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miércoles, 14 de diciembre de 2016

Jacob Böhme




José Kozer 

Éste es el único caso del hombre que encontró a Dios.
Era pelirrojo, vendía nomenclaturas, pasaba el día
    leyendo: de mal dormir, lo hacía de color blanco;
    no cabe duda de que alrededor de aquella
    blancura, sentía miedo: el negro de la noche más
    cerrada perdería con la comparación: y no cabe
    duda de que titubeó al principio llamar Dios a la
    blancura, ¿todo era un centro? Peldaño a peldaño
    recorrió lo incomprensible a mayor oscuridad,
    mayor clarividencia: los ojos, a todo se
    acostumbran.
No es necesario contar lo que encontró: cálculos y
    descripciones fallan a ojos vistas buen cubero no
    necesita manos ni romanas, de pronto supo quién
    qué cómo dónde era (estaba) Dios.
Fue un zapatero de mal vivir tempranero y astroso,
    frugal: su única pedigüeñería era la avaricia de
    Dios, abolición propia: lezna y agujero o zapatazos
    y vigilias rebasarían aquella desproporcionada
    necesidad, encontró el Camino: todo llega. Todos
    aquellos peldaños regastados por sus pies desnudos
    o los pies calzados en cuero de su numerosa
    clientela, eran prescindibles.
Suela pie y peldaño, descartó: no es única la Horma
    cada figura tiene entidad propia (así no lo parezca)
    cada elemento de la entidad posee sus propias
    características distintivas por el color olor utilidad
    (tacto) nada es o aparece jamás en el Universo,
    dos veces.
Dios, es Uno (también): según nuestra historia (ésta
    que aquí narramos) el desconsuelo del zapatero
    ante su encuentro encontronazo o Revelación lo
    dejó (con toda su jerga y con todo su silencio)
    junto a la abertura, una vez más emboscado.



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