Escuchad
la historia del jefe de la partida, el más interesante de estudio, bajo el
punto de vista que nos ocupa.
J. S. P.,
de origen español, es un joven de 24 años; en el mundo especial donde se le
busca y acaricia, se le designa con el sobrenombre de «Princesa de Asturias.»
Su aspecto
general está lejos de ser repugnante, gracias a cierto cuidado en el vestir y a
su relativa limpieza, bastante desconocida entre sus camaradas. La cara,
francamente empolvada, es imberbe, salvo los extremos del labio superior,
provistos de ligera sombra. Los ojos negros, tienen expresión de languidez
completamente femenina. Sus cabellos perfumados, cuidadosamente atendidos. La
mano fina, lleva en el meñique una gran sortija de muy mal gusto.
Con mimos
de ninfa enternecida y con timidez de gacela, nos hace la historia de su vida.
Es él
quien habla:
«Tengo vivos a mi padre, mi madre, mis hermanos,
mis hermanas ¡A Dios gracias, ninguno se me parece!
«¡Y es que
he nacido con el vicio que me domina! Jamás he tenido deseos sino por las
personas de mi sexo, y desde pequeño me agradaba vestirme de niña y dedicarme a
los quehaceres de la casa. (¿No encontráis ya en él, señores, el tipo Urnings
de Mr. Marx?)
«A los 13
años hice mi travesía a América, y fue a bordo donde por primera vez conocí los
contactos del hombre.
«Mi
aprendizaje en esta materia se continuó en los distintos establecimientos donde
me colocaba mi tío. En ellos, no tardaba en experimentar las caricias íntimas,
ya del principal, o más a menudo de los dependientes; porque en casi todos los
establecimientos, donde viven muchos empleados, hay matrimonios.»
«Al volver
mi pariente a España, quedé completamente libre.
«Abandoné
las tiendas para entrar en diferentes fábricas de tabaco. Pero en ellas era
tratado sin piedad desde que dejaba adivinar mi vicio.
«He vivido
en Cienfuegos, Cárdenas y otras ciudades principales del interior. Algunas
veces me hacía violencia, pero en el mismo instante en que no pensaba en nada,
encontré siempre algún camarada que me ponía en excitación y me hacía volver a
la mala vida.
«De vuelta
a la Habana, tuve que sufrir un encierro de 14 meses en el Asilo de San José:
aún ahí mi mala estrella me hacía entrar en un verdadero centro de pederastia.
«Al fin
salí, y, ante el desprecio que me hacían en todas partes, porque era muy
comprometedor, me decidí a poner cuarto.
«Desde entonces, he podido recibir con completa
seguridad a mis amigos y protectores, que son en su mayor parte militares o
gentes del comercio, haciendo todos, o casi todos, en mi casa el papel pasivo, aunque
también yo me presto a la misma fantasía, según el deseo de los aficionados.
«¿Por qué
me han arrancado violentamente de aquella existencia tranquila para encerrarme
en esta prisión?
«Yo estaba
tranquilamente en mi cuarto con algunos compañeros, cuando llegó la policía y
nos prendió brutalmente.
«¿Por qué
únicamente nos han cogido a nosotros?—¡Hay tantos individuos que hacen lo que
nosotros y que se pasean libremente por las calles!, y, permítame usted una
pregunta: ¿qué han ganado al encerrarnos?
«Fuera,
nuestro vicio es facultativo; aquí es obligatorio y raro es el día en que no
tenemos que pasar por las horcas caudinas de algún presidario»!
Todo esto, señores, es la traducción exacta de lo
narrado por la «Princesa».
Para
terminar el retrato de J. S. P. agregaré, que presenta un pene muy alargado,
ligeramente enroscado, y cuyo glande es delgado y puntiagudo en su extremidad.
Las nalgas, normalmente desarrolladas, dejan ver,
cuando se las separan, un esfínter relajado casi por completo,
y el orificio extremadamente dilatado e irritado.
Este «individuo» acusa haber contraído, mediante
el coito con un hombre, algunos chancros, que han traído la supuración de
algunos ganglios.
Tomado de “La
Pederastia en Cuba", Luis Montané Dardé: Primer
Congreso Médico Regional de la Isla de Cuba, La Habana, Imprenta de A.
Álvarez y Compañía, pp. 583-84.
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