Una carta desde La
Habana
Sr. Director de
LAS DOMIMICALES:
Salud.
No soy ciudadano de ningún país determinado. Soy individuo de la raza
humana, que tiene por patria el Mundo. Por consiguiente, mi opinión y mi deseo
es que a los hombres que de luengas tierras arriben a estas playas en busca de
hospitalidad, se les trate dentro de los límites que la civilización y la humanidad
exigen.
Por tanto, no puedo ver, sin sorprenderme, el que
un Sr. Alcover, que se dice cubano, lo mismo que pudiera decirse chino, alegue
«la razón de la sin razón,» a favor de Triscornia, en carta publicada en el núm.
46 de ese Semanario, y que sirve a la par de contestación o refutación a un anónimo
comunicado del periódico El País.
Si el Sr. Alcover le dijera a ese comunicante anónimo
que de los actos realizados por cuatro asalariados no puede hacerse responsable
a todo un pueblo, de generoso sentir, justo y equitativo sería, si dicho señor
se concretara estrictamente a demostrarlo así. Si le dijera, además, a dicho
comunicante que muchos de achocolatado rostro, son de más noble y puro corazón
que algunos hombres de tez blanca que vienen del otro lado de los mares sería
una verdad como un templo, y nada objetaría yo en tal caso.
Mas, como después de que el Sr. Alcover...
... «con pico y garra
el pecho candidísimo desgarra
del bello airón que quien...» etc.
pasa a hacer un relato inexacto y una defensa
injusta de Triscornia, tomo este asunto por mi cuanta, y empiezo a preguntar: Si
el Sr. Alcover no es empleado de Triscornia, y por tanto, no pudo ver lo
relatado en El País, como ocurrido en
un vapor, ¿por qué singular fenómeno o abstrusa ciencia ha podido adivinar los
hechos, y lo quo es peor, desmentirlos?
Y si en Triscornia se trata bien a los
inmigrantes ¿es óbice, acaso, para que en el vapor sucediera lo relatado?
Y díganme LAS DOMINICALES: si los hechos a que
ambos señores se refieren no tienen analogía ni guardan relación entre sí de
ninguna manera, ¿en dónde está la rectificación aludida? Porque si el dicho del
uno pudo ser calumnioso, ¿no puede ser interesado el del otro? Lo dejo a su
imparcial criterio.
Y ahora voy a decir lo que es Triscornia.
En el litoral de la bahía al ENE hay un
terreno así denominado, en cuyas alturas hay seis o siete barracones, llevados
allí por fuerza animal, cuyos barracones, construidos ad hoc para el campamento
de las tropas yanquis, son idénticos a los de éste, que está aún hoy
detrás del castillo de la Cabaña.
Los seis o siete barracones de referencia se hallan
rodeados de una cerca de alambre con púas en un radio de regular extensión,
teniendo a trochos unas garitas, en las cuales la guardia rural, arma al brazo,
vigila perennemente el exterior, mientras que empleados de distintas categorías
y colores, españoles y cubanos, lo hacen interiormente.
Tal es el lugar a
donde se conduce, en forma buena o mala, a los individuos que por
primera vez lleguen a Cuba, los que no traigan money y los que no
contesten las preguntas de rúbrica que un doctor cubano, pero que americanizó
hasta su nombre, les hace a bordo del correo.
Y es claro, después de hechos los pobres hay que
socorrerlos. Por lo cual los inmigrantes, al revés del cantar: «Ellos comen,
ellos viven y pagan contribución». O sea una peseta por cada día que
pernocten allí, que abonarán a su salida, bien que salgan para una colocación,
bien que un yanqui se los lleve al Ferrocarril Central, que ya se sabe: los
hombres a sufrir «eternos tormentos», y las mujeres a cocinar para los
hombre... y, vamos, que como van para los montes del Camagüey, para algo más
las llevan, sin contar con que algún empleado, al acompañarlas a la capital
para algún asunto, las lleve al otro día, después de que el derecho aquel, que
no es cosa de, «según dicen», ha sido pago.
Y es claro, un muchacho sirviendo en un casa cualquiera
de la Habana, con menos quehaceres, con menos esclavitud, sin chapear manigua,
ni recibir las ardientes caricias de Febo durante el día, tiene todas aquellas
cosillas de que habla el Sr. Alcocer, más ocho o diez duretes mensuales y algún
deshecho de su amo.
¿Se quiere saber ahora por qué el Gobierno de Cuba
fundó ese Departamento?
Es muy sencillo. Los americanos, so pretexto de
que los latinos eran propensos a la fiebre amarilla y pudieran contagiarlos,
mandaron crear ese maquiavélico albergue, porque no anduvieran errantes por las
calles los innúmeros españoles, enfermaran y pudieran morirse... los yanquis.
Aparentemente esto. La realidad e intención de
los americanos, es ésta verdad palpable.
Que la inmigración española no venga en grande
escala, y no pueda contrarrestar, por tanto, la influencia anglosajona, que
piensa dar al traste muy pronto con el predominio latino en esta región del Nuevo
Mundo.
Y para confirmar lo
dicho, ahí está la ley yanqui de la inmigración, que va a aplicar aquí un Gobierno
cubano, que no es tal, sino un siervo humilde del Gabinete de Washington.
Es, en suma, Triscornia, una injusticia
notoria y un negocio manifiesto. En la Argentina, donde existen también
esta clase do establecimientos, no hay guardias, carceleros, ni se le impide a
los individuos recorran la ciudad en busca de trabajo, pudiendo volver a dormir
y comer al Departamento, y por último, pactan libremente y salen a
fundar colonias de italianos, vizcaínos, etc., etc.
De esto, a estar recluido como en una prisión aumentando
la deuda a medida que pasan días, va mucha diferencia; y por eso no es de
extrañar que los contratistas de líneas férreas, los del Ferrocarril Central y
demás agentes del interior vengan a Triscornia, donde hallan hombres esclavos, que
no tienen quién los saque de allí, ni hay comerciantes que puedan responder en
término de un año por todo el mundo.
De Triscornia han salido también, los que se prestaron,
mediante exigua remuneración, a ser inoculados por los mosquitos para
experimento médico, de si esos insectos traen o no la fiebre amarilla; cantidad
que no llegaron a percibir, por haber muerto.
De modo que tenernos; además de los abusos a
que Triscornia da lugar, un perjuicio al bracero del país, que no puede
trabajar en las míseras condiciones a que se prestan los emigrados.
Y aquí tiene usted un motivo; el porqué, la prensa
española, que representa al capitalismo, no ponga mano en el asunto, porque
primero es el negocio que los compatriotas pobres.
Y les haré
justicia, advirtiendo que al principio tanto habló, que dio lugar a que el
cónsul español se personara en Triscornia, dónde pasó, lo que en cuarteles
cuando un general va a inspeccionar el rancho de la tropa.
¡Todo está admirablemente!
También unos oficiales de un buque español naufragado
por estos mares, poco ha, al marchar a España, remitieron a la prensa enérgica
protesta, que el Dr. Frank, director y médico de Triscornia, se apresuró a
desmentir por conveniencia propia.
Y tenga la seguridad
el Sr. Alcover y cuantos con tan estrecho criterio piensan, que los que van a
Trisoornia, no tienen de vagos y de sinvergüenzas un bello; antes al contrario,
su misma infelicidad retratada en sus rústicos semblantes, les hace víctimas de
tamaña arbitrariedad. ¡Y vagos son, los infinitos parásitos que viven del sudor
ajeno y los conscientes sabemos bien cómo anda repartida la vergüenza, en la
corrompida sociedad actual! Calificativos esos que no andan nunca juntos con el
harapo y las encallecidas manos.
Señor director, si usted publica estas líneas redundará
el beneficio del proletario español, en bien de Cuba misma, cuyos hijos
conscientes protestan de esa injusticia, y quedaremos todos, en el lugar
respectivo.
De usted respetuosamente.
JUAN JOSÉ
Habana, Marzo 1902
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