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domingo, 24 de febrero de 2019

El escándalo de Maldoror


   
 Alejo Carpentier

 Esta mañana fui despertado por la llegada tan temprana como inesperada del licenciado Martínez. Algo raro le acontecía. La nerviosidad se revelaba en sus menores gestos. Blandía el paraguas regalado por el doctor Antiga, como un bastón de tambor mayor. A pesar de mis consejos desinteresados había vuelto a ponerse la levita de corte arcaico, comprada al sastre principal de su pueblo centroamericano.
 Sin preámbulo, sin enunciar siquiera el más inofensivo "buenos días", el licenciado Martínez prorrumpió en exclamaciones contundentes:
 -¡Qué París éste! ¡Después dicen horrores de nosotros los latinoamericanos!... ¡Y arman cada escándalo! ¡Mire que ir con buenas intenciones a una fiesta, y que le vacíen a uno todo el sifón en el chaleco del smoking!... ¡Son unos cafres!
 -Pero, Licenciado, serénese un poco, se lo ruego... y cuénteme cómo pasó eso...
 -Pues nada... Que anoche no tenía nada que hacer y me enteré que se daba un baile en pijamas...
 -¿En dónde?
 -En Maldoror, el nuevo dancing de Montparnasse ...No me mire con esa cara: se trataba de personas decentes. La anfitriona era nada menos que la princesa Paleologue, y entre sus invitados se contaban algunos de los más auténticos títulos de Francia...
 -¿Y...?
 -Una fiesta encantadora. Todo marchaba muy bien… Pero de pronto, a las doce y media en punto, entran siete señores con cara trágica, que nadie había invitado (recuerdo que uno de ellos tenía abundante cabellera y se parecía un poco a Titta Ruffo)... Y, de repente la emprenden a golpes, patadas y bastonazos con todas las mesas, sillas, botellas e instrumentos musicales del establecimiento. Landeau, el dueño de Maldoror organiza una resistencia con sus camareros y barmen. La fiesta se transforma en batalla campal. Nadie sabía cómo pegaba ni a quién pegaba. Las mujeres refugiadas en un estrado, vaciaban cubos de hielo sobre los asaltantes. Los platos hendían el aire. Sonaban insultos e imprecaciones. ¡Un escándalo formidable! Hasta que, al final, la policía irrumpió en el establecimiento, arrestando a los siete energúmenos, a Landeau y a sus hombres... Lo que aconteció después, lo ignoro… Completamente empapado por el agua gaseosa de un sifón, me escapé a toda velocidad... ¿Y esas cosas acontecen en una capital europea? ¿En los dancings de París? ¿Y nos quieren dar lecciones a nosotros los de América?... ¡Ya escribiré un artículo para el diario principal de mi país, narrando lo de anoche! ¡Si ésas son las gentes civilizadas!...
 -No se enoje, Licenciado. Si yo fuera usted, me felicitaría de haber estado en la batalla.
 -¿…?
 -Ha asistido usted, sin quererlo, a una manifestación encantadora, que le permite apreciar, más que ninguna otra, la temperatura moral de París.
 -¡Valiente temperatura! ¡Luego hablan de nuestros generalotes y de sus pistolas!
 -¡Y tienen razón!... Tenga usted por seguro que si el escándalo de anoche se hubiese producido en un dancing de nuestros países, el móvil habría sido antipático y vulgar… Habría tenido por punto de partida algún alarde de guapería tropical, el deseo de bailar a la fuerza con una mujer sentada en mesa vecina, un piropo malsonante, o un gesto de atletismo alcohólico… En cambio, usted, sin sospecharlo, asistió a una querella de ideas, al combate promovido por el deseo de defender un ideal ingenuo, pero ideal al fin…
 -No comprendo.
 -Es bien sencillo. Permítame hacer un poco de historia: usted sabe que el movimiento intelectual más importante que existe hoy en Europa es el que sus mismos promotores designan con el nombre de "suprarrealismo". El "suprarrealismo" impone a sus adictos dos actitudes bien definidas: una actitud intelectual; y una actitud moral. De la actitud intelectual no hablaremos por ahora. Pero sí de la actitud moral. Ésta dirige sus empeños hacia un ideal de pureza; hay anatema contra los que utilizan las cosas del espíritu para obtener éxitos fáciles, hay odio por las popularidades de mala ley, hay defensa para las cosas que por su alta calidad espiritual no deben sufrir vejaciones. Y los suprarrealistas tienen sus clásicos. Sobre todo un clásico a quien cuidan celosamente, y cuyos arcanos veneran: Isidoro Ducasse; conde de Lautreamont, autor de aquellos inquietantes Cantos de Maldoror, que lanzaron maravillosos clamores de anarquía intelectual, de rebeldía profunda, en los últimos años del siglo XIX. Los iniciadores del movimiento suprarrealista André Breton, Louis Aragon, Robert Desnos, y otros de menor cuantía, llegaron por un momento a tener el secreto anhelo de defender a Isidoro Ducasse contra los peligros de una popularidad creciente (ese poeta que pasó inadvertido en su época, comenzaba a tener adeptos en lo que ha dado en llamarse el gran público... Pero nadie podía impedir que la posteridad se apresurara en construir un pedestal para un hombre que sus contemporáneos no supieron comprender).
 -¡Claro está!... Pero no veo relación...
 -Aguarde. A principios de este año, el movimiento suprarrealista habrá llegado a la madurez... Conocía esa boga, esa vinculación con otros rincones del mundo, que suele ser el principio de la muerte para el núcleo creador. En Bélgica se fundaban revistas suprarrealistas; en Barcelona se daban exposiciones de pintura suprarrealista; en el Brasil se publicaban artículos sobre el suprarrealismo y se iniciaba un movimiento; en España, sin que lo sospecháramos, dos españoles, Luis Buñuel y Salvador Dalí, concluían la impresión de un film -El perro andaluz- que sería la obra maestra del suprarrealismo cinematográfico... Vivíamos los momentos de éxito que fomentan las anarquías interiores, las divisiones irremediables. Por espíritu de reacción contra algo que tendía a estandarizarse, algunos hombres del suprarrealismo comenzaron a colaborar en revistas más o menos ajenas al espíritu del grupo. Esto dio lugar a discusiones acerbas. André Breton, animador del movimiento, lanzó algunos anatemas contra sus más caros amigos. La situación se agravó. Y un buen día, doce escritores se separaron definitivamente del núcleo central suprarrealista, publicando un violentísimo manifiesto titulado Un cadáver, contra Breton y su espíritu dictatorial, que se iba volviendo tan insoportable como el de un Mussolini. Entre las doce firmas que apoyan las ideas expuestas en el manifiesto, podría usted hallar la mía, mi querido Licenciado...
 -Me explico entonces que conozca usted tan bien las interioridades del movimiento... Pero sigo sin ver las relaciones existentes entre todo esto y el escándalo de anoche...


 -Un poco de paciencia. Uno de los firmantes del Cadáver es Roger Vitrac, el joven escritor de quien admiró usted la bellísima pieza Víctor o los niños al poder, en el Teatro de los Campos Elíseos... En los primeros días de este año en que se festeja el centenario de la batalla de Hernani, Roger Vitrac tropezó con un antiguo conocido, hombre de negocios, a quien no veía desde hacía algunos años… Este le comunicó su deseo de abrir un dancing en Montparnasse. Pero le confesó que estaba indeciso en lo que se refería al carácter que habría de darle a su establecimiento, pues París estaba cansado de dancings exóticos, de cabarets negros, chinos o árabes, y se iba haciendo muy difícil inventar algo original... Buen conocedor del espíritu de Lutecia, Vitrac no titubeó en decirle: "Haga usted un dancing suprarrealista; decore las paredes del local con pinturas desconcertantes; utilice los materiales más imprevistos. Hoy todo lo que huela a suprarrealismo está destinado a atraer el público en París..." "Pero, ¿cómo llamaremos al dancing?", preguntó Landeau. "Llámelo Maldoror", respondió Vitrac, "y, si quiere usted, bautice al barman con el nombre de Isidoro; así habrá más ambiente..."
 -Ya vamos llegando al nudo del drama...
 -Hace un mes y medio Maldoror abrió sus puertas, después de un bautismo ritual al champagne... ¡Un éxito loco! Landeau comenzó a ganar dinero desde la primera noche. En agradecimiento hizo imprimir doce Cartas de Vampiro Permanente, para doce amigos de Vitrac, concediéndoles un cincuenta por ciento de rebaja en todos los gastos que hicieran en su establecimiento... Pero las cosas no podían seguir su curso tan apaciblemente. André Breton, Louis Aragon y sus amigos, los antiguos suprarrealistas, consideraron la existencia de ese cabaret como una afrenta perenne a la memoria del conde de Lautreamont. Además, sabían de dónde provenía la verdadera iniciativa de crear un dancing suprarrealista; no ignoraban que Vitrac había actuado en el asunto con deliberado deseo de molestarlos. Se habían enterado que cierta noche los ejemplares del Cadáver habían sido repartidos entre la concurrencia por algunos de sus firmantes… Y decidieron recurrir a la acción directa.
 -¡Ya voy cayendo!...
 -Comenzaron por enviar una carta a Landeau, redactada en el tono a lo Robespierre que Breton adopta para las grandes ocasiones, instándolo a "cambiar el nombre de su establecimiento". Como no obtuvieron respuesta, hicieron saber al dueño "que se encargarían de obligarlo a ello"... Después de dos semanas de calma, irrumpieron en Maldoror el día en que la princesa Paleologue ofrecía una fiesta en pijamas, y ya sabe usted el resto... ¡Lo único que deploro, mi querido Licenciado, es que lo hayan bañado con el contenido de un sifón! Pero más vale disfrutar de una fresca ducha, que recibir un mal golpe.
 -¡Ahora me lo explico todo! ¿Así que eran suprarrealistas los energúmenos que rompieron sillas y mesas anoche?... A pesar de todo, no puedo simpatizar con el gesto… ¡Menos mal que los arrestaron a todos!...
 -¡Cosa poco grave, Licenciado! ¡Dos horas después, tenga usted por seguro que descansaban tranquilamente en sus lechos!... Basta que la policía parisiense se entere de que una querella se lleva a cabo por una cuestión de ideas, y que sus promotores son intelectuales, para que se les trate con el mayor respeto… En América habrían aprovechado la oportunidad para acusarlos -sin fundamento alguno- de revolucionarios o comunistas. ¡No olvide usted, mi querido Licenciado, que he residido durante más de un mes en Prado núm. 1 por haber firmado un manifiesto en que declaraba "preferir el son al charleston" ¡y lo cubano a lo extranjero!... ¡Esto para no hablar de la clausura de cierta exposición de pintura nueva en Matanzas! ...
 -¿Y no encuentra usted que armar escándalo por el motivo expuesto sea algo ingenuo?
 -¡Muy ingenuo, Licenciado! ¡Pero admirable!... París seguirá siendo París mientras sucedan estas cosas. ¡Encuentro maravilloso que un puñado de hombres se expongan a que les rompan las quijadas y los arresten, por defender la memoria de un poeta puro!... En nuestro continente, los escándalos de cabaret son promovidos siempre por el gesto de algún guapo, conquistador de mala ley, o generalote de pistola... Se lo repito, Licenciado, ha asistido usted a una manifestación admirable ...
 -Quiero que sus razones acaben por convencerme.
 -¡Hasta la noche, pues! ¡Si quiere usted, nos daremos una vuelta por Maldoror! ¡Estará lleno a reventar! ¡Lo de ayer es, para el público de París, una propaganda formidable!... Y no olvide que con mi carta de Vampiro Permanente tendremos un cincuenta por ciento de descuento...

 Carteles, 20 de abril de 1930. Obras completas de Alejo Carpentier. Volumen 8. Crónicas 1, arte, literatura y política. Siglo XXI editores, 1985, pp. 255-60.

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