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jueves, 26 de abril de 2018

Dos de Eliseo Diego



  Una ascensión en La Habana

 Matías Pérez, portugués, toldero de profesión, qué había en los inmensos aires que te fuiste por ellos, portugués, con tanta elegancia y prisa.
 En versos magníficos dijiste adiós a las muchachas de La Habana, y luego, una tarde en que era mucha la furia del tiempo, haciéndole burla a la prudencia, y mientras en el campo de Marte atronaba la banda militar, te fuiste por el aire arriba, portugués ávido, argonauta, dejando atrás las sombrillas y los pañuelos, más arriba aún, a la región de la soledad transparente.
  ¡Qué lejos quedaron las minuciosas azoteas de La Habana, y seis cuerpos tuyos más alto que sus torres y sus palmas, cómo volaban con la furia del viento, portugués, aquella última tarde!
  Y cuando, a la boca del río, habiéndote echado muy abajo aquella misma cólera del aire, te llamaron los pescadores prudentes, gritándote que bajaras, que ellos te buscarían en sus botes, ¿no contestaste, portugués frenético, echando por la frágil borda tus últimos estorbos?
 Allá te ibas, Matías Pérez, argonauta, hacia las tristes y plomizas nubes, rozando primero las enormes olas de lo otro eterno, y luego más y más alto, mientras lo tirabas todo por la borda, en tus labios una espuma demasiado amarga.
 Audaz, impetuoso portugués, adónde te fuiste con aquella desasida impaciencia mar adentro, dejándonos sólo esta expresión de irónico desencanto y criolla tristeza: se fue como Matías Pérez!
 Huyendo rauda hacia una gloria transparente en demasía, hacia una gloria hecha de puros aires y de nada, por la que fue perdiéndose tu globo como una nubecilla de nieve, como una gaviota ya inmóvil, como un punto ya él mismo transparente: se fue como Matías Pérez!


 A mis calle de La Habana

                      A Bella

 Calles de la Concordia y la Amargura,
de Peña Pobre y Soledad, urgidas
de cal y brusco sol, donde perdidas
colmáronme las horas la estatura;
hermanas todas de la calle pura,
la más feliz de cuantas ya son idas
en Roma y Cuzco y las demás que olvidas
tan pronto tú, memoria eterna, oscura;
es a vosotras que agradezco el día
que dio lumbre a la joven que es ahora
la mejor parte de la vida mía;
y aunque el vago crepúsculo desdora
vuestros muros y ya la tarde es fría,
mi lucecilla os salva y enamora.

    

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