Francisco Cañellas
Allá por
Gibara, que es como decir en ninguna parte, vegeta obscurecido y olvidado uno de
nuestros escritores jóvenes más originales y brillantes, sino el más brillante y
original de todos.
¿No recordáis haber visto la firma de Armando
Leyva al pie de alguna crónica elegante y primorosa, cuyo estilo denunciaba una
pluma bizarra y
genial,
señoril y prócer? Pues peor para vosotros...
Leyva es un chico muy fino y muy simpático. Y también
es bohemio y sentimental, sencillo y modesto. Sobre todo modesto, de una
modestia encantadora y rara. Esquivo al aplauso y aislado siempre allá en su
aldea, Leyva ha escrito páginas de prosa rítmica y diáfana, sorprendentes de
rara belleza, como no las escribirá nunca ninguno de esos “ratés” vanidosos y
cursis, que pasan aquí por grandes escritores cuando en realidad no son otra cosa
que unos solemnes infelices que se entretienen dándose la lengua en la “rosca”
del “bombo mutuo" y llenándose de elogios sodomíticos que son una
vergüenza Y un asco...
Refiere Tácito que el “austero” Burro,
preceptor de Nerón, aplaudía a rabiar cuando el hijo de Agripina tañía la
cítara, medio desnudo y coronado de yedra.
Indudablemente que aquel Burro dejó larga
descendencia, pues a fe que no son pocos los burros -tres veces
burros- que aquí hacen cola por andar en cuatro patas adulando como esclavos a quienes
suponen ellos que pueden, con un sólo rasgo de su pluma, declararlos genios salvándolos
del olvido...
Pero Leyva no ha tenido elogios lacayunos para
ninguno de los dioses “pour rire” de nuestro Olimpo literario. Por eso él no es
genio. Por eso los consagrados que aquí expiden patentes
de escritor y títulos de poeta, han escrito villanamente el nombre de Armando
Leyva en el Índice de su desdén imbécil. Él no adula, él no anda de redacción en redacción pordioseando “bombos”,
él no se atreve, echándolas de conferencista, a tomarle el pelo a una
sociedad ridícula y estúpida, que por lo mismo que es estúpida y ridícula
merece que se lo estén tomando hasta dejarla calva. Él trabaja en silencio. Y
ante el espectáculo entristecedor y bochornoso del cretinismo triunfante, se
goza en convertir en látigo su pluma y hacerlo restallar en las espaldas
desnudas de los grandes mamarrachos que aquí se diputan genios...
¡Leyva querido! Tú -noble y bueno- ignoras sin
duda que en estos tiempos, para ser escritor y tener vergüenza, se necesita haber
nacido con vocación de mártir. Hubieras tú también adulado, sumándote a la “rosca”,
y otro gallo te cantara.
Ya lo dijo Quevedo:
-La envidia muerde, pero no come...
Por eso está flaca.
Dirigiéndose a la
juventud de su tiempo, Zola escribió estas bellas palabras de consuelo:
-«Sois jóvenes; soñad, pues, en conquistar el mundo.
Pensad que es preciso sobrepujar a vuestros mayores para que dejéis grandes obras.
Cada conquista está marcada por una gloria, y nadie puede ser grande sino lleva
una verdad en sus manos sangrientas. El campo es inmenso, infinito. Y todas las
generaciones pueden recoger allí abundante cosecha...»
Sigue, pues -¡oh, Leyva querido!- tu camino de
Damasco. La victoria será tuya. Y en cuanto a los falsos dioses de nuestro Olimpo
literario, no olvides las palabras del Zaratustra de Nietzsche:
-Hombre, super-hombre, hermano mío, aprende a
reír, aprende a ponerte la corona de risas...
El
Veterano, No. 10, 20 de marzo de 1910, pp. 3-4.
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