-Don Joaquín, comencemos por su
infancia.
-Vine
al mundo, en Valparaíso, en la calle del Teatro No. 47. Diez de mayo de 1887.
La calle del Teatro se llama así por estar situado en ella el Teatro Odeón, inaugurado
por el empresario Smechia el año 1870. Ahora la calle se llama Salvador Donoso.
Los ruidos de la mueblería de Hozven, en los
bajos, me parecían una música mezclada con pitazos de trenes.
Mis tiernos hombros llegaron cargados de
catástrofes: el cólera, la salida del Tranque de Mena, un diluvio de ocho días,
la demolición del Puente de Cal y Canto, el fusilamiento de Cumming, la sublevación
de la Escuadra, Lo Cañas, La Placilla, Concón y el suicidio de Balmaceda. ¡Ah,
y el entierro del obispo Gandarillas!
Tuve nodriza italiana, de nombre Assunta. Oí
decir a mi madre que era natural de un pueblo llamado Agropoli. La estimaron
mucho en casa. Era robusta y bien parecida. Había llegado entre los inmigrantes
italianos que trajo Balmaceda. Como la mayoría de ellos, parto a Buenos Aires. Argentina
era ya la Tierra Prometida de los italianos.
Acordándome del tiempo en que nací, describiéndolo
para personas de hoy, temo parecerme al loro de Humboldt, en el villorrio de
Venezuela. Este loro “hablaba” en la lengua de una tribu desaparecida hacía
muchos años…
-¿Cuáles fueron mis primeras lecturas?
-Recuerdo
el agradable olor del papel cromado de los libros ingleses de cuentos. Mis
primeros nutridores fueron los ingleses; después, Calleja, el inolvidable Calleja,
ilustrado por Méndez Bringa, dibujante inmortal parecido a Doré y a Catania.
Sus imágenes del Feísimo Lentejilla, El Hambre de un Millonario, La Nobleza de
un Artesano, permanecen frescos en mi memoria. Después Verne completó la
ilusión de mis sentidos infantiles dándome una visión grata del mundo.
Tengo presentes los libros de lectura del
segundo y del tercer año. Me parece estar recitando en la clase del señor
Boetger:
-A la
sortie de l’ecole una dizaine de petits garcons...
En otro texto se leía:
-Le
vieax chassear Maarice avait dans sa chambre un etorneau.
En el colegio hacían circular unos cuadernos pornográficos,
impresos en Barcelona: Leche en Porrón,
Las Trece Noches de Juanita.
Mis lecturas, desde 1700 a 1704, se
condensaban en los textos de estudio y en los periódicos ilustrados de España y
de Chile. Empleaba todos mis centavos en comprar La Lidia, Barcelona Cómica, Madrid
Galante, La Lira Chilena, Instantáneas, Luz y Sombra, iqué sé yo! Leí asimismo
la novela malagueña Cartucherita, de
Arturo Reyes; El Nido de Cigueñas, y El Hijo de la Noche, novela de capa y
espada.
En casa de mi abuela, en Santiago, había una edición
maravillosa de Gil Blas, en dos
tomos, ilustrada en colores. Salvo dos páginas prohibidas, lo leí de un tirón. The Graphic, Le Theatre, La Ilustración Artística
y Le Fígaro Illustré, llegaban a
casa. En The Graphic me imponía de la
guerra anglo-boer.
-¿Qué
otros libros leyó, más adelante, útiles para reconocer su formación de
escritor?
-Todo
libro, aun el más insignificante es útil. Viajé a París en 1904. Primera novela
francesa, y la más profunda impresión literaria de la adolescencia, fue Cruelle enigme, de Paul Bourget. El
mismo año, tuvo lugar el descubrimiento de Maupassant, y después de Nana, por Emile Zola. Apoteosis de la literatura.
Iba a dar vueltas entonces por los alrededores del Gran Hotel, en una de cuyas
piezas murió Nana, en tanto el público gritaba: “¡A Berlín! ¡A Berlín!”
Mi lectura favorita fue el mundo, el fait divers en la vida y en los diarios.
Las novelas más impresionantes que he leído,
después de los cincuenta años, son Los
Hermanos Karamazov y Los Endemoniados,
de Dostoievsky.
-A
propósito de París. ¿Cuál fue el mundo que usted encontró, qué cosas recuerda,
de qué manera las impresiones de entonces permanecen en usted?
-París
de 1904. Llegamos al Hotel du Louvre. Por la &le Rivoli, donde está la
puerta del hotel, pasaban los vendedores de tarjetas postales. Gritaban L’Angelas et les Gianteases de Millet, Willy, patrón de Claudine. Vendía un cuadro
de éxito: en él se veía a Chopin tocando un Nocturno.
Eran los últimos tiempos del fiacre. Pasaba
por los Campos Elíseos el coche tirado por mulas de la Rejane. En el Mahurins
cantaba la Otero. Se entonaba La Tonkinoise.
En el Petit Casino triunfaba Ça n’vaur pas
l’amour. En el Ambassadeurs un gordo
entonaba al aire libre: Amusez vous donc,
amusez vous…
Era el tiempo de La Valse Bleu. Cantidad de valses con
nombres divinamente cursis: Tu seras
toujours mon amour: Si tu savais comme je t’aimais; Le petit coeur de Ninon.
Siempre Ninette y Ninon. Las parejas
lloraban abrazadas delante de un cafe aut
lait, mientras los violines tocaban Si
tu savais…
-¿Y las figuras de entonces, los héroes
proustianos?
-Willy,
el marido de Colette la francesa, era de las grandes figuras de entonces,
figuras de aquel París que ahora está en el osario. Willy, Santos Dumont, Duval,
Boni de Castellane, la bella Otero, Lyane de Pougy, Polaire, Polin, Dramem,
Fragson, Deroulide, Combes. Todo esto mezclado pele mele, y mucho más, con música de La Valse Bleu y de Quand l’amour
meurt, era el tout Paris.
-¿Y el descubrimiento del idioma?
-Aprender a hablar en francés es una de las
inolvidables aventuras de nuestra vida. AI principio nos entra por la vista. Se
trata de los letreros de Ias tiendas: Coiffeur, Tailleur, Modes, Robes et Manteuax.
Al mismo tiempo los figurines de la mamá en Ias revistas ilustradas de París.
Luego el teatro y FrégoIi con su famosa canción:
Je
suis Juliette, la plus coquette…
-Después de la muerte de su padre, me
parece que se va usted a vivir a Inglaterra.
-El
año 1905. Yo entré con mi ropa negra, de luto, por mi padre. Inglaterra era un
mundo nuevo. Los niños eran tan distintos que creí verlos por vez primera. Un
niño inglés es niño hasta los veinte años sin darse cuenta. El sexo no se siente
en Inglaterra, por lo menos no se habla de él. Nadie se burla de nosotros ni
quiere hacernos daño, pero a un chileno esto le hace falta como una costumbre
antigua que se asemeja a la amistad. Yo me sentí solo. Era un pájaro
desconocido encerrado en jaula inglesa. La casa a donde fui destinado para
estudiar latín y griego, pertenecía al Rev. A.J.P. Shepherd, santo hombre,
acompañado de su esposa e hijas, que preparaban jóvenes para su posible ingreso
en Oxford.
La señora de Shepherd era humilde y cariñosa.
Era ese lado amable de la vida inglesa que el corazón de Dickens encontró. Me miraba
con ternura y tal vez con algo de compasión. No sé por qué. Tenía una cara
delgada y larga, como la de Virginia Woolf.
En esa casa de campo, de cuya fachada y jardín
conservo un sketch, no había gas ni electricidad.
Para ir a la cama, cada alumno tenía una palmatoria y una vela. Estaba situada
cerca de la aldea de Theale, a 40 millas de Reading, por cuyas calles pasan muchas
veces en bicicleta, silbando o comiendo chocolates. En el campo, en Berkshire,
se ven conejos, ardillas, venados, que apenas se asustaban de las bicicletas.
Los jardines ingleses son los más hermosos del mundo. El señor Shepherd me
hacía ir todos los domingos a la misa católica de Reading, sin dirigirme jamás
la palabra respecto a la diferencia entre su credo y el mío.
El domingo debíamos vestirnos de negro. La servidumbre
no hacía nada. La comida era fría y servida por nosotros mismos. Recuerdo que
al atardecer de los domingos, en Londres, pasaban vendedores de panecillos, al
son de una campanita, por cuanto estaba prohibido pregonar.
¿Eran
esos aborrecibles domingos que todos hemos vivido?
…Depende. En mi niñez los domingos eran
encantadores. Ropita nueva. Levantarse tarde. Proyecto de excursiones y matinés
en el Teatro Odeón. Salida de misa. Pasteles en la Gasseaud. Pololeo en la
plaza. Las diosas y los dioses de entonces eran Celimendi, la Toscano, Zapater y
Paco Hernández. ¡Lindos domingos de antes! Los aburridos ahora somos nosotros.
Recuerdo cómo eché de menos en el colegio de Inglaterra los domingos chilenos.
- Sin
embargo, en algún momento usted se volvió más bien escéptico, renegó de la política
y trazó una especie de índice de calamidades, un censo del mal en el mundo.
Es natural que los individuos nacidos a fines
del siglo pasado seamos un poco escéptico. Hemos crecido escuchando y leyendo
asuntos de guerra. Cuando yo era una mezcla de niño volteriano, adornado de
frases satánicas y medio tontas, cuando viajaba de 1908 a 1918, se diría que
mis pasos iban al encuentro de las revueltas y hasta de la guerra. Empecé viendo
los cadáveres del almirante Bautista da Neves y del oficial Alves de Sousa, en Río; luego escuché el estampido de las bombas
en la Baixa y en la plaza de los Restauradores. En 1915 vi llegar a París
trenes chorreando sangre del Iser y del Champagne.
-¿Y la política chilena?
Se dice que hay en Chile demasiados partidos
políticos. Para mí hay uno solo, original y viejo: es el bochinche. Creo que
las palabras históricas de mayor franqueza suramerica fueron las que pronunció Miranda cuando le
entregaron el cuerpo del general español Monteverde. Miranda dijo: “Bochinche,
Bochinche. No sabe más que Bochinche.”
La primera condición para triunfar en el mundo
de la politiquería consiste en ser mediocres. La segunda en ser camaleónicos, sin
posibilidad de brillar en absolutamente nada fuera de la política.
¿Salvación? Trabajo ante todo. En épocas de
crisis, solamente el trabajo intenso puede fortificar la moneda. Gastar menos
de lo que se gana. Vender más y comprar menos. Dejarnos de grandiosidades. Nada
de embajadas ni de comisiones al extranjero. Los políticos son demócratas
durante las elecciones. Una vez elegidos son autócratas. El parlamentarismo y
la democracia son apariencias cuando no hay presupuestos equilibrados ni moneda
estable, ni educación. Creer que un Presidente de por sí puede significar
progreso es error infantil. Creer en magias financieras es tontería. Si. Hay una
magia: el trabajo, el orden, el método, el ahorro, la honestidad.
-¿Cuáles son sus ideas religiosas?
-No
creo en Dios, pero creo en la Virgen. No puedo creer que Dios es bueno. Si hay
un terremoto, caen las iglesias antes que los prostíbulos, porque son más
altas.
-Da la impresión de que es muy cierto lo que
dijo de usted la Mistral, aquello de que “hijo más reprendedor” no le había
salido a Chile.
-Se me suele criticar por mis
generalizaciones, pero a mí me han escamado siempre los que dicen que la fruta
chilena es la mejor del mundo; la mujer, la más bonita, y el pueblo, el más
fuerte. Creo que se preparan a hacer cosas de cuidado, y es preciso ponerse en
guardia.
Para comenzar, como todos los suramericanos,
vivimos en escenarios fatalmente empequeñecedores, los males tienden a aplastar
lo sobresaliente. Nos bañamos en un optimismo de pato, que no es otra cosa que
la nivelación por abajo. El chileno es the
wrong man in the wrong place. Siempre vivimos en las zonas más oscuras de
la imprevisión, que puede resumirse en dos frases. Después de las cuchipandas:
“¡Deme bicarbonato!” AI caer de la primavera lluvia: “¿Dónde quedaría el paraguas?”
Lo otro, lo de siempre. Estafa, zorzales
puestos en la mira, robo fiscal. En Argentina decían: “El chileno, si no se
lleva la mula, se lleva el freno”.
-De aquí,
posiblemente, se derive el culto de lo feo y/o el invunchismo.
-El invunche
sobrevive en forma de deformaciones morales, en tergiversaciones de hechos
referentes a personas y en el acto de degenerar o de viciar las leyes y las
costumbres europeas al poco tiempo de haberlas adaptado a nuestro modo de
vivir. Invunche es el niño robado por
brujos de raza india y deformado bárbaramente. Le tapan los orificios, le
tuercen la cabeza y le ponen los pies en la espalda.
Si alguien descubrió el culto nacional de la
fealdad antes de 1922, entonces le concedo la prioridad.
Sus símbolos visibles: el raigón vacío, vulgo
diente que le falta a Verdejo, en la caricatura de Coke. Los hoyos destripados
en aceras, plazas y calles. Los figones en el palacio llamado Casa Colorada. Los
embadurnadores que pintan de negro las estatuas. ¡Píntame angelitos negros, si!
En toda calle chilena hay un perro durmiendo. Por las mañanas, de punto fijo: comienza
la hora nacional de la escupida por las calles. Gargarismos hipócritas que van
a rematar en salivazos atómicos. Desayunos de los perros en los tachos de la basura,
disputándolos a las Municipalidades. Vivimos saludando lo desagradable y lo
feo, casi con regocijo. Como los filatélicos ante un sello defectuoso. El otro día
vi un retrato de don Andrés Bello. Parecía
un discípulo o adepto de Onán.
-¿Y
los mitos?
-La mitomanía es un vicio suramericano.
Poseemos una enorme capacidad para demoler los hechos verídicos y cubrir el
lugar con una pátina de leyenda, de magia, de ultratumba. EL mito es un fruto
de infancia de los pueblos. Una compensación. Una explicación equivocada, como
aquella que me dio un camarero en un hotel de Madrid, 1915:
“Camarero, hay manchas en las sábanas”. “Usted
no va a poner la cara en ellas, sino el culo”.
Yo quiero ser recordado como un destructor de
mitos, como una persona que se pasó la vida bombardeando con muchos megatones la
mediocridad, la chatura, la esterilidad de sus compatriotas. Como un hombre que
se negó a vivir amurallado en Mitópolis, el país o la ciudad donde los mitos
crecen y se preparan, como las moscas contra el Tanax, para desplazar a la
verdad, soldaditos de juguete de una mala causa.
Entrevista de Alfonso Calderón a Joaquín
Edwards Bello. En Mitópolis, Editorial Nascimento, Santiago de Chile, 1973, pp. 9-15.
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