Matías Duque
Aquí
en Cuba se puede estudiar distintos tipos de mujeres que ejercen la
prostitución en forma diversa:
La
meretriz de tapadillo
La
meretriz fletera
La
meretriz clandestina
La
meretriz reglamentada
La meretriz
menor de edad
La
meretriz viajera
La meretriz de tapadillo es la mujer de conducta social casi irreprochable. Su
vida pública es honesta; sus vestidos y su andar por las calles, por las
tiendas y por los teatros son morigerados. Vive acompañada por alguna mujer de
edad madura o vieja, que da cierta respetabilidad al llorar. Uno o varios
hombres ricos subvienen a las necesidades del hogar y de la vida, y ellas
buscan lo demás, concurriendo muy ocultamente a casas de cita de gran seriedad y respeto, como dicen
ellas. Estas son las más buscadas por los hombres, las más deseadas y las mejor
pagadas.
La meretriz fletera es la que por calles, paseos públicos y teatros, va en
busca de los hombres: sus trajes son llamativos; exageran todas las modas; sus perfumes
son de gran penetración; su mirar es vivo y alegre; su cara es sonriente y
atrevida, y su andar descocado. Sus movimientos y la manera de recocer los
vestidos la denuncian a distancia. Concurren a la casa de cita más próxima, a
la primera indicación del primer hombre que de ellas momentáneamente se
enamore. En esta clase de meretrices existen ricas y pobres. Estas últimas,
como no pueden brindar belleza ni enseñar riqueza alguna en sus vestidos y en
sus esencias, se las contempla en los lugares concurridos de la ciudad,
implorando del transeúnte el uso de sus cuerpos por cualquier cantidad de
dinero, y anunciando de antemano que "saben hacer de todo" y "a
todo se prestan". A veces aceptan una pequeña moneda de plata o cobre para
que concurran a un lugar oscuro de un jardín de las ciudades, para practicar el
onanismo, bien usando sus manos o bien usando su boca.
La meretriz clandestina es aquella que no se quiere someter a la reglamentación
de la prostitución. Indiscutiblemente que los tipos de meretrices descritos son
también clandestinos. Pero, como se verá más adelante, hay diferencias, si no
ante la ley de la reglamentación, por lo menos entre la manera de vivir, de
este tipo de mujer y las mencionadas anteriormente.
La meretriz clandestina concurre a las casas
de lenocinio, donde pasa días y muchas veces. Ella no tiene lugar fijo para
ejercer la prostitución, y va de una casa de lenocinio a otra y concurre a las
casas de cita. Tiene fuera de las zonas de tolerancia un domicilio que consiste
en una habitación o casa pequeña, alquilada a su nombre, donde recibe a los
"marchantes". En ese domicilio, y según los marchantes que consigue,
intenta pasar como mujer divorciada o separada momentáneamente de su esposo,
que, por las necesidades de la vida, ha tenido que marcharse de la ciudad. Otras
veces aparenta ser viuda y empleada en las oficinas del Gobierno o en el
comercio; trata de mostrar un amor inmenso por el hombre que engaña; le jura y
le llora la pasión que siente por él, tratando de probarle que él es el único
culpable de su deshonra. Todo esto excita la vanidad del "marchante",
y logra que éste sea más dadivoso con ella.
Al mismo tiempo que concurre a las casas de
cita y hace de mujer "honrada", concurre a los paseos y a los teatros,
haciendo papel de fletera. Este tipo de mujer meretriz es considerado por los
demás seres que pululan en el mundo de la prostitución, por la verdadera
clandestina. Indiscutiblemente su poliformia le da un carácter esencial, que la
aparta de los otros tipos de meretrices clandestinas.
La meretriz viajera está formada por un núcleo de mujeres que van a prestar
"servicio" en una población obrera. Dondequiera que, fuera de las
ciudades y pueblos, se constituya un núcleo de obreros, en que la mayoría la
componen hombres solteros, se establece ese tipo de meretriz, que se encuentra
en los trenes y en las carreteras, cambiando de lugar a medida que el trabajo
de aquellos obreros va terminando. Durante el periodo de la zafra azucarera en
Cuba, concurren, si no a los mismos bateyes de los centrales azucareros, por lo
menos a sus cercanías, donde alquilan una pequeña casa, o varias, si existen, y
allí establecen su campamento. De ahí pasan a los centros tabacaleros, que bien
en fincas o en pequeños poblados, establecen lo que se denomina "escogidas
de tabaco". Dondequiera que en un lugar apartado se establezca una obra
pública con un fuerte contingente de trabajadores, ellas se establecen en sus
inmediaciones. A ellas se las encuentra en los centros mineros, y si se dirige
una investigación sobre las obras del canal del Roque (canal de Cuba) o canal
de Panamá, se encontrará allí a este tipo de meretriz, que viaja a retaguardia
de esos ejércitos de obreros, de la misma manera que se les encuentra detrás de
las fuerzas militares que vana campaña o que salen lejos de las ciudades a
grandes maniobras militares.
La meretriz menor de edad es el tipo más
triste de todas las meretrices: niñas adolescentes, unas veces menores de esa
edad, se encuentran en ese bajo y miserable peldaño de las sociedades humanas. He encontrado muchas veces niñas de esas edades sirviendo en las casas de
lenocinio, y en el albor de la vida, a los 13 años, recibiendo hombres tras
hombres, como si fueran expertas veteranas del amor. Cuando su debilidad física
o sus menos años les impide recibir hombres, se prestan esas infelices a "jugar"
con aquéllos. Se denomina "jugar" en el caló de la prostitución, el
acostarse con un hombre para que la niña cubra su cuerpo con besos excitantes y
ligeros mordiscos, terminando ese indigno "juego" por la eyaculación,
producida por el frote de las manos o de la boca, o de las regiones
interfemorales de la niña, con los órganos genitales de la bestia (…)
Cuando se terminó la guerra de Cuba contra
España, fueron inscriptas por la reglamentación de la prostitución más de 300
mujeres de 15 a 17 años. Esta es una prueba palpable de que en aquella heroica
y gloriosa época se prostituyó la mujer cubana. Más de 100 niñas, menores, de
10 a 14 años, fueron recogidas por la policía de la ciudad y por la de la
Sección de Higiene, y entregadas a sus padres, tutores o familiares, con el
apercibimiento de que serían castigados como autores de delito de prostitución de
menores si esas niñas eran nuevamente encontradas en el ejercicio de la
prostitución, y se permitió a dichos tutores o familiares renunciar a su
cuidado si ellos no tenían medios de vida o fuerza moral bastante para hacerlas
cambiar y modificar su pervertida moral. Cuando esto sucedía, o cuando esas infelices
niñas carecían de familiares o tutores, eran llevadas al asilo del "Buen
Pastor", institución creada y mantenida en Francia por santas religiosas y
por la sociedad francesa, y que se extiende hoy por toda la tierra civilizada.
Más tarde fueron llevadas a un asilo que creó el
Gobierno Militar Interventor, asilo que fue suprimido por el Gobierno cubano;
también la intervención militar americana creó, con el nombre de Aldecoa, un
asilo donde debían ser recluidas, para su reforma moral, las menores
delincuentes, pero la Administración cubana, al suprimir el anterior asilo,
entendió por delincuentes también a las menores prostitutas, y así como
confundió estos términos, confundió en el mismo asilo a aquéllas y a las niñas
prostitutas; y allá, en el último extremo de la calzada del Cerro, a su salida,
se albergan en lastimosa confusión unas y otras. Tal conducta de las administraciones cubanas
parece hecha ex profeso para que las unas instruyan a las otras de los pecados
que ambas desconocen. Si espanta, asombra y acongoja la contemplación de estas
infelices, ángeles todavía por su edad, espanta más todavía y la acongoja se
agiganta en proporciones indescriptibles, al saber que muchas de estas menores
padecen de sífilis y de blenorragia, como huella de su corta y dolorosa vida.
Siendo Secretario de Gobernación del Gabinete
del honorable general L. Wood (hombre éste que ha hecho por la civilización y
el progreso de Cuba más que ningún otro hombre) el Sr. Tamayo logró que se
limitara para poder ser escrita como meretriz, el mínimum de 18 años de edad; y
desde entonces a la fecha, toda mujer menor de esa edad y que se prostituya es
recluida en el asilo de Aldecoa, de donde no puede salir hasta que cumpla los
21 años. En ese asilo acabado de mencionar permanece durante cinco, seis, siete
u ocho años la infancia prostituida, donde se intenta corregir a la infeliz
niña. Ese asilo está administrado y dirigido por piadosas hermanas de la
cristiana asociación del Buen Pastor. El Estado cubano paga los gastos que
ocasiona el cuidado de las menores, y, ellas no reciben más remuneración por
los servicios que prestan que el alimento y el albergue (…)
Cada
vez que tengo ocasión de hablar de estas cosas, señalo ese mal con franqueza
ruda, para intentar algo que sacuda el marasmo y la indiferencia que se siente
por el mal, no ignorado, sino aislado de la sociedad. Afirmo esta vez, como
otras, que el trabajo en pro de los infelices que la intervención militar
americana realizó en Cuba, tuvo su punto, ¡y parece final!, desde que el noble
Wood entregó al gran rebelde Tomás Estrada Palma el gobierno de la República de
Cuba.
El que pretenda corregir niñas delincuentes y
prostituidas en el mismo local y en una incomprensible convivencia; el que pretenda
que de esos correccionales salgan las niñas corregidas y reformadas, no ha
leído un solo libro sobre ese difícil problema social, ni tampoco se ha
detenido a meditar un momento sobre lo que el libro abierto de la vida real
enseña a cualquier observador.
Aquí en Cuba se confunden lastimosamente los
términos de escuela reformatoria y de escuela correccional. Se creen términos
iguales y se cree que las funciones de una y otra son las mismas. ¡Y son tan
diferentes! Es de desear que la sociedad sana y moral de esta colectividad
cubana se sienta conmovida intensamente, y con una actividad y persistencia asombrosa,
intervenga en el auxilio de esos infelices menores, tan abandonados y tan
olvidados por todos, aun por el mismo gobierno, y ampare a tanta desdicha,
hambrienta de piedad cristiana (…)
La meretriz reglamentada es la que, obediente y humilde, cumple con los
reglamentos y la ley. Ellas concurren habitualmente y con exactitud al llamado
Dispensario de Higiene, situado, en la Habana, en la calle de Paula, número 77.
Ellas pagan su tributo al sacar la cartilla que les exige el Reglamento de
Higiene. Resignadas, se dejan conducir al Hospital de Higiene, situado en el
barrio del Cerro, cuando se enferman; ellas no concurren, y si concurren, lo
hacen ocultamente, a los lugares públicos, cosa que la ley de la reglamentación
de la prostitución les veda; y ellas se resignan, con cierta conformidad
alegre, a ir a vivir en las llamadas zonas de tolerancia.
Zonas de tolerancia son aquellos lugares de muchas
ciudades y de muchos pueblos de algunas naciones que se les señala como
recinto, donde las meretrices deben vivir, dedicadas al comercio de su cuerpo.
Aunque la ley señala la decencia pública, que naturalmente debe existir en
dichos lugares, aquí, la costumbre, la policía, el público y hasta la misma
sociedad, ha sido y es tolerante, quizás por encontrarse dentro de la zona de
tolerancia, y permiten en esa zona cierta relajación, cierta inmoralidad pública
intolerantes.
En ese recinto habanero hay casas grandes, ocupadas
por varias meretrices; otras más pequeñas, ocupadas solamente por dos, y otras,
más pequeñas aún, las denominadas accesorias, ocupadas por una sola mujer. Las
ventanas y las puertas del 99 por 100 de esas casas y accesorias están abiertas
y se contempla desde la calle a las mujeres en muy ligeros trajes, muchas veces
en camisón, con las piernas levantadas, fumando, charlando con el transeúnte, cantando
coplas y canciones de un subido color, a la altura naturalmente de sus trajes y
posiciones. Allí, detienen al visitante de esos lugares y lo invitan al coito,
valiéndose de todos los medios posibles, para provocar la excitación del hombre
y hacerlo entrar.
Ese espectáculo se contempla igual de día que
de noche; y si familias decentes se ven obligadas a ir a lugares próximos de
esa zona de tolerancia y toman un coche, y el cochero, por maldad o por
descuido, transita por aquellos lugares, ellas contemplan ese rincón
nauseabundo de la sociedad.
He oído a extranjeros hablar escandalizados de
lo que han contemplado en ese bazar de carne humana. Indiscutiblemente que el
ver las calles de las zonas de tolerancia, llenas de hombres de todas clases,
gritando, gesticulando, sin más frases que las de una pornografía grosera y
sucia, da materia para hablar, y no bien por cierto, de tales costumbres y de
tal tolerancia.
Las llamadas zonas de tolerancia no pueden ni
deben ser suprimidas, al menos en Cuba. No puede autorizarse a estas mujeres
depravadas y relajadas hasta el máximum, a quien el escándalo con personas
decentes les da cartel, a que vivan en cualquier calle o en cualquier casa de
los pueblos o ciudades. No; la costumbre y la educación de ellas no puede
adaptarse a la costumbre y a la educación de los medios decentes.
Todo el que gana, en cualquier sentido, con la
práctica de una cosa cualquiera, la estimula, la busca y la produce; y si el
escándalo en estas desgraciadas, que inspiran lástima profunda, les produce de
algún modo algo que aumente o mantenga sus productos a buena altura, es natural
y lógico que ellas busquen la producción del escándalo. Aunque no fuera nada
más que por lo acabado de decir, las zonas de tolerancia, y menos en la ciudad
de la Habana, no pueden ser suprimidas.
Pero si a ese mal del escándalo, en cualquier forma
que se produzca, se le agrega el ejemplo que ellas dan con sus gestos, con sus palabras
y con sus actos, a la sociedad sana donde ellas establezcan sus guaridas, se
hace más incomprensible todavía la supresión de la zona de tolerancia; y si
todavía se le agrega el eterno compañero de la prostitución, ese gusano de basurero
inmundo que se denomina "chulo", entonces se ve mejor la
imposibilidad de gritar a ese ejército de meretrices: "¡Rompan
filas!" y darles derecho de establecerse en accesorias o en varias casas
contiguas en una calle habitada por familias decentes.
No hay quien me pueda probar, no hay argumento
posible que me convenza de que no tengo la razón en lo que acabo de mantener.
No se me diga por nadie que las familias no deben
ser curiosas al pararse en las ventanas de las casas e investigar lo que pasa a
su alrededor. No; no tienen necesidad de ser curiosas para oír lo que dicen los
vecinos del frente o los de al lado.
Ni tampoco van a vivir encerradas en medio de
estos tórridos calores, para darles el derecho de libertad individual a las
meretrices y a los chulos, con la alcahueta y toda la corte que acompaña
siempre a la prostitución; ni tampoco se diga que porque en la ciudad de la Habana
existan cien o más casas de lenocinio que no pueden ser llevadas a las zonas de
tolerancia, por muchas razones fútiles y cobardes, se comete una injusticia
llevando sólo a las que bondadosamente
se prestan a fijar su domicilio en las zonas de tolerancia.
Ahora bien; convengo en que la zona de
tolerancia de la Habana debía ser trasladada a un lugar menos céntrico de la
ciudad, a un extremo más apartado. Igualmente el Hospital de Higiene, que se
encuentra en la calzada del Cerro, debe ser también transportado a un lugar próximo
e inmediato, a donde se sitúe el nuevo recinto de la zona de tolerancia.
La
prostitución en Cuba: sus causas, sus males, su higiene, La
Habana, 1914; Capítulo V (fragmentos), pp. 145-164.
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