Juan Clemente Zenea
«Era uno de esos tipos encantadores que no se repiten mucho
en una época, figura graciosa de la poesía improvisada, reproducción agradable
de uno de aquellos jóvenes hermosos de los buenos tiempos de Pericles; su
estatura, su cabeza helénica, sus ojos color verde mar y sus finos modales le
hacían objeto de general simpatía.
Algunos habrá todavía
que no lo hayan olvidado del todo: la ruidosa conclusión del drama de su
juventud es un eco de doloroso que vibra siempre en el corazón de sus amigos y
compañeros, y el espacio de tiempo transcurrido desde su último día no es
bastante a borrar su dulce memoria.
¡Ah, ya vamos envejeciendo! Once años hará que se ausentó de
nuestras playas para no volver y por desgracia de todos no volvió; once años
hará que le acompañamos una mañana a bordo de un buque que se hada a la vela
para lejanas tierras y durante ese tiempo hemos visto bastante: hemos visto
volver varias veces al buque, a los marineros, a otros que entonces salieron a
viajar, pero ¿y Ricardo? Una sombra cayó sobre su juventud, un pesar misterioso
se apoderó de su alma y no tardaron los periódicos en comunicarnos la nueva
fatal de que ya no existía.
¡Y bien! Recogiendo
nuestras ideas, examinando las cosas en su verdadero terreno, tratando de reunir
en la memoria los perdidos fragmentos de la corta novela de su vida, parece que
le vemos y le oímos y nos sentimos con valor para acometer el trabajo de fijar
en este cuadro unas facciones que hace vacilar a la vista la cantidad de los
años interpuestos, nos sentimos en la posesión de la verdad que resulta de un
examen detenido. Bórrase en la mente lo que en ella se imprimió de paso, vanse
los recuerdos cuando el alma no cuid6 de conservarlos; pero queda eternamente
en nosotros todo lo que nos impresionó, todo lo que notablemente se puso en
relación con las peripecias de nuestra juventud.
Si no hubiera muerto y hubiera seguido por la pendiente natural
de los acontecimientos y de la naturaleza ¡cuántos se complacerían en su
amistad! ¡cuántos le solicitarían con empeño! Su talento poco común hubiera
ensanchado su esfera, el método en los estudios le habría colocado en alto
puesto y Dios sabe a qué fines hubiera alcanzado en la literatura.
Sentado con nosotros
en noches apacibles en un lugar cerca de la plaza de Armas de la Habana, le
oíamos con frecuencia discurrir con estimable caudal de luces y nos
interesábamos en su conversación mezclada de pensamientos tristes y risueñas
ilusiones; le oíamos allí aprovechando la inspiración melancólica que provenía
de los acordes de la música militar de las retretas y el canto lejano de los
marineros en la bahía: entonces le rogábamos que dijera alguna cosa y hablaba
en afluentes versos: dejaba caer la primera gota de aquel manantial
abundantísimo de la palabra metrificada y luego el desbordamiento seguía
derramándose en el alma de sus amigos que le aplaudíamos. Pero Dios no quiso
que su trabajo se perfeccionara, y cuando menos esperábamos, una conclusión
repentina, un sangriento suicidio, nos hicieron derramar una lágrima: esta
hermosa crisálida de la poesía se dejó caer en la tierra a la hora en que debía
volar: este botón lozano se marchitó antes de hacerse flor: esta hermosura
varonil se encerró en la tumba: este talento se evaporó por exceso de
vitalidad, y tal desgracia nos ha privado de tener entre nosotros un escritor
que tal vez hubiera podido rivalizar con los que hoy son gloria y encanto de su
país.
He leído en los
periódicos peninsulares que se proyectaba en Santiago de Galicia erigir un
monumento a los vates de aquella provincia y que entre sus restos se colocarían
los de los cubanos Fresneda y Curbía. Esta distinción, concedida a la memoria
de unos aficionados a las letras, es motivo para que estimemos doblemente a los
que se han hecho querer en tierras apartadas. Curbía, joven intrépido,
valiente, ilusionado amante de la poesía, no había conocido a Fresneda en su
propio país, pero para que se cumpliese mejor la ley de la fraternidad, para
que Fresneda no estuviera solo, la piedad de los que sobreviven va a unir el
polvo de uno al polvo del otro. Dure este monumento largos años para que se
conserven los nombres de aquellos a quienes cupieron en suerte tantas
amarguras, para que se vea de lo que son dignos todos los que emprenden la
fatigosa jornada por una senda espinosa, para que el mérito intelectual y moral
obtenga una recompensa en este mundo.»
"Revista Habanera" (1862), tomado de Iniciadores y primeros mártires..., 1901.
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