C. Wright Mills
¿Qué pasó luego?
Sabemos muy bien qué clase de fotografías habéis visto: cubanos fusilando a
otros cubanos. Y son ciertas. Ejecutamos a muchos hombres de Batista, unos
quinientos o seiscientos. Les dimos muertes sin lo que los norteamericanos
considerarías –harto curiosamente- como un “juicio justo”. Sabemos que decís
que no aprobáis ese proceder, y por eso queremos explicarte un poco como lo
vemos nosotros.
Estábamos en guerra.
Durante el régimen de Batista, millares de los nuestros fueron asesinados. Aquellas
personas que los rebeldes ejecutamos eran los peores criminales de la tiranía
de Batista; les conocíamos perfectamente a todos. Así, pues, ¿qué cabía esperar
que hiciéramos?
Quizás en el plano de un moral cómoda ninguna
muerte está justificada, incluidas –no lo olvides, por favor- las enormes
matanzas de las guerras en las que los yanquis habéis participado. Pero por
inmorales que sean, los fines y los resultados de las muertes son completamente
diferentes según los lugares y las circunstancias. Porque tiene su importancia
quién es el muere y la causa por la que se le mata. Ello no justifica,
repetimos, la matanza; como cristianos, bien lo sabemos; pero da diferente
significación a los diferentes hechos; y las ejecuciones cubanas, a nuestro
juicio, eran justas y necesarias.
Puedes estar de acuerdo o no, pero en ningún
caso puedes hablar de justicia. ¿Acaso se les concedió un juicio justo a los
habitantes de Hiroshima? Sí, claro, también se trataba de una guerra, en aquel
caso.
Recuerda también, yanqui, que es fácil
moralizar cuando uno vive tranquilamente en su casita de las afueras, lejos de
todo el problema, bien protegido de sus efectos. Es fácil hablar de moral
cuando se es rico y fuerte y hay una serie de cosas que te ocultan los aspectos
desagradables del mundo; la distancia, las diversiones, la propia indiferencia,
el propio estilo de vida.
Pero volvamos a la historia, a la historia de
la que ahora formas parte, esa historia que es cruel… para los demás. Volvamos
a Cuba. En Cuba la historia ha sido muy cruel, ciertamente. Estamos tratando
–compréndelo- de poner fin a la injusticia y la crueldad que formaban parte
integrante de nuestro modo de vida, y las que tú tuviste mucho que ver, yanqui.
Pero he aquí lo más importante que es preciso
que sepas. Con la ejecución de los peores esbirros de Batista, y el
encarcelamiento de otros criminales de guerra, Fidel y sus soldados rebeldes
salvaron a Cuba de un baño de sangre. ¿Sabes que Fidel Castro y sus hombres
pidieron al pueblo por radio: “Actúa con mesura revolucionaria; se te hará
justicia”? De no haber obrado así, el pueblo cubano habría organizado un baño
de sangre en Cuba. Y ahora le agradecemos a Fidel que nos impidiera
organizarlo; pero en aquel entonces estábamos furiosos hasta la locura; les
habríamos matado a todos, y quizás entonces
se habrían perpetrado injusticias.
Tal vez habrás oído a algún antiguo hombre de
negocios cubano decirte que está en contra de Fidel Castro a causa de aquellas
ejecuciones. Ese ese el estribillo contrarrevolucionario corriente hoy día en
todo el mundo de los negocios. ¿Sabes lo que significa? Significa que la revolución
ha afectado sus libros de contabilidad. Lo que esa clase de cubanos querían era
una pequeña democracia, linda y sin peligros, sin la vieja deshonestidad
latinoamericana, con el fin de poder seguir ejerciendo el tipo de deshonestidad
yanqui, más impersonal y disimulada, de manera más fácil, más pulcra, más
sistemática.
¿Sigues creyendo, yanqui, que es a la moral de
las ejecuciones a lo que se oponen? Si así fuera, ¿cómo se explica que ni esas
gentes, ni los periódicos, las radios y las revistas que ellos controlan
organizaran propaganda alguna cuando eran los hombres de Batista los que
llevaban a cabo las matanzas? No solo no existía esa propaganda contraria, sino
que había todo lo contrario: vuestro gobierno enviaba a sus militares a nuestra
isla para ayudar a adiestrar a los hombres de Batista, a los que entonces
llevaban a cabo las ejecuciones. Vuestro gobierno les daba cañones, y aviones y
bombas, y les enseñaba a usarlos contra nosotros. Acuérdate de eso, yanqui,
cuando pienses en nuestros pelotones de ejecución.
Porque mientras gobernó Batista, vuestros
negocios y vuestro Gobierno participaron directa e indirectamente en ello, sin
que tú protestaras. Al contrario: lo ayudaste. Ni siquiera cuando los
fidelistas triunfamos protestaste. Difícilmente habrías podido permitírtelo. Era
tan evidente, que los cubanos nos sentimos colmados de satisfacción.
Pero en cuanto empezamos a organizar en
beneficio nuestro la propiedad de las compañías –lo mismo cubanos que yanquis,
no lo olvides- entonces tus periódicos, tu Gobierno yanqui, todas tus radios
empezaron a vociferar contra nosotros. Vuestro Departamento de Estado puso el grito en el
cielo, vuestras radios se desgañitaban, y pronto nos cortasteis la cuota de
azúcar. No ayudaste a nuestra revolución. Nunca la habéis ayudado. La habéis
perjudicado siempre. Y ahora tratáis de asfixiarla, de aniquilarla; y procuráis
perjudicarnos cada vez más. Por eso gritamos con todas nuestras fuerzas, al
mundo y a vosotros:
“¡Cuba, sí!”
“¡Yanquis, no!”
Pero si estamos equivocados acerca de este
punto, quizás podáis demostrárnoslo. Debería seros fácil. ¿No sois una
democracia?
Escucha, yanqui. La revolución cubana,
(1960; ediciones Grijalbo, 1979, pp. 78-82).
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