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domingo, 22 de febrero de 2015

Elogio de El Vedado





  Francisco Carrera y Jústiz


 Concretándonos, por ejemplo, al Vedado —donde se da esta conferencia— su historia propia ofrece datos muy  curiosos.
 El nombre del Vedado procede de que los montes espesísimos que aquí se encontraban, servían de natural  defensa contra invasiones de piratas —muy frecuentes entonces— y de orden superior se declaró ese monte vedado de cortes de madera, lo cual no fue preciso ya al construirse las murallas de la Habana, en 1663.
 Si alguna vez fuere preciso organizar por categoría de antigüedad, una procesión cívica en que formaran parte todos los barrios de la Habana, el Vedado, por derecho propio, tendría el puesto de más prestigio.
 En efecto, aquí se encuentra el origen de la Habana, que, fundada al Sur junto a Batabanó, en 1515, fue trasladada a la boca del río Chorrera -antiguo Casiguaguas— y allí permaneció hasta 1519, en que buscando mejor puerto, pasó a su definitivo asiento, junto al Castillo de «La Fuerza», actual plaza de Armas.
 Aquí fue, por tanto, en este sitio, donde estuvieron Diego Velázquez y el insigne Fray Bartolomé de las Casas, como fundadores de la Habana, cuando sólo existían seis centros de población en Cuba, pues la Habana fue la séptima ciudad que Velázquez fundó.
 En este lugar encontraron chozas de guano, que sorprendían por su limpieza, formando una pequeña aldea, perteneciente a uno de los nueve dominios independientes que los indios tenían en Cuba, cuya población total, indígena, el padre Las Casas la eleva hasta un millón de habitantes.
 Y puesto que aquí estuvo la Habana hasta 1519, fue de aquí de donde, en 1518, se llevó Hernán Cortés, o su teniente Escalante, muchos vecinos para sus legendarias empresas de México.
 Quedó siempre en este sitio el embrión de la Habana primitiva, a lo que se debe el nombre de «Pueblo viejo» donde se construyó, en 1646, para su defensa, esa bellísima fortaleza de puro corte romano medioeval.
 Dentro de ese castillo, el coronel de Milicias D. Luis de Aguiar y el Capitán D. Rafael de Cárdenas, el 10 de Julio de 1762, hicieron una heroica resistencia contra los ingleses, hasta que recibieron orden de abandonarlo al enemigo, que tomó el castillo, si bien a sus dignos  defensores se les trató como prisioneros de alto rango.
 Avanzó después bastante este poblado, llegando a tener, durante el siglo XVIII, en sus inmediatos alrededores, los ingenios de azúcar, «Chorrera», «Rosario», “Salazar”, «Retiro», «San Francisco del Barco», otro «Retiro», «Barrera», «Beatriz», «Carrillo», «Santa Catalina» y «Santo Domingo» —base suficiente de vida próspera para cualquier población.
 Su atractivo saludable, se hizo famoso ya desde el año 1610, cuando el Obispo Almendariz, vino aquí gravemente enfermo, curándose junto al río de la Chorrera, conocido desde entonces por río de Almendares.


 Y la importancia actual del Vedado, se ve en sus 1162 casas registradas para el amillaramiento hasta Junio de 1903, y en su población que pasa de l0 000 almas, pues según nuestro último censo —practicado por la Intervención americana en 16 de Octubre de 1899— tenía entonces el Vedado 9,980 habitantes, y dada su creciente edificación, en los cinco años después transcurridos ha aumentado considerablemente.
 Así como el Vedado tiene su sociología y su historia, también tiene su estética y su moral y debe tener su administración y su política.
 Bajo el punto de vista estético, hay aquí incomparables bellezas naturales; pero sobre todo, tenemos una reliquia inapreciable en ese histórico castillo, evocación de nuestras tradiciones.
 Eso sería imposible reproducirlo, porque a la obra artística del hombre, se añade un gran prestigio histórico.
 Sobre una base cuadrangular, levántase la noble fortaleza, cuyos sólidos muros, impunemente desafían los siglos.
 Separado a tres metros de su frente, un elegante arco de piedra sirve de base a la escalera, en cuyo término comienza un puente que da acceso a la única puerta del castillo, elevada a varios metros sobre el suelo.
 Esa fachada la ornamenta una lápida con su inscripción relativa al rey D. Felipe IV y al gobernador D. Álvaro de Luna y de Sarmiento, caballero de Alcántara.
 Y coronando la fachada, está, sobre esa lápida, un escudo maravillosamente cincelado… Sus cuatro torreones singulares, perfilan la preciosa construcción, arrojando un conjunto de tan bella severidad, que solo falta a completar el cuadro, la ola del mar rompiendo en sus murallas.
 Como huellas de honor que lo engrandecen, tiene, en su frente al Mar, siete cruces, que señalan otros tantos balazos de los cañones de la armada inglesa.
 Y dentro, en sus oscuros sótanos, se encuentran, enterrados, cinco obuses o morteros, todos del siglo XVII, que sirvieron a su defensa heroica.
 El espacio interior, sencillo y solemne, responde al espíritu sombrío de la Edad Media, mezcla de poesía y de fuerza.
 Y allí el espíritu se siente invitado a ese digno recogimiento que demandan las obras seculares.
 No hay viajero que, conociendo la historia de ese monumento del pasado, no se detenga a contemplar la humildísima fortaleza —hoy cubana— que sin caber en ella veinte hombres, osó resistirse, el siglo XVIII, a los  navíos de combate ingleses.
 Cubanos eran sus nobles defensores y sus nombres debían estar muy a la vista, en una lápida conmemorativa.



 Tratándose de una guerra internacional, es de interés histórico, algo más que cubano, el hecho que se conmemorase, pues pertenece a la historia política del Mundo.
 Cuando esas reliquias de la tradición, no caben en cofres cincelados, para guardarlas, como joyas, en los museos nacionales, se suple el cofre con un parque, donde el monumento público se recomienda, así, al respeto de las generaciones.
 Eso lo demanda la Estética pública, que entra en la educación de las entidades colectivas y nos lo enseña Europa, con alto ejemplo; pues donde quiera que hay allí una tradición, existe un monumento que la evoque.
 Los pueblos civilizados, crean los monumentos públicos para conmemorar su pasado y la historia de casi todas las ciudades europeas, puede leerse en las estatuas de sus plazas públicas.
 Aquí tenemos ese precioso monumento, tanto más inapreciable, cuanto que evoca no sólo un pasado muy remoto, sino una dominación también pasada; una página de historia universal, hermosamente escrita en piedra, aquí en un rincón de nuestro pueblo.
 Y esa reliquia se abandona a la injuria del tiempo, en mengua de nuestra cultura y en daño de la civilización universal.
 Algo más; sobre el delito de lesa Estética, implícito en el desdén de la obra bella, el delito de lesa Cultura, de abandonar ese prestigio histórico, cediéndolo el Estado por seis pesos mensuales en público alquiler...!!
 No es oportuno ahora imputar responsabilidades; pero sí dejar la protesta consignada, en nombre de la Cultura y de la Historia, para que se honre ese castillo, según su mérito secular y estético.
 Con lo dicho está implícitamente demostrado que, teniendo todo barrio su sociología y su historia, ha de tener también sus aspiraciones peculiares y su programa para satisfacerlas, es decir, su política.
 Y así como las necesidades de cada barrio, son distintas, claro está que su política interlocal no puede serla misma.
 Nuestros barrios del Arsenal y Vives necesitan, por ejemplo, la desecación de sus pantanos; los del Pilar y Chávez, la higienización del Matadero de reses. Y el Vedado siente también necesidades exclusivas, acaso de más honda trascendencia.


 El avance hasta aquí del paseo del Malecón; la urbanización del poblado, pavimentando bien sus calles; un alumbrado público más intenso; el alcantarillado; un matadero y un mercado local; parques a la europea y los múltiples atractivos conocidos en todos los hermosos balnearios que bordan las costas en Europa y América, sin ser ninguno superior ni en clima ni en bellezas naturales, a este precioso pueblo.
 He ahí una política municipal para el Vedado, tal como su importancia y sus méritos lo demandan.
 Y a eso debe tenderse, porque si la Habana sueña ser gran ciudad —que lo será — sólo por el Vedado puede serlo, puesto que por aquí es donde se extiende, por aquí es donde se está modernizando la capital de Cuba, donde el espíritu progresista se evidencia, donde la distinción mayor, en orden de cultura colectiva, se concentra, donde toma color y tono y altura nuestro plano de vida y de confort y donde el extranjero, harto de la monotonía romana, que es el tipo característico invariable de la Habana y sus alrededores y alarmado, tal vez, por respirar miasmas insanos, comienza a ver quintas residenciales, chalets americanos y holandeses, a pasear entre árboles y a respirar perfumes.
 Pero hay algo de muchísima mayor trascendencia para la política interlocal del Vedado, y es asunto que importa dejarlo en la imaginación, por qué hará, sin duda, su camino.
 Londres, París, Viena, Washington, Méjico, casi todas las capitales de Estados, fundiéndose con sus alrededores, crean para ellas un distrito federal nacionalizado; porque no es justo que la Capital cargue, tan solo sobre sus vecinos, gastos de capitalidad de Estado, en ostentación, recibimientos, fiestas, etc., que son deberes internacionales y que aprovechan a la nación entera.
 Las capitales de Estados son como la casa del Gobierno nacional, son algo común al país entero, algo de general utilidad que a todos pertenece, para común orgullo y que por todos debe ser atendido.
 La federalización del territorio de la Habana, con sus correspondientes alrededores, es una suprema necesidad social y política para la nación y el Estado cubano y a eso ha de irse inevitablemente, como se ha hecho en los demás países cultos.
 Las capitales de Estado siempre están fuera de la Ley municipal orgánica. Son objeto de una Ley propia y de un distrito propio. Y he ahí que está en la política del Vedado procurar eso, plantearlo, batallarlo, ya que éste pueblo es tan necesario a la Habana como el pulmón al cuerpo y en esa Greater Habana federalizada —que está a la vista en porvenir seguro— la urbanización y el embellecimiento del Vedado será nota de nacional orgullo.
 Y vemos pues con ésto, que la política de un barrio puede y debe determinar, a veces, algo de la política nacional.
 Hay que pensar en esa política de alientos y hacerla así sentir ante los centros legislativos superiores, que allí, tanto como en el Ayuntamiento, están los intereses del Vedado.
 Y este pueblo prosperará, puesto que su destino le dio miles de encantos y su porvenir será brillante, sus propiedades valiosísimas, su riqueza cada vez superior. Pero hay que procurarlo.
 El cielo, el mar y el campo, hacen una espléndida trilogía, que da a este pueblo una posición privilegiada.
 Hay poblaciones que, por su clima, apenas ven el cielo.
 Otras, muy lejanas del mar, no se dan cuenta de su influencia sana y vigorizante.
 Las más, carecen por completo del puro ambiente que se goza con la proximidad del campo.
 Y en el Vedado, sus afortunados moradores, respirando, para salud del cuerpo, las emanaciones perfumadas de ese hermoso campo cubano, tienen después, para salud del alma, la diaria conjunción del mar y el cielo, esas puestas del Sol encantadoras, a cuyo resplandor crece el espíritu, sintiendo en sí la inmensidad de Dios.
 Y esto es, sin duda, la bendición del cielo; que ese contacto con las grandezas naturales, hace más fuerte al hombre, más bella a la mujer, alza el plano moral de la existencia, propende a la cultura y así resulta, en definitiva, que este pueblo es sitio de atractivo insuperable, lo que con orgullo más legítimo, puede en Cuba mostrarse al extranjero.


 Importancia política y sociológica de los barrios (fragmentos), La Habana, 1904.


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