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miércoles, 16 de septiembre de 2015

Para cerdos





  Pedro Marqués de Armas

 También ejecutó su papel mundanal… En lo más confuso del siglo XVII se hacían carreras de puercos, y al ganador lo asaban a la púa. Ferias en que se les quemaba el rabo, o los ojos; y hay quien vio llegar montones por el agua cuando el célebre ciclón de 1780. Como en Londres, hay un cochino erudito. Por el empeño que pone en el gentío, por su sordidez, esta descripción de 1801 resulta magistral:

“Este se enseña en la calle de Cuba… En un cuarto capaz de más de sesenta personas se presenta un cerdo mutilado, a causa, sin dudas, de los palos que habrá sufrido para aprender las señas que su amo le enseñó... La voz del dueño es precedida de algunos pedazos de pan, dándole después la dirección para que tome con el hocico la carta, letra o número que se quiere y que se le pone en el suelo. Se juntan cuatro páparos y se quedan con una cuarta de boca abierta al ver al cerdo que hace una habilidad tan recóndita, y efectivamente, aunque a los hombres sensatos les parezca esto un espectáculo que no divierte ni al alma, ni al cuerpo; ello es una diversión y no ha faltado quien haya ido muchas veces”. 

 Ningún cerdo, que recuerde, ganó el favor de la literatura decimonónica. En 1913 Rodríguez Embil publica su Cerdo de la Feria de Neuilly, prueba de que la mejor prosa se escribía, a menudo, en Francia. Hay también una excelente exégesis del puerco en los albores de la República, a cargo de A. Pompeyo, entre las buenas plumas de Cuba y América; pero aquí volvemos a la costumbre. 

 Hasta llegar al inmejorable niño-cerdo de Piñera en El caramelo. Ese niño que parece puerco y a la vez vieja, de cara estrujada y porcina, y que resulta, en definitiva, un prontuario del pueblo –el pueblo siempre es. Ya vive, entonces, su circunstancia de oprimido. El encierro en la guagua es apenas un avance. No hay salida del conglomerado, salvo en esa variante macabra que supone, para la masa, echar fuera -con la muerta- una parte de sí. 

 Al puerco piñeriano, Lezama respondió con esta perla en una de las décimas de Paradiso:

  Un collar tiene el cochino
  calvo se queda el faisán
  con los molinos del vino
  los titanes de hundirán
  Navaja de la tonsura
  es el cero en la negrura
  del relieve de la mar
  Naipes en la arenera
  Fija la noche entera
  la eternidad ¡y a fumar! 


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