Noviembre, 1926
Estimado Fernández
Rodríguez:
Recuerdo nuestra
conversación, poco después de mi último viaje.
Hablábamos de España,
de aquellos caminos de España, que yo venía de recorrer con mi amigo
queridísimo, José María Chacón y Calvo, el erudito cubano, tan querido y tan
admirado en el mundo de las letras españolas; yo le contaba la emoción de unos
días en Toledo, en Burgos y en Santillana del Mar, la emoción intensa, que esa
España inagotable, profunda e infinita, nos deja, para siempre, a los que
llegamos a ella, de muy lejos, con el corazón propicio…
Me había marchado de
España, con una gran tristeza…
Me era muy grato
evocar con usted aquella tarde el recuerdo gratísimo de mi estancia en un
pueblecito de la montaña, cercano al mar!
No es posible que
nadie dotado de una cierta sensibilidad –o de amor a la belleza- pase
indiferente por tierras de España, sin dejarse allí, un poco de su corazón…
Y usted se quejaba,
amigo Pepín, de lo poco que aquí sabían –los más- de esa España, grande y
eterna, fecunda y pródiga, plena de vida y de fuerza; por primera vez, los
españoles de Cuba, van a realizar una bella labor efectiva de españolismo, de
acercamiento espiritual, vividero, sincero; de amoroso nexo.
¿Qué había podido
quedarnos nunca de tanto discurso hueco de propaganda hispanófila, de tanta
hinchada retórica inútil, donde se nos hablaba de la raza, de Don Pelayo, y de
las glorias del pasado, ahogándonos en pomposos adjetivos que difícilmente hubieran
llegado al corazón y al cerebro de nadie? ¿Qué podían decirnos de España estos
lamentables difundidores falsarios del espíritu de España, en baratas
españoladas, de malísima exportación?
¡Qué lejos siempre, la
España verdadera, la España que amamos, la que veremos representada por un
Ortega y Gasset, por un Ramón y Cajal!
Sé que era un vivo
anhelo suyo –y de los jóvenes españoles de Cuba- la cristalización de la idea
lanzada por Fernando Ortiz; le felicito, y quiero tener la alegría de contribuir
a esa Institución Hispano-cubana de Cultura.
Va mi modesta
contribución –a veces quisiera ser rica-, con gran simpatía, con gran cariño a
España.
Su affma,
Lydia
Cabrera Bilbao.
PD. –
Le envío mi cuota, por
un año.
Fue publicada con el título “Lydia Cabrera. Una carta interesante”, en la sección “Habaneras” del Diario de la Marina, el 29 de noviembre de 1926.
José Fernández Rodríguez (1891-1982), más conocido por Pepín, fue un exitoso empleado de los almacenes El Encanto, quien ya entonces estaba al frente del departamento de publicidad de la flamante tienda.
En El Encanto se celebraron no pocos de los grandes eventos y exposiciones de la época, que contaban, además, con el patrocinio del Diario de la Marina, que divulgaba en exclusivas tales acontecimientos; el propio Pepín era miembro de la Junta de Accionistas del periódico.
Fue en una de esas reuniones que se tramó la idea de crear la Institución Hispano-Cubana de Cultura, cuya organización correría a cargo de Fernando Ortiz, con Chacón y Calvo como delegado en Madrid, pero con el imprescindible apoyo de algunas casas comerciales españolas, entre ellas El Encanto.
Amiga del futuro dueño de Galerías Preciados -el gran almacén por departamento con el que, andando el tiempo, Pepín se convertiría en uno de los más grandes empresarios españoles-, Lydia Cabrera jugó, al parecer, un rol de mediadora en la génesis de aquellas relaciones.
Desde comienzos de los años veinte, El Encanto sostenía intercambios con el taller de artes y antigüedades que Lydia -quien aún firmaba “Cabrera Bilbao”- estableciera, con el nombre Casa Alyds y junto a Alicia Longoria, en la calle Jovellar 45 frente la residencia de sus padres. La tienda acogió sus producciones (sobre todo muebles de diseño moderno), montando exhibiciones y ofreciendo notable publicidad.
Lo mismo puede decirse del Diario de la Marina como promotor de los vínculos societarios que hicieron posible la Hispano-Cubana de Cultura.
Cuando en 1922 Lydia Cabrera organiza en el Convento de Santa Clara su “exposición de arte retrospectivo”, el Diario…, con el que colaboraba desde sus 18 años, publica sus artículos sobre colecciones de antigüedades.
Por la carta puede apreciarse el papel que desempeñó en el nexo entre los intelectuales cubanos y el sector comercial español. A lo que debe sumarse sus vínculos con las sociedades femeninas, las cuales sustentaron el proyecto liderado por Ortiz, como también, su gestión directa con el Gobierno, en la figura de Gerardo Machado, al que era afín y de quien recabó apoyo para hacer posible aquella institución.
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