Juan Justo Reyes
Los niños gustan con pasión de las
narraciones, y generalmente se abusa de esta inclinación llenándoles la cabeza de
patrañas, en lugar de aprovecharla para hacerles aprender una multitud de cosas
útiles. Se han escrito muchas colecciones de cuentos con el fin de que las
nodrizas los aprendan y se los refieran; pero hay poquísimos que sean
provechosos a los niños. Unos los sacan del mundo real y los introducen en un país
imaginario, en donde suceden mil aventuras terribles que afectan violentamente
su tierno cerebro hasta el punto de que muchos queden lisiados para el resto de
su vida; otros son cuentos llamados morales, de una extrema insulsez y capaces
de hacer bostezar al convidado de piedra; en fin, hay muchos que a vueltas de
algunas moralidades triviales, enseñan, una doctrina peligrosa o poco acomodada
a esta edad. Una colección escogida de
cuentos podría dar a los niños ideas claras y exactas de sus relaciones morales,
y de muchos objetos importantes relativos a la economía doméstica, a las artes
y a las ciencias. El Robinson de Henrique Campe, traducido al castellano por D.
Tomas de Iriarte, aunque escrito para una edad más adelantada, es un excelente
modelo de los cuentos a que me refiero.
Las estampas y los cuadros son la escritura de
los ignorantes: con el auxilio de buenas estampas pueden adquirir los niños
nociones preciosas sobre la historia natural, la sagrada y la profana; sobre
los trajes, usos y costumbres de varias naciones; sobre los trabajos del campo,
la caza, la pesca y la navegación; sobre los instrumentos y máquinas que se
emplean en las artes y oficios; y lo que es todavía más importante, aquel gusto
fino y delicado que distingue a los que se familiarizan con las bellas artes, y
que es uno de los mejores preservativos contra los excesos groseros a que nos
arrastran el mal ejemplo y nuestras propias pasiones.
Pero la grande ocupación de esta edad es el
juego y en el juego pueden los niños aprender mucho bien o mucho mal: es
necesario divertirlos, y que adquieran ideas claras y precisas de la naturaleza
de las cosas, y con este fin deben preferirse objetos ligeros, fuertes y poco
costosos, que puedan manejarse sin riesgo de estropearse, y combinarse de mil
diferentes maneras, a los que solo tienen una hermosa apariencia y suma fragilidad;
porque los niños necesitan ejercitar continuamente la incansable actividad que
los atormenta. Esferas, discos, cilindros, y otros cuerpos de formas elegantes
y de contornos redondeados, son los más propios en los dos primeros años. Más
adelante un carretón y muchos trozos de madera de todos tamaños y figuras les
suministrarán diversión y ejercicio, y desde aquí pueden ascender sin gran
trabajo al conocimiento y manejo de las máquinas simples. Dos o tres años más
tarde el imán artificial, el kaleidoscopio y la linterna mágica pueden ser
fuentes de instrucciones útiles para el niño si tiene a su lado personas sensatas
y hábiles que le dirijan sin afectación…
Consideraciones sobre la educación doméstica y la instrucción pública en la isla de Cuba, 1832, pp. 43-44.
Consideraciones sobre la educación doméstica y la instrucción pública en la isla de Cuba, 1832, pp. 43-44.
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