A. Pompeyo
Ya que el pavo se lamenta, bueno es que yo
proteste. Pero ante todo, amable lector o simpática lectora, voy a presentarme
a usted, sin formalidades de ningún género, y ya que no puedo levantar el
sombrero, levantaré el hocico, y menearé el rabo en señal de respeto y
sumisión.
Soy Pancho, el cochino más estrepitoso de esta
comarca. El nombre que llevo me lo puso la hija del mayoral de una estancia del
Camagüey, la guajira más graciosa que jamás ojos vieron. Fue mi padre un
verraco que padeció achaques a la vejez y como nací enclenque se condolió mi
dueña y ésta fue la que me crió… con panetela y leche fresca de vaca. ¡Ay, cómo
me gustaba la pezonera! A la eficaz solicitud de mi madre adoptiva,
correspondía yo con chiqueos y siguiéndola como un perro. Decididamente tenemos
los puercos un instinto grande de conservación y correspondemos con gratitud a
los favores. De aquella época feliz lo único que recuerdo con desagrado eran
las cuchufletas de un enamorado que tenía mi ama, que solía decir cuando me
veía comiendo sopa: “Pero, ¿qué entenderá el cochino de panetela?”
Los alimentos y el cuidado me hicieron crecer
pasmosamente. Pronto entré en la pubertad y me dieron carta blanca para comer
de todo, aprovechándome de los sobrantes de las comidas que me ponían pando. No
conozco nada más agradable que las siestas que echaba después de la pitanza.
Comer, dormir y no trabajar es el colmo de la felicidad; pero también es cierto
que pagamos caro nuestras felices disposiciones para la ceba y en los momentos
más solemnes nos inmolan. No hay animal en el mundo cuya carne sea más gustosa
que la nuestra ni que rinda más manteca ni de mejor calidad.
Tengo a orgullo haber nacido lechón y seguir
siendo marrano. Tengo conciencia de lo que valemos, de la bondad y excelencia
de nuestra carne y del servicio grande, trascendental que hemos prestado a los
hombres, proporcionándoles con nuestros perniles el jamón que es un verdadero bocato di cardenale.
Nuestra carne es la más sabrosa que el hombre
se lleva a la boca. Chupa nuestras costillas hasta el hueso y la vaca y el
cordero son inferiores a nuestro lado.
Un puerco ahumado con hojas de guayaba, con
plátano verde y mojo de naranja agria, es el alimento predilecto del guajiro
criollo. La boca se me hace agua al recordar lo rico que es ese plato. En la
mesa más modesta como en la más encumbrada, desempeña el ajiaco un papel
importante y del ajiaco el alma soy yo.
Por todo lo expuesto se comprende que
merecemos más miramientos y más respeto por parte de los hombres. Protesto en
nombre de los de mi especie contra los epítetos denigrantes que se nos dedican.
En primer lugar no somos puercos en
el sentido de desaseados, porque si el hombre no limpia nuestros chiqueros y
huelen mal, la culpa no es nuestra.
Mucho hay que hablar sobre eso que los hombres
llaman higiene y microbios y otras zarandajas. Comiendo desperdicios de comidas,
frutas en descomposición y revolcándonos en los charcos, crecemos, engordamos y
disfrutamos de la salud más perfecta. ¡Hablarme a mí de higiene! Yo creo que
cada animal tiene la que necesita y al que más falta le hace es al hombres, que
hay algunos que ya, ya!...
Protesto contra Mahoma que prohibió la carne
de cerdo a sus prosélitos y no son ellos más sanos ni más morigerados e
inteligentes que los cristianos. De estos lo hay que comen carne de puerco todo
el año y están tan saludables y tan campantes y el que lo dude que venga aquí a
esta tierra de Cuba.
Si Mahoma hubiese probado la gandinga de
puerco, de seguro que deroga la orden de prohibición.
Protesto contra el nombre de cochinos que se nos aplica, pues hay
animales que hacen más porquerías que
nosotros, y no quiero señalar.
Protesto de que se nos mate prematuramente y
no nos deje morir de viejos, o de un atracón, y por último, si no es posible
dejarse matar antes de tiempo, conste que a la hora de nuestra muerte
protestaremos con todas nuestras fuerzas, alborotando a la vecindad, llorando a
lágrima viva y poniendo el grito en el cielo!
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