Juan Perucho
Muchos brujos recurren a los círculos mágicos para
protegerse, durante los encantamientos, de las apariciones del diablo. Se ve
que ello, en ningún modo, constituye espectáculo agradable y, por poco que se
descuiden, reciben batacazos descomunales, como le aconteció a nuestro
compatriota, el mago Belarmino de Arriaza, que a consecuencia de un
encantamiento mal hecho quedó con un desvío de la columna vertebral. Les
molesta particularmente a los diablos acudir por obligación a las citas, y por
esto el «Libro del papa Honorio» da instrucciones detalladas para trazar los
círculos, añadiendo que no se puede jamás evocar a los demonios con seguridad
sin estar colocado en un círculo que ponga a cubierto de sus atentados, pues lo
primero que procurarían es asirse a uno y aporrearle.
Sin embargo, han existido casos en que los demonios aparecen
sin necesidad de encantación alguna. Uno de estos casos -quizá el más curioso-
es el de M. Alexandre Vincent-Charles Berbiguier, que vivió en París de 1813 a
1817 en el número 54 de la calle Mazarme, y sufrió lo indecible a causa de los
diablos, duendes y diablillos que le seguían por todas partes. Los hallaba en
su casa, en la calle, paseando por el «Pontneuf» o por el «Pont-au-Change», e
incluso bajo el pórtico de la iglesia de Saint-Roch o yendo de visita a casa de
los amigos. Berbiguier aguzó tanto su visión en las cosas infernales que llegó
a descubrir a los representantes que en este mundo tienen los diablos. Por
ejemplo: a Moreau, representante de Belcebú en París; a Nicolás, médico de Avignon, representante de Moloch;
a Prieur, comerciante droguero, representante de Lilith, etcétera.
El oculista
Grillot de Civry nos cuenta en «Le Musée des sorciers, mages et alchirnistes»
que Vieent-Charles Berbiguier tuvo un enemigo mortal, el brujo M. Pinel, el
cual vivía en el número 12 de la rue des Postes. Un día, el malvado Pinel se
fue a casa de Berbiguier con la aviesa intención de atormentarle,
introduciéndose en la habitación por el tubo de la chimenea. Con ello quedó demostrado
que Pinel era brujo o, peor que esto, un verdadero diablo, un «farfadet», como
así se complacía en llamar a los entes infernales el señor Berbiguier.
Era tal la
insolencia de los «faríadets» y las «farfadettes» —también llamaba a las
diablesas «parafarapines»— que en una ocasión le acompañaron tumultuosamente a
casa del gran penitenciario de Notre-Dame con gran befa y escarnio. La primera
Restauración y los «Cent-Jours» intimidaron apenas a las furias, del averno,
las cuales siguieron molestando al brujo de Berbiguier.
Todas estas
noticias fueron relacionadas en los tres volúmenes de su obra autobiográfica
«Les Farfadets», publicada en París el año 1821. En ella, ornando ricamente la
edición, se contienen ocho estupendas litografías que ilustran las hazañas de
Berbiguier. No tienen desperdicio. «La primera litografía —comenta el autor— representa
mi retrato en el momento en que decido tomar el sobrenombre de «Fléau (azote)
des Farfadets». La segunda representad la habitación donde la Jeanneton
Lavalette y la Moncot (brujas, sin duda) despliegan ante mis ojos el Tarot. En
este momento fui sometido a la influencia de un planeta maléfico; en los ángulos,
dos diablos bajo la apariencia de un mono y de un murciélago. La tercera litografía
-continúa Berbiguier— ofrece la imagen de Rhotomago, seguido de una tropilla
desastrada de cornudos, viniendo a proponerme que ingrese en su execrable comunidad.
Los rechazo, indignado, mientras miro fijamente la Santa Cruz de Nuestro Señor
Jesucristo, Los infernales se espantan al descubrir mi botella conteniendo
varios millares de prisioneros de su ejército abominable. A pesar de todo,
Rhotomago no se atreve a utilizar contra mí su tridente. En la cuarta
litografía se ofrece la escena que tuve con un bombero cuando hacía mis
preparativos a fin de que la fiesta de nuestro buen rey fuese soleada y sin
nubes (había quemado azufre para alejar a sus entrañables «farfadets» y los
vecinos habían llamado a los bomberos creyendo que se trataba de un incendio).
En la quinta se me ve preparando con plantas aromáticas mis pócimas. La sexta,
me representa continuando mis preparativos para el remedio «anti-farfadéen». Estoy
sentado en un rincón de mi chimenea, junto a una mesa llena de agujas, hierbas,
azufre, sales, etc. También hay una botella repleta de diablos cautivos.
Contemplo a mis prisioneros con mirada provocadora; pero los miserables están
reducidos a la impotencia. El malvado Pinel, armado de un tridente y acompañado
de horrendos seres invisibles, quisiera aterrorizarme; pero nada puede alterar
la calma de mis sentidos. Etienne Prieur (estudiante de Derecho), transformado
en puerco, no puede resistir el olor de mis plantas anti-infernales y vomita lo
que quizá viene de comer en casa de otra de sus víctimas. En la séptima litografía
aparece la asamblea de los diablos con Belcebú y Rhotomago sentados. Entre los
asistentes, se distingue a los señores Pinel, Moreau, Chaix y Etienne Prieur,
este último siempre bajo la apariencia de cerdo y quejándose de las picaduras
de mis agujas. Por último, la octava estampa es una representación del infierno
con el infame Belfegor y un macho cabrío. Entre los numerosos asistentes se
encuentran la Jeanneton Lavalette, la Maogot y la Vendaval. Todos los signos que
hay en torno a la litografía son signos mágicos.»
Esta edición de «Les Farfadets» se agotó rápidamente
y jamás ha vuelto a ser publicada. Hace unos años, durante la ocupación de
París por el Ejército alemán, el general Ludwig von Wier halló un ejemplar
completo de esta obra rarísima y, a partir de entonces, tuvo comunicación con
los «farfadets», sometiéndolos a una durísima y científica reeducación
castrense, pro-germánica. El Führer se interesó vivamente por este caso y mantuvo
animadas charlas con Von Wier. Desgraciadamente, este general desapareció de la
manera más misteriosa y sin dejar otro rastro que su dentadura postiza.
La Vanguardia, 27 de enero de 1968.
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