Francisco Carrera y Jústiz
Concretándonos, por ejemplo, al Vedado —donde
se da esta conferencia— su historia propia ofrece datos muy curiosos.
El nombre del Vedado procede de que los montes
espesísimos que aquí se encontraban, servían de natural defensa contra invasiones de piratas —muy
frecuentes entonces— y de orden superior se declaró ese monte vedado de cortes
de madera, lo cual no fue preciso ya al construirse las murallas de la Habana,
en 1663.
Si alguna vez fuere preciso organizar por
categoría de antigüedad, una procesión cívica en que formaran parte todos los
barrios de la Habana, el Vedado, por derecho propio, tendría el puesto de más
prestigio.
En efecto, aquí se encuentra el origen de la
Habana, que, fundada al Sur junto a Batabanó, en 1515, fue trasladada a la boca
del río Chorrera -antiguo Casiguaguas— y allí permaneció hasta 1519, en que
buscando mejor puerto, pasó a su definitivo asiento, junto al Castillo de «La
Fuerza», actual plaza de Armas.
Aquí fue, por tanto, en este sitio, donde
estuvieron Diego Velázquez y el insigne Fray Bartolomé de las Casas, como
fundadores de la Habana, cuando sólo existían seis centros de población en
Cuba, pues la Habana fue la séptima ciudad que Velázquez fundó.
En este lugar encontraron chozas de guano, que
sorprendían por su limpieza, formando una pequeña aldea, perteneciente a uno de
los nueve dominios independientes que los indios tenían en Cuba, cuya población
total, indígena, el padre Las Casas la eleva hasta un millón de habitantes.
Y puesto que aquí estuvo la Habana hasta 1519,
fue de aquí de donde, en 1518, se llevó Hernán Cortés, o su teniente Escalante,
muchos vecinos para sus legendarias empresas de México.
Quedó siempre en este sitio el embrión de la
Habana primitiva, a lo que se debe el nombre de «Pueblo viejo» donde se
construyó, en 1646, para su defensa, esa bellísima fortaleza de puro corte
romano medioeval.
Dentro de ese castillo, el coronel de Milicias
D. Luis de Aguiar y el Capitán D. Rafael de Cárdenas, el 10 de Julio de 1762,
hicieron una heroica resistencia contra los ingleses, hasta que recibieron
orden de abandonarlo al enemigo, que tomó el castillo, si bien a sus dignos defensores se les trató como prisioneros de
alto rango.
Avanzó después bastante este poblado, llegando
a tener, durante el siglo XVIII, en sus inmediatos alrededores, los ingenios de
azúcar, «Chorrera», «Rosario», “Salazar”, «Retiro», «San Francisco del Barco»,
otro «Retiro», «Barrera», «Beatriz», «Carrillo», «Santa Catalina» y «Santo
Domingo» —base suficiente de vida próspera para cualquier población.
Su atractivo saludable, se hizo famoso ya
desde el año 1610, cuando el Obispo Almendariz, vino aquí gravemente enfermo,
curándose junto al río de la Chorrera, conocido desde entonces por río de
Almendares.
Y la importancia actual del Vedado, se ve en
sus 1162 casas registradas para el amillaramiento hasta Junio de 1903, y en su
población que pasa de l0 000 almas, pues según nuestro último censo —practicado
por la Intervención americana en 16 de Octubre de 1899— tenía entonces el
Vedado 9,980 habitantes, y dada su creciente edificación, en los cinco años
después transcurridos ha aumentado considerablemente.
Así como el Vedado tiene su sociología y su
historia, también tiene su estética y su moral y debe tener su administración y
su política.
Bajo el punto de vista estético, hay aquí
incomparables bellezas naturales; pero sobre todo, tenemos una reliquia
inapreciable en ese histórico castillo, evocación de nuestras tradiciones.
Eso sería imposible reproducirlo, porque a la
obra artística del hombre, se añade un gran prestigio histórico.
Sobre una base cuadrangular, levántase la
noble fortaleza, cuyos sólidos muros, impunemente desafían los siglos.
Separado a tres metros de su frente, un
elegante arco de piedra sirve de base a la escalera, en cuyo término comienza
un puente que da acceso a la única puerta del castillo, elevada a varios metros
sobre el suelo.
Esa fachada la ornamenta una lápida con su
inscripción relativa al rey D. Felipe IV y al gobernador D. Álvaro de Luna y de
Sarmiento, caballero de Alcántara.
Y coronando la fachada, está, sobre esa
lápida, un escudo maravillosamente cincelado… Sus cuatro torreones singulares,
perfilan la preciosa construcción, arrojando un conjunto de tan bella
severidad, que solo falta a completar el cuadro, la ola del mar rompiendo en
sus murallas.
Como huellas de honor que lo engrandecen,
tiene, en su frente al Mar, siete cruces, que señalan otros tantos balazos de
los cañones de la armada inglesa.
Y dentro, en sus oscuros sótanos, se
encuentran, enterrados, cinco obuses o morteros, todos del siglo XVII, que
sirvieron a su defensa heroica.
El espacio interior, sencillo y solemne,
responde al espíritu sombrío de la Edad Media, mezcla de poesía y de fuerza.
Y allí el espíritu se siente invitado a ese
digno recogimiento que demandan las obras seculares.
No hay viajero que, conociendo la historia de
ese monumento del pasado, no se detenga a contemplar la humildísima fortaleza
—hoy cubana— que sin caber en ella veinte hombres, osó resistirse, el siglo
XVIII, a los navíos de combate ingleses.
Cubanos eran sus nobles defensores y sus
nombres debían estar muy a la vista, en una lápida conmemorativa.
Tratándose de una guerra internacional, es de
interés histórico, algo más que cubano, el hecho que se conmemorase, pues
pertenece a la historia política del Mundo.
Cuando esas reliquias de la tradición, no
caben en cofres cincelados, para guardarlas, como joyas, en los museos
nacionales, se suple el cofre con un parque, donde el monumento público se
recomienda, así, al respeto de las generaciones.
Eso lo demanda la Estética pública, que entra
en la educación de las entidades colectivas y nos lo enseña Europa, con alto
ejemplo; pues donde quiera que hay allí una tradición, existe un monumento que
la evoque.
Los pueblos civilizados, crean los monumentos públicos
para conmemorar su pasado y la historia de casi todas las ciudades europeas,
puede leerse en las estatuas de sus plazas públicas.
Aquí tenemos ese precioso monumento, tanto más
inapreciable, cuanto que evoca no sólo un pasado muy remoto, sino una
dominación también pasada; una página de historia universal, hermosamente
escrita en piedra, aquí en un rincón de nuestro pueblo.
Y esa reliquia se abandona a la injuria del
tiempo, en mengua de nuestra cultura y en daño de la civilización universal.
Algo más; sobre el delito de lesa Estética,
implícito en el desdén de la obra bella, el delito de lesa Cultura, de
abandonar ese prestigio histórico, cediéndolo el Estado por seis pesos
mensuales en público alquiler...!!
No es oportuno ahora imputar responsabilidades;
pero sí dejar la protesta consignada, en nombre de la Cultura y de la Historia,
para que se honre ese castillo, según su mérito secular y estético.
Con lo dicho está implícitamente demostrado
que, teniendo todo barrio su sociología y su historia, ha de tener también sus
aspiraciones peculiares y su programa para satisfacerlas, es decir, su
política.
Y así como las necesidades de cada barrio, son
distintas, claro está que su política interlocal no puede serla misma.
Nuestros barrios del Arsenal y Vives
necesitan, por ejemplo, la desecación de sus pantanos; los del Pilar y Chávez,
la higienización del Matadero de reses. Y el Vedado siente también necesidades
exclusivas, acaso de más honda trascendencia.
El avance hasta aquí del paseo del Malecón; la
urbanización del poblado, pavimentando bien sus calles; un alumbrado público
más intenso; el alcantarillado; un matadero y un mercado local; parques a la
europea y los múltiples atractivos conocidos en todos los hermosos balnearios
que bordan las costas en Europa y América, sin ser ninguno superior ni en clima
ni en bellezas naturales, a este precioso pueblo.
He ahí una política municipal para el Vedado,
tal como su importancia y sus méritos lo demandan.
Y a eso debe tenderse, porque si la Habana
sueña ser gran ciudad —que lo será — sólo por el Vedado puede serlo, puesto que
por aquí es donde se extiende, por aquí es donde se está modernizando la
capital de Cuba, donde el espíritu progresista se evidencia, donde la
distinción mayor, en orden de cultura colectiva, se concentra, donde toma color
y tono y altura nuestro plano de vida y de confort y donde el extranjero, harto
de la monotonía romana, que es el tipo característico invariable de la Habana y
sus alrededores y alarmado, tal vez, por respirar miasmas insanos, comienza a
ver quintas residenciales, chalets americanos y holandeses, a pasear entre
árboles y a respirar perfumes.
Pero hay algo de muchísima mayor trascendencia
para la política interlocal del Vedado, y es asunto que importa dejarlo en la
imaginación, por qué hará, sin duda, su camino.
Londres, París, Viena, Washington, Méjico,
casi todas las capitales de Estados, fundiéndose con sus alrededores, crean
para ellas un distrito federal nacionalizado; porque no es justo que la Capital
cargue, tan solo sobre sus vecinos, gastos de capitalidad de Estado, en
ostentación, recibimientos, fiestas, etc., que son deberes internacionales y
que aprovechan a la nación entera.
Las capitales de Estados son como la casa del
Gobierno nacional, son algo común al país entero, algo de general utilidad que
a todos pertenece, para común orgullo y que por todos debe ser atendido.
La federalización del territorio de la Habana,
con sus correspondientes alrededores, es una suprema necesidad social y
política para la nación y el Estado cubano y a eso ha de irse inevitablemente,
como se ha hecho en los demás países cultos.
Las capitales de Estado siempre están fuera de
la Ley municipal orgánica. Son objeto de una Ley propia y de un distrito
propio. Y he ahí que está en la política del Vedado procurar eso, plantearlo,
batallarlo, ya que éste pueblo es tan necesario a la Habana como el pulmón al
cuerpo y en esa Greater Habana federalizada —que está a la vista en porvenir
seguro— la urbanización y el embellecimiento del Vedado será nota de nacional
orgullo.
Y vemos pues con ésto, que la política de un
barrio puede y debe determinar, a veces, algo de la política nacional.
Hay que pensar en esa política de alientos y
hacerla así sentir ante los centros legislativos superiores, que allí, tanto
como en el Ayuntamiento, están los intereses del Vedado.
Y este pueblo prosperará, puesto que su
destino le dio miles de encantos y su porvenir será brillante, sus propiedades
valiosísimas, su riqueza cada vez superior. Pero hay que procurarlo.
El cielo, el mar y el campo, hacen una
espléndida trilogía, que da a este pueblo una posición privilegiada.
Hay poblaciones que, por su clima, apenas ven
el cielo.
Otras, muy lejanas del mar, no se dan cuenta
de su influencia sana y vigorizante.
Las más, carecen por completo del puro ambiente
que se goza con la proximidad del campo.
Y en el Vedado, sus afortunados moradores,
respirando, para salud del cuerpo, las emanaciones perfumadas de ese hermoso
campo cubano, tienen después, para salud del alma, la diaria conjunción del mar
y el cielo, esas puestas del Sol encantadoras, a cuyo resplandor crece el
espíritu, sintiendo en sí la inmensidad de Dios.
Y esto es, sin duda, la bendición del cielo;
que ese contacto con las grandezas naturales, hace más fuerte al hombre, más
bella a la mujer, alza el plano moral de la existencia, propende a la cultura y
así resulta, en definitiva, que este pueblo es sitio de atractivo insuperable,
lo que con orgullo más legítimo, puede en Cuba mostrarse al extranjero.
Importancia política y sociológica de los barrios
(fragmentos), La Habana, 1904.
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