José Lezama Lima
Muestra Zenea una universal curiosidad: leyendas,
amigos, todo lo relacionado con la evaporación fantástica de la ciudad le
interesa. Asiste a las conferencias científicas o literarias y las reseña con
puntualidad. Flota en el ambiente el terror causado por los monstruos que
surgen en las Lagunas de Santa María, cerca del camino que conduce al surgidero
de La Coloma. Compara esa leyenda con la del Averno. El pez tropieza y muere
en sus aguas, la sombra de los pájaros no puede transcurrir sobre la lámina
líquida, la yerba es venenosa y tiene fuerza misteriosa para lanzar a sus
profundidades los animales o a los antepasados descuidados. Tres arrieros de
tabaco escogieron sus orillas para descanso de sus caballos y hacer fuego en
sus fogones. Sobre un tronco de ceiba pusieron todo el aparejo de las
cabalgaduras. Dos fueron a buscar la leña para el fuego y uno quedó para
encenderlo. Empavorecido vio que el árbol se estiraba y cobraba vida y
comenzaba a lanzar rugidos apocalípticos, precipitándose en las aguas del
lagunato. El campesino cae en temblores de espanto y los otros dos acuden a
socorrerlo, el agua ingurgitaba turbia y fangosa.
Asombrados los vegueros encuentran por otras serranías
huesos de una descomunal serpiente que mataron en la misma laguna. El asombro
comarcano hacen que se verifiquen otras expediciones de carácter científico.
Pero ven, de pronto, cómo las aguas se abren y reaparece el monstruo al lado
mismo de la embarcación. En la boca del monstruo, colmillos como cuchillos y
una bola de fuego. Se precipita sobre uno de los infelices que formaba la
expedición y se lo lleva a sus profundidades.
Poey duda del
hecho atribuyéndolo a una “exaltada imaginación”. Añade que no puede ser un
majá, que no puede ser un manatí, tal vez sea una foca, no una morsa. Interviene
Tranquilino Sandalio de Noda, y manifiesta que ha vivido en las inmediaciones
de esa laguna y nunca ha oído contar esa leyenda. Vemos en esa leyenda a la
imaginación popular creando sus monstruos y a los científicos decapitándolos.
Pero Zenea ha tomado nota y acude para señalar una etapa nueva de mayor y más
depurada imaginación poética.
Fragmento de "Juan Clmente Zenea", La Cantindad Hechizada, La Habana, 1970, pp. 292-93.
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