Pedro Marqués de Armas
Fue otro de los
alumnos cubanos del gran alienista francés Valentin Magnan, a cuyo servicio de
la Clínica de Sainte Anne asistió durante dos años en calidad de interno a
partir de 1883. Al final de este periplo obtuvo el título de doctor en medicina
con una tesis titulada Contribution à l´étude du non-restraint,
publicada en París por la casa Delehaye et Lecrosnier, en 1885.
Esta curiosa monografía, disponible
en la biblioteca virtual Gallica, me ha permitido volver sobre unas notas
tomadas del ejemplar que se conserva en la Biblioteca Finlay.
La práctica de la no
contención mecánica fue popularizada por el alienista inglés John Conolly en el
Middlesex County Asylum, del condado de Hanwell, en 1839. Pero no fue hasta
1877 que Magnan la introduce en Francia, en Sainte Anne,
promoviendo a la vez una serie de medidas propias de lo que se conoce como
reforma intramanicomial.
Tagle pasó más de dos años
junto a Magnan y su tesis relata la progresiva asimilación (nunca libre de trabas)
de este sistema entre los psiquiatras franceses.
Para abordar y legitimar
tales reformas, divide su estudio en dos partes: el sistema coercitivo
(antes) y el non restraint (ahora). Su premisa básica, que no es sino la de su maestro, consiste en proclamar la necesidad de suspender
definitivamente “todos los instrumentos” de coerción física, sustituyéndolos
por la vigilancia y la seclusión, al tiempo que plantea
poner fin a las “amenazas” e “intimidaciones” apelando en su lugar a la
“persuasión y la dulzura”.
No fue hasta comienzos del
siglo XX que el non restriant se generalizó en Francia, al
menos como principio.
Tagle nos habla del asilo
Aversa en Nápoles, donde un museo mostraba “depuis le nerf de boeuf jusqu'au
collier hérissé de pointes”, (p. 8) y cita a Guislain, según el cual los medios
coercitivos permitían al enfermo reflexionar sobre su conducta y condición,
siendo a la vez un medio moral (p. 9).
No faltan las alusiones a Leuret, quien también admitía la intimidación como parte del tratamiento de sus pacientes.
Magnan, al contrario,
consideraba que el furor maníaco se había vuelto infrecuente tras el uso
del non-restraint y que la vigencia de complicaciones e
incluso de la propia enfermedad era resultado de las prácticas coercitivas, así
como que encadenar a un perseguido equivalía a añadir nuevos elementos a su
persecución (p. 10).
Más adelante, Tagle repasa
los instrumentos usados al efecto desde la antigüedad hasta el siglo XVIII, e
incluso más tarde, reseñando el salvajismo todavía imperante en Bethlem en
1815. (p. 11-17). Muchos de estos aparatos habían sido citados por Morel en su
conocido intercambio epistolar sobre el non-restraint (Lettre de M.
Chambers au Morel, del 17 de octubre de 1857, p. 66).
Este catálogo de
instrumentos de sujeción física, entre otros métodos para producir “terror”, es
uno de los capítulos más interesantes de la tesis, al incluir algunos
procedimientos bastante sofisticados y todavía hoy poco conocidos.
De la camisa de fuerza dice
que fue David Macbride el primero en describirla («l'habit serré»), luego
empleada por Pinel y cuyo uso propagan más tarde Esquirol y Ferrus (p.
28).
Expresa que fue
Gardiner-Hill, hacia 1837, quien tras muchos obstáculos logró reducir al mínimo
la camisa de fuerza, por lo que inaugura las bases de esta concepción (p. 42),
cuyos resultados estadísticos serían recogidos por Charlesworth y publicados por
Conolly, quien aplica tales principios al Asilo de Hanwell (1839).
Esto motivó que se empleara
el non-restraint en otros asilos ingleses: Stafford, 1841;
Glasgow, 1842; Bedford, 1854; Campbell, 1854.
En 1858, cuando Morel era
médico en Saint-Yon, fue enviado por la prefectura del Sena a una gira por
Inglaterra, publicando dos años más tarde: “Le non-restraint ou de
l´abolition des moyens coercitifs dans le traitement de la folie”, donde se
declara fiel partidario del método, aunque no logró entonces su aplicación. (p.
47)
A propósito, apunta Tagle:
“Es solamente en 1877 que este sistema fue inaugurado en Francia, por nuestro
excelente maestro M. Magnan, que posee el mérito de haber sido su
promotor” (…) “Debió enfrentar muchas oposiciones, pero
ya en 1879 el método marchaba a toda popa” (…) “Ya desde 1867, desde su
denominación como médico de Sainte-Anne, había junto a M. Boucheureau
sustituido la camisa de fuerza por el maillot porque había
constatado sus efectos deplorables en el curso de su internado”.
Más adelante destaca los
conceptos seclusión-reclusión (p. 49).
Para Tagle, “sería un error
profundo confundir la seclusión con la reclusión, que Berthier llama todavía
encelulamiento, y para la cual se hace uso de la restricción. La reclusión
supone en efecto un verdadero encarcelamiento más o menos prolongado, con
privación en ciertos casos de los movimientos.
La seclusión, al contrario,
es solamente el internamiento temporal de un alienado en una habitación, donde
no cesa de ser objeto de una supervisión constante de parte de un personal
especializado y donde en ningún caso se le mantiene por aparatos coercitivos
cualquiera que estos sean”.
Niega que sea un
confinamiento en solitario; y que no se trata de celdas, aunque se las siga
llamando así, sino de “vastos locales bien iluminados que en nada recuerdan los
húmedos y oscuros reductos de antaño”.
Por otra parte, la
seclusión se debe ejercer sin fuerza y no debe considerarse un recurso de
castigo. “Basta proceder con bondad aunque a veces no queda más remedio que
ejercer la fuerza” (p. 53).
De particular importancia
es el apartado final, “Observaciones”, donde el médico cubano expone ejemplos
de su propia práctica en el asilo, en total ocho casos que nos permiten
apreciar ciertamente el esfuerzo por no contener a pacientes agitados, a la vez
que nos llevamos una idea de resto de procedimientos de lo que parecía ya una
acabada atención médica, al estilo de la que se impondrá a comienzos del siglo
XX en muchos servicios de psiquiatría.
El non-restraint sin
duda jugó un papel importante dentro de las reforma manicomial, permitiendo posteriores
trasformaciones en el espacio asilar como las unidades de agudos, el open
door, y la clinoterapia; pero, en general, ha sido sobrevalorado por la
historiografía médico-psiquiátrica desde posiciones o bien interesadas o bien
ingenuas.
Sirvió para sustituir los
métodos más atroces pero también para reforzar el mito de la liberación de las
cadenas, es decir, el relato fundacional de la psiquiatría moderna. Se trataba, en
cualquier caso, de consolidar la "terapia moral" en momentos en que
los asilos comenzaban a verse desbordados, lo que demandaba ejercer el control
de los enfermos de acuerdo con principios organizativos más precisos.
Si el manicomio pretende
funcionar como "agente terapéutico", es menester que los métodos
coercitivos se integren de manera sutil a espacios controlados por un mayor
número de vigilantes y enfermeros, sobre todo, bien entrenados. A la
clasificación que distribuye a los enfermos según tendencias o categorías, se
suma la necesidad de unas rutinas rigurosas, así como una eficiente
diversificación de las tareas.
En la Inglaterra
victoriana, la paradoja es que supuso una burocratización del espacio asilar
que terminó siendo eficaz en la misma medida en que obstruía el
"tratamiento moral", convirtiéndose más que nada en un método
administrativo que intentaba sostener el prestigio de la institución a expensas
de ayudas públicas.
No obstante el éxito de
Gardiner-Hill y Conolly, y el posterior esfuerzo de Magnan, la realidad es que
el non-restraint nunca fue una
práctica uniforme. En la mayoría de los manicomios, tanto en Europa como en
Estados Unidos, no condujo sino a una continuidad de la sujeción por otros
medios, también físicos: variantes menos agresivas de la camisa de fuerza, el
aislamiento celular, etc.; medios, en cualquier caso, legítimos y susceptibles
de hacerse extensivos.
Los locales iluminados y el
personal especializado a que alude Tagle no son sino expresión del modelo
médico que el propio Magnan instaura en Francia, y que al paso del tiempo se
extiende en la psiquiatría hospitalaria, con sus salas de agudos, sus urgencias
y unidades de intervención en crisis, sin que hasta la fecha hayan acabado las
sujeciones mecánicas.
A nombre del “daño” que podrían causarse “a sí
mismos”, se sigue abusando de manillas y correas para fijar a los agitados
-o más comúnmente “en riesgo” de agitarse- a sus propias camas.
Como tampoco han desaparecido las
intimidaciones, cierto que veladas, cuando no implícitas en el lenguaje
pretendidamente neutro de los protocolos.
Manuel Tagle Alfonso, de
quien tenemos pocos datos, nació en La Habana el 11 de marzo de 1859. Hijo de Manuel
Tagle Granado (1829) y de María Alfonso (1834). Su padre, también médico, y
además poeta, se formó en París aproximadamente entre 1859 y 1863, donde
coincide con Antonio Mestre y Joaquín García Lebredo, sus más cercanos
amigos. Ocupó el cargo de Médico del Regimiento de la Corona y fue Catedrático
del Instituto de la Habana.
Al regresar de París, Tagle
Alfonso contrajo matrimonio en La Habana, en la Parroquia Espíritu Santo, el 19 de junio de 1886, con María Mercedes
Campos, natural de Roque, Matanzas. No ejerció en Cuba como médico de
enfermedades mentales; al parecer se exilió en Francia durante la Guerra del 95
y regresó en 1900. Se dedicó además al periodismo, colaborando en La
Discusión y El Tiempo bajo los seudónimos Fray
Oriollo y Dr. Letag.