A la casa de los Condes de Jaruco
para Manuel Díaz Martínez
La casa de los Condes de Jaruco,
testigo de esplendores coloniales
empañados, duplica en sus vitrales
las curvas de la piedra y del estuco.
Con vastas espirales el bejuco
ha cubierto columnas, capiteles,
hojas de acanto, rígidos laureles
y blasones de un oro ya caduco.
No invoques a los dioses cejijuntos
para que alcen burlonas sus caretas
y aparezcan de nuevo los conjuntos
habaneros. Llorando en sus macetas
las arecas están; los mediopuntos
apagan su reflejo en las losetas.
(8.IX.87, París)
A José Triana
Le pusiste a Medea una falda de encaje.
De Flora enderezaste en tacón jorobado.
No hay rima de tu verso que no rompa y no raje,
Ni estrofa en que no vuele un zunzún azorado.
La distancia no existe. Abres una ventana,
albergue de palomas huidizas, y en la nieve,
serenas aparecen por un instante breve
bajo un cielo morado las calles de La Habana.
Un cortador de caña, de Servando Cabrera,
moreno de ojos verdes y mirada de trigo,
nos custodia en París. Desde el poniente rojo
llegan un olor dulzón de guarapera.
Ay Triana, no te asombres si digo
que el mulato del cuadro nos ha guiñado el ojo.
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