Una ascensión en La Habana
Matías
Pérez, portugués, toldero de profesión, qué había en los inmensos aires que te
fuiste por ellos, portugués, con tanta elegancia y prisa.
En versos
magníficos dijiste adiós a las muchachas de La Habana, y luego, una tarde en
que era mucha la furia del tiempo, haciéndole burla a la prudencia, y mientras
en el campo de Marte atronaba la banda militar, te fuiste por el aire arriba,
portugués ávido, argonauta, dejando atrás las sombrillas y los pañuelos, más
arriba aún, a la región de la soledad transparente.
¡Qué
lejos quedaron las minuciosas azoteas de La Habana, y seis cuerpos tuyos más
alto que sus torres y sus palmas, cómo volaban con la furia del viento, portugués,
aquella última tarde!
Y cuando, a la boca del río, habiéndote echado
muy abajo aquella misma cólera del aire, te llamaron los pescadores prudentes,
gritándote que bajaras, que ellos te buscarían en sus botes, ¿no contestaste,
portugués frenético, echando por la frágil borda tus últimos estorbos?
Allá te
ibas, Matías Pérez, argonauta, hacia las tristes y plomizas nubes, rozando
primero las enormes olas de lo otro eterno, y luego más y más alto, mientras lo
tirabas todo por la borda, en tus labios una espuma demasiado amarga.
Audaz,
impetuoso portugués, adónde te fuiste con aquella desasida impaciencia mar
adentro, dejándonos sólo esta expresión de irónico desencanto y criolla
tristeza: se fue como Matías Pérez!
Huyendo
rauda hacia una gloria transparente en demasía, hacia una gloria hecha de puros
aires y de nada, por la que fue perdiéndose tu globo como una nubecilla de
nieve, como una gaviota ya inmóvil, como un punto ya él mismo transparente: se
fue como Matías Pérez!
A mis calle de La Habana
A Bella
Calles
de la Concordia y la Amargura,
de
Peña Pobre y Soledad, urgidas
de
cal y brusco sol, donde perdidas
colmáronme
las horas la estatura;
hermanas
todas de la calle pura,
la
más feliz de cuantas ya son idas
en
Roma y Cuzco y las demás que olvidas
tan
pronto tú, memoria eterna, oscura;
es
a vosotras que agradezco el día
que
dio lumbre a la joven que es ahora
la
mejor parte de la vida mía;
y
aunque el vago crepúsculo desdora
vuestros
muros y ya la tarde es fría,
mi
lucecilla os salva y enamora.
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