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jueves, 20 de abril de 2017

Poesía nueva en Cuba


  

 Bernardo Ortiz de Montellano

 El grupo minorista de la Habana, selecto, orientado, alza la voz para, iniciar la revancha contra el tiempo, desnudando sus propios horizontes. Pintura, Teatro, Poesía, Crítica —este nuevo género creador— al amparo del año, hoy 1927, se renuevan en Cuba al empuje de su juventud enrolada a la falange intelige, la nueva orografía del pensamiento, en América.
 Por fortuna todavía el público les ignora, minoristas de todas partes que son a un mismo tiempo predicadores y oyentes, libertándoles, porque el hablar consigo mismo es, desde Gracián, el camino maduro del espíritu, creándoles además el santo y seña tipográfico de las Revistas nuevas, hechas para cruzar el mar, con que estos grupos se entienden, con entendimiento masónico. (C'est bien, Paul Morand: "Una generación es, en el fondo, siempre, una masonería).
 Pero ¿y la Poesía? La poesía, seamos justos, está sufriendo ¿gozando? la invasión de la novela. El cinematógrafo, con múltiples cazadores, dióse a deshumanizarla robándole todos los argumentos, todas las descripciones y, además, la psicología externa y el realismo de que abusó a fines del Siglo XIX a tal punto que, cuando llega Proust con la investigadora conciencia de su sillón de ruedas y el microscopio de la memoria, tiene que volver del revés el género hasta iluminarnos lo oscuro de la vida y del pensamiento. (¿No es este un terreno de la poesía?).
 Para la poesía de América pasó el romanticismo de Martí y de Gutiérrez Nájera; el modernismo de Darío y Nervo. Los más destacados poetas cubanos de hoy, Marinello, Tallet, Loynaz, han doblado esa sirte y la otra infusa ¡bella! —de Juan Ramón Jiménez va también quedando atrás. Con qué diferente ponderación —ese equilibrio del gusto de linaje Goethiano— y valedora cultura emprenden, estos poetas, la ruta alejados del grito romántico, simplemente patriótico o sensual, tanto como del vanguardismo exagerado que es extravío de la incultura.
 Marinello finamente unido a la buena poesía tradicional, pura como el lenguaje mismo, prefiere seguir la curva —vuelo indeciso— que forja la canción aun sin la música y casi también sin las palabras. Tallet, nuevo en sí mismo, rico de ese nuevo grado y agrado de la emoción que es la tierna ironía gozadora del dolor por la inteligencia y Loynaz, el más joven, buceadores inquietos, alzan, de un golpe, la lírica cubana hasta los hombros del arte actual.

 Con "El trompo de siete colores" se reveló Bernardo Ortiz de Montellano como una de las sensibilidades mexicanas más auténticamente orientadas por los nuevos derroteros líricos. Ahora se nos muestra, en estas finas observaciones sobre nuestra lírica actual, poseedor de original perspicacia crítica.


 Revista de Avance, 30 de agosto de 1927. 

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