“Al
Sr. Francisco Filomeno Ponce de León, Caballero Comendador de la Real y
distinguida Orden Americana de Isabel la Católica, Auditor de Guerra honorario
de Ejército y Provincia, segundo de Marina de este Apostadero, y Alcalde ordinario
de primera elección de esta siempre fidelísima ciudad de la Habana “ (…)
“En
los plausibles días en que va a franquearse a los dementes un asilo, tanto más
grato a la sociedad cuanto se apartan de su vista los tristes espectáculos de
miseria y horror que ocasionan estos infelices, y en los que con tanta
frecuencia exponen su vida, nada me parecía más adecuado que el presentar al
público, que siempre desea adquirir noticias sobre las dolencias humanas, una
breve exposición de las causas, síntomas, progreso y curación de la enajenación
mental, distinguiendo por sus nombres las diferentes especies, y aplicando a
cada una las observaciones oportunas sacadas de la práctica moderna y antigua
más recomendable” (…)
Si
recorremos la historia de los establecimientos destinados para la curación de
los locos aun entre las naciones más cultas de Europa, se hace manifiesta
inmediatamente que la suerte de estos infelices ha sido siempre la más
deplorable…
En
nuestros días, en que tanto han progresado las luces, tiene demostrado la
experiencia que estos enfermos, o se cura, o se alivian con un método suave y
arreglado…
Digno
es de eterna gratitud el inmortal Pinel, que, iluminado de la más sublime
filosofía, engendró los sentimientos filatrópicos que le estimularon a
descargar a los enajenados de las cadenas que los abruman y consumían…
Desde
la publicación del Tratatado de la
Enajenación Mental del dicho Pinel, hay menor número de furiosos en los
establecimientos destinados a los que han perdido el uso de la razón, y
cualquier alma sensible se delecta al contemplar las mejoras, que en toda
Europa se han realizado respecto a la suerte de locos, cuya benéfica influencia
ha alcanzado hasta nuestros días…
Ello
me ha llevado a extractar en este obrita que presento, lo más notable e
interesante que, a mi juicio, han escrito los doctores Pinel y Esquirol…
Comparando
los maníacos de atacados de esta especie de locura en sexos diferentes, es
fácil convencerse de que la manía es mas frecuente en los hombres que en las mujeres;
en aquellos la manía tiene un carácter mas violento e impetuoso; la sensación
de una fuerza preternatural que se apodera de algunos maníacos, hace a los
hombres más violentos, más audaces, arrebatados y furiosos; son más peligrosos
para los que les sirven, y mas difíciles de conducir y de contener.
Las
mujeres maniáticas son más bulliciosas, hablan y alborotan más; son más
disimuladas, y se fían con mucha dificultad.
El temperamento sanguínio, el nervioso, una
constitución pletórica, fuerte y robusta por lo común predisponen a la manía: muchos
individuos que he visto, atacados de esta especie de locura, tenían una
sensibilidad muy grande, un carácter muy vivo, irritable y colérico, y una
imaginación ardiente y fogosa…
Algunos
han pensado que la curación moral aplicada a los maníacos consistía en
conversar y argumentar con ellos: esto es una quimera. Los maníacos no pueden
fijar bastante su atención para escuchar y para seguir los raciocinios que les
hacen. La curación moral consiste en apoderarse de su atención. Aunque estos
enfermos sean audaces y temerarios, se dejan dominar fácilmente. El miedo tiene
en ellos tal imperio, que temen, tiemblan y están sumisos delante de las personas
que saben imponerles…
Tal
vez el temor tiene una acción debilitante en ellos, y de esta manera se disponen
a oír y a seguir los consejos que les dan; pero este sentimiento no debe llevarse
hasta el terror. Sin duda se han curado algunos maníacos causándoles un vivo
espanto; pero no dicen cuántos han dejado de curarse por estar en un estado de continuo
de terror.
Se
les inspirará el temor por mil medios diferentes; pero el uso de estos medios
no ha de quedar al arbitrio de gentes groseras e ignorantes que harían un abuso:
no todos saben manejar hábilmente este instrumento de curación, y su aplicación
no conviene a todos los maníacos…
En
un hospicio de locos el médico jamás ha de inspirar el temor; ha de tener a sus
órdenes un sujeto que se encargue de esta obligación penosa, que no obre sino
con arreglo a sus inspiraciones, y que según el caso pueda oponerse a la fuga,
a la impetuosidad y a la violencia de los maníacos. El médico debe ser para los
locos un amigo, un consolador; debe ganar su estimación y su confianza; debe
proporcionarse con destreza las ocasiones para manifestarse benévolo y
protector; debe conservar un tono afectuoso, pero grave, y unir la bondad con
la firmeza; porque es menester que se haga de estimar, sentimiento que produce
la confianza, sin la cual no hay curación.
El
médico dará el permiso a los parientes para que puedan ver a los maníacos; advirtiendo
que en general es menester ser riguroso en esto, por que muchas veces la visita
de un pariente o de un amigo renueva ciertas ideas que están en conexión con
las ideas madres, que han causado o que sostienen el delirio.
Se
entiende fácilmente que la dirección de los maníacos debe ser diferente durante
la convalecencia: entonces la mayor parte de ellos necesitan que los consuelen
y animen, necesitan de conversaciones agradables, de sensaciones dulces, de
paseos y de ejercicios variados; antes que vuelvan a sus hábitos y al seno de
su familia, es necesario un tiempo mas o menos largo de pruebas, durante el
cual el convaleciente no ha de permanecer en la misma habitación donde ve
objetos que le causan pena, y donde él mismo se ha abandonado a todos sus
arrebatos...
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“Breve
exposición sobre la locura o trastornos mentales,
extractada de los más célebres autores modernos por D. Tomás Pintado, profesor
de medicina y cirugía. Véndese a 8 rs. en la imprenta de Roquero, Calle O´Reilly,
frente a Santo Domingo, y en la botica de Pedro Sanfeliú calle de Mercaderes”.
En Diario
de la Habana, sección Impreso, 10 de septiembre de 1827, apareció este anuncio; reaparece el 18 y el 26 de noviembre del mismo año. (Otra nota de 25 de
septiembre hace saber que la imprenta de Juan Roquero, recién llegado de la
península, acababa de abrir en O’ Reilly 118).
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