No es tan sencillo el método que hay para distinguir los
nombres apócrifos de los verdaderos, en general; pero en el caso particular que
motiva este artículo, ya es otra cosa. Digamos primero lo que a este caso se
refiere.
Todo el mundo sabe que
la sociedad fotográfica, Fredricks y Compañía, logró hace algún tiempo
acreditarse en esta capital, ya por el parecido de los retratos que hacía, ya
por el colorido con que hábiles artistas sabían embellecerlos. Pues bien, uno
de los antiguos fotógrafos de esta capital, el Sr. Mestre; tuvo la bonita
ocurrencia de hacer venir de Nueva York a un señor llamado, no Carlos Fredricks,
como el que tan veleidosamente había dado a conocer un establecimiento, sino
Fredricks Cobden, y abrió a nombre de este otro establecimiento en la
misma calle de O-Reilly, donde el tan conocido Fredricks había sentado su
crédito. Esto, unido a la singular circunstancia de que, tanto en hi muestra
como en las tarjetas del nuevo establecimiento, se hizo escribir con letras
gordas el nombre propio Frederick y con letras menuditas el apellido Cobden,
cuando debió hacerse a la inversa, en caso de desigualdad, por ser el apellido
y no el nombre propio, lo que más debe llamar la atención, hizo creer al Sr.
Fredricks que se trataba de suplantar el nombre de su establecimiento siquiera
por aproximación, y he aquí motivo para un pleito sobre nombres apócrifos.
Por fortuna, el Sr.
Mestre, no ha hecho lo que aquellos príncipes supuestos de que hablé la semana
pasada, sosteniendo que su Frederick era Fredricks, con lo cual la derrota del
aspirante a la corona fotográfica hubiera sido desastrosa: pero no ha dejado de
sufrir dos buenos descalabros, uno legal, prohibiéndosele poner en sus
tarjetas, Frederick y Compañía, que es como si dijéramos Federico y Compañía,
sabiéndose que la razón social no se toma del nombre de bautismo, sino de apellido
de familia, y otro moral de peores consecuencias. Efectivamente, aunque no haya
existido la menor idea de vender gato por liebre, parece que la hubo en el
hecho raro de anunciar a Mr. Frederick Cobden, llamándole FREDERICK con letras
gordas y Cobden con letras menudas, corno si se tratase de llamar hacia
el nombre propio la atención que corresponde al apellido, a fin de que la gente
confundiese a Mr. FREDERICK Cobden, con M. Carlos FREDRICKS, y el
resultado tiene que ser fatal para el que dio margen a la sospecha, fondada o infundada, de suplantación.
Porque dirá
cualquiera: «sí Mr. FREDERICK Cobden pretende, para tener parroquianos, que le
confundan con Mr. Carlos FREDRICKS, será señal de que no tiene tantas
probabilidades como este de agradar al público, pues a tenerlas, confiado en su
mérito propio, no echaría mano de una treta para que el público le proteja por equivocación.
Ergo, vóime a casa de Mr. Fredricks y Compañía, calle de la Habana número 108, puesto
que este nombre se halla disputado, lo que prueba su gran crédito, y no quiero
ir a casa de Mr. Frederick Cobden, lo cual da la medida de la confianza que
tiene en sus propios recursos, intentando llamar la atención con las apariencias
de un nombre apócrifo.
Esta es la consecuencia
del mal cálculo del Sr. Mestre, si es que lo tuvo, cosa que yo no afirmo, y de
su imprevisión, si pecó inocentemente, como podría suceder. Yo que no he visitado
ninguno de los establecimientos indicados, creo que las apariencias son tan contrarias
al Sr. Mestre, coma el novio de la señorita Marchisio puedo ser contrario de Garibaldi,
con la diferencia de que la contrariedad de estos dos generales italianos, es una
fortuna bárbara para la señorita Marchisio y la de las apariencias indicadas lo
es para Mr. Carlos FREDERICKS cuyo crédito ha subido más alto de lo que estaba en
virtud del quid pro quo con que al parecer se ha pretendido disputar su
nombre.
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