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sábado, 26 de enero de 2019

El loro de Humboldt




-Don Joaquín, comencemos por su infancia.
-Vine al mundo, en Valparaíso, en la calle del Teatro No. 47. Diez de mayo de 1887. La calle del Teatro se llama así por estar situado en ella el Teatro Odeón, inaugurado por el empresario Smechia el año 1870. Ahora la calle se llama Salvador Donoso.
 Los ruidos de la mueblería de Hozven, en los bajos, me parecían una música mezclada con pitazos de trenes.
 Mis tiernos hombros llegaron cargados de catástrofes: el cólera, la salida del Tranque de Mena, un diluvio de ocho días, la demolición del Puente de Cal y Canto, el fusilamiento de Cumming, la sublevación de la Escuadra, Lo Cañas, La Placilla, Concón y el suicidio de Balmaceda. ¡Ah, y el entierro del obispo Gandarillas!
 Tuve nodriza italiana, de nombre Assunta. Oí decir a mi madre que era natural de un pueblo llamado Agropoli. La estimaron mucho en casa. Era robusta y bien parecida. Había llegado entre los inmigrantes italianos que trajo Balmaceda. Como la mayoría de ellos, parto a Buenos Aires. Argentina era ya la Tierra Prometida de los italianos.
 Acordándome del tiempo en que nací, describiéndolo para personas de hoy, temo parecerme al loro de Humboldt, en el villorrio de Venezuela. Este loro “hablaba” en la lengua de una tribu desaparecida hacía muchos años…
-¿Cuáles fueron mis primeras lecturas?
-Recuerdo el agradable olor del papel cromado de los libros ingleses de cuentos. Mis primeros nutridores fueron los ingleses; después, Calleja, el inolvidable Calleja, ilustrado por Méndez Bringa, dibujante inmortal parecido a Doré y a Catania. Sus imágenes del Feísimo Lentejilla, El Hambre de un Millonario, La Nobleza de un Artesano, permanecen frescos en mi memoria. Después Verne completó la ilusión de mis sentidos infantiles dándome una visión grata del mundo.
 Tengo presentes los libros de lectura del segundo y del tercer año. Me parece estar recitando en la clase del señor Boetger:
 -A la sortie de l’ecole una dizaine de petits garcons...   
 En otro texto se leía:
 -Le vieax chassear Maarice avait dans sa chambre un etorneau.
 En el colegio hacían circular unos cuadernos pornográficos, impresos en Barcelona: Leche en Porrón, Las Trece Noches de Juanita.
 Mis lecturas, desde 1700 a 1704, se condensaban en los textos de estudio y en los periódicos ilustrados de España y de Chile. Empleaba todos mis centavos en comprar La Lidia, Barcelona Cómica, Madrid Galante, La Lira Chilena, Instantáneas, Luz y Sombra, iqué sé yo! Leí asimismo la novela malagueña Cartucherita, de Arturo Reyes; El Nido de Cigueñas, y El Hijo de la Noche, novela de capa y espada.
 En casa de mi abuela, en Santiago, había una edición maravillosa de Gil Blas, en dos tomos, ilustrada en colores. Salvo dos páginas prohibidas, lo leí de un tirón. The Graphic, Le Theatre, La Ilustración Artística y Le Fígaro Illustré, llegaban a casa. En The Graphic me imponía de la guerra anglo-boer.
 -¿Qué otros libros leyó, más adelante, útiles para reconocer su formación de escritor?
-Todo libro, aun el más insignificante es útil. Viajé a París en 1904. Primera novela francesa, y la más profunda impresión literaria de la adolescencia, fue Cruelle enigme, de Paul Bourget. El mismo año, tuvo lugar el descubrimiento de Maupassant, y después de Nana, por Emile Zola. Apoteosis de la literatura. Iba a dar vueltas entonces por los alrededores del Gran Hotel, en una de cuyas piezas murió Nana, en tanto el público gritaba: “¡A Berlín! ¡A Berlín!”
  Mi lectura favorita fue el mundo, el fait divers en la vida y en los diarios.
 Las novelas más impresionantes que he leído, después de los cincuenta años, son Los Hermanos Karamazov y Los Endemoniados, de Dostoievsky.

 

 -A propósito de París. ¿Cuál fue el mundo que usted encontró, qué cosas recuerda, de qué manera las impresiones de entonces permanecen en usted?
-París de 1904. Llegamos al Hotel du Louvre. Por la &le Rivoli, donde está la puerta del hotel, pasaban los vendedores de tarjetas postales. Gritaban L’Angelas et les Gianteases de Millet, Willy, patrón de Claudine. Vendía un cuadro de éxito: en él se veía a Chopin tocando un Nocturno.
 Eran los últimos tiempos del fiacre. Pasaba por los Campos Elíseos el coche tirado por mulas de la Rejane. En el Mahurins cantaba la Otero. Se entonaba La Tonkinoise. En el Petit Casino triunfaba Ça n’vaur pas l’amour.  En el Ambassadeurs un gordo entonaba al aire libre: Amusez vous donc, amusez vous…
 Era el tiempo de La Valse Bleu. Cantidad de valses con nombres divinamente cursis: Tu seras toujours mon amour: Si tu savais comme je t’aimais; Le petit coeur de Ninon. Siempre Ninette y Ninon. Las parejas lloraban abrazadas delante de un cafe aut lait, mientras los violines tocaban Si tu savais…
-¿Y las figuras de entonces, los héroes proustianos?
-Willy, el marido de Colette la francesa, era de las grandes figuras de entonces, figuras de aquel París que ahora está en el osario. Willy, Santos Dumont, Duval, Boni de Castellane, la bella Otero, Lyane de Pougy, Polaire, Polin, Dramem, Fragson, Deroulide, Combes. Todo esto mezclado pele mele, y mucho más, con música de La Valse Bleu y de Quand l’amour meurt, era el tout Paris.
 -¿Y el descubrimiento del idioma?
 -Aprender a hablar en francés es una de las inolvidables aventuras de nuestra vida. AI principio nos entra por la vista. Se trata de los letreros de Ias tiendas: Coiffeur, Tailleur, Modes, Robes et Manteuax. Al mismo tiempo los figurines de la mamá en Ias revistas ilustradas de París. Luego el teatro y FrégoIi con su famosa canción:
 Je suis Juliette, la plus coquette…
-Después de la muerte de su padre, me parece que se va usted a vivir a Inglaterra.
-El año 1905. Yo entré con mi ropa negra, de luto, por mi padre. Inglaterra era un mundo nuevo. Los niños eran tan distintos que creí verlos por vez primera. Un niño inglés es niño hasta los veinte años sin darse cuenta. El sexo no se siente en Inglaterra, por lo menos no se habla de él. Nadie se burla de nosotros ni quiere hacernos daño, pero a un chileno esto le hace falta como una costumbre antigua que se asemeja a la amistad. Yo me sentí solo. Era un pájaro desconocido encerrado en jaula inglesa. La casa a donde fui destinado para estudiar latín y griego, pertenecía al Rev. A.J.P. Shepherd, santo hombre, acompañado de su esposa e hijas, que preparaban jóvenes para su posible ingreso en Oxford.
 La señora de Shepherd era humilde y cariñosa. Era ese lado amable de la vida inglesa que el corazón de Dickens encontró. Me miraba con ternura y tal vez con algo de compasión. No sé por qué. Tenía una cara delgada y larga, como la de Virginia Woolf.
 En esa casa de campo, de cuya fachada y jardín conservo un sketch, no había gas ni electricidad. Para ir a la cama, cada alumno tenía una palmatoria y una vela. Estaba situada cerca de la aldea de Theale, a 40 millas de Reading, por cuyas calles pasan muchas veces en bicicleta, silbando o comiendo chocolates. En el campo, en Berkshire, se ven conejos, ardillas, venados, que apenas se asustaban de las bicicletas. Los jardines ingleses son los más hermosos del mundo. El señor Shepherd me hacía ir todos los domingos a la misa católica de Reading, sin dirigirme jamás la palabra respecto a la diferencia entre su credo y el mío.
 El domingo debíamos vestirnos de negro. La servidumbre no hacía nada. La comida era fría y servida por nosotros mismos. Recuerdo que al atardecer de los domingos, en Londres, pasaban vendedores de panecillos, al son de una campanita, por cuanto estaba prohibido pregonar.
 ¿Eran esos aborrecibles domingos que todos hemos vivido?
 …Depende. En mi niñez los domingos eran encantadores. Ropita nueva. Levantarse tarde. Proyecto de excursiones y matinés en el Teatro Odeón. Salida de misa. Pasteles en la Gasseaud. Pololeo en la plaza. Las diosas y los dioses de entonces eran Celimendi, la Toscano, Zapater y Paco Hernández. ¡Lindos domingos de antes! Los aburridos ahora somos nosotros. Recuerdo cómo eché de menos en el colegio de Inglaterra los domingos chilenos.
 - Sin embargo, en algún momento usted se volvió más bien escéptico, renegó de la política y trazó una especie de índice de calamidades, un censo del mal en el mundo.
 Es natural que los individuos nacidos a fines del siglo pasado seamos un poco escéptico. Hemos crecido escuchando y leyendo asuntos de guerra. Cuando yo era una mezcla de niño volteriano, adornado de frases satánicas y medio tontas, cuando viajaba de 1908 a 1918, se diría que mis pasos iban al encuentro de las revueltas y hasta de la guerra. Empecé viendo los cadáveres del almirante Bautista da Neves y del oficial Alves de Sousa, en Río; luego escuché el estampido de las bombas en la Baixa y en la plaza de los Restauradores. En 1915 vi llegar a París trenes chorreando sangre del Iser y del Champagne.
 -¿Y la política chilena?
 Se dice que hay en Chile demasiados partidos políticos. Para mí hay uno solo, original y viejo: es el bochinche. Creo que las palabras históricas de mayor franqueza suramerica   fueron las que pronunció Miranda cuando le entregaron el cuerpo del general español Monteverde. Miranda dijo: “Bochinche, Bochinche. No sabe más que Bochinche.”
 La primera condición para triunfar en el mundo de la politiquería consiste en ser mediocres. La segunda en ser camaleónicos, sin posibilidad de brillar en absolutamente nada fuera de la política.
 ¿Salvación? Trabajo ante todo. En épocas de crisis, solamente el trabajo intenso puede fortificar la moneda. Gastar menos de lo que se gana. Vender más y comprar menos. Dejarnos de grandiosidades. Nada de embajadas ni de comisiones al extranjero. Los políticos son demócratas durante las elecciones. Una vez elegidos son autócratas. El parlamentarismo y la democracia son apariencias cuando no hay presupuestos equilibrados ni moneda estable, ni educación. Creer que un Presidente de por sí puede significar progreso es error infantil. Creer en magias financieras es tontería. Si. Hay una magia: el trabajo, el orden, el método, el ahorro, la honestidad.
-¿Cuáles son sus ideas religiosas?
-No creo en Dios, pero creo en la Virgen. No puedo creer que Dios es bueno. Si hay un terremoto, caen las iglesias antes que los prostíbulos, porque son más altas.
 -Da la impresión de que es muy cierto lo que dijo de usted la Mistral, aquello de que “hijo más reprendedor” no le había salido a Chile.
 -Se me suele criticar por mis generalizaciones, pero a mí me han escamado siempre los que dicen que la fruta chilena es la mejor del mundo; la mujer, la más bonita, y el pueblo, el más fuerte. Creo que se preparan a hacer cosas de cuidado, y es preciso ponerse en guardia.
 Para comenzar, como todos los suramericanos, vivimos en escenarios fatalmente empequeñecedores, los males tienden a aplastar lo sobresaliente. Nos bañamos en un optimismo de pato, que no es otra cosa que la nivelación por abajo. El chileno es the wrong man in the wrong place. Siempre vivimos en las zonas más oscuras de la imprevisión, que puede resumirse en dos frases. Después de las cuchipandas: “¡Deme bicarbonato!” AI caer de la primavera lluvia: “¿Dónde quedaría el paraguas?”
 Lo otro, lo de siempre. Estafa, zorzales puestos en la mira, robo fiscal. En Argentina decían: “El chileno, si no se lleva la mula, se lleva el freno”.
 -De aquí, posiblemente, se derive el culto de lo feo y/o el invunchismo.
 -El invunche sobrevive en forma de deformaciones morales, en tergiversaciones de hechos referentes a personas y en el acto de degenerar o de viciar las leyes y las costumbres europeas al poco tiempo de haberlas adaptado a nuestro modo de vivir. Invunche es el niño robado por brujos de raza india y deformado bárbaramente. Le tapan los orificios, le tuercen la cabeza y le ponen los pies en la espalda.
 Si alguien descubrió el culto nacional de la fealdad antes de 1922, entonces le concedo la prioridad.
 Sus símbolos visibles: el raigón vacío, vulgo diente que le falta a Verdejo, en la caricatura de Coke. Los hoyos destripados en aceras, plazas y calles. Los figones en el palacio llamado Casa Colorada. Los embadurnadores que pintan de negro las estatuas. ¡Píntame angelitos negros, si! En toda calle chilena hay un perro durmiendo. Por las mañanas, de punto fijo: comienza la hora nacional de la escupida por las calles. Gargarismos hipócritas que van a rematar en salivazos atómicos. Desayunos de los perros en los tachos de la basura, disputándolos a las Municipalidades. Vivimos saludando lo desagradable y lo feo, casi con regocijo. Como los filatélicos ante un sello defectuoso. El otro día vi un retrato  de don Andrés Bello. Parecía un discípulo o adepto de Onán.
 -¿Y los mitos?
 -La mitomanía es un vicio suramericano. Poseemos una enorme capacidad para demoler los hechos verídicos y cubrir el lugar con una pátina de leyenda, de magia, de ultratumba. EL mito es un fruto de infancia de los pueblos. Una compensación. Una explicación equivocada, como aquella que me dio un camarero en un hotel de Madrid, 1915:
 “Camarero, hay manchas en las sábanas”. “Usted no va a poner la cara en ellas, sino el culo”.
 Yo quiero ser recordado como un destructor de mitos, como una persona que se pasó la vida bombardeando con muchos megatones la mediocridad, la chatura, la esterilidad de sus compatriotas. Como un hombre que se negó a vivir amurallado en Mitópolis, el país o la ciudad donde los mitos crecen y se preparan, como las moscas contra el Tanax, para desplazar a la verdad, soldaditos de juguete de una mala causa.

 Entrevista de Alfonso Calderón a Joaquín Edwards Bello. En Mitópolis, Editorial Nascimento, Santiago de Chile, 1973, pp. 9-15.

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