era un cuentista extraordinario y un
autor dramático de primera fila, un adelantado del absurdo. Pero tampoco me
parezco a él, aunque reconozca que el final de mi último libro lo escribí por un cuento
verde que Piñera me contó hace casi veinte años. Con Lezama, pocos puntos en
común, excepto el amor profundo por La Habana, ciudad en la que él tuvo el
privilegio de nacer y tuvo la gracia de adoptarme a mí. ¿El “boom”? Era una
especie de club al que no se accedía, sino que había que haber nacido en él. Era,
además, un club de bombos mutuos y políticamente yo no estaba de acuerdo con
sus distintos miembros. Así que la entrada para mí era tres veces imposible. Pero
esto es cosa totalmente pasada, que ha dejado una especie de vacío, en editores
y libreros, pero sin ninguna consecuencia literaria. Ahora bien, se ha convertido
en “boom” (escoba) y una escoba vieja siempre barre bien.
“Cuerpos divinos”,
título de la próxima novela de Cabrera Infante, está escrita intermitentemente
desde 1968 y tiene ya más de seiscientas páginas, para horror de los editores,
que lo tendrán su poder más o menos dentro de año y medio. Es, de los suyos, el
libro que viaja más fuera de La Habana y en el que el inglés tiene una gran
importancia. Y no es por la estancia de Cabrera Infante en Inglaterra, sino
porque transcurre en plena dictadura de Batista y los comienzos de Fidel,
estando el narrador entre un grupo de amigos que utilizaban habitualmente aquel
idioma. El libro, claro, tiene mil vicisitudes y rondará las mil páginas. “Pero
no se pueden contemplar –dice el escritor- los cuerpos divinos en tres páginas”.
Ver original: "Cabrera Infante: reencuentro con una Habana perdida", ABC, 4 noviembre de
1979, p. 30.
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