Rubén Martínez Villena
1
Crescendo Matinal
Una incipiente lumbre se expande en el oriente;
uno tras otro, mueren los públicos fanales...
Ya la ciudad despierta, con un rumor creciente
que estalla en un estruendo de ritmos desiguales.
Los ruidos cotidianos fatigan el ambiente:
pregones vocingleros de diarios matinales,
bocinas de carruajes que pasan velozmente,
crujidos de maderas y golpes de metales.
Y elévase en ofrenda magnífica de abajo
el humo de las fábricas —incienso del trabajo—;
rezongan los motores en toda la ciudad,
en tanto que ella misma, para la brega diaria,
se pone en movimiento como una maquinaria
movida por la fuerza de la necesidad!
2
Andante Meridiano
Se extingue lentamente la gran polifonía
que urdió la multiforme canción de la mañana,
y escúchase en la vasta quietud del mediodía
como el jadear enorme de la fatiga humana.
Solemnidad profunda, rara melancolía.
La capital se baña de lumbre meridiana,
y un rumor de colmena colosal se diría
que flota en la fecunda serenidad urbana.
Flamear de ropd blanca sobre las azoteas;
los largos pararrayos, las altas chimeneas;
adquieren en la sombra risibles proporciones;
el sol filtra en los árboles fantásticos apuntes
y traza en las aceras siluetas de balcones
que duermen su modorra sobre los transeúntes.
3
Allegro Vespertino
¡Ocasos ciudadanos, tardes maravillosas!
Pintoresco desfile de la ciudad contenta,
profusión callejera de mujeres hermosas:
unas que van de compra y otras que van de venta...
Tonos crepusculares de nácares y rosas
sobre el mar intranquilo que se adora y se argenta,
y la noche avanzando y envolviendo las cosas
en un asalto ciego de oscuridad hambrienta.
(Timbretear de tranvías y de cinematógrafos,
música de pianolas y ganguear de fonógrafos.)
¡La noche victoriosa despliega su capuz,
y un último reflejo del astro derrotado
defiende en las cornisas, rebelde y obstinado,
la fuga de la tarde, que muere con la luz!
4
Morendo Nocturno
y una imponente calma de humanidad rendida,
mientras el mundo duerme bajo el nocturno velo,
como cobrando fuerzas para seguir la vida.
Alguna vaga y sorda trepidación del suelo
rompe la paz augusta que en el silencio anida,
y la lujuria humana, perenemente en celo,
transita por las calles de la ciudad dormida.
Ecos, roces, rumores... Nada apenas que turbe
el tranquilo y sonámbulo reposar de la urbe;
y todo este silencio de noche sosegada,
en donde se adivinan angustias y querellas,
es el dolor oculto de la ciudad callada
¡bajo la indiferencia total de las estrellas!...
1921
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